Homenaje a Carlos Vallejo
por José Luis López Bulla
Yendo por lo derecho: entiendo que dialogar
sobre las relaciones entre sindicato y política es verdaderamente útil,
naturalmente es cosa bien distinta si las conclusiones, o síntesis (si es que
podemos) son útiles o no. Pues si no se habla, cabe la certeza de que no se
llegará a conclusión alguna. Ahora bien, los que hemos intervenido en este
debate éramos conscientes de que era más bien al lector a quien correspondía
sacar las cosas en claro. Y, a buen seguro, habrá encontrado toda una serie de
acuerdos en nuestros planteamientos y algún que otro desencuentro. Lo uno y lo
otro son, en mi opinión, algo bastante saludable. En todo caso, nuestra
conversación ha intentado situar la relación entre sindicato y política en un
plano distinto al de la antigua discusión de las relaciones entre «partido» y
«sindicato», aunque fuera inevitable hacer algunas referencias a ello. El
mérito, si es que lo hay, está en el planteamiento que Riccardo Terzi hizo en
su exposición inicial (1).
Isidor, en su último trabajo, nos pregunta si
seguimos conversando. Pues claro que sí. Ahora bien, parece sensato que
Riccardo Terzi, que fue sin quererlo el promotor de este debate resitúe la
discusión. Es lo que mandan las reglas del protocolo. Pero, a la vez, también
nos conviene, supongo, saber en qué estamos de acuerdo y cuáles son nuestros
desencuentros.
Los desencuentros
No parece que haya sintonía sobre si el
concepto a utilizar sea «ideología sindical» o «praxis sindical». Por mi parte,
entiendo que no es lo mismo, pero tampoco podría afirmar que el resto de los
contertulios, cuando utilizan la expresión ideología
no quieran decir lo mismo.
Desgraciadamente no tenemos entre nosotros al famoso barbudo de Tréveris,
siempre tan quisquilloso, para darnos un tirón de orejas. Aunque, ciertamente,
no podemos echar sobre sus espaldas la responsabilidad de nuestras
imprecisiones, si es que las ha habido. Ni en las de nadie.
Posiblemente tenemos otros desencuentros.
Pero no se olvide que esto es sólo una conversación entre viejas amistades.
Nuestras proximidades y algunas inferencias
de las mismas
El tronco de nuestros acuerdos es: queremos
que el sindicalismo tenga una personalidad propia, esto es, que sea un sujeto
«independiente»: en su proyecto organizado que engloba los medios, incluidos
sus recursos financieros. El concepto de independencia
es, a mi entender, más claro y contundente que el de autonomía. Pues esta, la autonomía, no cuestiona en el fondo y en
la forma una cierta dependencia de alguien.
Con todo, esa independencia no presupone indiferencia al cuadro político
e institucional, que es juzgado por sus realizaciones concretas. Más todavía,
la independencia no liquida formas de colaboración, entre los diversos, con «la
política». Esto no aparece tan claro en el trabajo de nuestro amigo Riccardo
Terzi, pero sí es diáfano en el resto de los contertulios.
Entiendo que si todos hemos puesto énfasis en
la personalidad propia del sindicato es porque la concebimos como una conquista
a salvaguardar cotidianamente. Se trata de una independencia muy celosa de sus
prerrogativas y, especialmente, de su función. Paco Rodríguez, por ejemplo,
aclara en ese sentido que: «un
sindicato serio podría reclamar de forma genérica un “derecho a decidir” sobre
lo que fuere, pero no, en cambio, reivindicar “un Estado propio”», en oblicua
referencia a la batalla política que se libra en Cataluña. Pero hay otras
referencias que, en el terreno sindical, tendría más calado en lo tocante a la función del sindicato. Dos muestras del
mismo botón: uno, ¿deben los sindicatos formar parte de los consejos de
administración de ciertas empresas, aunque sean públicas?; otro, ¿tuvo sentido
que el
sindicato americano UAW se hiciera con 55 por ciento del
accionariado de la Chrysler?
Mi respuesta es negativa en el primer caso; en el segundo lo considero una
medida excepcional dada la situación en que se encontraba la empresa
norteamericana. En todo caso, soy del parecer que ambas situaciones corren el
riesgo de difuminar la independencia del sindicato.
Hasta donde he
sabido leer, tengo para mí que los contertulios apostamos por unas estructuras
eficaces, siguiendo la idea gramsciana de que la virtud (virtù) es eficacia, y la eficacia es la fuerza. Por eso, no se me caen los anillos al afirmar que sin estructuras sólo hay
tumulto que será todo lo atractivo para no pocos, pero que, carente de
pensamiento por lo general, acaba cediendo a la tentación de «regresar a las
viejas y fallidas costumbres de las “vanguardias autoproclamadas”» como atinadamente señala Carlos Mejía.
Por cierto, que
«el baricentro» de la acción sindical (según Terzi) esté situado abajo no implica desconsideración alguna
ni siquiera hacia las estructuras de mayor responsabilidad dirigente. De ello
se colige, por supuesto, cómo se concretan tales grupos dirigentes (a todos los
niveles) y qué formación tienen de manera itinerante, justamente para ejercer
sus responsabilidades de representación en línea con lo apuntado por Antonio
Baylos, cuya reflexión hago mía (2)
Paco Rodríguez de
Lecea apunta una consideración en lo tocante a una buena parte de los grupos dirigentes: «una
“composición” de elementos procedentes de las distintas áreas de influencia de
las ideologías políticas en el sindicato, con concesiones escrupulosamente
“tarifadas” de las mayorías a las minorías». Lo que implica, por exclusión, que
los grupos dirigentes no se concretan sobre la base de la representación del
trabajo que cambia, de las múltiples tipologías del trabajo asalariado. Peor
todavía, que la independencia del sindicato se ve distorsionada, en principio,
por una forma de conformar las estructuras excluyendo a la mayoría de las
diversidades del tejido social. No escondo que esta forma de ser es una mala
herencia que los sindicalistas de mi quinta hemos dejado a las nuevas
generaciones. Por lo demás, esta tarifación no es una “burda injerencia” de los
partidos en el sindicato, sino un estilo que nace del mismo sindicato. Un mal
estilo, desde luego.
De mantenerse
ese estilo habrá que convenir que el sindicato es menos general y tiene un déficit de confederalidad. Así las cosas, me
pregunto hasta qué punto el instinto de auto conservación de unas formas que
vienen desde hace demasiados lustros y que se consideran como definitivamente
dadas tiene algo que ver con esos cupos tarifados de las componentes políticas
en el interior del sindicato, de un lado; y, de otro lado, la relación entre
esa auto conservación y los procesos de burocratización, no en el sentido
weberiano al que se refiere el querido compañero Carlos Mejía, sino en el más
coloquial y despectivo del término burocracia.
Por último,
parece evidente que ha quedado en el aire un asunto de tanta envergadura como
lo es el hecho de la participación del conjunto de los afiliados. Más todavía,
si esta ha de tener un reconocimiento
genérico o inscrita en un estatuto de la participación, reglado. Como algo
inherente a una especie de ius sindicalismo. Tal vez un debate monográfico al
respecto podría darnos algunas pistas.
Postdata. El profesor Nuccio Ordine ha publicado un bello libro, que ha
editado la prestigiosa editorial El Acantilado, La utilidad de lo inútil. En apretada síntesis, el autor arremete
contra quienes despotrican contra la filosofía y el arte, tildándolas de cosa
inútil. Por ello, cualquier persona inquieta o, incluso, quien esté
provisionalmente adocenado, debería leer dicho libro despaciosamente.
Absténganse los que han decidido no salir de la pocilga con sus
correspondientes bellotas, o sea, los programadores de los actuales planes de
educación y descanso.
Viene a cuento lo dicho anteriormente por la
siguiente anécdota: el otro día, en el bar de la esquina, me dijo un
caballerete que, con los problemas actuales, a qué viene esa discusión sobre
«sindicato y política», que nos traemos entre manos, por orden de aparición en
escena, Riccardo Terzi, Isidor Boix, Paco Rodríguez de Lecea, Antonio Baylos,
Carlos Mejía y un servidor. Pude darle
algunas respuestas zafiamente contundentes, aunque educadas. Sin embargo, elegí
alguna de matiz templado: los problemas actuales, que no son pocos, los abordan
Terzi, Isidor y Carlos Mejía desde sus responsabilidades directas y, en su
tiempo libre, hacen lo que les viene en gana, es decir, discutir sobre lo que
están haciendo con sus amigos; en lo tocante a Paco Rodríguez y un servidor, ya
jubilosamente retirados de la escena, hablamos de lo que nos apetece: desde la
belleza de la demostración del teorema de Euclides sobre los números primos
hasta las peripecias sindicales del hijo (no reconocido) de Karl Marx cuya
paternidad el barbudo endosó a su amigo Engels, y de cuando en vez nos damos un
garbeo por la inútil utilidad de las relaciones entre sindicato y política.
Pues para lo cotidiano, doctores tiene la Iglesia, perdón: el sindicato. Pero ésta no es
una explicación sino un exabrupto amable.