Cuando Avón llamó a su puerta, el partido político
compró cremas y afeites para disfrazar su senectud. Dos potingues se llevaron
la palma: Primarias y Consulta a las bases. Química orgánica fetén: rosa de
mosqueta, aceite de argán, lavanda y otras virguerías por el estilo.
Alguien ideó la operación lampedusiana:
maquillar las arrugas del partido político y presentarlo como un pimpollo. Sabía
que tendría una repercusión mediática la elección del primer dirigente mediante
votación universal de la sufrida militancia. Por un lado, el primer líder
aparecería adobado de la mayor carga democrática; por otro lado, las bases descubrían
un quehacer concreto.
El resultado de este tratamiento facial ya lo
previmos en este mismo blog hace años: un híper liderazgo del primer dirigente,
que elegido de manera universal sólo respondía ante un genérico “todos y todas”,
o sea, ante nadie. La (aparente) intención democrática se transformaba, queriendo
o sin querer, en cesarismo de dieciocho quilates.
La consulta fue la segunda martingala. Que en
unos casos aparece como salida a la indecisión del grupo dirigente o como un elemento
estético. Remedo de participación.
¿Añoranza del viejo partido, que –andando el tiempo--
se hizo carcamal achacoso? No tal. Aquello
fue muriendo porque fue una biblioteca de libros intonsos. Pero tampoco este dar
gato por libre.
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