Manel García Biel --un sindicalista de biografía impecable, uno de los dirigentes confederales más importantes de Catalunya-- y un servidor hemos entablado una conversación sobre el sindicalismo y el Movimiento 15 de Mayo. En su blog, Manel comenta algunos de los conceptos vertidos por mí mismo en las dos entradas: EL SINDICALISMO Y EL MOVIMIENTO 15 M. Primer tranco y SEGUNDO TRANCO. EL SINDICALISMO Y EL MOVIMIENTO 15 M. Manel responde, por así decirlo, en su columna Consideraciones entorno a “El Sindicalismo y el Movimiento del 15M”. Pues bien, me tomo la palabra y entro en harina sin más preámbulo.
Manel afirma, de entrada, que “siento no compartir el optimismo de José Luís”. No pasa nada, absolutamente nada por dos razones: primero, el “optimismo” no es un pecado mortal (ni tan siquiera venial); segundo, a lo largo de su exposición se verá que Manel no está tan distanciado de lo que yo he escrito. Pero, antes de meterme en faena deseo aclarar algunas cuestiones. Tal como se puede leer en mis dos escritos de referencia, yo no he dicho que “ambos movimientos plantean reivindicaciones objetivamente semejantes y ello comportaría la existencia de una no explicitada unidad de acción. Siento no poder compartir el optimismo de José Luís”. No le he dicho, de verdad. He afirmado, eso sí, que “dos movilizaciones [las desarrolladas por el sindicalismo confederal y el 15 M contra la reforma de la negociación colectiva, cerca del Congreso de los Diputados] compartían (diversamente) el mismo objetivo, vale decir, la indignación contra las medidas que se iban a discutir en las Cortes”. Es decir, no me refería a una general y abstracta unidad de reivindicaciones sino a la oposición concreta a la llamada reforma de la negociación colectiva. Lo que me parece inobjetable, con independencia de otras consideraciones. Y, precavidamente añadía un servidor: “Seguramente todavía no se dan las condiciones, en esta ocasión por parte del 15-M, para confluir en una presión unitaria, pero no conviene echar en saco roto que este movimiento estaba allí con las mismas (o parecidas) reivindicaciones”.
A continuación, Manel expone todo una serie de coincidencias con mis dos escritos hasta que llega un momento que afirma estar en desacuerdo conmigo. Pero, hablando en plata, yo no he dicho, ni escrito –ni siquiera lo pienso— que el 15 M tenga razón en su global descalificación de los políticos y de la política. Ni tampoco pienso que sea de recibo la expresión, que Manel atribuye a los acampados, de “nosotros somos los únicos que tenemos razón”, un concepto bastante jactancioso que –a decir verdad— los jóvenes podrían haberlo copiado de casi todas las curias sagradas y laicas.
Habla Manel García Biel de infantilismo de estos sectores. Como uno ya peina canas diré que me parece lo más natural del mundo: también nosotros tuvimos nuestro acné. Manel se acordará de los dolores de cabeza que nos dieron las llamadas comisiones obreras juveniles, expertos sólo en manifestaciones relámpago y lanzamiento de cócteles molotov que interferían el prestigio del conflicto social en el centro de trabajo, amenazando con la grupusculización de aquel movimiento de trabajadores. También en el interior de Comisiones Obreras –Manel lo recordará porque ambos y muchos más nos enfrentamos a ello— había un sector estridente, algunos de cuyos líderes, tras darse un buen montón de cabezazos contra la pared, tras reconsiderar la superlativa acumulación de acné político, reconsideraron su biografía y, orgullosamente reformistas –y por muchos años—ocupan puestos altos de dirección a todos los niveles. O sea, Manel hay habas que se cuecen a calderadas en todas las casas y linajes.
Lo que no me parece bien redactado en el artículo de nuestro García Biel es la parte que refiere la violencia de ciertos grupos contra las sedes sindicales de Zaragoza y Barcelona. Fueron grupúsculos muy minoritarios, Manel. Grupúsculos como aquellas comisiones obreras juveniles que nos traían por la calle de la amargura. Grupúsculos con líderes con tantos harapos teóricos como aquellos izquierdistas de antaño que hoy, afortunadamente, practican un sindicalismo propulsor de reformas de amplio espectro, y por muchos años.
Querido Manel, vas a permitirme una referencia que creo que viene a cuento. A mediados de los setenta numerosos grupos juveniles italianos achacaron al Partido comunista italiano la responsabilidad de todos los males; según aquel acné juvenil, el PCI era un partido revisionista, vende obreros y vende patrias. Ya te puedes imaginar el mosqueo que pillaron dirigentes como Giorgio Amendola y otros. En cambio, Luigi Longo –a la sazón secretario general del partido— no sólo tenía otra opinión sino que llamó a la organización a entender las razones que habían llevado a aquellas juventudes al divorcio y confrontación con la izquierda italiana y con los sindicatos. Y el viejo Longo se reunión con aquella chavalada, y no pocos de ellos, andando el tiempo, fueron pasando de la zahúrda ideológica a las filas del partido de Enrico Berlinguer.
Querido Manel, nos importa entender qué pasa. Ver concretamente por qué los jóvenes del 15 M no nos ven como nosotros creemos ser y somos. Por otra parte, interesa saber hasta qué punto la juventud actual conoce, sobre chispa más o menos, la biografía de nuestra organización y del sindicalismo confederal. Me imagino que estarás de acuerdo en que mostrar nuestra biografía es cosa de nosotros. Pues bien, si juntas todos estos retales dispersos caerás en la cuenta que alguna responsabilidad tenemos en ser vistos de una manera diferente.
La altanería de estos grupos juveniles es, por otra parte, parangonable a no pocas de nuestras viejas costumbres. Todavía recuerdo que la opinión mayoritaria de nuestro sindicato era que los sindicatos de clase –los de verdad, los fetén, los pata negra-- eran unos pocos; el resto (los alemanes, los bálticos…) eran pura filfa. Después la cosa cambió y a algunos nos costó dios y ayuda convencer al personal que aquello era un disparate.
Acabo, también en nuestra familia hubo algunos momentos de violencia. Recuerdo que, en una manifestación en Madrid –cuando la huelga general que no llegó a convocarse, véase Camacho insiste en la necesidad de convocar huelga-- un grupo de sindicalistas, perfectamente identificados y cuyos nombre recuerdo-- quisieron partirme la cara por haberme opuesto a la mencionada convocatoria enfrentándome a Marcelino y a Antonio Gutiérrez. Por cierto, no recuerdo comunicado alguno condenando aquellos intentos de agresión. De todas formas, pelillos a la mar.
Manel afirma, de entrada, que “siento no compartir el optimismo de José Luís”. No pasa nada, absolutamente nada por dos razones: primero, el “optimismo” no es un pecado mortal (ni tan siquiera venial); segundo, a lo largo de su exposición se verá que Manel no está tan distanciado de lo que yo he escrito. Pero, antes de meterme en faena deseo aclarar algunas cuestiones. Tal como se puede leer en mis dos escritos de referencia, yo no he dicho que “ambos movimientos plantean reivindicaciones objetivamente semejantes y ello comportaría la existencia de una no explicitada unidad de acción. Siento no poder compartir el optimismo de José Luís”. No le he dicho, de verdad. He afirmado, eso sí, que “dos movilizaciones [las desarrolladas por el sindicalismo confederal y el 15 M contra la reforma de la negociación colectiva, cerca del Congreso de los Diputados] compartían (diversamente) el mismo objetivo, vale decir, la indignación contra las medidas que se iban a discutir en las Cortes”. Es decir, no me refería a una general y abstracta unidad de reivindicaciones sino a la oposición concreta a la llamada reforma de la negociación colectiva. Lo que me parece inobjetable, con independencia de otras consideraciones. Y, precavidamente añadía un servidor: “Seguramente todavía no se dan las condiciones, en esta ocasión por parte del 15-M, para confluir en una presión unitaria, pero no conviene echar en saco roto que este movimiento estaba allí con las mismas (o parecidas) reivindicaciones”.
A continuación, Manel expone todo una serie de coincidencias con mis dos escritos hasta que llega un momento que afirma estar en desacuerdo conmigo. Pero, hablando en plata, yo no he dicho, ni escrito –ni siquiera lo pienso— que el 15 M tenga razón en su global descalificación de los políticos y de la política. Ni tampoco pienso que sea de recibo la expresión, que Manel atribuye a los acampados, de “nosotros somos los únicos que tenemos razón”, un concepto bastante jactancioso que –a decir verdad— los jóvenes podrían haberlo copiado de casi todas las curias sagradas y laicas.
Habla Manel García Biel de infantilismo de estos sectores. Como uno ya peina canas diré que me parece lo más natural del mundo: también nosotros tuvimos nuestro acné. Manel se acordará de los dolores de cabeza que nos dieron las llamadas comisiones obreras juveniles, expertos sólo en manifestaciones relámpago y lanzamiento de cócteles molotov que interferían el prestigio del conflicto social en el centro de trabajo, amenazando con la grupusculización de aquel movimiento de trabajadores. También en el interior de Comisiones Obreras –Manel lo recordará porque ambos y muchos más nos enfrentamos a ello— había un sector estridente, algunos de cuyos líderes, tras darse un buen montón de cabezazos contra la pared, tras reconsiderar la superlativa acumulación de acné político, reconsideraron su biografía y, orgullosamente reformistas –y por muchos años—ocupan puestos altos de dirección a todos los niveles. O sea, Manel hay habas que se cuecen a calderadas en todas las casas y linajes.
Lo que no me parece bien redactado en el artículo de nuestro García Biel es la parte que refiere la violencia de ciertos grupos contra las sedes sindicales de Zaragoza y Barcelona. Fueron grupúsculos muy minoritarios, Manel. Grupúsculos como aquellas comisiones obreras juveniles que nos traían por la calle de la amargura. Grupúsculos con líderes con tantos harapos teóricos como aquellos izquierdistas de antaño que hoy, afortunadamente, practican un sindicalismo propulsor de reformas de amplio espectro, y por muchos años.
Querido Manel, vas a permitirme una referencia que creo que viene a cuento. A mediados de los setenta numerosos grupos juveniles italianos achacaron al Partido comunista italiano la responsabilidad de todos los males; según aquel acné juvenil, el PCI era un partido revisionista, vende obreros y vende patrias. Ya te puedes imaginar el mosqueo que pillaron dirigentes como Giorgio Amendola y otros. En cambio, Luigi Longo –a la sazón secretario general del partido— no sólo tenía otra opinión sino que llamó a la organización a entender las razones que habían llevado a aquellas juventudes al divorcio y confrontación con la izquierda italiana y con los sindicatos. Y el viejo Longo se reunión con aquella chavalada, y no pocos de ellos, andando el tiempo, fueron pasando de la zahúrda ideológica a las filas del partido de Enrico Berlinguer.
Querido Manel, nos importa entender qué pasa. Ver concretamente por qué los jóvenes del 15 M no nos ven como nosotros creemos ser y somos. Por otra parte, interesa saber hasta qué punto la juventud actual conoce, sobre chispa más o menos, la biografía de nuestra organización y del sindicalismo confederal. Me imagino que estarás de acuerdo en que mostrar nuestra biografía es cosa de nosotros. Pues bien, si juntas todos estos retales dispersos caerás en la cuenta que alguna responsabilidad tenemos en ser vistos de una manera diferente.
La altanería de estos grupos juveniles es, por otra parte, parangonable a no pocas de nuestras viejas costumbres. Todavía recuerdo que la opinión mayoritaria de nuestro sindicato era que los sindicatos de clase –los de verdad, los fetén, los pata negra-- eran unos pocos; el resto (los alemanes, los bálticos…) eran pura filfa. Después la cosa cambió y a algunos nos costó dios y ayuda convencer al personal que aquello era un disparate.
Acabo, también en nuestra familia hubo algunos momentos de violencia. Recuerdo que, en una manifestación en Madrid –cuando la huelga general que no llegó a convocarse, véase Camacho insiste en la necesidad de convocar huelga-- un grupo de sindicalistas, perfectamente identificados y cuyos nombre recuerdo-- quisieron partirme la cara por haberme opuesto a la mencionada convocatoria enfrentándome a Marcelino y a Antonio Gutiérrez. Por cierto, no recuerdo comunicado alguno condenando aquellos intentos de agresión. De todas formas, pelillos a la mar.