Dedicado al compañero Ortega, ferroviario, y
a Carmen, su encantadora hija.
Este ejercicio de redacción tiene como objetivo mostrar mi escasa
simpatía por el acuerdo político entre el PSOE y Ciudadanos con el objetivo de
investir a Pedro Sánchez como Presidente del Gobierno. De igual manera intenta
comentar el proceso de consulta que puso en marcha la dirección del PSOE el
sábado pasado.
Primer tranquillo
Pedro Sánchez
se ha distinguido durante la campaña electoral por declinar machaconamente el
verbo «derogar». En cierto momento tuvo que corregir las declaraciones de algún
que otro gurú económico de su partido que corregía la contundencia de dicho
verbo en lo atinente a la reforma laboral. No era solamente este importante
tema el que se pretendía derogar en el programa electoral y en los repetidos
discursos de la campaña: estaba la LOMCE y la Ley Mordaza. De manera que el
cántaro de la derogación fue repetidamente a la fuente. Sin embargo, fue tantas
veces a la fuente que el cántaro finalmente se rompió.
La triple derogación –sanctus,
sanctus, sanctus-- de las tres botijas,
en la redacción del pacto, se quedó para
el arrastre. Y para no contradecir las viejas tradiciones de las promesas incumplidas,
así en las izquierdas instaladas como en las derechas de siempre, se procede a
declinar otro verbo que da pie a promover una suave mano de pintura, cuyos objetivos
son, hoy por hoy, desconocidos.
Bien sabemos que un acuerdo es
la conclusión de ciertas renuncias. Este planteamiento es inobjetable; vale,
por supuesto, para todo pacto de cualquier naturaleza. Pero el caso es que, en
esta ocasión, la eliminación pactada del verbo derogar se refería a tres asuntos
de esos que se consideran y se alardean como temas estrella. No eran redactados
improvisados ni cosas de pacotilla sino algo que se vinculaba a cuestiones que
afectan a la condición concreta de las personas de carne y hueso en los
terrenos económicos y sociales, al tipo de enseñanza y formación, a las
libertades democráticas, individuales y colectivas. Más todavía, a la
vinculación entre la reforma laboral y la enseñanza y el desarrollo de un nuevo
modelo productivo. Como mínimo podemos afirmar educadamente que el PSOE ha sido
extremadamente generoso con Ciudadanos y poco exigente consigo mismo y con la
atención de quienes habían confiado en el cumplimiento de las tres promesas
estelares.
Tras la firma del pacto los
dirigentes del PSOE convirtieron descaradamente el viejo vicio en nueva virtud.
Hasta el mismo Pedro Sánchez se permitió jugar con el sofisma: «Cuando yo digo
´en un lugar de la Mancha´ todo el mundo sabe a qué me refiero», intentado
ufanamente trasladarnos que la derogación es compatible con su antónimo.
Segundo tranquillo
Ciertamente, no es irrelevante llevar
a consulta de los inscritos del partido socialista el pacto con Ciudadanos. Que
ello fuera un lance dirigido a las baronías o un ejercicio democrático, es cosa
opinable y, para lo que intentamos decir, es irrelevante la intención de esa
consulta. Lo relevante es que dicho pacto fue llevado a cabo, y que Sánchez en
sus repetidos mensajes llamó a una «masiva participación de la militancia».
¿Se puede considerar que el 51,7
por ciento de la participación es para tirar cohetes? De ninguna de las
maneras. Digamos, pues, que el sí al pacto ha sido masivo. Pero ello no encaja
con el altísimo nivel de abstención que se ha alcanzado. Sin embargo, lo
preocupante es que el grupo dirigente del PSOE ha dado por buenos tales
resultados y, afirma, que «se siente satisfecho» de los mismos. Toda una
exhibición de panglossismo, que parece indicar que la abstención de la mitad de
la militancia es la mejor respuesta posible. Con lo que el viejo Voltaire arrugaría inquieto la nariz.
En conclusión, tengo para mí que
el grupo dirigente del PSOE está ´vendiendo´ la vieja gallina del pacto como su
fuera un pavo real. Cabe decir, además, que esta vieja gallina no hará buen
caldo.