No
son pocos en el Partido Popular
los que confían
sus atalajes a la mano ducha del gallego Feijóo. De este caballero se espera algo más que un milagro,
esto es, la resituación del partido en ese espacio invertebrado que es el
centro político. Pero Feijóo sigue resistiéndose a dejar las verdes tierras de
Galicia. Posiblemente haya algo más que le hace titubear: sabe que tiene un
flanco débil que sus adversarios explotarán a fondo, vale decir, sus amistades
peligrosas de hace años. Por otra parte, debe conocer las entretelas del
partido desde el cabo de Gata hasta Finisterre y desde Figueras hasta Isla
Cristina. Así pues, no son situaciones que empujen a un hombre a dejar la
seguridad relativa de ser presidente de una comunidad autónoma a ser un
aspirante con posibilidades reales.
Un
servidor entiende que el PP tiene muchas dificultades para ser, primero, un
partido serio y, después, para ser un partido de derechas: este es un conjunto
de retales diversos que se anulan entre sí.
Casado
logró la presidencia del partido tras ver que su candidatura, en primarias, era
derrotada por la de la Sáenz
de Santamaría. La voz resentida de García Margallo se salió con la suya:
«Cualquiera menos Soraya». Casado entró, pues, como segundo plato. Aquel
congreso valenciano no cicatrizó las heridas y cada behetría siguió funcionando
como siempre. Más adelante, el inesperado fenómeno de la Ayuso, fruto de
aquella remanguillé, pilló a todo el mundo –peperos o no peperos-- con los pelos desordenados.
Tras
la última gran crisis Casado aparece derrotado y humillado por sus mismos
conmilitones. Sus tiralevitas fueron sus mismos justicieros. Y continuó el
festival de conspiración endémica proliferando, además de los baronazgos, los
cacicatos, curazgos y monaguillatos.
Mil
cicatrices dejó el congreso de Valencia, mil desconchones está teniendo la
caída de Casado. Demasiada carga para creer que no seguirán así las cosas. Ese
partido seguirá siendo un conjunto de tapas variadas o un rotundo comistrajo.
Lo cual, en los tiempos que corren, es un desastre.
Mejor
que me equivoque.