jueves, 29 de septiembre de 2016

La «guerra total» de los socialistas



Los ánimos se serenarán en el PSOE algún día, aunque no sabemos cómo ni cuándo. Ni en qué estado se encontrará el viejo partido. Ese día llegará cuando se proceda a una serena reflexión que sea capaz de aproximarse lo suficiente a los motivos que lo han llevado a ser (y hacer) lo que estamos viendo y que, por vergüenza ajena, no voy a calificar. Me atrevo a decir que dicha reflexión estará vinculada a los grandes cambios de todo tipo que, desde hace tiempo, se están desarrollando en el escenario global. Esto es, cuando tan gran cavilación deje de estar encorsetada en las estrechas paredes del campanario patrio. Lo que implica que, gane quien gane la actual contienda, que uno de los capataces en danza ha calificado de «guerra total», el PSOE seguirá siendo un partido de la izquierda antigua que ya está desubicada de las transformaciones en curso.

Lo que está pasando en el PSOE es un problema similar (similar no equivale necesariamente a igual) al que tienen las viejas izquierdas europeas. A saber, el agotamiento gradual de su proyecto fundacional y su incapacidad de renovarlo profundamente. Más todavía, a la creencia de que la renovación se refería, única y exclusivamente, a los liderazgos, al quita y pon de sus grupos dirigentes. Agravado, todo lo anterior, por la pertinaz patología de hacer política sólo en la Torre del Homenaje de las instituciones, rechazando compartir la lectura de los cambios y sus soluciones con las fuerzas, no políticas, de la sociedad organizada. Comoquiera que nunca se abordaron estos grandes problemas, las izquierdas europeas entraron en barrena. Los intentos de la tercera vía de Tony Blair por modificar las cosas no tenían como objetivo transformar las desigualdades que iban apareciendo en el panorama económico sino una acomodación a los cambios, una instalación acrítica en lo que iba apareciendo. Posteriormente ocurrió tres cuartos de lo mismo con Matteo Renzi en Italia.

No fue eso exactamente lo que ocurrió en el PSOE. Cierto, los socialistas españoles no ensayaron ninguna operación similar a la de Blair. Se limitaron a ver cómo pasaba el tiempo; ni siquiera  procedieron a darle una mano de pintura al viejo partido, a pesar de las señales que les enviaba la sociedad. Y, al igual que la ley de la monotonía matemática, los problemas de representación y representatividad se iban acumulando. En suma, el ciclo largo de la influencia socialista se fue agotando. Y en esas estuvieron cuando llegó el fenómeno del primer Podemos. Tampoco sacaron las oportunas conclusiones tras esta emergencia.

Claro que sí: ahora lo urgente es que dicho partido salga de esta guerra total. Y si es así, «guerra total», que al menos se ventile a través de normas mínimamente compartidas. Desde luego, que esto parezca un planteamiento ingenuo no impide que ello sea necesario. Pero, ¿qué menos que  pedirles a los bandos en litigio que no lleguen a la destrucción total? Como castizamente se dice: por lo menos que procuren salvar los muebles. Ahora bien, soy del parecer que si hay otra salida en falso reaparecerán otras crisis.

Punto final: entiendo que nadie se aprovechará de las astillas de ese árbol. Ni siquiera esa izquierda que eternamente está en fase de organizarse.


miércoles, 28 de septiembre de 2016

En el juicio de Bankia ...




«No existe un derecho constitucional al abuso y al despilfarro». No fue Kant quien lo dijo, al menos con estas palabras. Ha sido el fiscal Luzón en el juicio, conocido como el de las tarjetas black de Caja Madrid. Me pregunto si era necesario que un apotegma de estas características se afirmara tan solemnemente y en el marco de un juicio de tanta relevancia.  Mi respuesta es: claro que sí. Digamos con Brecht que si hay malos tiempos para la lírica, también son malos los de la ética. Por eso es necesario recalcar estas obviedades. Lógicamente, la frase del fiscal que los medios han celebrado mayormente ha sido que «todos hemos pagado el funeral de Bankia». Si algún parroquiano la hubiera dicho en el mostrador de una taberna, algún remilgado la habría calificado de panfletaria.

Sin embargo, tal como está la lírica, la primera frase adquiere una potencia mayúscula. Porque el inmenso estercolero que se ha ido acumulando desde hace años en España partía del convencimiento de una serie no pequeña de truhanes de creer –y hacer creer—que tenían derecho al abuso y al despilfarro. Por ser ellos quienes son. También porque se había ido consolidando este concepto: yo estoy de acuerdo con mi corrupción y en contra de la tuya.

En todo caso, tengo para mí que Bankia es un ejemplo curioso: los implicados eran simultáneamente corruptores y corruptos. En fin, si esto no es así ¡que venga Kant y lo vea!


Radio Parapanda.--  Borrasca, https://encampoabierto.com/2016/09/28/borrasca/ (Javier Aristu)

martes, 27 de septiembre de 2016

Contra la tortura y la impunidad



El escenario de esta exposición, de la que es comisario Javier Tébar, es la ciudad de Barcelona. Muestra la práctica de la tortura experimentada a dependencias estatales y ejercida por funcionarios del Estado durante los años sesenta y setenta del pasado siglo XX.

El franquismo siempre equiparó el orden público y la defensa del orden político-social con la represión. La violencia represiva organizada por el Estado fue un fenómeno estructural en la naturaleza de la dictadura desde sus orígenes en la Guerra Civil, que perduró durante su etapa final e incluso durante los años de la transición a la democracia en España.

La práctica de la tortura, que fue una expresión más de esa violencia, nunca fue legal; pero tampoco nunca fue tipificada como delito ni existió un contexto legal que permitiera su investigación o prevención. Su uso frecuente por parte de los funcionarios policiales, en particular de los miembros de las Brigadas Regionales de Información policiales, constituidas como la policía política del régimen, tuvo un carácter sistemático, habitual y puesto en práctica de manera impune en las detenciones de los miembros de la oposición política y sindical. Eran actuaciones inscritas en el terreno del orden gubernativo.

Uno de los pocos que publicó un artículo recordando aspectos de aquel pasado incómodo fue Manuel Vázquez Montalbán. En 1985, con motivo de la muerte de uno de los perpetradores de esas torturas, el escritor publicaría un artículo en el que reflexionaba sobre aquella desaparición de escena de protagonistas que forman parte de la historia de la infamia:


Tampoco sus víctimas hicimos nada por enfocarles con el reflector. La Reforma había absuelto a los dueños de los Creix, ¿hubiera sido justo perseguir a los criados? Martín Villa me dijo en cierta ocasión que la oposición se atrevía a pedirle las cabezas de la policía política, pero no las de militares e intelectuales cómplices de un mismo estado de cosas. Al fin y al cabo algunos militares se habían prestado a oficiantes de represiones jurídicas y un buen puñado de intelectuales, pusieron aquella barbarie en endecasílabos. Pero no utilizaron las manos para romper el alma y el cuerpo de los reconstructores de la razón: anarquistas, comunistas, socialistas, nacionalistas que conservarán mientras vivan en su memoria el recuerdo de todos los profesionales de la humillación” (Manuel Vázquez Montalbán, “Los Creix”, El País, 28-3-1985).


Los principales protagonistas del relato coral que presenta esta exposición, producida por El Born Centro de Cultura y Memoria, son aquellas mujeres y aquellos hombres que fueron objeto de una vulneración de sus derechos humanos por negarse a aceptar la condición de súbditos, porque aspiraron a los derechos de ciudadanía y las libertades democráticas y lucharon para conseguirlos. Su mensaje es nítido y es el momento de atenderlos, de creerles, porque lo que fundamentalmente piden la mayor parte de estas personas que fueron víctimas de la violencia institucional franquista es que no se les niegue que "esto les pasó".

lunes, 26 de septiembre de 2016

La vara de medir y el desorden interno



-- Se lo voy a probar a usté ahora mismito, y si no, fíjese usté: Una parroquiana, ¿qué es sino un bicho? Y la labia, ¿qué es sino un capote? ¿Y qué si no un estoque la vara de medir? -Sí, pudiera ser.
-- Embustero, no me has dicho, que la cabra estaba harta y ha vuelto en ayunas. -Cogió encolerizado la vara de medir, y le echó de la casa dándole de palos.
(Hermanos Grimm)

Las varas de medir en política suelen ser bastante sorprendentes. Depende de quién use el significante su significado se orienta en una u otra dirección. A Pedro Sánchez se le machaca con  la versatilidad del uso de ese chisme antiguo que es la vara de medir. Y ya, a estas alturas, nada tiene de chocante que un cualificado grupo de sus compañeros (y, sin embargo, enemigos) la vara sea más chata o más larga, según las circunstancias y las conveniencias. La cosa arrancó en el impreciso momento del «alea jacta est» que, en algún lugar todavía no fijado con precisión, gritó en re sostenido el primer dirigente formal del PSOE. La respuesta de la fracción Viejas Glorias se encarnó doblemente en la vara: en la de apalear y en la de medir.

Veamos, la vara de medir que usan los Viejas Glorias ante unas elecciones autonómicas en las que han salido malparados es de Pedro Sánchez y sus mesnaderos. Ahora bien, cuando los resultados en esos ámbitos han salido bien o, por lo menos, regular la vara de medir cambia de carácter; entonces  la responsabilidad de la victoria –o lo que se entiende como tal--  recae en el señor de ese merinazgo, comúnmente llamado barón o baronesa, si es el caso. Es decir, se ha pasado de lo que antiguamente se llamaba «lógica de partido» a «lógica de fracción». Que ni la una ni la otra tengan relación con la disciplina que pergeñó Aristóteles es cosa sabida.

Pronto veremos la puesta en escena de una ruidosa lógica de fracción, hasta ahora lo que prima son pespuntes contra Sánchez, y de la cantidad de ellos saldrá la ´cualidad´ de la, en ciernes, lógica de fracción.  Tras las elecciones gallegas y vascas de ayer el PSOE entra en la lógica de la fracción, en un proceso de desorden interno como no se recuerda en la historia reciente de ese partido. Que se verá desgraciadamente favorecido por la convocatoria aturrullada de primarias y congreso extraordinario. Y es que el primer plano (la investidura o, en su caso, la convocatoria de nuevas elecciones) ha sido desplazado por esta gigantesca reyerta. No hace falta ser muy lince para intuir que Rajoy y los suyos saldrán, como dice Rodríguez de Lecea, «reforzados por defecto» en su crónica de hoy.


domingo, 25 de septiembre de 2016

¿En el PSOE: o caja o faja?



Las cosas se están poniendo al rojo vivo en el PSOE. De hecho, cada día que pasa es un escalón más hacia una bronca descomunal. Y cada micrófono que se acerca la boca de los contendientes sirve para enviar cargas de alto voltaje. Las aguas andan tan revueltas que, a estas alturas, no parece viable ningún intento de salida intermedia. Así están las cosas: o la caja de Pedro Sánchez y sus allegados o la faja de las behetrías periféricas.  Es decir, o caja o faja.

Me dicen algunos conocidos que asistieron al mitin de los socialistas, ayer en Barcelona, que uno de los momentos de mayor tensión eléctrica fue cuando Miquel Iceta soltó este do de pecho:  "Pedro, ¡Mantente firme! ¡Líbranos de Rajoy y del PP! ¡Por dios!".  Lo que tiene toda la pinta de ser un grito de tragedia griega –de Sófocles, por ejemplo--  y supone un órdago a la grande. (El coro sofocleo corroboró las palabras del orador). No tardará mucho en que algún señor de los merinazgos socialistas responda con igual o mayor diapasón.

Nadie sabe cómo acabará este zafarrancho.  Abro paréntesis: un dato, sin embargo, parece que está preocupando a la coalición Viejas Glorias: la ratificación ayer, por parte de la militancia del Labour, de Jeremy Corbyn con un consenso superior al del año pasado. De otra parte, los de Sánchez saben perfectamente que la sombra de las glorias de ayer es oblicuamente alargada. Cierro paréntesis.

Decía que nadie sabe cómo terminará este zafarrancho. Pero es dudoso que acabe con una síntesis. Las posibilidades son: o acaba con una salida en falso o con la victoria, aunque sea temporal, de uno u otro contendiente. En realidad da la impresión que, en la batalla interna, la política de alianzas de Sánchez para formar gobierno es un pretexto. Lo que parece que importa es si va a continuar al frente de su partido o el bastón de mando pasa a alguien bienquisto por las viejas glorias.

De donde estimo conveniente proponer esta cavilación: Podemos no puede hacer abstracción de este problemón que tiene el PSOE. Tampoco tener una actitud de vuelo gallináceo, es decir: que el PSOE se vaya al garete, pensando que puede sacar tajada. No es, a mi entender, una cuestión de generosidad sino eminentemente política. Un PSOE dividido dramáticamente y auto derrotado dejaría la izquierda hecha cisco.


Faltan pocas horas para saber el resultado de las elecciones gallegas y vascas. Ya veremos qué novedades aportan al escenario general y a estas greñas internas.   

AYUDA A LA LECTURA Y AL PLANO POLÍTICO



Lluís Casas


Por fin ha vuelto Bernie Günther. El policía que nos ha cautivado batallando por su supervivencia en medio de la Alemania nazi. Parecía que Philip Kerr, el celebrado autor de la serie, había abandonado al personaje y tomado nuevos rumbos en el mundo el futbol, pero afortunadamente y según confesión propia, su editor le recomendó la vuelta al éxito. Y ahí tenemos pues “La dama de Zagreb” para deleite de los que disfrutamos con el roce del infierno.
De nuevo Bernie (ya nos tuteamos) nos lleva de aquí para allá en una Europa en la que el superviviente además de valiente, debe ser un descreído. Kerr le ofrece a Bernie algunos encantos, una belleza femenina, otra belleza automovilística (un Mercedes 190) y un paisaje pretendidamente absurdo para el asesinato y la crueldad: Suiza. Todo lo demás lo deberían descubrir leyendo.

El ambiente de ambición desmedida que reflejan las novelas de Kerr no nos es ahora mismo tan ajeno en el mundo de la política. Obviamente, el asesinato no consta de momento como medio aconsejado para ascender (a donde fuere que se ascienda), pero no debemos olvidar que ese logro civilizatorio no pueda caer en desuso. En cambio, el otorgamiento de galones sin pasar por más filtro que la recomendación debida es algo que está teniendo cada día más partidarios. Partidarios de los que no consta curriculum destacable (por no decir ninguno) o que simplemente han tenido la habilidad de ser reproducidos por los medios a propósito de sus mismas palabras.

Por ello voy a completar el artículo aquí expuesto sobre una crisis sobrevenida en malos momentos que mi querido Boss del blog expuso respecto a la crisis artificial en el grupo parlamentario de “Catalunya sí que es Pot” en Podemos Cataluña y sus patologías. Y como en mi entorno discurre alguna  información fidedigna, la pongo a disposición del personal, como herramienta útil para la evaluación.

Al citado grupo parlamentario le faltan, por elección propia, miembros de En Comú (en caso de que haya alguno disponible a estas horas), por lo que a la vista de la evolución y éxito de la coalición ganadora por dos veces en Catalunya (En Comú Podem), se crea un problema de gestión y uno mucho peor de expectativas de futuro.

El primero no tendría que ser difícil de resolver aplicando simples reglas racionales: parece ser que estamos de acuerdo en casi todo, sigamos así y no lo estropeemos. Y en todo caso extendamos la coordinación parlamentaria en Catalunya a los que faltan aquí y que ya están en el congreso en Madrid juntos.

El segundo ya es otro cantar. A la vista de las buenas expectativas que tiene la coalición, la nueva política tiene ansias de comerse el pastel ella sola, en la creencia que el lideraje mediático lo es todo en este mundo. Ahí, el ego mayúsculo que algunos tienen por cerebro puede hacer mucho daño.

Parece ser que en una operación cruzada entre la Casa Gran (Ayuntamiento de Barcelona) y dos miembros privilegiados del grupo parlamentario con mando en plaza en dos de las organizaciones integradas en el grupo se han realizado ciertos repartos de poder futuro. Está la cuestión de quitar de en medio a un portavoz, excesivamente conocido y valorado para facilitar vacantes inmediatas y futuras. Incluso un presidente de grupo de gran honestidad y casualmente independiente es zarandeado sin necesidad. Algo de esto se decía en ¿A quién le importa el debate Iglesias – Errejón?



Los argumentos publicitados para justificar la crisis son de ensueño: la necesidad de repartir relevancia mediática, el hecho de que hay secretario de Podemos en Catalunya y antes no  lo había y otras cuestiones de una (aparente) mayor importancia. Los hacedores de la crisis se cuentan entre los parlamentarios menos dados a cumplir con las exigencias del cargo, ocupados como están en ardides de gran calado personal. Ahí no hay política verdadera, objetivos de la realidad ciudadana o ampliación de la influencia gramsciana. Echen cuentas de las convocatorias de la Diada y de las asistencias y verán que el asunto es todo menos parlamentario.

Gracias a Maquiavelo ya sabemos desde el siglo XV que el Príncipe (o la Princesa) tienen carta blanca en sus acciones desde el punto de vista de la moralidad mínima. Lo importante son los objetivos de Estado. Por ello no es demasiado sorprendente lo que ocurre estos días en el Parlament: unos parlamentarios siegan la hierba en la perspectiva de que otros caigan del rocín y lo dejen disponible, al margen de la política que cuenta en la calle.

En el Parlament, como en casi todas las instancias políticas o administrativas de relieve, hay dos actitudes extremas: la primera corresponde al parlamentario que trabaja, propone, negocia, entrevista a colectivos, refleja las inquietudes y los problemas de la calle, es decir, se gana el sueldo con lo que le corresponde. En el otro extremo está quien considera o que es un mero figurante de alto costo o que su trabajo se limita a hablar y conseguir fotografías en los medios. Diríamos que es el diputado selfie.

Pues bien, estas dos o tres actitudes parlamentarias están en el bollo, a la espera, si la razón no aflora, para que alguno termine el hoyo. Las víctimas, si las hubiera, no serían los del curriculum breve, sino más bien aquellos que lo tienen repleto y completo. Si la actividad parlamentaria fuera valorable objetivamente, con la simple lectura de los actos parlamentarios que suponen algún esfuerzo, estaríamos al cabo de la calle al ver la lista de acciones de cada uno. No hablo ya de la ficha de asistencia, más clara aún.

No se despisten, porque puede haber derivadas de gran interés en los próximos días. Nosotros o el de Parapanda se lo contaremos.

Lluís Casas desde el Sahara.


viernes, 23 de septiembre de 2016

¿A quién le importa el debate Iglesias – Errejón?




«¿A quién le importa lo que yo haga? / ¿A quien le importa lo que yo diga? / Yo soy asi, why asi seguiré, nunca cambiaré», se preguntaba una joven Alaska hace ya algunos años.  Comoquiera que nadie respondió a la inquietud existencialista de la cantante, podemos colegir que no había interés en las preguntas y que, por tanto, no merecían respuesta. No parece ser este el caso del intercambio ciber epistolar de los más conspicuos dirigentes de Podemos, Pablo Iglesias el Joven e Íñigo Errejón. Según los medios escritos, radiofónicos, televisivos y otros de tosca lencería, dicho intercambio se publicita como conflicto interno; en cambio los protagonistas y sus allegados lo definen como debate en abierto. Ahora bien, como siempre pasa en estos casos, el hecho que merece más atractivo –morboso o no--  es o bien que se pelean o bien que debaten. Sin embargo, nadie entra en los contenidos de lo que dicen uno y otro. Es decir, el carácter orgánico de la polémica o de la ciber conversación es lo de menos. Así, pues, recuperando a la inefable Alaska, ¿a quién le importa lo que se dice?.

Realmente lo que dicen Pablo e Íñigo se puede reducir, sin temor a esquematismos, a: ¿se debe ir a degüello o con algo tan incorpóreo como el «tono»? Naturalmente, el esquematismo lo pone el medio, twitter que no contempla más que un reducido número de caracteres. Pero uno y otro han escogido deliberadamente dicho medio. De manera que podríamos llegar a esta conclusión: aquí no hay, al menos de momento, ningún debate sino el escarceo de marcar el territorio.  Y puede que vaya dirigido a los hinchas de sofá de cada cual. O a la militancia selfi.

En todo caso, se nos escapa la relación entre el ir a degüello de uno y el tono seductor del otro con las patologías que tiene la sociedad. Ni siquiera, en nuestra opinión, adquiere el carácter de una relación abstracta. Son, de momento, exhibicionismos estéticos de quienes parece que todavía no han digerido lo alcanzado hasta ahora, ni las potencialidades de la nueva fuerza política que representan.

En tiempos de normalidad se podría decir que estos comportamientos son fruto de la breve biografía política de Pablo e Íñigo. Pero yo presumo que este no es el caso: cierto, todavía llevan biográficamente poco tiempo, pero estos tres últimos años han transcurrido a una velocidad de vértigo. Tanto tiempo que incluso da la sensación de que se está agotando el poder enriquecedor de los primeros debates fundacionales de Podemos. Con lo que la amenaza de la banalización podría estar cantada. Tengo para mí que, si no se remonta ese proceso de banalización, podría llegar el momento de no saber qué decirse el uno al otro. Y ambos al conjunto de la sociedad. O de tirarse los trastos a la cabeza sin ningún tipo de argumento relacionado con el origen de la polémica.

Por lo demás, si Pablo e Íñigo están a la greña, ¿por qué iban a ser menos los de la confluencia catalana? Si las muchachadas madrileñas están dándose de palos, precisamente en esta coyuntura, ¿a santo de qué sus confluyentes amistades catalanas se iban a quedar quietos? Aquí, en tierras carolingias, se sigue la senda de la bronca madrileña, y –como decíamos el otro día— aquí tampoco hay debate, sino un altercado soterrado que se ha hecho visible. Voces amigas me informan que la exigencia vaporosa de Podemos Cataluña de pedir  «visibilidad», reclamada por Dante Fachín y una fámula de Lady Macbeth, se ha convertido ya en algo físico: que Joan Coscubiela ceda la portavocía de la Comisión de Economía y Presupuestos a la fámula mencionada. En caso contrario, se amenaza –posiblemente de manera ful—con romper la coalición. Digamos, pues, con Alaska que «¿A quién le importa lo que yo haga? / ¿A quien le importa lo que yo diga? / Yo soy asi, why asi seguiré, nunca cambiaré». Dejamos al inquieto lector que piense qué relevancia tiene para los intereses del público en general estos grotescos chicoleos.

Decimos grotesco porque, además, este encanallamiento se distingue por la ausencia, también en el caso catalán, de ausencia de proyecto de Fachín y de torpedeamiento de aquellos que, por lo menos, insinúan algunos retales de quehacer político.  Por eso, me permito evocar un sucedido, tal vez el más surrealista de mi vida militante. Pongan oído.

En una reunión del Comité central del PSUC, en puertas de que se partiera por la mitad, un dirigente histórico del partido, con todas las toneladas de la clandestinidad en sus espaldas, afeó la conducta de otro dirigente de su quinta y con los mismos trajines de conspiración, con este inaudita respuesta: «¿Qué me vas a enseñar tú, que en plena clandestinidad fumabas marlboro?». No importa los nombres de estos dos personajes, lo que interesa es el hecho en sí mismo. De donde podemos inferir –siempre aproximadamente--  que un partido puede romperse, o desaparecer después de la escena, cuando no se sabe qué decir a la sociedad. Vale. Dejemos las lagrimicas y asomémonos  al balcón del Ayuntamiento de Barcelona. Mi amigo Javier Pérez Andújar tiene la palabra:  http://www.elperiodico.com/es/noticias/barcelona/texto-integro-del-pregon-javier-perez-andujar-5402985.




miércoles, 21 de septiembre de 2016

A propósito de Paula Bach, los robots y China



Javier Velasco
Doctor en Ciencias Económicas


Paula Bach es una economista argentina que tiene la ambición marxista de analizar y comprender el mundo que le ha tocado vivir. Sus análisis son ambiciosos y es capaz de relacionar factores que otros no ven. Este artículo responde a la atrevida orden de José Luis López Bulla para que escribiese algo sobre la relación inesperada de la robótica con las aspiraciones bélicas de China, que la Bach intuye en un trabajo de la revista Izquierda Diario. Yo, encantado. El esfuerzo ha sido grande porque Paula Bosch no se deja capturar fácilmente. En sus escritos se amontonan ideas con una estructura expresionista, como los cuadros de Carlos Saura: con un orden desordenado. Por eso no voy a hacer referencias constantes a su labor.

La reflexión de Paula Bach tiene su causa en la sorprendente y, quizá, hipócrita,  declaración del G-20 en Hagzhou de este año 2016. Bach ha respondido un con artículo que ha, provocativamente, titulado “Robótica, productividad y geopolítica”. Es la respuesta a la "cumbre de los grandes", que son un espejo de los dislates que el neoliberalismo ha causado, y que difícilmente podrán llevarse a cabo dentro de un sistema agotado. Sin embargo, son interesantes. Se puede leer la petición de subida de salarios e inversión pública; un nuevo programa de políticas estructurales para hacer frente a las desigualdades; acción respecto al empleo juvenil, la integración de migrantes y las brechas de género; acción decisiva para cumplir la ambición respecto al clima y lograr un cambio tecnológico socialmente aceptable; establecimiento de un sistema internacional de comercio e inversiones responsable. Cualquiera de nosotros puede firmar estas propuestas. Sin embargo, las políticas siguen siendo exclusivamente de ajuste y es que no es tan fácil realizar estas ideas dentro de una exclusiva razón de mercado. La Bach responde, en parte, a este ejercicio de cinismo. He intentado inspirarme, e interpretar, a partir de  varios artículos publicados en Paula Bach publicaciones.

La síntesis constará de tres partes, las que me han parecido más sobresalientes en los diferentes escritos de Bach. En primer lugar, analizaré lo que es un punto fundamental en el presente económico: el descenso del crecimiento y la dificultad de llevarlo a los niveles del periodo 45-65. El crecimiento no se recuperará y eso ha provocado múltiples respuestas para salvar el modelo político, con consecuencias letales para los trabajadores de los países centrales. Se ha llamado a este fenómeno “estancamiento secular”, a ello dedica Bach múltiples comentarios.

Una segunda parte la dedicaré a describir las diversas posturas que se han producido por el fallecimiento del crecimiento; unas voluntariamente realizadas y otras automáticas e improvisadas. Esas respuestas, aunque a corto plazo palien las consecuencias de la crisis, suponen un agravamiento de la propia crisis, con consecuencias sociales y políticas graves.

Por último, veremos que en un mundo intensamente interrelacionado, la respuesta especifica de búsqueda de incremento de la productividad  por la robotización ligada a la debilidad creciente del modelo chino, está alentando posiciones ofensivas en China, en su búsqueda de fuentes de acumulación y de inversión.

Hay una conciencia generalizada de que la crisis económicaestá causada por un atasco permanente en el crecimiento económico,  lo que se ha venido a llamar un “estancamiento secular”.  Alrededor de la explicación causal de este fenómeno se está produciendo una lucha ideológica no sin consecuencias. Pero, para llegar a explicar a que se llama estancamiento vamos a hacer historia.

El mundo, como lo conocemos, ha padecido tres grandes crisis: en 1873, en 1929 y, la actual, en 1970. Esta última dura ya  más de 40 años y no tiene perspectiva de resolverse. En ese periodo ha habido algunos acontecimientos que han hecho creer en unarecuperación (boom del sector de telecomunicaciones, inmobiliarias), pero no han tenido continuidad. Vayamos, pues, a 1970 para saber cómo se han sucedido los acontecimientos. Y veamos las posiciones sobre las causas del estancamiento secular.

El crecimiento ya no es lo que era: el estancamiento secular.

El modelo de acumulación en que se basó el sistema capitalista de posguerra se estaba agotando  a finales de los sesenta en los EEUU, aunque en otros países se andará con retraso, como es el caso de España.  Esto quiere decir que se empezaron a vender menos productos y servicios y que se gastó menos en inversión, tanto pública como privada. La lógica consecuencia es que las empresas empezaron a tener menos ganancias o llegaron a tener pérdidas. Lo que sucedió lo describe, de manera excelente, Gordon en su trabajo sobre la caídaeconómica de Estados Unidos. Gordon nos dice, en un trabajo exhaustivo, que el racimo de tecnologías que se implantaron a partir de lo años 20 y a partir de la segunda guerra mundial cambiaron la geografía, la civilización material e incorporaron a las masas a un consumo confortable, más allá de la supervivencia proletaria. La demanda agregada (el consumo más la inversión) aumentó constantemente estimulada por la construcción de carreteras, viviendas, utensilios, infraestructuras y por la descomunal emigración del campo a la ciudad. Cuando todo este proceso se empezó a culminar es cuando descendieron las ventas, las inversiones y, en consecuencia, las ganancias. Gordon no puede imaginar que las tecnologías actuales tengan un impacto tan arrollador como las que configuraron el mundo actual, de ahí la crisis de crecimiento. A partir de los 70 empiezan las respuestas del sistema ante el comienzo de un periodo, que sigue hasta nuestros días, de estancamiento secular, de descenso del crecimiento económico y de la tasa de ganancia. Para Gordon, el crecimiento económico ya no será permanente y alto, sino débil y errante. Eso supondrá significativas convulsiones políticas.

Para Summers el estancamiento secular se debe a la incapacidad del mundo industrial para crecer a tasas satisfactorias incluso con políticas monetarias laxas (tipos de interés bajos, suficiente dinero disponible para invertir). Para este economista, cinco son las causas principales de que esto suceda. La primera se basa en la idea de que el envejecimiento de la población y el crecimiento lento en el número de personas en edad de trabajar implica una menor demanda y una menor inversión.

La segunda causa para Summers es el descenso de la productividad, que ha pasado del 4% en la época de crecimiento fuerte al 2,5% a partir de 1970. Hablaremos de esta tautologíamás adelante.

La tercera causa seria la inversión menguante. La falta de oportunidades de obtención de beneficios (acumulación) restringe la inversión y la reinversión; los beneficios que se obtienen no se utilizan para la compra de nuevo capital que amplíe la producción, al menos en su totalidad, y las empresas se encuentran con un dinero abundante, lo que se llama ahorro. Es un fenómeno singular, vinculado a la falta de crecimiento, el que las empresas sean las principales fuentes de financiación (lo de Zara y sus especulaciones inmobiliarias son un testimonio de lo que está pasando).

La cuarta causa es la desigualdad creciente en la distribución de la renta.  Summers explica que la desigualdad de la distribución de la renta es un factor explicativo del estancamiento de la demanda agregada (del consumo y de la inversión): los hogares no gastan y las empresas no invierten. Por otra parte, la escasa propensión a consumir de los ricos (la propensión al consumo es el porcentaje de consumo sobre el total de la renta que se ingresa) significa que esas capas ahorran mucho; ese exceso de ahorro las empresas no lo pueden utilizar porque, como se dijo, no hay oportunidades de inversión. En suma, toda esa montaña de dinero formada por los beneficios de las empresas y el ahorro de la clase más rica (la liquidez), viaja por el mundo prestando para incitar al consumo e invirtiendo en inmobiliarias y acciones de bolsa, eso provoca crisis financieras espectaculares.

La quinta causa es, ironías de la vida, la ausencia de grandes guerras. Una de las teorías más generalizadas sobre el crecimiento económico es que las dos grandes guerras, sobre todo la segunda, supusieron una destrucción tan importante que permitió relanzar la economía a niveles insospechados, sobre todo porque supuso una oportunidad de aplicar las nuevas herramientas tecnológicas desde cero. La imposibilidad de una guerra de la categoría de las anteriores  hace que esta vía sea imposible. Afortunadamente.

Summers, al igual que otros economistas cae en un error interesado. Si se centra  en los efectos en lugar de las causas  consigue dos cosas: no salirse de la lógica de acumulación del sistema de mercado (no funciona algo y no que no funciona el todo). Las cinco causas son una consecuencia lógica del descenso de crecimiento. El envejecimiento de la población es el único que puede tener una causa independiente, pero es obvio que los factores que llevan a ello son la imposibilidad de una adecuada tasa de natalidad compatible con el descenso de la producción. Producción que al bajar lleva, inexorablemente,  a un descenso de la productividad porque se produce; proporcionalmente menos con una población que desciende menos que dicha producción. El descenso de la productividad es un resultado aritmético motivado por la imposibilidad de crecer que tiene el sistema de consumo de masas. Es evidente que si se produce menos y, en consecuencia, se tiene menos productividad porque la población ya no compra ni invierte, pues la inversión empresarial decae y eso provoca nuevo debilitamiento de crecimiento. Un galimatías.

Merece especial atención la desigualdad. La desigualdad no ha caído del cielo: es una consecuencia del descenso del crecimiento y de los consiguientes beneficios empresariales.  El descenso de la tasa de ganancia, vamos.

En efecto,  las respuestas fulgurantes de las empresas ante el descenso de su tasa de beneficios y de oportunidad de reinvertir han tenido como objetivo la recuperación de dicha tasa. Una ha sido la inversión en los países emergentes y la deslocalización y la otra la innovación tecnológica en sus empresas.

Las respuestas ante el descenso del crecimiento: Nixon y Mao en 1972 y otras cosas.

Los Estados Unidos siempre han tenido dispositivos de análisis y pensamiento estratégico y, ante la debilidad económica de los 60,  dieron en 1972 un paso enormemente audaz: cambiar la idea de aislamiento de China por la de colaboración.  Magistral. Nixon se reunió con Mao y desbloqueó las relaciones EEU-China para poder lanzar un proyecto de crecimiento a largo plazo. Carter cerró el ciclo con la apertura de relaciones en 1978: se estaba dado el gigantesco paso hacia la globalización. A partir de ahí se demoró la depresión y empezaron a estallar los micro conflictos sociales y políticos que llegan hasta nuestros días.

Pero esta medida estaba fuertemente unida a un racimo de otras iniciativas. En primer lugar, los EEUU rompieron la disciplina monetaria, que les unía a los otros países capitalistas a partir del acuerdo de Bretton Woods, que fijaba el valor de todas las monedas al dólar y este al precio del oro. Esta ruptura iba a permitir que el gobierno norteamericano pudiese fabricar billetes en cantidades inimaginable, que buscaban un reverdecimiento económico unilateral. En teoría esto supondría la posibilidad de incrementar el gasto público y alentar el consumo y la inversión y, en consecuencia, conseguir más crecimiento económico. Pieza importante en esta estrategia la  jugaba China. Grandes inversiones de los países capitalistas se dirigieron hacia allí para realizar su capital excedente y recuperar sus tasas de beneficios. El gobierno chino de Deng Xiao Ping ofreció  la vía de una economía de mercado “no capitalista” cuya principal fuente de impulsión era el trabajo barato y superexplotado. A cambio se instituyo un control estricto para que China pudiese participar de esas inmensas plusvalías.

El caso fue que, buscado o no, se creó un maridaje estrecho entre China y EEUU que funciono de manera excelente pero con oscuros resultados para el futuro. El plan de globalización supuso que, efectivamente, el consumo de la población norteamericana subiera espectacularmente por el aumento de dinero puesto a disposición de los bancos por el gobierno de los EEUU, que imprimía sin cesar billete tras billete. Pero el aumento de la demanda no producía un proporcional aumento de la inversión en los EEUU y, lógicamente, no creaba empleo suficiente. ¿Por qué? Porque, por falta de perspectivas de ganancia en los EEUU,  gran parte se deslocalizaba en China y en los nuevos países emergentes. ¿Cómo pagaban los consumidores norteamericanos sus compras? Pues con créditos de todas las características, que el sistema bancario le ofrecía sin ningún freno de responsabilidad y animado por el mar de dinero que surgía de la Administración.

Al otro lado del Pacifico, China se beneficiaba enormemente de su alianza y obtenía descomunales beneficios que, a falta de una demanda interna solvente por los bajos salarios, colocaba en deuda norteamericana que, a su vez, financiaba gasto público que, en círculo virtuoso, provocaba más demanda y así hasta que las deudas impidieron seguir. Sin embargo, esta operación provocó un mar de  plusvalías y de dinero, una montaña de liquidez en busca de inversiones rentables que no existían. Entonces se dedicaron a especular y provocaron la crisis financiera.

El final de esta historia empieza cuando China se agota como recurso para los países centrales del mundo desarrollado y empieza a entrar en crisis. A partir de ese momento un país no democrático, con sus elites en peligro, empieza a ser preocupante y peligrosa.

A todo esto, un pequeño virus andaba enredando en esta batalla por mantener el sistema y sus jerarquías: la tecnología. Y es que ya desde 1961 existía el potencial para abordar una enorme transformación de los procesos de producción, distribución y comercialización, pero solo a partir de los 70 se puso en marcha la aplicación de conocimientos a los modelos de empresa. Pero no debemos engañarnos, la puesta en marcha de este gigantesco proceso de innovación no fue la imaginación creadora del ser humano, si no la recuperación de la tasa de ganancia empresarial. Por eso las tecnologías nuevas tuvieron su objetivo en los procesos  de producción y venta de productos y servicios y no en quimeras útiles, como fue el caso de la tecnología de la II Revolución Industrial. Esto va a tener graves consecuencias para los trabajadores pero, también, para el propio sistema, llevando al capitalismo a los límites finales de su adaptabilidad.

El salto mortal de esta historia se produce cuando las Tecnologías de la Información, cada vez más sutiles y poderosas, se aplican a las máquinas y, entonces, nace algo que, utilizado para la ganancia, va a situar a la sociedad al borde de la descomposición: el robot.

La robotización: ¿El principio del fin? ¿Y China?

Por robots se puede entender a máquinas que pueden reemplazar el trabajo humano a través del uso de programas de ordenador, que dirigen el movimiento de piezas para realizar tareas que empezaron a ser simples pero que cada vez son más complejas. Internet ofrece la posibilidad  de conectar las máquinas entre sí y con redes comunes, con lo que se pueden controlar y operar desde puntos remotos obteniendo los niveles de producción deseados

Todo aumento en la producción por encima del aumento de los que trabajan es aumento de la productividad. Pero esa productividad solo permanecerá y aumentará si lo que se puede producir se puede comprar. Esa es la paradoja de la productividad que hace improbable la continuidad del capitalismo como lo conocemos. O se cambia la lógica global o nos hunde. Los robots han sido concebidos, en su mayoría,  para disminuir costes laborales y ello debilita la demanda impulsora del crecimiento, cuando, como dice Paula Bach, deberíamos hacernos preguntas como: ¿Será capaz la humanidad de poner a su servicio un producto tal de la inteligencia colectiva?

Hasta ahora, el instinto de supervivencia más básico del capitalismo es el consistente en impulsar el cambio tecnológico. Se ha transformado la agricultura, la salud, el transporte y todos los ámbitos de la actividad vital y nos encontramos que incluso los avances más positivos están viciados debido a que la mayoría de las tecnologías no son compatibles en la forma actual con la acumulación de capital que necesita el sistema para poder seguir funcionando, sin hablar del medio ambiente. Solo es capaz de adaptarse creando un mundo desigual con una minoría de trabajos con ingresos desproporcionados a su aportación profesional y una inmensa mayoría de bullshits Jobs (trabajos de mierda).

China se ha beneficiado enormemente de los cambios de emplazamiento de los capitales que no se podían colocar en el mundo desarrollado. Ahora, agotado el modelo de exportación hacia esos países y busca competir por los espacios mundiales de acumulación. Para ello, según su criterio,  tiene que tecnificarse y la sociedad robotizada juega un papel esencial.

La necesidad de abandonar un sistema trabajo-intensivo incrementando la tecnificación tiene dos causas elementales en China. La primera es que, como se decía más arriba, se ha llegado al límite del modelo exportador de productos de bajo valor añadido. En segundo lugar, se va perdiendo la ventaja comparativa salarial por la reorganización y abaratamiento del coste salarial en los países desarrollados.

Ante esta situación, empieza a producirse un giro ofensivo en China con dos ejes estratégicos básicos: la primera es la captación de nuevos mercados para la producción, la venta de mercancía y la adquisición de tecnología; la segunda se refiere a  la creación de una base nacional de consumo lo suficientemente amplia y profunda, con salarios altos, que creen una robusta demanda interna, condición indispensable para ser una potencia mundial. Para la estrategia China, la robotización de su espacio interno es una condición sin la cual es imposible conseguir ese objetivo.

El Partido Comunista Chino, en su tercer pleno del año 2013, elaboró un documento de directivas a 20 años donde se daban los primeros pasos para delimitar el papel del Estado, del mercado y la sociedad, que de ningún modo es despreciable, y está concebido dentro de esa perspectiva de construcción de un país fuerte. A título de ejemplo, se contempla un fortalecimiento de los sindicatos y la negociación, así como una mejor Seguridad Social. Lo interesante es que, como el problema del cambio climático está en la conciencia del equipo dirigente, no solo como riesgo sino como oportunidad de negocio, nos podemos encontrar con que China, al tener institucionalmente, herramientas de planificación a largo plazo, se puede convertir, con ayuda de tecnificación, en un líder mundial del cambio económico. Los países desarrollados tienen élites comprometidas con el paradigma neoliberal que castra las imprescindibles reformas que exige ese cambio climático.

A modo de conclusión: ¿Hay futuro?

Algunas ideas se pueden espigar de este recorrido lleno de dificultades al que nos ha llevado una Gran Recesión que dura 40 años, con altibajos especulativos que supusieron solo espejismos.

No parece plausible un crecimiento permanente, como el que se produjo en los países centrales en el periodo 1945-65. Y el Capitalismo sin crecimiento permanente no puede sobrevivir. La Sociedad de Consumo de Masas, tan ligada al crecimiento permanente, tampoco.

Cualquier intento de reactivación a partir de la ortodoxia económica agudizara los problemas a medio plazo. Entre ellas se encuentran, desgraciadamente las políticas keynesianas antiausteridad. En consecuencia, la izquierda debe buscar otros modelos que,indispensablemente, obligan a un cambio profundo en la sociedad de consumo y en sus instituciones. Una nueva forma de vida.
La irrupción de los robots y sus posibilidades es una, quizás, la única  que tiene el género humano de hacer frente al fin de su civilización al que nos conduce los efectos del actual modelo económico, social y cultural. Hace falta energía y lucidez para el camino que se está viviendo, en el que China es una posibilidad. No debemos ser  pesimistas, al menos por instinto.


martes, 20 de septiembre de 2016

¿El Tribunal de Justicia de la Unión Europea abre las puertas al contrato único?




Miquel Á. Falguera i Baró (Magistrado del Tribunal Superior de Justicia de Catalunya)

1.  El pasado 14 de septiembre el TJUE dictó tres sentencias relativas a la aplicación del Acuerdo Marco europeo sobre contratación temporal  por el Estado español. Sólo una de ellas tuvo un cierto impacto mediático en forma inmediata: la recaída en el asunto Pérez López, relativa al uso abusivo por los servicios públicos de salud madrileños respecto al personal sanitario de contratos temporales. Sin embargo, era ésa la menos importante de la tríada.  Mayor interés tenía la sentencia dictada en el asunto Martínez Andrés: aunque el supuesto de hecho era prácticamente idéntico al anterior, la resolución contenía alguna reflexión adicional respecto a la necesidad o no de segundos pronunciamientos judiciales.

Era el tercer pronunciamiento dictado ese día el más trascendente.  Sin embargo,  sólo ha saltado a los medios de información cinco días después (algún día habrá que reflexionar sobre la información periodística en cuestiones de Derecho), aunque ya se había destacado su importancia por algunos blogs jurídicos, como el de Ignasi Beltran de Heredia. Se trata de la sentencia dictada en el asunto de Diego Porras (accesible en: http://curia.europa.eu/juris/document/document.jsf?text=&docid=183301&pageIndex=0&doclang=ES&mode=lst&dir=&occ=first&part=1&cid=201913). Anótense ese nombre: mucho me temo que lo van a oír con reiteración en los próximos meses.

Los hechos que dan lugar a dicha sentencia son los siguientes: la señora de Diego Porras trabajaba para el Ministerio de Defensa desde el 2003, a través de varios contratos de interinidad. El último de ellos databa de 2005, para sustituir a un empleado que tenía la condición de liberado sindical. Más de siete años después, a raíz de las medidas adoptadas por el Gobierno del PP recortando el número de sindicalistas liberados, el sustituido se reintegra en su puesto de trabajo y la señora de Diego ve extinguido su contrato, interponiendo una demanda por despido. El juzgado de lo social desestima la demanda al considerar que, pese al largo tiempo transcurrido desde el inicio del contrato, no existía fraude de ley y la extinción era plenamente causal. Esa declaración conllevaba que no existiera indemnización de tipo alguno: no concurría la misma al no existir despido y tampoco era aplicable la compensación de –actualmente- doce días por año por fin de contratos temporales del art. 49.1 c) de la Ley Estatuto de los Trabajadores (ET), al excluirse en dicho precepto a los contratos de interinidad.

Disconforme con ese pronunciamiento la trabajadora afectada formula recurso de suplicación ante el TSJ de Madrid. Y es éste el que eleva la cuestión prejudicial ante el TJUE. Y no lo hace por considerar que puedan concurrir aspectos relativos a la causalidad –en tanto que expresamente se afirma que la finalización del contrato se adecua a legalidad- sino por el posible trato diferenciado entre interinos y el resto de contratos temporales y entre aquéllos y trabajadores indefinidos en materia de indemnización por fin del vínculo laboral.

La respuesta del TJUE es –resumida- la siguiente: a) no puede analizar el trato diferenciado entre el resto de contratos a término y el de interinidad, por ser cuestión ajena al Acuerdo Marco (aunque quizás fuera éste el gran motivo presente en la cuestión prejudicial); b) la Directiva contempla la igualdad de condiciones de condiciones de trabajo entre indefinidos y temporales siempre que se dé el requisito de realizar un trabajo “idéntico o similar”; c) dicha equiparación en las condiciones de trabajo incluye la indemnización por extinción del contrato de trabajo por causas objetivas; y c) por tanto, si los fijos tienen derecho a una indemnización por fin de contrato de 20 días por causas objetivas, los interinos no pueden tener un trato diferenciado. Ello determina una evidente conclusión implícita en la sentencia: el actual marco legal, al establecer que la finalización de los contratos temporales –hasta ahora, con exclusión del contrato de interinidad- tienen derecho a una indemnización de doce días y las extinciones objetivas de las personas asalariadas con contrato indefinido la tienen de veinte es contraria (en principio y con independencia de posteriores reflexiones) a la interdicción de trato diferenciado entre vínculos contractuales a tiempo determinado e indeterminado que consagra el Acuerdo Marco.

2.  Las repercusiones que se derivan de dicha sentencia para nuestro ordenamiento producen vértigo.  En una primera lectura se podrían lanzar las campanas al vuelo y colegir que el TJUE ha ampliado las indemnizaciones extintivas de los contratados temporales. Ello es cierto, pero la reflexión más pausada nos lleva a una conclusión más preocupante: en tanto que se deja de facto sin sentido la diferenciación indemnizatoria entre temporales y fijos puede entenderse que se abren ya definitivamente las puertas para el denominado contrato único.

El problema de fondo reside en nuestro modelo de despido. En efecto, durante muchos años nuestro sistema contractual era esencialmente indefinido y sólo podía ponerse fin al mismo por causas disciplinarias, salvo en el caso de crisis empresarial, dónde actuaban (desde la Ley Salmón durante la IIª República) mecanismos alternativos. 

Ese modelo aparentemente de plena causalidad comportaba que los empleadores lo consideraban muy rígido. De ahí que en la práctica fuera –y lo siga siendo- una evidencia que una parte altamente significativa de los despidos formalmente disciplinarios no sean en realidad tales, sino mera decisiones extintivas del empleador, bien por simple capricho o interés, bien por la concurrencia de situaciones que, pese a no concurrir incumplimiento contractual grave por el trabajador, dificultan la gestión de la mano de obra por el empleador. Por ello la ya lejana Ley de Relaciones Laborales de 1976 –en una lógica aún hoy reconocible en el artículo 52 ET- tipificó –con el derecho de indemnización “menor” de veinte días por año de antigüedad- una serie de situaciones que se denominaban como extinciones objetivas (además de las causas económicas, técnicas, organizativas y productivas: el absentismo, la incapacidad laboral sobrevenida y la falta de adaptación al cambio productivo o tecnológico). Pero ocurre que, al margen del complejo modelo de exigencias legales a este respecto, dicho tipo de “despidos” no abarcaban todas las posibles situaciones reales (por poner un ejemplo: conflictos entre la plantilla, dificultades organizativas o de tiempo de trabajo, etc.).  A ello cabe sumar la extensa y cambiante modificación de lo que hoy conocemos como despidos colectivos –antes: expedientes de regulación de empleo-.

Ello comportó que en su momento España fuera uno de los pocos países europeos que firmó el Convenio 158 OIT en materia de despido, que, entre otras medidas, exige que cualquier extinción del contrato de trabajo obedezca a una causa, lo que en la práctica comporta que en nuestro ordenamiento  -a diferencia de otras experiencias jurídicas- no sea posible el desistimiento empresarial.

Hablar de despido es, sustancialmente, hablar de poder en la empresa. En la medida en que un empleador tiene más facilidades para “desprenderse” de un trabajador podrá exigir  mayor contenido de la prestación laboral o, incluso, el incumplimiento de determinados mínimos legales o convencionales. Por el contrario, cuando más restrictivo sea el modelo extintivo más garantías tiene la persona asalariada para ejercer sus derechos (y también en determinados casos: para no cumplir determinadas obligaciones). Baste recordar la insurrección patronal cuando el DL 17/1977 estableció que en caso de improcedencia la opción la ejercía el trabajador (en una medida que duró pocos meses).

Algo de eso se contenía en las reflexiones que efectué hace unos meses en este mismo blog y en la revista Pasos a la Izquierda. Es esa constatación –y no el coste para el empleador del despido- lo que explica la denominada “cultura de la temporalidad” en nuestro marco de relaciones laborales (con sus nefastos efectos no sólo sobre las vidas de las personas asalariadas, sino también sobre el modelo productivo). Cabe recordar que ese fenómeno parte de la reforma laboral del “Gobierno del cambio” del PSOE en 1984, con la excusa de la creación de empleo: un experimento que, además de resultar totalmente ineficaz a los efectos supuestamente pretendidos, nos ha salido muy caro. Sin embargo, formalmente hoy los contratos temporales vuelven a ser plenamente causales en la Ley, sin que exista justificación aparente para su uso expansivo y desaforado real, pese al intento de legislador de poner trabas. Ahí está la referida indemnización por fin de contrato del artículo 49.1 c) ET y las posibles cotizaciones adicionales en determinados supuestos (aunque ningún gobierno se ha atrevido a dar el gran paso: la inversión en estos supuestos del derecho de opción tras declaración de improcedencia). En esa lógica es perfectamente congruente que la finalización de un contrato de interinidad no tenga indemnización, por una razón evidente: es el único contrato plenamente causal, por definición.

Nuestro modelo de despido no obedece a una lógica racional. Ningún gobierno se ha atrevido desde la transición a coger el toro por los cuernos. Las sucesivas ampliaciones de las causas extintivas se han ido erigiendo sobre el sistema legal del despido disciplinario, pese a obedecer a lógicas distintas, el modelo es rígido y poco flexible y no contiene mecanismos de adaptación a múltiples situaciones en la gestión de la plantilla. Pero, junto a ello, el legislador y la jurisprudencia han ido aceptando que el modelo se pervierta. En la práctica la doctrina de los tribunales ha aceptado implícitamente el desistimiento empresarial  mediante el pago de la correspondiente indemnización, pese a ser contrario al Convenio 158 OIT. Incluso, la instauración en nuestro sistema de relaciones laborales en el 2002 del denominado “despido exprés” conllevó que en la práctica se legalizara dicho desistimiento (una figura ésta hoy desaparecida, pero a la que insólitamente aún se sigue acudiendo en algunas ocasiones). Todo ello determina situaciones absurdas: así tienen el mismo tratamiento legal y los mismos efectos –en especial indemnizatorios- el desistimiento caprichoso del contrato por el empresario  que las necesidades de readecuación de plantilla no prevista en la ley o el despido causal en que se ha omitido un trámite formal.

3. El modelo carente de lógica del sistema de despidos y la cultura de la temporalidad se ven directamente afectados por la Sentencia del TJUE en el asunto de Diego Porras. Y ello obedece a mi juicio a que el sistema comunitario de despido no es exactamente similar al nuestro. Es cierto que no existe un “modelo europeo” al respecto explícitamente determinado. Pero ocurre que si se halla implícitamente conformado por la lectura conjunta del Acuerdo Marco sobre contratación temporal y la Directiva de despidos colectivos.
De esta forma, es estándar comunitario regula esencialmente las extinciones por razones objetivas.  Si se acude a la Directiva 1999/70/CE (el Acuerdo marco) podrá comprobarse cómo la definición de trabajo de duración determinada se circunscribe a aquellos supuestos en que “el final del contrato de trabajo o de la relación laboral viene determinado por condiciones objetivas tales como una fecha concreta, la realización de una obra o servicio determinado o la producción de un hecho o acontecimiento determinado”. Obsérvese: “condiciones objetivas”. Y si acudimos a la Directiva 98/59/CEE, de 20 de julio de 1998(esto es: la reguladora de los despidos colectivos) se advierte que las extinciones colectivas no obedecen exclusivamente, como ocurre en la legislación española, a causas económicas, técnicas, organizativas, productivas o de fuerza mayor, sino a “motivos no inherentes a la persona de los trabajadores”, lo que cohonesta con el contenido del artículo 4 del Convenio 158 OIT.

De todo ello se difiere que el paradigma comunitario se centra esencialmente en aquellos  supuestos en los que concurren causas objetivas ajenas directamente a la conducta de la persona asalariada, que pueden ser individuales o colectivas. Y se escapan del marco europeo los despidos disciplinarios así como –en aquellos países en los que concurre total o parcialmente- del desistimiento empresarial. La STJUE en el asunto de Diego Porras llega a la conclusión en ese marco aplicativo que el establecimiento en un contrato de una cláusula de temporalidad sometida a una condición objetiva determina que en estos casos se tenga derecho a la misma indemnización extintiva que en el caso de una finalización de un contrato que no tenga cláusula de temporalidad –indefinido- cuando concurran circunstancias objetivas(20 días por año de antigüedad). Pero, para ello, se reclama que concurra esa “condición objetiva” en la extinción.

Los interrogantes  que abre dicho pronunciamiento son variados y críticos. Señala Rafael LÖPEZ PARADA en un artículo que verá la luz en el próximo número de la Revista Jurisdicción Social (accesible a partir del próximo mes en: http://publicacionesjuecesdemocracia.blogspot.com.es/ ) que ese condicionante objetivo en las cláusulas de temporalidad es exigible en el caso de los contratos de interinidad y los de obra o servicio. Y ello porque el reingreso del trabajador con reserva de puesto de trabajo y las necesidades puntuales de mano de obra para una determinada obra o servicio se relacionan con el excedente de plantilla que comporta su causa extintiva, . El mismo autor extiende dicha conclusión al contrato de indefinidos de apoyo a los emprendedores que finalicen a instancias del empresario durante el primer año de duración, en tanto que el TC los ha justificado por razón de la acreditar la permanencia del puesto de trabajo (y no a efectos de comprobar la adaptación de la persona asalariada), pero siempre que la finalización se produzca después del decurso del período de prueba ordinario del art. 14 ET. En todos esos casos la extinción del contrato comportaría el derecho a la indemnización del art. 53 ET y no la del art. 49.1 c) de la misma norma. Por el contrario, considera que dicha equiparación no se produce en el caso de  contratos formativos y  eventuales por circunstancias de la producción (así como los peculiares contratos acausales de personas discapacitadas), bien por pacto expresa de fecha extintiva, bien por no regir la cláusula de equiparación con los contratados indefinidos asimilables.Son ésas conclusiones  que comparto plenamente.

Pese a ello, creo que la doctrina del TJUE no deja de presentar alguna contradicción. Especialmente, como ha indicado Joan Agustí en correspondencia privada, es llamativo que en materia de despidos colectivos el mismo órgano judicial comunitario ha venido excluyendo, en determinados supuestos, a los trabajadores temporales del ámbito de determinación de afectados.


4. Pero más allá de las elucubraciones hermenéuticas de la sentencia parece evidente que la analizada sentencia tiene un efecto colateral: se constituye en el gran argumento de los defensores del “contrato único”.Se dirá de buen seguro que  si los efectos de un despido por crisis de empresa son los mismos que la finalización de un contrato temporal, la diferencia entre contrato indefinido y temporal –o, al menos, alguna de dichas modalidades- carece ya de sentido alguno. Si bien se mira es ésa una lógica claramente vinculada con las medidas que en esta materia se pactaron entre el PP y C’s en el programa presentado al Parlamento en el último intento fallido de candidatura del señor Rajoy a la presidencia del Gobierno. Por tanto, la reducción significativa del número de contratos temporales vinculado a un nuevo modelo de contrato.

Estoy convencido que en los próximos meses vamos a asistir a un bombardeo mediático de alto calado que vendrá a afirmar que el TJUE nos impone la regulación del contrato único. Es ése, sin embargo, un argumento en parte falaz. En efecto, la sentencia referida nos obliga a readecuar el modelo de contratación temporal, pero en ningún momento conlleva que el empleador pueda poner fin al contrato de trabajo cuando quiera y sin motivo (que es lo que de verdad subyace en la propuesta inicialmente formulada por FEDEA). Bien al contrario: de la sentencia se deriva que la extinción ha de tener una “causa objetiva”. Para que ese sueño húmedo neoliberal fuera posible sería del todo imprescindible que el Estado español denunciara el Convenio 158 OIT. Aunque deberá advertirse que dicha denuncia no requiere más que su tramitación parlamentaria simple.

Pues bien, haría bien la izquierda y el movimiento obrero organizado en aprovechar que el Genil pasa por una ciudad cercana a Santafé (es éste obviamente el pequeño homenaje al blog que me da amparo en estas reflexiones). La contradicción entre la sentencia del asunto de Diego Porras y nuestro ordenamiento está sustancialmente en nuestro el modelo de despido.  Por tanto, cabrá ir avanzado en una propuesta más lógica y razonable. Y formulo a continuación una serie de consideraciones a vuela pluma.

En primer lugar, cabría pensar únicamente en tres modelos de contratos: el indefinido, los formativos y el temporal (por tanto, aquél en que se pacte dentro de determinados períodos máximos y con causalidad una duración fija).
En segundo lugar, hay que diferenciar entre extinciones empresariales inherentes a la conducta del trabajador (por tanto, esencialmente el despido disciplinario), de aquellas otras que obedezcan a un “motivo objetivo”. Y es en este último aspecto en el que debe efectuarse el mayor énfasis, superando la estricta tipificación y los severos requisitos del actual art. 52 ET, optando por un tipo abierto, aunque sometido a determinados condicionantes legales que eviten que la calificación judicial de un despido de dicho tipo sea más propia de un juicio de equidad que de un razonamiento jurídico.

Sin duda que ello comporta mayores facilidades extintivas de los empleadores. Pero precisamente por ello debe operar aquí la evidente contrapartida: la posibilidad de que si el juez considera que la cláusula de temporalidad es fraudulenta, que la condición extintiva pactada en contrato es abusiva o que el motivo objetivo aducido por el empresario no es más que un desistimiento en fraude de ley pueda condenar a la readmisión o, en su caso, que se invierta a favor del trabajador la opción por la readmisión.

De esta forma los empleadores tendrían la certeza de que el despido, como tal, quedaría circunscrito al ámbito disciplinario (sin indemnización en el caso de procedencia). Y de que, si concurren circunstancias objetivas de todo tipo que razonablemente justifican que haya de ponerse fin a los contratos la Ley les permite esa posibilidad pagando la indemnización mínima y sin los condicionantes actuales. Pero, por el contrario, como garantía de las personas asalariadas, la misma Ley les protegería ante el abuso de derecho o el fraude de ley (algo que hoy, salvo en materia de despidos económicos –en sentido amplio- no hace).


En todo caso, obviando estas reflexiones legeferendanrias cabe insistir antes de que empiece el bombardeo mediático: el TJUE no ha amparado el contrato único si por éste cabe entender que el empleador pueda despedir cuando quiera y por cualquier motivo con el simple pago de una indemnización. Más bien, ocurre todo lo contrario.