Homenaje a Elisabeth Eidenbenz
Una vez vistas las elecciones del 22 con unos pocos días de perspectiva, leídas las crónicas de urgencia, observadas las reacciones primarias de los partidos y coaliciones, valorados los resultados al detalle e intuidas las posiciones del poder económico y mediático, me sugiero a mi mismo pensar a largo plazo, puesto que a corto plazo no hay más posibilidades que la chapuza más o menos inteligente y acertada, en la que un servidor reconoce su nula competencia.
El contraste entre lo oído y visto antes del 22 y lo que se ha visto y oído después determinan que una parte, la parte del poder, de la política no se entera del malestar popular y hará todo lo posible para mantener ese malestar entre la queja abstracta y apolítica y la Champions. Como ustedes sabrán el bipartito de CIU, victorioso en las elecciones, ha manifestado por boca del President que se siente legitimado en sus políticas de recorte y de ajuste social e inversor. Cosa curiosa esas palabras, puesto que no atiendo a recordar ningún panfleto provinente de esa coalición en ningún rincón del país que ofreciera un programa basado en esas incertitudes. Yo, cartesiano desde que aprendí a leer, me pregunto cómo una opción política se siente legitimada sobre lo que no ha dicho ni pío. La deducción fácil e incluso comprensible, es que son absolutamente conscientes de que su verdadero programa no cuadra con los intereses de la mayoría social y que el esconderlo bajo términos absolutamente vagos les permitiría aplicarlo con dureza después de los dos éxitos indudables. Eso dice mucho del tipo de político que maneja la derecha, catalanista o no.
Constato que los mecanismos políticos e institucionales, así como las redes de contacto entre representantes y representados que se han utilizado hasta hoy, a partir de los acuerdos de la transición, se han roto, podrido o simplemente se han tornado obsoletos. El largo proceso de degradación democrática, institucional, representativa y de vinculación entre el mundo de la política y el ciudadano que hemos sufrido aquí (y no sólo aquí) ha dado por eclosionar en medio de una crisis económica y un enfoque de modelo económico y social alternativo que aumenta al infinito los motivos de alejamiento ciudadano de la política y de la acción pública y social. Eso no quita que un porcentaje de la población, en torno al 50%, tiene el voto decidido y aplicado. El resto bajo el eslogan de “todos son iguales” facilita a la derecha el acceso al poder, ahora casi poder absoluto, independientemente si la política que aplica les conviene o no.
Como personalmente no respondo a la llamada de la no política, ni soy de los que piensan que todos los políticos son iguales y todos los partidos hacen particularmente lo que les conviene, ni que la política sea una actividad innoble, he de reconocer que en mi descripción de la realidad hay variada complejidad de culpas, responsabilidades, errores o simplemente incapacidades y que afectan de forma desigual a unos u a otros, ciudadanos y políticos incluidos.
Si pudiéramos hacer una crítica consecuente con los errores y los pecados de cada uno, probablemente, los matices aportarían riqueza y exactitud al análisis y el espectáculo lo entenderíamos mucho mejor. Pero hoy por hoy, los media y los intereses que impulsan el alejamiento ciudadano de la política lo hacen imposible para el común de los mortales. Los que matizamos y distinguimos terminamos siendo los raros de la taberna y tenemos que refugiarnos en el rincón del billar, lejos de la cerveza y el debate.
La enorme red de entidades basadas en la solidaridad humana que actualmente poseemos no han estabilizado, como podría haber pasado, ese pacto social y democrático entre gobernantes y gobernados en torno a un modelo de sociedad libre, responsable, segura y solidaria. Las ONG’s no han sido una alternativa a los partidos o sindicatos. En todo caso se han convertido en el último refugio de la conciencia social alejada de la política, pero sin influencia real en el devenir de los gobiernos y de las opciones electorales, en definitiva de la política real y efectiva.
El último detalle, que debe aun desarrollarse y evolucionar, ha sido la eclosión repentina de la protesta masiva de jóvenes en infinidad de ciudades españolas. Ni eso ha sido capaz, de momento, de agitar la conciencia política popular.
La abstención, el voto cuasi fascista, el voto hacia los que tienen como perspectiva de reducción y laminación de las prestaciones sociales son reflejo de que la situación es casi desesperada, pues nada parece hacer despertar a los durmientes. Se da la impresión de vivir en una sociedad enajenada y sin conciencia de sus propios intereses, ni cuando la situación está al borde del abismo.
En unas semanas, dos meses a más tardar, el efecto de los recortes en el gasto público se extenderá por todas las administraciones locales y a todas las CCAA. El efecto macroeconómico será devastador en términos de incremento del paro y de las condiciones de vida de la mayoría. No veremos un reparto equitativo del coste de la crisis (hasta ahora no ha sido así y así continuará) con lo cual la inequidad se instalará como eje de la sociedad. La ocupación, el factor estratégico de cualquier economía y el eje para el bienestar social, es simplemente ignorado, como si un país pudiera permitirse echar por la borda, no una generación, sino varias, sin consecuencias y empezar de nuevo el crecimiento destruyéndolo todo previamente. Una visión social presuntamente formada por autómatas sin sentimientos, ni sensibilidades. Absolutamente irreal.
Hay que recordar ahora el caldo de cultivo del fascismo y el enorme peso de la crisis de 1929, juntamente con las consecuencias del vengativo final de la primera guerra mundial, para entender que estamos en situación de emergencia. Para los más enterados, no hace mucho se publicó que la carga que la UE, el FMI, el Banco Mundial y tutti quanti han echado sobre las espaldas de los griegos es mayor que la que tuvieron que asumir los alemanes en 1920 como reparaciones de guerra. Miren un manual de historia y verán las consecuencias. Aun hoy, la mentalidad alemana, el Banco Central Europeo como su reflejo se alimentan de esa crisis: los precios se incrementaban constantemente hasta el punto que los almacenes tudescos tenían encargados permanentes de anotar las subidas de los productos, añadiendo ceros a la derecha. La inflación y el paro (¿les suenan?) sentaron las bases de un después de holocausto. Tal vez estemos en un nuevo Versalles y Krugman sea nuestro Keynes.
Portugal, tal vez Irlanda, pueden ir por la misma senda griega, a poco que tres o cuatro se lo propongan: tener que entregar todos los activos públicos a la inversión extranjera para pagar la deuda principalmente privada y especialmente bancaria y laminar la acción social del estado, es la única opción que se propone y deprisa, deprisa. Con ello el paro se mantendrá a niveles inaguantables. Tal vez España no esté demasiado lejos de esa circunstancia, a pesar de los recortes en salarios y prestaciones que ya hemos sufrido. Las ansias de reducir el déficit público para pagar los males privados están contrayendo de nuevo la economía y así es imposible eliminar deuda o déficit. Solo el crecimiento y la ocupación podrán hacerlo. A costa, claro está, de mayor clarividencia europea y de un periodo de reforma más extenso y suave. Si el futuro debe ir por donde señala, erróneamente, la Sra. Canciller y lo importante son las vacaciones de los españoles y alguna otra zarandaja sin base estadística que la apoye, hay que concluir que la UE está realmente enferma de gravedad y sus doctores le aplican el método medieval de debilitar al enfermo con las sangrías, esperando el milagro de que a peor, mejor.
España está recuperando unas pocas décimas de crecimiento en base al sector exportador, producto del incremento de la demanda externa, Alemania, Francia, etc. (los que han cuidado con atención su ocupación, su inversión empresarial y su gasto social, estabilizadores e impulsores de crecimiento). Eso es importantísimo porque refleja la política de éxito, impulsar la demanda. En cambio, en la vertiente interna española, el espacio de decisión propia, se hace todo lo contrario, buscar un hipotético equilibrio fiscal (en base al gasto y no a los ingresos), con lo cual el mensaje para el consumidor y para el empresario internos, es ahorrar y no invertir.
En ese contexto, ¿cómo pensar en modificar los instrumentos de participación política, electoral o, incluso, sindical? ¿Qué entorno los hace posibles? Son, evidentemente, una necesidad imperiosa, pero ¿donde está la generación de personas que por capacidad y posibilidad pueden hacerlo con éxito? Haber mimbres, los hay, no hay que dudarlo. Intentos los ha habido y seguirán apareciendo, pero sin una verdadera fuerza social y política que aglutine y de sentido a todo ello nada adelantaremos. No hablo de un partido, sino más bien de una cuajada de partidos, sindicatos, movimientos ciudadanos, etc. que pueda luchar por el mercado ideológico y mediático. Ámbitos en donde se debe producir la hegemonía gramsciana del cambio reformista (él lo diría de forma más radical, claro está).
Algunas ideas inquietantes puedo aportar: la izquierda no existe, existen las izquierdas, que son afortunadamente variadas. Lo que falta es que cuaje un acuerdo básico que permita concentrar fuerzas sin debilitarse mutuamente. Si alguien piensa en una hegemonía en la izquierda está equivocado. Ha podido ser así en algún momento, pero solo aparentemente. De ahí la incapacidad de adaptación a los cambios que esa presunta hegemonía ha sufrido y la facilidad para tomar caminos extraños y erróneos. El mantenerse como Pepito Grillo tampoco lleva a ninguna parte, tanto si se está en la política, como si se está fuera señalando con el dedo. La izquierda está formada por niveles distintos, lo es el sindicalismo de clase, lo es el movimiento solidario, lo es la acción ciudadana, lo es el pensamiento crítico. Lo es la simple humanidad evolucionada.
Creo sinceramente que el futuro debe ir por ahí.
Lluis Casas harto hasta la cruz de los pantalones.