Esta compañera se llama Federica von Stade, aunque también es Dorabella. La adoro.
Mi allegado Paco Pepe Calero (Monachil, Granada) me manda un correo electrónico para recordarme que, hoy 22 de enero, es el aniversario del nacimiento de Antonio Gramsci [“Deja constancia, Pepe Luis”, me pide] y plantea que amplíe algunas cosas que redacté el domingo, concretamente en la entradilla EL PROXIMO CONGRESO CONFEDERAL DE COMISIONES OBRERAS, no sin decirme que “me he dejado muchas cosas en el tintero”. Sea.
Veamos, lo que pretendía con mi entrada era situar, ya lo apunté, los grandes movimientos que, en mi opinión, deberían figurar en el proyecto organizado para el trayecto poscongresual. Sólo los grandes movimientos que me parecen más urgentes. Aclaro que, por mi parte, debía evitar algunas tentaciones: la primera, dar la impresión de que el escrito tuviera la apariencia, dicho sin retranca, de `tesis alternativa´; y la segunda, entrar en pormenores de excesiva concreción. Nada de ello me corresponde. Es más, no tengo la suficiente preparación. Ahora bien, lo que no puedo es renunciar a participar, en tanto que afiliado, en una hipotética amplia discusión que nos concierne a todos. Participar es un deber, una obligación y, según dicen algunos, una necesidad.
Me pide Calero que amplíe el apartado relativo a `las diversidades´. Me arriesgo a sentar un precedente, pero no puedo resistirme a su ruego: me ha invitado a pasar unas semanas en Monachil –el pueblo de Miguel Ríos— cuando me jubile. Monachil es mucho Monachil y Sierra Nevada [la Sierra, por ontonomasia] es mucho Sierra Nevada. Bien, ¡al grano y dejémonos de requilorios!
Para aligerar el equipaje no creo necesario que, en este ejercicio de redacción, valga la pena –por suficientemente sabido— explicar en demasía que el centro de trabajo se caracteriza por una miríada de situaciones categoriales: unas son fruto de las consecuencias directas e indirectas de los cambios objetivos que se han producido y siguen en curso; otras son el resultado de métodos organizacionales subjetivos, por lo general impuestos por el management empresarial. Metafóricamente existe una `península´ (esto es, los trabajadores-tipo, de toda la vida) y una cantidad de `islas´, frecuentemente incomunicadas) que son las diversidades de ese conjunto asalariado en el centro de trabajo. Cierto, esta es una descripción esquemática, pero mínimamente válida para lo que, ahora mismo, nos traemos entre manos.
Ayer decíamos también que, salvo algunas pocas aunque muy honrosas y útiles excepciones, la plataforma reivindicativa que indicia las negociaciones para el convenio colectivo tiene todas las apariencias de ser un café con leche para todos: he dicho todos, no todas. El resultado es, pues, una desatención a las necesidades, nuevas y viejas, de esos espacios descolectivizados y sujetos débiles, según la pregnante descripción de Antonio Baylos. Así pues, tres son, al parecer, los desafíos que tiene el sindicalismo confederal con relación a ello: 1) enhebrar la aguja para que la plataforma reivindicativa, el recorrido de la negociación y el resultado de la misma tengan una razonable aproximación a un acuerdo que tutele a todas las diversidades en el centro de trabajo y no sólo a los `peninsulares´; 2) pergeñar las formas de representación sindical de todas las diversidades de esa comunidad social que es el centro de trabajo; y 3) poner en marcha unos mecanismos, instituidamente normados, para la participación, activa e inteligente, de toda la comunidad social de ese centro de trabajo, como expresión del ejercicio de la democracia deliberativa de todas las diversidades, tanto las peninsulares como la de los isleños. Hasta aquí, ciertamente, hay poca novedad con lo que decíamos ayer en el ejercicio de redacción. A partir de ahora vienen los tambaleantes y primeros pasos de la democracia sindical que propongo para esa comunidad social.
Una de las reglas del comportamiento de la democracia es: una persona, un voto. Trabajo costó a lo largo de la historia que ese verbo se hiciera carne. Ahora bien, en la comunidad social del centro de trabajo realmente existente, ello podrá seguir siendo pacíficamente así en función del carácter de la plataforma reivindicativa, del recorrido de la negociación y del resultado de la misma. Pongamos por caso, en sentido negativo, lo que sigue: ¿sería justo que el sindicalismo, en tanto que sujeto colectivo que persigue derechos, dijera que como el sesenta por ciento de los votantes (los `peninsulares´) ha aprobado la plataforma (o el convenio), eso es lo que va a misa, habiendo votado en contra el cuarenta por ciento de los `isleños´que no han visto representadas sus demandas y necesidades en la plataforma y en el resultado final de la negociación?
De ahí que el sindicato necesite repensar cómo ejerce su acción colectiva, de qué manera debe tutelar todas las diversidades (peninsulares e isleñas), de qué modo representar a todos porque, como se dice, el convenio es de aplicación erga omnes. Más todavía, en la medida que existan diversidades asumidas, el convenio será más unitario. En caso contrario, el sujeto social está propiciando, involuntariamente, la descolectivización del convenio y, sin quererlo también, la aparición de miradas que impugnen la inutilidad del hecho sindical. Y quién sabe: el surgimiento en unos casos (y la consolidación en otros) de fuerzas centrífugas a quienes, de manera poco perspicaz, el sindicato llamará corporativas o antisindicales. Pero no se trata de que el sindicalismo haga las cosas como corresponde con la idea de evitar riesgos, sino porque debe representar y tratar a cada persona que trabaja como titular de una efectiva ciudadanía social, en la dirección opuesta de quienes la tratan como supeditada a las lógicas inestables del mercado.
Por último, me insiste Paco Pepe Calero que ayer “me he dejado en el tintero” las propuestas sobre la soberanía sindical. Lo he hecho adrede por estas razones: 1) no conviene atosigar a los sindicalistas con demasiadas propuestas; y 2) porque, al buen decir de nuestro común abuelo barbudo, “la humanidad sólo se plantea lo que puede resolver en un momento dado”, o algo por el estilo.
P/S. Con referencia a mi entradilla sobre el panótico que quiere poner en marcha Microsoft (por ciento, La Vanguardia publicaba un suelto sobre ello dos días después que lo hizo este blog), recomiendo “El orden y la producción”, de Jean Paul Gaudemar [Trotta]. Vale 11 euros.