viernes, 19 de febrero de 2010

PROTAGONISMO Y ANTAGONISMO DEL SINDICATO



EN AMIGABLE DISENSO CON LA CGIL


Uno de los lemas del próximo congreso de la Confederazione Generale Italiana del Lavoro es: “Sindicato protagonista, pero no antagonista”. Se me ponen los ojos como acentos circunflejos y, rápido como veloz centella, me dirijo a un querido amigo italiano, destacado dirigente sindical de la CGIL. Me responde de manera sobria: “un sindicato que es actor principal de acciones e iniciativas para contribuir a la representación de los intereses de los trabajadores y las trabajadoras. Que propone objetivos realizables e contribuye al gobierno del país durante la crisis y fuera de la crisis. Un sindicato que no se limita a decir no, sino que expresa claramente qué quiere y avanza programas y proyectos”. Estoy plenamente de acuerdo con lo dicho por el amigo italiano. Pero no comparto el mencionado lema congresual. Por otra parte, de las palabras definitorias que hace mi amigo, no se desprende que la conclusión deba ser la formulación de “no antagonista”. Más todavía, hasta donde yo recuerdo, la CGIL ha sido, por lo general –con unos u otros altibajos—una organización que respondía adecuadamente a la caracterización que ha hecho el amigo italiano.


A las personas de edad –como es mi caso— se nos permite no tener pelos en la lengua, especialmente si no tenemos “mando en plaza”. Incluso, con mayor o menor desenfado, también se nos consiente lanzar algunas puyas que, en mi caso, casi siempre parecen amablemente bienintencionadas. Y, con ese carné de identidad intento aproximarme al tema en cuestión. Para ello, me propongo declinar el concepto y la palabra agonista. De donde viene la palabra prot(agonista) y anta(gonista). Agonista, ἀγωνιστής, es una palabra que nos viene del griego clásico, significa: con unos y otros matices significa contendiente, luchador. En ese sentido, es obvio que el sindicato quiera ser protagonista; y, en la misma dirección, veremos si es antagonista o no. Pero, antes de meterme en harina, doy por sentado que no estamos ante un debate nominalista. Pues bien, como la expresión y el concepto “protagonista” me encanta, voy a centrarme en la “otra”, “antagonista”.


Si la base del sindicalismo confederal es el ecocentro de trabajo es de cajón que debemos partir de ahí para enhebrar un discurso que no debería estar apriorísticamente definido. Ahora bien, ya que el sindicalismo confederal pretende intervenir –con el mayor grado de protagonismo posible— en todos los intersticios de la economía-mundo debemos abordar una narrativa sindical que vincule ambos escenarios: 1) el ecocentro de trabajo y 2) la economía-mundo.


1.-- La pugna del movimiento de los trabajadores ha sido siempre –y también en las nuevas condiciones del centro de trabajo innovado— por la mejora de los salarios, por la humanización de las condiciones de trabajo y por los derechos sociales, entendidos éstos como bienes democráticos. Ni qué decir tiene que, en dichos aspectos, las conquistas de civilización parecen evidentes, incluso si lo comparamos con tiempos más históricamente recientes. Ahora bien, comoquiera que el sindicalismo es un sujeto cotidiano, su obligación no es la comparación con los viejos tiempos sino con lo que está sucediendo aquí y ahora.


Lo cierto es que, hoy como ayer, toda aspiración del movimiento de los trabajadores –conducido por el sujeto organizado, el sindicalismo— ha chocado con el poder autoritario del dador de trabajo o con las nuevas formas de management empresarial. Ayer con luchas y formas de expresión no tuteladas por las Constituciones; hoy mediante formas institucionales, más o menos regladas. Ayer a través de las relaciones de fuerza; hoy, también con ellas pero bajo la tutela del iuslaboralismo. Ahora bien, en ese sentido, vale la pena repensar, sin legañas en los ojos, que el dado de la empresa y el management se han comportado históricamente como sujetos de resistencia frente a las demandas del movimiento de los trabajadores, del sindicalismo confederal. Paradójicamente, sin embargo, la etiqueta de resistencialismo ha sido endosada al sindicalismo. O, lo que es lo mismo, todo planteamiento de alternatividad, de narrativa sindical diferente, era adjetivada como re-accionaria. Por ejemplo, cuando en mis buenos tiempos intentábamos confrontarnos al agudo problema de la asbestosis en la empresa Uralita (Cerdanyola, una ciudad vecina de Barcelona) la empresa afirmaba jupiterinamente que éramos una rémora para el progreso. Conclusión, centenares de trabajadores y sus familias estuvieron –y siguen estando— afectados por el mal del amianto. Y no sólo ellos sino una gran parte de la ciudad de Cerdanyola, aunque no trabajaran en dicha empresa. Este es uno de tantos ejemplos que conviene traer a colación. ¿Hay que poner más? No, todos estamos perfectamente al tanto de las cosas. Con un ejemplo emblemático nos basta y, de esa manera, aligeramos este ejercicio de redacción.


El sindicalismo en la fábrica y el sostén confederal expresaban la alteridad de su situación, la alteridad de sus propuestas frente al problema del amianto. La empresa ejerció su más berroqueña política de resistencia, amparada por la ley: la organización del trabajo está en manos de la unilateralidad del poder empresarial y de su ius variandi. En concreto, en Uralita (y otros mil lugares) éramos un sindicato, “actor principal de acciones e iniciativas para contribuir a la representación de los intereses de los trabajadores y las trabajadoras. Que propone objetivos realizables e contribuye al gobierno del país durante la crisis y fuera de la crisis. Un sindicato que no se limita a decir no, sino que expresa claramente qué quiere y avanza programas y proyectos”. Que es lo que atinadamente dice mi amigo italiano. Pero nosotros, con mayores o menos aciertos, nos encontrábamos ante el resistencialismo empresarial que siempre dijo que no a cualquier planteamiento, no digo ya del uso sino del abuso de la organización del trabajo. Al ejercicio de nuestra alteridad, el dador de trabajo oponía su propia personalidad. Uralita nunca quiso cambiar substancialmente las cosas porque eso le convenía y porque estaba apoyada por la ley. Una alteridad que indiciaba la independencia sindical, ejercida democráticamente mediante la cualidad de los hechos participativos; es desde esa alteridad donde se produce la orientación de sentido del sindicato.


En consecuencia, ¿hay que insistir más en que la principal característica del movimiento de los trabajadores –y, por consiguiente, de su representación, esto es, el sindicalismo— es la alteridad, es decir, ser el otro? Más todavía, así las cosas, ¿cuesta mucho trabajo admitir que frente a la contraparte, contumazmente resistencialista, nosotros éramos y somos un sujeto fundadamente antagonista?


2.-- ¿Qué decir de la economía-mundo en esta nueva fase de reestructuración-innovación de los aparatos productivos y de servicios? ¿Qué decir del origen y desarrollo de la crisis actual? Mucho han hablado sobre ella gentes temperadas y con punto de vista fundamentado. Me remito a Antonio Lettieri, Pierre Carniti y otros que, en el ejercicio de altas sus responsabilidades sindicales, siempre auspiciaron y provocaron momentos de discontinuidad y renovación del sindicalismo.


Pues bien, ¿no es cierto que sigue en curso una fuerte confrontación –de ideas y proyectos— que muestran a las claras, naturaliter, una consolidada alteridad? Una alteridad que, por supuesto, intenta colocar al sindicalismo en un lugar de protagonismo activo en el escenario europeo y de la globalización? ¿Y no es cierto que las contrapartes (a través de una actitud resistencialista, como gato panza arriba, en la necesidad de la negociación colectiva europea y de políticas contractuales en los grandes espacios? Más todavía, también en este escenario de la economía-mundo, el sindicalismo parte de su antagonismo. Cosa que no impide que, desde esa personalidad –nacida de la alteridad— llegue a acuerdos, convenios, pactos.


Pues, efectivamente, sí: continúa la confrontación de proyectos entre el sindicato y los responsables de la crisis. Nosotros fuimos claramente antagonistas frente al neoliberalismo, contra la exaltación que hicieron del poder que representaban las “zonas grisis” de la democracia, contra los movimientos especulativos que azotaron los cuatro puntos cardinales del planeta. Una confrontación que sigue ahora, en un momento en que vuelven a las andadas con un descaro que ni siquiera se disfrazan de noviembre, lorquianamente hablando, para no infundir sospechas.


3.-- Por unas y otras razones, tanto en el ecocentro de trabajo como fuera de la empresa, la alteridad del sindicato le hace ser un sujeto-conflicto. Un conflicto que se ejerce institucionalmente, esto es, con reglas, obligatorias y obligantes: otra conquista de bienes democráticos, expresados rotundamente en los textos constitucionales. Ahora bien, el sujeto-conflicto –como expresión de la alteridad sindical— está referido a un conflicto propositivo. No es, por tanto, una expresión “de barricada”. Es un elemento central para que el sindicalismo sea –según el maestro Bruno Trentin— un sujeto reformador.


Conclusiones provisionales. 1) Entiendo que es un
anacoluto relacionar la frase de mi amigo italiano con “sindicato protagonista, pero no antagonista”. 2) Tengo para mí que lo mejor sería eliminar, por confusa, la expresión “no antagonista”.


Pero, con perdón, ¡doctores tiene la iglesia: cada cual es muy libre de bajar las escaleras a su antojo. Y, ¿no es cierto?, cada cual es muy dueño de cantar o no las viejas canciones que los reformistas de antaño escribieron y musicaron. Por ejemplo, el
Inno dei Lavoratori que apenas si se entona en las grandes ocasiones. Es durillo eso del “riscatto del lavoro”. Más dura es, sin embargo, la letra de La Marsellesa. Y no digamos de la venerable ancianidad de Fratelli d’ Italia donde se sigue entonando algo tan chocante como la relación entre el yelmo de Escipión y la creación de Roma, obra de Dios Nuestro Señor. Que, como se sabe, son cosas más antañonas que lo escrito por el viejo padre del reformismo Filippo Turati con música del maestro Amintore Galli.




Radio Parapanda. Se remite encarecidamente a los blogs siguientes: Alumnos de Giuseppe Di Vittorio, Bruno Trentin, Con Umberto Romagnoli. Y, por supuesto, la crónica del día: LA DOCTRINA DEL TRIBUNAL SUPREMO SOBRE LA ACCION PROTECTORA DE LA SEGURIDAD SOCIAL



lunes, 15 de febrero de 2010

REPRSENTACIÓN Y PARTICIPACIÓN SINDICALES. Hablando con Carlos Mejia (Perú).


El jueves día 12 de febrero tuvimos un animado coloquio en el encuentro con dirigentes sindicales de Comisiones Obreras de Catalunya con motivo de la presentación del libro de Antonio Baylos en su versión catalana. Nuestro amigo peruano Carlos Mejía me envía unos comentarios a propósito de mi intervención en el mencionado acto barcelonés, SINDICALISMO Y DERECHO SINDICAL. Y, en el mismo lugar, el joven Simón Muntaner, presente en dicha reunión, con amable conductismo me invita a responder a Carlos. Cosa que haré de la manera más cómoda que me sea posible por dos razones: primero, porque la representación sindical en el centro de trabajo en Perú no es igual que en España; y, segundo, porque desgraciadamente estoy pez en las cosas sindicales de aquel país.


1.-- Quede claro: cuando hablo de transferir los poderes del comité de empresa al sindicato en el centro de trabajo (por lo tanto, estaríamos hablando de una única representación) estoy pensando en la necesidad de que la sección sindical rejuvenezca la democracia y la haga más cualitativa mediante una serie de hechos participativos que deberían estar reglados con normas obligatorias y obligantes. Por supuesto, ese traslado de poderes no puede ser atolondrado, aunque lo importante es no perder más tiempo y empezar a organizar la transición.


Naturalmente estamos hablando de una sección sindical auténticamente representativa de todas las situaciones y tipologías asalariadas presentes en el centro de trabajo. Entendiendo por “representativa” la capacidad de aprehender la condición asalariada de cada diversidad tanto colectiva como individualmente. De esta manera “representativa” se está en mejores condiciones para ejercer la “representación”, esto es, para hablar en nombre del conjunto asalariado. De manera que, así las cosas, “representatividad” y “representación” son conceptos no exactamente iguales. Y, más todavía: ambos conceptos hilvanados por la “participación” son los que presuponen el sindicato-de-los-trabajadores y no un mero sindicato-para-los-trabajadores.


Además de lo que he resaltado en anteriores ocasiones, en esta ocasión desearía añadir un elemento nuevo: el modelo dual que tenemos en España (el comité de empresa y la sección sindical) impide objetivamente que el sindicato general tenga realmente su base en el centro de trabajo. Por la sencilla razón de que la sección sindical, salvo algunas excepciones –ciertamente importantes-- es un huésped realquilado en el comité.


Lo cierto es que ha habido históricamente, en algunos países y modelos sindicales, una desatención notable a que el sindicato tuviera una organización propia en el centro de trabajo. Posiblemente tenga como origen remoto la vieja supeditación (hoy inexistente) del sindicato hacia Papá-partido (el que fuera) y a la antigua desconfianza de no pocos dirigentes sindicales (especialmente los de gran formato) de que el sindicato en el centro de trabajo conllevaba, según ellos, una serie de derivas corporativas. No se libró de esos recelos ni siquiera el gran
GIUSEPPE DI VITTORIO y los de una cultura similar. En concreto, en esos grandes dirigentes siempre se miró con suspicacia especialmente la negociación colectiva en la empresa. Por otra parte, un sujeto estable y, por así decirlo, trascendente era visto como una interferencia para el partido (el que fuera) que se autodefinía como la vanguardia del proletariado. Hoy no se da esa situación. Felizmente para todos, habría que recalcar.


No estoy muy seguro de interpretar correctamente lo que plantea el amigo Carlos Mejía en su comentario, de modo que diré lo que entiendo del fondo de su pregunta: yo soy partidario firme de que el sindicato en la empresa (lo que llamamos en España “sección sindical de empresa”) tenga el mayor caudal de poder contractual posible. Por eso, además, me pongo tozudo con el traslado de los poderes del comité hacia el sindicato en la empresa. Es más, si el tan repetido sindicato en la empresa tiene ese acervo contractual propio son menos los peligros de corporativismo, porque entiendo que puede entrar de lleno en todos los intersticios de la organización del trabajo. Siempre y cuando, lógicamente, contemple la “representatividad” que más arriba se requería. Es más, tengo para mí –pidiendo disculpas a los dirigentes del más alto nivel confederal--, en los procesos negociales en España (contrariamente a lo dicho por Carlos Mejía, si es que le he entendido bien) la Confederación reina, pero no gobierna. Y, peor todavía, seguirá así mientras el sindicato general no tenga definitivamente anclado su verdadero origen en la empresa: en la empresa real que hay actualmente y en la que va siendo. Por lo demás, entiendo que la casa confederal es más robusta si su arquitectura se cimenta en el sindicato en la empresa.


Ahora bien, lo que tenemos pendiente en el sindicalismo español es un pacto confederal: un compendio de normas que establezcan los poderes y el uso de los instrumentos que el ius sindicalismo dispone y los que vayan surgiendo como fruto de conquistas. Por lo menos en dos direcciones: qué prerrogativas tienen unos y otros y que zonas son inviolables, esto es, no sujetas a invasión por nadie. Por nadie de arriba y por nadie de abajo. De ahí que, entrando en la otra pregunta que me hace Carlos Mejía, diga que no creo en una negociación articulada donde todos los espacios negociales negocien absolutamente todo. Me refiero a que se haga –especialmente por abajo-- tabla rasa de lo acordado en otros ámbitos. Tengo para mí que lo más útil es el ejemplo de los convenios generales de la Química en España.


3.— He intentado aproximarme anteriormente al vínculo entre “representatividad” y “representación”. O sea, la “participación”, aunque un servidor prefiera la expresión de “hechos participativos”. La ausencia de esta praxis conduce inevitablemente a un sindicato que, en sus formas de ser, le hace ser taylorista en la más amplia acepción del término.


Afirmo, contra quienes mantienen que la innovación tecnológica impide inexorablemente la realización de los hechos participativos. Sin embargo, es muy verdad que la innovación tecnológica pone trabas al tradicional ejercicio de la participación. La asamblea de la fábrica fordista (que ya va siendo en Europa pura herrumbre) de naturaleza ecuménica –todos presentes a la misma hora y en el mismo espacio—va entrando, si ya no ha entrado, definitivamente en crisis. La innovación tecnológica y la morfología del centro de trabajo ha puesto en crisis la relación espacio / tiempo. Pero, también precisamente por ello, en el sindicalismo han aparecido (con la normal escasez de los primerizos) nuevas formas de relación entre el personal. Que la asamblea tradicionalmente presencial sea cada vez menos posible, no impide la puesta en marcha de nuevas concreciones en la participación y los hechos participativos.


De donde me saco de la manga una reflexión que viene al pelo de lo que se viene diciendo. Las innumerables webs sindicales son, de hecho, nuevas sedes del sindicalismo. Esta es una novedad sobre la que, todavía, no he visto suficientes reflexiones al respecto. Hoy por hoy esas nuevas sedes sindicales son una extraordinaria riqueza, y lo serían más si el formato de tales páginas contribuyera a una real participación. Me explico: la mayoría de ellas cuentan con una información (casi en tiempo real) de lo que sucede o se organiza para que ocurra. Pero, puestos a ser exigentes con esta gente tan seria, ¿no sería exigible que tales webs –hasta ahora concebidas, la mayoría de ellas, como instrumentos de arriba hacia abajo, fueran también mecanismos de participación, esto es, de discusión?


Puede que algún sindicalista emérito o de parecida estirpe me diga: “Oye, no hay que olvidar la asamblea presencial, el contacto humano, la relación interpersonal”. Naturalmente que no, afirmo con rotundidad. Pero no caigamos en el síndrome del
Asno de Buridán. Así pues, lo importante es la participación como ejercicio de la soberanía sindical; de qué forma se haga es secundario.


Finalmente, entiendo que con el compañero Carlos Mejía, cuyo blog
Bajada a bases sigo cotidianamente con interés, parece que han quedado algunos matices en el aire. Es normal, las situaciones son muy diferentes. Podemos y debemos, por eso, seguir hablando. Para mí es un placer.





Radio Parapanda. Retransmitimos en directo la conferencia de Javier López en el Círculo Tranquilino Sánchez de Parapanda:
YO NO DIGO, YO MUESTRO (Entre Rohmer y Benjamín)


jueves, 4 de febrero de 2010

UNA CABEZA, UN VOTO Y LA "SOBERANÍA" SINDICAL



Dentro de poco se celebrará el XVI Congreso de la Confederazione Generale de Lavoratori Italiani (CGIL), el primer sindicato de aquel país. Pues bien, su máximo dirigente ha declarado exactamente lo que sigue: “Il XVI congresso della Cgil, come quelli precedenti, ha detto Epifani nella sua comunicazione al direttivo, “si svolgerà sulla base del principio della sovranità assoluta degli iscritti all’organizzazione”, secondo la regola “una testa, un voto”. Permitan: “el XVI Congreso de la CGIL, igual que los anteriores –dijo Epifani en su informe al Comité directivo— se celebrará sobre la base del principio de la soberanía absoluta de los afiliados a la organización, según la regla una cabeza, un voto”.


Pues bien, celebro que el primer dirigente de la CGIL recoja el término y, sobre todo, el concepto. Que un servidor empezó a usar hace tres años. Véanse, concretamente, las siguientes entradas en este blog.


LA `SOBERANIA´ SINDICAL: Una conversación particular con Antonio Baylos y Joaquín Aparicio (1),


LA `SOBERANIA´ SINDICAL, DI VITTORIO Y OTROS ASUNTOS y


TEXTO CASI DEFINITIVO SOBRE LA "SOBERANIA" SINDICAL



Ahora bien, lo cierto es que fue la práctica de los metalúrgicos italianos de la CGIL quien me hizo proponer el término de “soberanía sindical”. Era costumbre –lo mantienen como elemento distintivo— que, antes de la firma del convenio, se sometiera el texto a referéndum. El testigo lo recogió --primero la confederación, después el conjunto del sindicalismo confederal, esto es, también la CSIL y la UIL— a raíz del pacto de pensiones con el Gobierno Prodi. En resumidas cuentas, en determinados grandes momentos, el sindicalismo debe dar la voz y la palabra a todos los trabajadores. No se trata de un “estatuto concedido” sino de la lógica que emana de la legitimación: ésta no viene de la dirección del sindicato sino de los afiliados hacia el sindicato. Y comoquiera que el sindicato negocia erga omnes –ya sea en los convenios como en todos los procesos contractuales— la legitimación y mandato para representar viene desde abajo. Es decir, el sindicalismo no es un sujeto autolegitimado. Esta es, por así decirlo, la filosofía del sindicalismo-de-los-trabajadores que no equivale exactamente al sindicalismo-para-los-trabajadores. Yendo por lo derecho: la “soberanía sindical” le diferencia.


Cuando propuse la idea y el término de “soberanía sindical” algunos pusieron cara de fastidio. En el mejor de los casos pensaron que, de llevarse a cabo, era una pérdida de las prerrogativas de los órganos dirigentes. Pues, no: nada de eso. Era, y es, un elemento corrector a las naturales tendencias a la autorreferencialidad. Otros, los más avisados, intuyeron que eso abría el camino a nuevas formas de representación (tanto la doméstica, como la exterior): ahí acertaron. Y, temerosamente, siguieron instalados en las nieves de antaño. No hay que extrañarse: tampoco Tycho Brahe supo prever que, si estás sentado demasiado tiempo, se puede acabar con una cistitis de tomo y lomo.


Pues bien, aparte de ostentar sin ningún tipo de modestia la acuñación de la “soberanía sindical” debo decir dos cosas: 1) no acabo de precisar el término; tengo claro que la palabra “soberanía” debe estar pero el segundo término parece impreciso. Y 2) la muy noble expresión “una cabeza, un voto”, es inapelable. Ahora bien, supongamos que …


… supongamos que en un centro de trabajo de cien personas hay veinte trabajadoras y ochenta varones; supongamos que la plataforma reivindicativa no contiene nada que reclaman las trabajadoras; y supongamos que se lleva a votación –al ejercicio de la “soberanía”-- ¿no está cantado, de antemano, el resultado no favorable a las veinte trabajadoras? Cierto, no necesariamente la plataforma sería masculinista, pero ¿y si lo fuera? Así las cosas, tengo que seguir dándole al magín.





Radio Parapanda. Nuestro locutor Cronopio del Vasto retransmite esta crónica UN ENCUENTRO SINDICAL MODÉLICO. Joaquim González y otros dirigentes sindicales de FITEQA. Con mis mejores deseas al admirado maestro Isidor Boix.