«Casi
todos han trabajado para Vox en los últimos meses.
Empezando por el independentismo pata negra, que, mediante graves conatos de
violencia y el repugnante acoso a las personas que pretendían asistir a los
premios Princesa de Girona, está proyectando una imagen prepotente que deprime a
muchos catalanes y exacerba los ánimos de la España profunda». Así lo ha escrito Antoni
Puigverd en su artículo de hoy en La Vanguardia, La vida es sueño.
Dispensen la amplitud de la cita, pero me ha sido imposible cortar la frase
porque hubiera dejado sin argumentar que los independentistas pata negra han estado trabajando (digo
yo, gratis et amore) para Vox.
Dicho en román paladino: Torra ha actuado de conserje del partido ultra.
No
es necesario presentar a Puigverd. Es proverbial su moderación y el carácter
´románico´, esto es, sin perifollos de sus argumentos. Como conocido es,
también, su denuncia de los hunos y de los hotros cuando viene al caso. No ha
lugar las acusaciones que ha recibido de «equidistante» de quienes tienen los
ojos poblados de legañas.
«Conatos
de violencia», nos habla Puigverd. Pero el consejero de Interior, Miquel Buch, tiene una
explicación hilarante de lo sucedido en los aledaños del Palau de Congressos de
Catalunya. Este caballero, tal vez acollonado por los escuadristas de su propia
manada, ofrece una particular justificación de los puñetazos y patadas, de los
escupitajos y empujones a quienes pretendían asistir al acto. Buch está entre el canguelo al Tribunal Supremo y el acatamiento al mencionado
conserje. Por lo tanto, debe montar un andarivel que le saque del dilema o
Tribunal Supremo o la sobredosis dogmática de Torra. Buch nos dice que el
problema estuvo en que los agredidos «tuvieron la falta de voluntad de utilizar
los autobuses». Vamos, que prefirieron ir andando y recibir el ´agasajo´ de aquellos avinagrados que, conforme avanza el tiempo y su fracaso, las sonrisas de antaño se han quebrado definitivamente. Hoy, el independentismo es una gigantesca mandíbula desencajada. Extraña anatomía.
La
frase tiene su miga. Retórica cantinflesca que denota la degradación de una
forma de pensar, que empieza a rodar por el plano inclinado de la
desesperación. Ni siquiera en su propia lengua
–el catalán-- este caballero es
capaz de construir un razonamiento digno de ese nombre. Tan sólo puede significarse como figurante de
aquella película que fue El Vicario de Olot.
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