Nota.-- El número 4 de la revista Pasos a la
izquierda (http://pasosalaizquierda.com/)
publica una serie de artículos sobre la cuestión sindical con firmas como las
de Isidor Boix, Maurizio Landini, Ramón Alós, Pere Jódar y un servidor.
José Luis
López Bulla
Parto de
la siguiente observación: en la fase actual el sindicalismo ya no es un sujeto
que intimide democráticamente; tampoco es un agente propulsor de reformas.
Estamos hablando de la presente coyuntura, especialmente desde el inicio de la
gran crisis, deseando que esa fase de interinidad sea superada lo más
rápidamente posible. En este artículo se intentará explicar cuáles son las
razones de ello al tiempo que pondremos encima de la mesa una hipótesis de
superación de las presentes dificultades. Culminaremos la faena con la
propuesta de avanzar pausadamente hacia la unidad sindical orgánica, esto es,
un sindicato confederal unitario protagonizado por Comisiones Obreras, UGT y
USO a través de un proceso que conduciría a un Congreso sindical.
Primer
tranco
1.1.-
Partimos de la fuerte consideración que expone Jürgen Habermas: «la des-limitación cada
vez más amplia de la economía, de la sociedad y de la cultura, afecta a
los presupuestos existenciales de un sistema de Estados, configurado sobre una
base territorial, en el que siguen instalados los actores colectivos más
importantes»1.
Es decir, hace tiempo que se han alterado los paradigmas políticos
tradicionales que se construyeron bajo el presupuesto del Estado como
detentador supremo de la soberanía. Lo que lleva a decir a Gustavo Zagrebelsky
que «la soberanía estatal sufre unos procesos de corrosión y limitación a
favor de centros de poder internos y externos»2.
Sin embargo, frente a la economía
des-limitada (esto es, sin los límites del Estado nacional) el sindicalismo
confederal opone su acción colectiva sólo en los límites de dicho Estado
nacional, corroído por los centros de poder internos y externos. Es lo que de
manera espectacularmente negativa está sucediendo desde hace muchos,
demasiados, años, especialmente durante esta gran crisis; contra ella cada
sindicato nacional ha intentado responder dentro de cada Estado nacional sin
relación efectiva con los demás sindicatos y todos ellos sin relación con un
proyecto anti crisis general.
Es claro que este desfase no produce
rentabilidad y utilidad al sujeto social, y a mi entender es el primer tapón
que explica la reducción del perímetro de la representación del sindicato.
Algunos
amigos me llaman la atención de esta manera: no se puede abandonar la acción
sindical en el territorio, en el Estado nacional. Por supuesto, no seré yo
quien lo niegue. Ahora bien, yo parto de esta consideración central: lo global
es la función, lo nacional es una de sus variables. De
ahí que considere que el sindicato sea, ante todo y sobre todo, un sujeto
global y, por tanto, su acción local es una proyección de aquella.
1.2.- Esa economía des-limitada (es
decir, global) se inscribe en un gigantesco proceso de mutación de los aparatos
productivos y de servicios, de innovación y reestructuración permanentes. Que
constantemente está variando en las formas y métodos. El sistema fordista ha
perdido totalmente su vieja hegemonía, mientras que el sindicalismo sigue
vinculado a lo que va dejando de ser. Este es el segundo tapón de la acción
colectiva que intenta poner en marcha el sindicato.
En
resumidas cuentas, esos dos elementos (el paradigma de la globalización, de la
economía des-limitada, y el proceso de innovación-reestructuración) explican la
«relegitimación de la empresa» en sus formas actuales, de la que ya nos avisó
hace muchos años un joven Antonio Baylos3.
Y, en sentido contrario, en la desubicación sindical de esos elementos estaría
la base, en mayor o menor medida, de la reducción de la representación y
representatividad del sindicalismo confederal.
¿Cómo
salir de esta situación? En nuestro trabajo La parábola del sindicato hemos
indicado un elenco de propuestas y a ellas nos remitimos4.
Sin embargo, con la idea de no sobrecargar aquella reflexión me dejé
voluntariamente en el tintero una reflexión y propuesta que, como hipótesis,
considero relevante para que, en la parábola, reaparezca un sesgo ascendente.
Me estoy refiriendo a la necesidad de retomar la cuestión unitaria del
sindicalismo confederal.
Segundo
tranco
La idea es esta: avanzar con pausada
energía hacia la constitución de un sindicato de clase y global, unitario que
herede la fecunda tradición de Comisiones Obreras, UGT y USO. Es decir, la
puesta en marcha de un proceso constituyente, de masas, liderado por los tres
sindicatos, justamente lo contrario de una fusión administrativa, meramente
cupular.
Así pues, vamos a ofrecer las razones y
motivos que nos llevan a volver a proponer ese objetivo.
Parece
que es necesario refrescar la memoria de los amigos, conocidos y saludados: las
grandes conquistas sociales fueron el resultado de significativos momentos
unitarios. Esta es la razón pragmática de proponer
la unidad. Cierto, la unidad sindical es una condición necesaria, aunque no
suficiente. Para que la condición necesaria se convierta en suficiente se
precisan más condiciones, pero sin la primera la utilidad es menor. Y, en
sentido contrario, es sabido que cuando hemos conocido situaciones de división
sindical, algo no infrecuente en la historia del sindicalismo, los grandes
perdedores han sido los trabajadores y los mismos sindicatos. Yo mismo, sin ir
más lejos, he vivido momentos de enorme confrontación, cuyos resultados fueron
lamentables. Hasta que, extenuados, conseguimos reorientar el itinerario
y pusimos las bases de una eficaz unidad de acción que, afortunadamente, sigue
en pie.
En esta
unidad de acción hay elementos de considerable preñez que sugieren que
cavilemos más sobre el particular. Seguramente el más importante ha sido el
siguiente: los sindicatos españoles han conseguido alcanzar una alta cota de
independencia con relación a los partidos a los que tradicionalmente se les
identificaba. Cada sindicato fue dejando de lado los vínculos de todo tipo con
su partido de referencia. De ahí que, cada vez más, el sindicato fue siendo más
sindicato, sin ataduras políticas ni sumisión alguna. Queremos destacar que
ese itinerario se recorrió de manera natural y, hasta donde yo sé, sin
aspavientos. Para mayor abundamiento conviene recordar que los sindicatos
españoles, junto a los italianos, fueron los pioneros de esa práctica en
Europa. Lo que, a mi entender, no ha sido valorado por nosotros mismos como
mismamente corresponde.
Por otra parte, la «razón pragmática»
(esto es, las ventajas de la unidad de acción) nos lleva a otra consideración:
si los tres grandes sindicatos españoles están en la Confederación Europea de
Sindicatos y en el Sindicato Mundial, ¿por qué necesariamente han de estar
separados en España? Más todavía, si convenimos en la existencia de un vínculo
fuerte entre lo global y lo local, ¿por qué estamos juntos en lo global y
separados, absurdamente ya, en lo local? No parece muy consistente que digamos.
Porque las razones para estar unidos en Europa y en el mundo son idénticas para
estarlo en el contexto español. ¿Por qué no pensamos más en lo paradójico de
este desfase para sacar las debidas conclusiones?
Ahora bien, la razón pragmática, que
debería ser un argumento para la construcción gradual de la unidad sindical,
tiene una interferencia profundamente inamistosa. Se trata de una situación
antipática: la de quienes se sentirían ´damnificados´ por la gran operación de
la unidad sindical. Para explicarlo tenemos necesidad de recurrir a Maquiavelo
y a nuestro Joan Peiró, dirigente sindical muy relevante de la CNT de tiempos
antiguos.
El
secretario florentino dejó dicho: «Porque el que introduce innovaciones tiene
como enemigos a todos los que se beneficiaban del ordenamiento antiguo, y como
tímidos defensores a todos los que se beneficiarán del nuevo»5.
Joan Peiró lo probó en sus propias carnes. Peiró propuso en un momento dado que
cada ramo de la actividad industrial debía tener su propia federación en vez de
los sindicatos de oficios. La cosa era así: en un mismo centro de trabajo –por
ejemplo, el textil– estaba el sindicato de pantaloneras, otro de
planchadoras, otro de tintes, o sea, a cada oficio le correspondía una federación.
Peiró quiso racionalizar tanta dispersión y presentó su proyecto, que fue
recibido de uñas, inamistosamente.
Me explicaron viejos sindicalistas
confederales mataroneses, coetáneos de Peiró, que el problema no fue
exactamente de corporativismo sino de otra cosa: la unificación federativa
comportaba la pérdida de poder personal ya que aquello comportaba la
desaparición de todos los sindicatos de oficio. Y tuvieron que pasar años para
que los sindicalistas se convencieran de la bondad y utilidad del
planteamiento. Y la gran operación de Peiró finalmente se culminó exitosamente.
Pues bien, tres cuartos de lo mismo
podría estar sucediendo en la mente de quienes les entra urticaria cuando se
habla de la necesidad de un proceso sindical constituyente hacia una
organización que herede las tradiciones de Comisiones Obreras, UGT y USO. Pero
comoquiera que tiene mala prensa oponerse de frente a la unidad sindical
orgánica se exhiben chocantes razones en su contra. Lo más manido y recurrente
es: «no hay condiciones». Obviando que las condiciones se crean si la idea
merece la pena, esto es, si la razón pragmática tiene un punto de vista
fundamentado. En resumidas cuentas, las condiciones hay que crearlas y
regarlas.
En todo caso, la tardanza en abordar el
problema de pasar a la unidad sindical estará abonando no pocos agujeros de
eficacia y, concretamente, de beneficio cesante, esto es, lo que los
economistas llaman «coste de oportunidad». O lo que es lo mismo: mientras no
haces lo que debieras estás perdiendo un sinfín de oportunidades.
Debemos dejar bien claro que no
planteamos la unidad sindical orgánica en clave mitológica. Lo hacemos como una
hipótesis –conviene recordar que una hipótesis no es, de entrada, una
certeza– de congruencia entre los tres sindicatos españoles y sus
estructuras federativas con el sindicalismo europeo y mundial. Y, al mismo
tiempo, como un plausible instrumento de mayor concordancia entre los
representantes y representados.
Interesa a estos efectos (la
construcción de la unidad sindical orgánica), además de la razón pragmática,
otro argumento, no menos relevante: un sujeto radicalmente nuevo –en la
historia del sindicalismo español y en su estructuración— abre la hipótesis de
que esta novedad permita que el sujeto social formule nuevas preguntas y nuevas
respuestas. O hay nuevas preguntas o no habrá, me temo, utilidad, mayor
representación y representatividad, mayor peso social y político de la nueva
cosa.
Tercer
tranco
El
proceso de un Congreso sindical constituyente sería el acta de nacimiento del
nuevo sujeto social, explícitamente vinculado con el sentimiento unitario del
conjunto asalariado. Una cosa tenemos clara: dicho acontecimiento debe ser un momentum,
esto es, un acontecimiento singular como resultado de hechos participativos
donde los asalariados son los protagonistas de primer orden. Lo que implica,
por supuesto, que no es un hecho administrativo en el que las cúpulas se ponen
de acuerdo. En todo caso, los actuales dirigentes deben jugar un papel decisivo
en todo el itinerario previo, durante y después de ese congreso.
Vale.
1.-
J. Habermas: Tiempo de transiciones (Trotta, 2004). [1]
2.- G.
Zagrebelsky: Contro la dittatura del presente (Laterza, 2014). [2]
3.-
Antonio Baylos: Derecho del trabajo: modelo para armar (Trotta,
1991). [3]
5.-
Nicolás Maquiavelo: El Príncipe. Colección Austral, capítulo
VI. página 57. [5]