miércoles, 29 de octubre de 2008

LA MANIFESTACION DEL 5 DE NOVIEMBRE EN BARCELONA



Los sindicatos catalanes (CC.OO. y UGT) han convocado una manifestación para el día 5 de noviembre “en defensa del empleo y de la industria”. Una decisión que, como ellos mismos explican, “por la necesidad de realizar una fuerte ofensiva ante la hemorragia de anuncios de despidos y expedientes de regulación de empleo de estos últimos días y que tienen tendencia a incrementarse”.


Si mis informaciones no son erróneas se trata de la primera reacción sindical contra los efectos de la crisis y, muy especialmente, contra la “hemorragia” de un buen puñado de empresas que están utilizando la coyuntura de un modo tan interesado como fraudulento.


La reacción de nuestros sindicatos es lógica y legítima. Y es valiente porque seguramente son conscientes de que tener razón no basta y porque son sabedores de las reacciones contradictorias de los trabajadores en estos tiempos tan extremosos: de un lado, los que entienden que efectivamente debe exteriorizarse la protesta y, de otro lado, quienes se encogen, temerosamente preocupados. De quienes entienden que hay que dar la talla y de los que, en el peor de los casos, eligen resignadamente la “servidumbre liberal” por utilizar el viejo concepto de La Boètie que desempolvó en su día Jean-Léon Beauvois.


Naturalmente, es una manifestación de trabajadores. Pero, a buen seguro, no son los únicos convocados. Como diría Gramsci es una movilización “nacional popular” en su sentido más amplio. Porque (casi) todos los sectores de la ciudadanía, en uno u otro sentido, empiezan a estar ya afectados por las consecuencias del catacrac y porque (casi) todos ellos no las tienen todas consigo. Más todavía, de la mayor o menor presencia popular en la manifestación del día 5 se sacarán por parte de los poderes públicos unas u otras lecturas: unas interpretaciones para intervenir o bien con medidas serias o con parches; o, peor todavía, con unas disposiciones que darían a unos pocos la pechuga, el ala y la pata mientras que a los más sólo les quedarían los huesecillos del pollo.


El cuadro político e institucional de Catalunya no puede inhibirse de esta convocatoria. Naturalmente, valen las posiciones declarativas de quienes así lo hagan. Pero la visibilidad de la manifestación requeriría, en estas circunstancias, que los políticos estuvieran en la calle. No sólo los dirigentes de mayor responsabilidad: todos los militantes, afiliados, amigos, conocidos y saludados de las formaciones políticas catalanas debería hacer acto de explícita presencia. Es decir, configurando una especie de “contrato moral” con quienes las están pasando moradas, con quienes pueden empezar a estarlo en menos que canta un gallo. Porque, dígase con claridad, también el problema es político en su sentido más amplio. Lo es porque…


… Porque la suerte del común de los mortales es –o debería ser-- la preocupación central de la política y de sus representantes. Por eso se valoró tanto la resolución del Parlament de Catalunya contra la directiva europea de las 65 horas. Y porque estamos hablando de la calidad de la democracia que, de manera no infrecuente, queda dañada por los comportamientos que hemos dado en llamar fraudulentos de las empresas que burlan, descarada o subrepticiamente, la legalidad democrática. Más todavía, porque estamos hablando de la posibilidad del declive industrial de Catalunya.

Nota. Durante estos días, previos a la manifestación, se le puede echar un vistazo a las obras que recomendamos a continuación, incluso si vas en el metro, autobús o tren camino de la movilización.

Étienne de La Boétie

Tratado de la servidumbre liberal, de Jean-Léon Beauvois

martes, 14 de octubre de 2008

EL SINDICALISMO Y LA POLÍTICA




EL SINDICALISMO Y SU RENOVADO INTERÉS EN LA POLÍTICA*

Primero

Antonio Baylos revisita con punto de vista fundamentado las relaciones del sindicalismo con la política en
http://baylos.blogspot.com/2008/05/el-sindicato-debe-interesarse-por-la.html Comoquiera que el asunto tiene su miga me lanzo pastueñamente a la arena, aceptando el desafío que implícitamente plantea nuestro buen amigo blogista. Este es, como se sabe, un tema recurrente que nos viene desde los primeros tiempos del sindicalismo recorriendo todo tipo de guadianas y meandros.

En un principio fue la hipóstasis y subalternidad del sindicalismo ante el hecho político partidario; más tarde fueron los tímidos intentos de zafarse de la madre putativa, y –andando el tiempo de manera fatigosa— la tan complicada como áspera búsqueda de la autonomía e independencia sindicales. El inicial problema no era exactamente, en mi opinión, la subalternidad del sindicalismo hacia el partido sino algo de más enjundia: la supeditación del conflicto social a las contingencias de la política, interpretadas por Papá-partido; precisamente para que así fuera, se precisaba un sujeto ancilar: el sindicalismo a quien se le situaba sólo en las tareas del “almacén” (1). Pero tantas veces se rompió el cántaro cuando iba a la fuente que, en un momento dado, el sindicalismo dijo con voz aproximadamente clara: hasta aquí hemos llegado. Y el sindicalismo dejó de frecuentar su pasado subalterno y, quitándose los pantalones bombachos, se puso de largo, buscando una personalidad intransferible. Así pues, la discusión hoy no puede basarse esencialmente en aquello que, no hace tantos años, se denominaba pomposamente “las relaciones partido y sindicato”. El debate en estos nuestros tiempos de ahora mismo es “el sindicalismo y la política”. O, por mejor decir: el sindicalismo en la política. De ahí que, según entiendo, Antonio Baylos haya denominado certeramente sus reflexiones así: “El sindicalismo debe interesarse por la política”.

Cuando afirmamos que el sindicalismo es un sujeto político nos estamos refiriendo a su carácter de agente que interviene en las cosas de la vida de la polis. El avezado lector sabe que no lo equiparamos al partido político; así pues en ese sentido no hay que insistir más. Ahora bien, parece razonable traer a colación en qué escenarios políticos interviene el sindicalismo. Dicho grosso modo en dos “territorios”. Primero, en la relación que se establece entre la contractualidad (en su sentido más amplio) y la economía. Y segundo, en las cada vez más amplias esferas de intervención en las cuestiones del welfare que, hasta la presente, estaban, por así decirlo, monopolizadas por los partidos políticos. En ambos planos interviene el sindicalismo con sus propios proyectos, códigos e instrumentos. Yendo por lo derecho: desde su independencia y autonomía propias. Y, a mayor abundamiento, es desde ahí donde el conflicto social se ejerce al margen de las contingencias de la (convencional) política partidaria, la de los partidos. O, si se prefiere de manera tan conocida como castiza: la acción colectiva sindical ni es “balón de oxígeno” con relación a Zutano ni es flagelo vindicativo contra Mengano. Es el resultado de lo que conviene a una amplia agrupación de intereses, según la interpretación independiente y autónoma del sindicalismo.

Si no pocas de las importantes reformas que se han operado (tanto en Europa como en España) son, también, obra del sindicalismo, tendremos que hablar claramente que esa labor le caracteriza especialmente como agente reformador. Me ahorro, por innecesario en esta ocasión, describir el elenco de reformas que, junto a otros o él como protagonista principal, ha puesto en marcha; incluso cuando ha actuado como deuteragonista o figurante cumplió con su función de agente reformador. Pues bien, si le echamos un vistazo al almacén de las reformas y su concreción en bienes democráticos, estamos en condiciones de afirmar que se han orientado en un sentido inequívocamente progresista. Cuestión diferente –aunque esto es harina de otro costal— es el uso social de algunas conquistas [reformas], pero este asunto, un tanto descuidado, no cabe en estas líneas (2).

El almacén de reformas que autorizadamente se puede atribuir al sindicalismo europeo y español hace que el concepto vertido por algunos conspicuos dirigentes sindicales, eméritos o con mando en plaza, de que el sindicato no es “de derechas ni de izquierdas”, sea –dicho amablemente-- una chuchería del espíritu. Y, desde luego, estamos en condiciones de afirmar que tal constructo está desubicado del almacén de reformas que se ha ido construyendo --también las más recientes en torno a derechos inespecíficos-- contra el viento y la marea de los que siempre se opusieron. Así pues, soy del parecer que “no ser ni de derechas ni de izquierdas” significaría que el carácter de las reformas es de naturaleza neutra y que el significado del conflicto social para conseguir las conquistas fue técnico. Ni lo uno ni lo otro son equidistantes de Anás o Caifás, ni significaron tampoco indiferencia alguna por parte del sindicalismo en torno al cuadro institucional en el que se inscribían los derechos y poderes (los bienes democráticos, se ha dicho) que se iban conquistando en un itinerario, acompañado frecuentemente por unas u otras expresiones e conflicto social.

Lo diré sin ambigüedades: el sindicalismo está en la izquierda, pero no es de la izquierda. La vara de medir de la ubicación del sindicalismo [estar en la izquierda] no lo da su carácter ontológico, sino la naturaleza de tales conquistas. Y la vieja piedra de toque acerca de su pertenencia está en la personalidad independiente y autónoma del sindicalismo; en suma, no está en un genitivo de pertenencia a la izquierda política partidaria sino que, sin aspavientos, se coloca en la izquierda. Aviso, en ese sentido, que no se puede ser agnóstico al por mayor, aunque siempre es recomendable, para otras consideraciones, una dosis agnóstica al detall. Por ejemplo, cuando el sindicalismo da la impresión que está un tanto distraído –o quizá lo esté realmente— en determinadas situaciones. Pero ese agnosticismo al por menor no puede borrar ni minusvalorar la calidad del almacén de las reformas progresistas que, hablando en plata, connotan la relación del sindicalismo con la política, entendida en su sentido más ampliamente genérico y con el cuadro institucional in progress.

Algunos dirigentes sindicales, sean eméritos o con mando en plaza, intentaron argumentar que el sindicalismo (“ni de derechas ni de izquierdas”) debe ser “profesional”. Claro que sí, ¡voto a Bríos! Pero ¿qué vincula no ser de derechas ni de izquierdas a reclamar la profesionalidad al sindicalismo? Para mi paladar se trata de un anacoluto con todas las de la ley. De la misma manera que nadie encargaría un trabajo, pongamos por caso a un arquitecto zarrapastroso, nadie confiaría en un sindicalista-chapuza. Que los agnósticos al detall crean que hay sindicalistas chapuceros no lleva a la conclusión de que lo sean al por mayor. La solución la da la piedra de toque: el almacén de reformas muestra que se trata de sindicalistas con una gran dosis de profesionalidad, de saberes. ¿Cómo, si no, entender la fuerte recomendación del Barbudo de Tréveris que, su reputada opera magna, insiste en el general intellect del conjunto asalariado? Más todavía, si tanto se ha insistido en que el conflicto social es, sobre todo, un conflicto de saberes ¿por qué maltratar la expresión “profesional” o “profesionalidad”? ¿por qué situarla en la equidistancia entre “derechas” e “izquierdas”? Ahora bien, quizá no se trate en principio de un anacoluto sino de la siguiente consideración: la que se desprende de equiparar “profesional” y “profesionalidad” a tecnocracia, en el sentido taylorista de la expresión. Lo que nos llevaría a dejar sentado que una de las principales características de la praxis del gran capitán de la industria, don Federico Taylor, fue la separación drástica de gobernantes y gobernados en el centro de trabajo. Mira por dónde sindicalistas eméritos y con mando en plaza estarían induciendo, no sé si a sabiendas y queriendas, a una relación del movimiento de los trabajadores subalterna (la subalternidad que reclamó siempre el taylorismo) con la política empresarial y, por extensión, hipostática a la política partidaria. Lo que se daría de bruces con el largo itinerario del sindicalismo confederal en su acción colectiva por más derechos y poderes –repito: bienes democráticos—en el centro de trabajo. Hablo machaconamente de “bienes democráticos”, porque siempre me entra un cierto regomello en el cuerpo cuando hablo de “derechos sociales”. Esta inquietud me viene porque, de un lado, es preciso connotar el carácter social de las conquistas; pero, de otro lado, con esa sintaxis se establece una (indeseable) desidentificación de lo social con respecto a lo político y a los bienes democráticos. Un ejemplo concreto de lo que quiero decir es el carácter del pacto de empresa en el Matadero de Girona, que algunos denominamos el acuerdo-Córcoles, en honor a su principal arquitecto (3). Cierto, en jerga habitual hablaremos de derechos sociales. Pero esos bienes democráticos son derechos políticos de ciudadanía en toda regla. De lo recientemente dicho parecen desprenderse algunas cuestiones que abundarían en nuestra inamistosa mirada hacia los planteamientos de estos compañeros que postulan o se inclinan por un sindicalismo equidistante. Voy con la explicación.

Una buena parte de la acción colectiva del sindicalismo y del Derecho laboral ha sido, en abierta confrontación con la “libertad de los antiguos” que el centro de trabajo fuera un lugar privado. Esta es la gran conjunción del movimiento organizado de los trabajadores y el iuslaboralismo. Una lucha áspera que se enfrentaba a la contradicción entre el reconocimiento de las libertades formales en la polis moderna y su negación en el centro de trabajo: la comunidad de la polis era una, la comunidad social era otra. Esta lucha no tuvo unos contenidos `técnicos´ ni `profesionales´: tuvo una naturaleza eminentemente política. Esto es, que los derechos de la polis fueran reconocidos una vez atravesadas las cancelas de la fábrica. Los continuos avatares, así las cosas, en la dirección de la conquista de un buen almacén de bienes democráticos fue, además, el resultado de haber compartido diversamente el mismo paradigma entre el sindicalismo, la izquierda política y un buen conjunto de reformadores sociales. Que la izquierda política haya exportado no pocas gangas al sindicalismo, no impide el justo reconocimiento de su batalla por la consecución de los derechos `sociales´. Pues bien, ¿alguien piensa que la acción colectiva por la consecución de nuevos derechos y poderes se ha acabado? Estoy convencido que nadie piensa ese disparate. Pues bien, no sólo –convenimos, naturalmente— que no ha acabado sino que, en realidad, la creación de nuevos derechos y poderes no ha hecho más que empezar en el cuadro de la gran transición en esta fase de reestructuración-modernización, de globalidad interdependiente y de defensa del medioambiente. Cierto, un itinerario complicado, pero que --al igual que antaño-- ese nuevo recorrido no puede caracterizarse porque el sindicato se convierta en un sujeto solipsista, ni indiferente al cuadro institucional o a las fuerzas con las que puede compartir ese paradigma. O, expresado con cierto énfasis, debe ser beligerante como sujeto independiente --compartiendo co-aliados estables y puntuales— contra las fuerzas que se oponen a la consecución de derechos y poderes.

Pero hay algunas cosas de no menor interés que hablan de la relación entre el sindicalismo y la política. Aquí tampoco es razonable practicar el agnosticismo al por mayor. Que se considere que los niveles de participación en la vida sindical es manifiestamente mejorable, no empece afirmar que: 1) el movimiento organizado de los trabajadores se caracteriza por ser una democracia próxima, 2) que la frecuencia de los hechos participativos es cotidiana, y 3) que en el sindicalismo existen dos procesos de legitimación, a saber, el que le viene de la representación en los centros de trabajo y el mandato solemne de los momentos congresuales. Cierto, no es oro todo lo que reluce, pero hay oro reluciente. Y si esto es así, ¿cómo no relacionar esa acción colectiva con la política en su sentido más genérico?

En resumidas cuentas, la relación del sindicalismo, hoy, con la política (incluso teniendo en cuenta ciertas distracciones) no se refiere ni única ni principalmente a las viejas tradiciones de antañazo. Porque, en aquellos tiempos venerables, el conflicto social dependía de los golpes de timón de Papá-partido; y porque –para garantizar que el sindicalismo era pura prótesis de dicho caballero, Papá-partido-- el sindicalismo fue convertido en un sujeto hipostático: lo mismo, se dice, que hizo Dios-Padre con Jesucristo, que fue enviado a sufrir en este valle de lágrimas. Hasta que el sindicalismo abandonó su teodicea y dejó de justificar a su padre: la muerte en la cruz no era útil, al menos, para estos menesteres.

Ahora bien, creo que las ideas que amablemente cuestiono, tienen una explicación: podría ser que los empachos indigestos de ciertas discusiones antiguas acerca de la relación entre el partido y el sindicato hayan creado en algunos dirigentes sindicales, eméritos y con mando en plaza, la necesidad de un sonado ajuste de cuentas; o, posiblemente, la ausencia de discusión –o el insuficiente debate, como se quiera-- sobre las nuevas situaciones y el papel del sindicalismo como agente reformador hayan llevado a lo que más arriba he considerado como un anacoluto. Si es un ajuste de cuentas hay que decir que se les ha desbocado la lengua a algunos; si se trata de lo segundo, la cuestión tiene remedio: ábrase un sosegado debate al por mayor y cuádrense la cuentas.

Segundo

De abrirse ese debate que se sugiere (el sindicalismo en la política) se estaría en mejores condiciones para establecer una relación más fecunda entre el sindicalismo y la política. Especialmente tendría sentido esta pregunta: ¿cómo es posible que el sujeto reformador externo –hacia la sociedad, quiero decir— se muestra tan indolente para proceder a ciertas reformas internas? Dicen que la rosa de Alejandría es colorada de noche y blanca de día. Pues bien, el sindicalismo hace reformas por la noche hacia la sociedad y, durante el día, se muestra remolón en revisitarse a sí mismo. Lo que conllevaría que esa personalidad nicodemita –reformas externas y remolonería interna— oblitere una mayor capacidad de relacionarse con la política, entendida en su sentido más ampliamente genérico.

Sin remilgos: ¿las gigantescas mutaciones que se están dando desde hace unas tres décadas no deberían concitar un giro copernicano en la morfología de la representación en el centro de trabajo? ¿el carácter que imprime la globalización no debería llevar aparejado un instrumento de representación en el centro de trabajo que no fuera el actual, de naturaleza autárquica? ¿las innumerables tipologías asalariadas en el centro de trabajo no debieran propiciar un repensamiento de la representación social? Porque, sin pelos en la lengua, el modelo es prácticamente idéntico a cuando Marcelino Camacho estrenaba su segundo jersey de lana.

Sí, ya sé que aparecen ronchas cuando se habla de estos asuntos atinentes al carácter sagrado de los comités de empresa, cuya invariancia física se da de bruces con la física cuántica de las relaciones industriales de estos, nuestros tiempos. Pero, tengo para mí que, de seguir remoloneando, se incrementará la distancia entre el sujeto reformador externo y sus formas de representación, en detrimento de aquel y en perjuicio de seguir ampliando el almacén de las reformas progresistas. No abrir la mano por ahí haría recordar lo que John Dewey achacaba a los “académicos enclaustrados”: mantener hogaño las viejas cosas de antaño.

Y más crudo todavía: el mantenimiento de los trastos viejos se corresponde, además, con el grueso del carácter de la negociación colectiva, caracterizado –salvo algunas honorabilísimas y punteras experiencias— por un enorme caudal de instrumentos de ropavejero (4). Lo que –como guiño a la mayoría de lectores y estudiosos de esta revista— explicaría, de manera no irrelevante, que el arca de Noé del iuslaboralismo (Romagnoli, docet) no esté en buenas condiciones para seguir navegando: algo que, por ejemplo, podría debatirse en esta solemnidad del Año Bomarzo, quiero decir de su décimo aniversario. Porque, al decir del maestro Angelillo, la fuente se ha secado en el camino verde, camino verde, que va a la ermita. O sea, si las fuentes de derecho se secan, lloran de pena las margaritas del Derecho laboral.

Si se me pregunta qué hacer, la respuesta provisional debería ser la que insinuó aquel personaje de A buen juez, mejor testigo: “Hartemos... lo que sepamos”. En todo caso, habrá que evitar seguir haciendo, en estos terrenos de la autorreforma interna de la casa, lo de siempre, esto es, mantener las mismas paredes maestras –las mismas formas de representación, quiero decir— de los tiempos de las nieves de antaño. Por muchas razones, pero –para lo que nos ocupa—porque mantener los mismos planos de la casa entra en contradicción con la asignatura pendiente del sindicalismo: organizar las conquistas que, en amplios espacios, ha conseguido y continúa en ello.

Parapanda, X Año Bomarzo

* Artículo aparecido en Revista de Derecho Social, 42 (2008)


(1) [...] por ese motivo he estudiado a los ingleses de principios del siglo XX. Me gustaba que desde la fábrica incidieran en la sociedad. Pero, después, cuando se pusieron a construir algo se dieron cuenta que habían trabajado para otros. No perdieron. Simplemente habían trabajado para la socialdemocracia, que era otra cosa. (El subrayado es de un servidor, JLLB) en Vittorio Foa, “Las palabras y la política” (Sexto Tranco):
http://ferinohizla.blogspot.com/
(2) José Luis López Bulla El uso social de las conquistas sindicales en http://lopezbulla.blogspot.com/2007/07/el-uso-social-de-las-conquistas.html
(3) http://theparapanda.blogspot.com/2008/06/acuerdo-en-el-matadero-de-girona-versin.html
(4) Véase las diversas ponencias de Miquel Falguera i Baró sobre las negociaciones colectivas en:
Mujer e igualdad en
http://theparapanda.blogspot.com/2008/05/mujer-y-trabajo-entre-la-precariedad-y.html
La causalidad en la contratación temporal en http://theparapanda.blogspot.com/2008/05/la-causalidad-en-la-contratacion.html
Las dobles escalas salariales en http://theparapanda.blogspot.com/2008/05/miquel-falguera-las-dobles-escalas.html

domingo, 12 de octubre de 2008

DERECHO DEL TRABAJO Y SINDICALISMO





UNA ENTREVISTA A UMBERTO ROMAGNOLI

La Gaceta Sindical de Castilla La Mancha, el periódico de CC.OO. de esa Comunidad, hizo la entrevista que sigue al maestro Umberto Romagnoli. En breve aparecerá publicada en formato tradicional y con la traducción oficial a cargo de Charo Gallardo; de momento puede servir esta versión castellana, obra de un joven becario de Parapanda. La foto de arriba retrata un encuentro del maestro Umberto Romagnoli en la ciudad de Parapanda con tres sujetos escasamente recomendables.


César García Arribas y Charo Gallardo


Pregunta: Es doctor honoris causa de nuestra Universidad y nos visita a menudo. Tiene una especial relación con Castilla-La Mancha ¿a qué se debe?

Respuesta. Podría responder recordando la intensa relación intelectual y de amistad que dura ya 20 años con Antonio Baylos y Joaquín Aparicio. Pero no es lo único: el hecho es que en esta sede universitaria se ha formado un grupo de juristas del trabajo, guiado por Antonio y Joaquín, culturalmente preparado e intensamente motivado y que ha entendido una cosa fundamental: el Derecho del Trabajo no es solamente un sector del ordenamiento jurídico; como la historia para los historiadores, es también una llave para leer el mundo.

Por otro lado, comparto con ellos la responsabilidad de una significativa experiencia de formación para expertos latinoamericanos en problemas del trabajo y de las relaciones industriales. El curso, de celebración anual, se inició hace 20 años en la Universidad de Bolonia y desde hace una década se organiza en módulos, uno de los cuales se desarrolla en la sede toledana de la UCLM, con la inapreciable aportación de Charo (Gallardo).

Debo reconocer que la participación en esta iniciativa de los amigos del ateneo manchego ha permitido dar un salto cualitativo al curso, que ha extendido aún más su impacto en ambientes cualificados de América Latina, donde la cultura jurídica europea (marcadamente de izquierdas) es marginal respecto a la estadounidense.


¿Cuál es la relación entre Derecho del Trabajo y Sindicalismo?

R. La mejor prueba de que el Derecho de Trabajo es hijo del sindicato se encuentra en la comparación de sus cromosomas con los paternos. De hecho, el Derecho del Trabajo es ambivalente en la misma medida en que el sindicato es bipolar.

Al igual que este último es mitad instrumento de integración en el sistema y mitad instrumento de contestación del mismo, así el derecho que el trabajo reconoce como suyo es Derecho ‘del’ Trabajo no menos que Derecho ‘sobre’ el Trabajo: porque concede la palabra al trabajo, pero al mismo tiempo le prohíbe alzar demasiado la voz.

Es como decir que es a la vez instrumento de emancipación e instrumento de represión.

El Derecho del Trabajo no ha llevado a sus extremos los conflictos originales del sistema capitalista. Mas bien, lo ha regulado con la finalidad de evitar que el propio capitalismo se radicalice, produciendo efectos devastadores. Esto, bien mirado, es el signo menos discutible de que, aun llevando su nombre, el Derecho del Trabajo no ha escuchado sólo las razones del trabajo: también ha escuchado siempre las razones del capital. Esto está en plena sintonía con la naturaleza compromisoria de su proceso de formación.

¿Cabe en el siglo XXI el sindicato de clase?

No diría que CCOO está en un error al querer conservar su antigua definición, pero que quede claro para todos –incluso para CCOO- que el significado de la fórmula verbal ‘sindicato de clase’ es hoy diferente al que tuvo en el pasado, cuando la sociedad estaba divida en dos como una manzana y cada clase estaba convencida de que la derrota de la clase contraria sería beneficiosa para la sociedad entera.

La verdad es que en la sociedad actual es más fácil representar fragmentos del mundo del trabajo -ya que el trabajo se declina en plural-; y es más difícil unificar la representación global del universo múltiple de los trabajos. Esto es el “hic Rhodus, hic salta” del sindicato contemporáneo.

Su deber es reconducir la diferencia de contenidos de las tutelas repartidas en la tipología de los trabajos, descontaminándose de su cultura parcial que le lleva a concentrar la tutela en el ámbito del trabajo dependiente. Es un reto que el sindicato puede superar a condición de dejar de lado las falsas certezas de un silogismo que lo acompaña desde el siglo pasado: a) el trabajo fordista es trabajo subordinado; b) el trabajo fordista está en expansión; conclusión: el trabajo subordinado ocupará espacios tendencialmente ilimitados.

Sé bien que la perspectiva apenas vislumbrada de la política del derecho no es factible de inmediato, por insuficiencia de consensos. Solamente una interpretación evolutiva de los enunciados de las constituciones post-liberales de la segunda postguerra puede poner el acento en el significado unificador del trabajo: de ese significado es de donde nace el proyecto de reforma “au-delà de l’emploi” , como les gusta decir a los franceses.

En efecto, su realización exige que la relación entre trabajo y ciudadanía esté presidida por reglas que sigan a la persona en todas sus actividades, en cada posición y en cada momento, sea cual sea la modalidad de su relación con el trabajo, subordinado o autónomo; y, justo por esto, reglas calibradas más por el status que por el contrato. Al fin y al cabo, si el trabajo industrial ha conseguido su emancipación es porque la democracia constitucional lo ha transformado en un título privilegiado de legitimación de acceso a los derechos sociales de ciudadanía. Ahora que la fábrica ya no es uno de los grandes laboratorios de la socialización moderna, es la ciudadanía la que pretende emanciparse del trabajo industrial, reclamando las garantías necesarias para conservar su perfil de identidad por encima de la pluralidad y heterogeneidad de los itinerarios y situaciones laborales. Después de todo, como decía Gerard Lyon-Caen, “seguirá siendo necesariamente industriosa; o, si no, industrial”.

Por ello, sería un error subestimar el peso de los derechos constitucionales del individuo como base del ‘paquete estándar’ de bienes y servicios, en los cuales la noción de ciudadanía está destinada a adquirir visibilidad y concreción en una sociedad industriosa.

Una sociedad para la cual el Derecho del Trabajo no podrá ser igual que en el pasado siglo. El tren de vida del común de los mortales le expone al peligro de quedarse en tierra, o de ser apeado en marcha. De ahí la necesidad de reclamar que se vayan enganchando más vagones y vagonetas en número suficiente para que nadie quede en tierra, para que pueda subir todo el mundo.

Una sociedad en la que partiendo de una Constitución aún por alumbrar, que cuente con un Derecho del Trabajo ‘modernizado’, en la medida en que su función protectora se articule mediante la inclusión de los elementos que constituyen la ciudadanía social.

No es correcto ni razonable esperar la muerte del Derecho de Trabajo del siglo XX; en vez de eso lo que se espera es su transfiguración mediante la creación de un orden normativo que, sin cambiar el centro de gravedad, permita la exigibilidad de derechos sociales por parte del trabajador en cuanto ciudadano, más que del ciudadano en cuanto trabajador. Las palabras son las mismas, pero los acentos son diversos, están colocados de modo diferente. Lo que quiero es hacer entender que, en la relación biunívoca entre trabajo y ciudadanía, ha sucedido algo: la metamorfosis del trabajo, que ha hecho que haya cambiado la percepción social. Este cambio no deja de influir en el status de ciudadano y en la manera de beneficiarse de él.

Precisamente en estos días he entregado a la editorial Donzelli una obra sobre la cultura jurídica del trabajo en el siglo XX. En sus conclusiones sostengo que la creciente segmentación del trabajo impide continuar privilegiando la forma de ciudadanía basada en el trabajo -declinado en singular y con “t” minúscula-, del cual han sido en parte artífices y en parte garantes las grandes organizaciones de trabajadores que hicieron frente a las grandes estructuras y a las fuerzas del capital.

¿Podemos esperar esto de un derecho laboral europeo, o de una futura Constitución europea, impulsada desde un sindicalismo europeo?

R. Es prematuro hablar de un derecho laboral-sindical europeo. Todo lo más, existe un proceso de comunitarización de los derechos nacionales del trabajo. No es realista dar por sentado que eso suponga el germen de un sindicalismo europeo.

En la mayoría de los países europeos, el derecho del trabajo es hijo natural del estado-nación y del sindicato -al que, después de haberlo combatido, el mismo estado-nación ha comenzado a tratar como a un ‘partenaire’.

A su vez, el Derecho Comunitario –como el derecho global del trabajo, aunque en fase de formación- será un hijo concebido en probeta, cuya artificialidad no puede ser corregida por la exangüe autonomía colectiva-sindical de ámbito europeo. Ambos -derecho laboral europeo, sindicalismo de ámbito europeo- tienen en común un código genético que les contrapone a los derechos nacionales del trabajo.

Mientras que éstos se mueven dentro de una tradición de inspiración solidaria, donde la libertad de iniciativa económica no es un valor absoluto, el derecho global y el derecho comunitario del trabajo se mueven en un espacio inmaterial, deslizándose –velozmente, como campeones de windsurf- sobre grandes olas que le alzan por encima del espíritu animal del capitalismo de mercado.

Por ahora lo único que podemos prever es lo que no será un derecho global del trabajo: no podrá ser nacional-popular, en el sentido propio de los derechos domésticos del ordenamiento jurídico de cada Estado, que se han colocado en el punto de mira privilegiado de la gran generación de juristas del Trabajo a cuyas enseñanzas debemos lo que somos y lo poco que hemos sabido hacer.

Ciertamente, es una amputación que nos hace sufrir como a un animal cuya pata ha quedado atrapada en el cepo.

P. En sus orígenes el sindicalismo provocaba malestar y hasta miedo…..

R. Responderé con una metáfora de sabor kennedyano que tanto le gustaba al jurista Federico Mancini, fallecido a finales del pasado siglo, con quien di los primeros pasos en el estudio de la disciplina de mi vida: es la imagen del pluralismo gubernativo que en las democracias adultas adopta el aspecto de una montaña cuya cima es una meseta.

La pendiente comienza a subirse desordenadamente y siempre hay nuevos sujetos sociales que quieren conquistarla. Como la ascensión es dura, para escalar se sirven de todos los medios disponibles, aun de los más groseros y elementales. En la cima, los intereses que hayan conseguido llegar hasta allí se disputan el espacio, eligiendo el medio más compatible con el orden existente y practicando reglas de un juego que, mientras tanto, ha cambiado y se ha incivilizado.

La concertación supone que el sindicato ha llegado a la cima de la montaña.

P. Además de sus tremendos efectos en la economía mundial, la crisis financiera actual parece haber puesto en cuestión muchas cosas. Según muchos, no es una crisis más de las habituales crisis cíclicas del capitalismo. El liberalismo como ideología ha plegado velas. Los gobiernos nacionalizan los bancos en quiebra. El presidente de la Patronal española llegó incluso a solicitar, literalmente, que se suspendiera por un tiempo la economía de mercado ¿Cuál es su análisis de esta situación y de sus posibles efectos?

R. “El capitalismo tiene los siglos contados” no es solo la ocurrencia irónica que Giorgio Ruffolo ha elegido como título de su último libro. Es también la realista premisa de la que debemos partir. Sirve para soñar menos y hacer más política. Sirve también para el sindicato, el cual se encuentra frente a una gran oportunidad: la de forzar a la economía de mercado a que se replantee a sí misma.

De hecho, la clamorosa caída de su credibilidad a nivel mundial la deslegitima definitivamente en el papel de testigo de cargo en el proceso abierto a finales del siglo XX contra el sindicalismo y el Derecho del Trabajo. La verdad es que ha ocurrido algo que no se puede ignorar por parte del sindicato: un exceso de condescendencia ideológica, que le ha llevado a tomarse en serio la crítica dirigida al Derecho ‘del’ Trabajo de haberse convertido en el más aguerrido antagonista del Derecho ‘al’ Trabajo.

Cierto que esto último es un reto. Pero el Derecho del Trabajo no ha tenido a bien recoger el guante porque no va directamente dirigido a él –o por lo menos no solo a él; sino más bien a la economía, cuyo coeficiente de ética está ligado fundamentalmente a su capacidad para crear las condiciones que permitan que el mayor número posible de personas puedan ejercer el derecho al trabajo proclamado en las modernas constituciones.

A menos que se considere que el desmantelamiento de las tutelas del trabajo hace más realista el enunciado constitucional.

Lo cual sería paradójico, sería como culpar al semáforo de que los accidentes de tráfico no solo no disminuyen sino que aumentan. La verdad es que al igual que el semáforo es un instrumento regulador del que no puede prescindirse solamente porque muchos se lo salten en rojo. Así, el desmantelamiento del Derecho del Trabajo, de por sí, no provocará un aumento de la ocupación: la única certeza es que lo que sí producirá es la desregulación del trabajo que haya. Sea éste mucho o poco.





sábado, 11 de octubre de 2008

MÁS SOBRE LA UNIDAD SINDICAL (2)



Los comentarios que se hacen en el anterior escrito me animan a seguir con la importante cuestión de la unidad sindical orgánica. De un lado, las opiniones del muy veterano Fernando Garrido; de otro, la noticia que nos ofrece un misterioso Colomí missatger de una reunión de los sindicatos franceses, y finalmente la pregunta del amigo Despertaferro sobre si la unidad sindical podría provocar un incremento de la afiliación al nuevo sindicato.


Digamos las cosas claras: los mayores impedimentos que existían para no crear un sindicato unitario en España cayeron hace tiempo. Se trataba de la dependencia de una y otra organización a tal o cual partido. Subsisten todavía –y es cosa natural-- potentes inercias que se deben a códigos de conducta que vienen de muy atrás. Aunque ya no son determinantes, parece claro que aún juegan un papel de freno para la unificación de ambas organizaciones. En todo caso, cualquier observador puede darse cuenta de que se han operado, desde hace por lo menos veinte años, mutuas influencias entre ellos. Ha sido un contagio irregular, pero que en todo caso ha ido limando las diferencias de conducta en entrambas organizaciones.


Pues bien, si ya no existe (al menos con la intensidad de antaño) la dependencia del sindicato hacia papá-partido, es claro que lo más evidente es la consideración “teórica” de que el vínculo que recorre la condición asalariada es de naturaleza social. Que es unitaria, sabiendo que el conjunto asalariado tiene una diversidad de situaciones. Así pues, nada impediría que el sindicalismo unitario ejerciera de buen sastre reuniendo todos esos “retales”.


No será fácil avanzar en la unidad sindical orgánica. ¿Y qué? Menos utilidades reporta la no-unidad. De manera que nos vale empezar a hablar, debatir y echar cuentas para, gradualmente, ir poniendo los primeros ladrillos de la casa de todos los trabajadores.


Como enseña un avezado Fernando Garrido es necesario hablar largo y tendido y, sobre todo, consensuar reglas y pautas de conducta. En todo caso, tengo para mí que la tarea más necesaria podría ser todo lo relativo a la negociación colectiva, la razón de ser más potente del sindicalismo confederal.


¿Dónde estarán los mayores impedimentos para empezar a diseñar el nuevo edificio? Me imagino que en aquellas zonas grises de quienes hayan ido acumulando resentimientos por unas u otras razones. Y también en la dificultad que podría tener no poca gente en la reacomodación en el nuevo sindicato. Esto es, en el puesto dirigente al que creerían tener derecho. Pero estas cosas, que ya irán viniendo, no están en el orden del día. Porque, como se ha dicho, lo importante es trazar un camino gradual, con experiencias piloto, intermedias, capaces de ir construyendo –al principio un confortable patio de vecinos— una casa general.

Pregunta Despertaferro: ¿se incrementará la afiliación? La respuesta tradicional sería afirmativa. No obstante, por si las moscas es condición (casi) necesaria que el sindicalismo de nuevo estilo sea la expresión unitaria, contractual, en el centro de trabajo. Porque, digamos las cosas claras: ¿para qué serviría el comité de empresa si se alcanza la unidad sindical orgánica?

viernes, 10 de octubre de 2008

¿PARA CUÁNDO LA UNIDAD SINDICAL ORGÁNICA? (1)


Este catacrac financiero (casi) mundial está poniendo patas arriba muchas cosas. No hablo de las más evidentes porque, al menos parcialmente, se han puesto de manifiesto en este blog en los últimos días. Lo que sí parece claro es que todas las respuestas tradicionales que se han puesto en marcha no están cumpliendo sus objetivos. Al menos de momento. Puede ser que ello tenga algo que ver con lo que alguien dijo, tiempo ha: cuando sabíamos las respuestas, se cambiaron las preguntas. Bien, con mayor o menor propiedad casi todo el mundo se está moviendo. Por eso, tengo para mí que sería apropiado que el sindicalismo confederal español se moviera un poco más, poniendo en marcha una iniciativa de gran relieve. Que es la que se verá a continuación…


Premisa. Me informaron mis amigos andaluces, durante mi estancia en la Universidad Internacional de Andalucía, el pasado miércoles, en la bellísima ciudad de Baeza, que hace poco se celebró una asamblea de delegados sindicales andaluces de Ugt y Comisiones Obreras en Sevilla, presidida por Cándido y Fidalgo. El primer espada ugetista empezó su discurso con un potente elogio de los dirigentes sindicales de Comisiones Obreras; Fidalgo, a su vez, cerró su intervención con un “¡viva Ugt!”. La asamblea unitaria estaba preparando la movilización por el “trabajo decente”… Ni que decir tiene que los representantes de los trabajadores aplaudieron a rabiar las intervenciones de los máximos líderes de Ugt y Comisiones Obreras. ¿Sería exagerado apuntar que algo se está moviendo, imperceptiblemente, en nuestros sindicatos? Porque, según mis fuentes andaluzas, Cándido habló como si la gente de Comisiones fuera la propia y el grito de Fidalgo apareció tan natural como si el “otro” sindicato también le fuera propio. Por mi parte, me quito el sombrero.


Primera consideración. Hemos partido de que, con mayor o menor fortuna, casi todo el mundo se está moviendo para encontrar soluciones o unas primeras pistas frente a esta crisis financiera que estamos sufriendo y padeciendo (unos más que otros, y unos incluso aprovechándose de ella). Pues bien, el sindicalismo confederal debería considerar que más tarde o más temprano construirá la unidad sindical orgánica, esto es, la creación de un sindicato unitario. Por muchas razones. Por ejemplo, tiene poco sentido simbólico que existan la Confederación Europea de Sindicatos y la Central Sindical Mundial, esta última es la que ha convocado la jornada global por el “trabajo decente”. ¿Hasta cuándo, pues, puede mantenerse esto, todavía chocantemente lógico, de unidad por arriba y otra cosa en los Estados nacionales, en España por no ir más lejos?


Segunda consideración. Repito: más tarde o más temprano se construirá la unidad sindical orgánica en España. Así pues, ¿a qué esperar para, gradualmente, hablar, debatir, pergeñar y empezar a poner, gradualmente, los primeros ladrillos de la casa? Por supuesto, sin precipitaciones: he dicho gradualmente. Lo que quiere decir con fases intermedias. Más en concreto, puede haber (también gradualmente) organismos de unidad intermedia que mantengan, en una primera fase, la adscripción a la casa madre tradicional, esto es, a Comisiones y Ugt. Y, poquito a poco, leyendo las experiencias avanzar, también gradualmente
.