EN AMIGABLE DISENSO CON LA CGIL
Uno de los lemas del próximo congreso de la Confederazione Generale Italiana del Lavoro es: “Sindicato protagonista, pero no antagonista”. Se me ponen los ojos como acentos circunflejos y, rápido como veloz centella, me dirijo a un querido amigo italiano, destacado dirigente sindical de la CGIL. Me responde de manera sobria: “un sindicato que es actor principal de acciones e iniciativas para contribuir a la representación de los intereses de los trabajadores y las trabajadoras. Que propone objetivos realizables e contribuye al gobierno del país durante la crisis y fuera de la crisis. Un sindicato que no se limita a decir no, sino que expresa claramente qué quiere y avanza programas y proyectos”. Estoy plenamente de acuerdo con lo dicho por el amigo italiano. Pero no comparto el mencionado lema congresual. Por otra parte, de las palabras definitorias que hace mi amigo, no se desprende que la conclusión deba ser la formulación de “no antagonista”. Más todavía, hasta donde yo recuerdo, la CGIL ha sido, por lo general –con unos u otros altibajos—una organización que respondía adecuadamente a la caracterización que ha hecho el amigo italiano.
A las personas de edad –como es mi caso— se nos permite no tener pelos en la lengua, especialmente si no tenemos “mando en plaza”. Incluso, con mayor o menor desenfado, también se nos consiente lanzar algunas puyas que, en mi caso, casi siempre parecen amablemente bienintencionadas. Y, con ese carné de identidad intento aproximarme al tema en cuestión. Para ello, me propongo declinar el concepto y la palabra agonista. De donde viene la palabra prot(agonista) y anta(gonista). Agonista, ἀγωνιστής, es una palabra que nos viene del griego clásico, significa: con unos y otros matices significa contendiente, luchador. En ese sentido, es obvio que el sindicato quiera ser protagonista; y, en la misma dirección, veremos si es antagonista o no. Pero, antes de meterme en harina, doy por sentado que no estamos ante un debate nominalista. Pues bien, como la expresión y el concepto “protagonista” me encanta, voy a centrarme en la “otra”, “antagonista”.
Si la base del sindicalismo confederal es el ecocentro de trabajo es de cajón que debemos partir de ahí para enhebrar un discurso que no debería estar apriorísticamente definido. Ahora bien, ya que el sindicalismo confederal pretende intervenir –con el mayor grado de protagonismo posible— en todos los intersticios de la economía-mundo debemos abordar una narrativa sindical que vincule ambos escenarios: 1) el ecocentro de trabajo y 2) la economía-mundo.
1.-- La pugna del movimiento de los trabajadores ha sido siempre –y también en las nuevas condiciones del centro de trabajo innovado— por la mejora de los salarios, por la humanización de las condiciones de trabajo y por los derechos sociales, entendidos éstos como bienes democráticos. Ni qué decir tiene que, en dichos aspectos, las conquistas de civilización parecen evidentes, incluso si lo comparamos con tiempos más históricamente recientes. Ahora bien, comoquiera que el sindicalismo es un sujeto cotidiano, su obligación no es la comparación con los viejos tiempos sino con lo que está sucediendo aquí y ahora.
Lo cierto es que, hoy como ayer, toda aspiración del movimiento de los trabajadores –conducido por el sujeto organizado, el sindicalismo— ha chocado con el poder autoritario del dador de trabajo o con las nuevas formas de management empresarial. Ayer con luchas y formas de expresión no tuteladas por las Constituciones; hoy mediante formas institucionales, más o menos regladas. Ayer a través de las relaciones de fuerza; hoy, también con ellas pero bajo la tutela del iuslaboralismo. Ahora bien, en ese sentido, vale la pena repensar, sin legañas en los ojos, que el dado de la empresa y el management se han comportado históricamente como sujetos de resistencia frente a las demandas del movimiento de los trabajadores, del sindicalismo confederal. Paradójicamente, sin embargo, la etiqueta de resistencialismo ha sido endosada al sindicalismo. O, lo que es lo mismo, todo planteamiento de alternatividad, de narrativa sindical diferente, era adjetivada como re-accionaria. Por ejemplo, cuando en mis buenos tiempos intentábamos confrontarnos al agudo problema de la asbestosis en la empresa Uralita (Cerdanyola, una ciudad vecina de Barcelona) la empresa afirmaba jupiterinamente que éramos una rémora para el progreso. Conclusión, centenares de trabajadores y sus familias estuvieron –y siguen estando— afectados por el mal del amianto. Y no sólo ellos sino una gran parte de la ciudad de Cerdanyola, aunque no trabajaran en dicha empresa. Este es uno de tantos ejemplos que conviene traer a colación. ¿Hay que poner más? No, todos estamos perfectamente al tanto de las cosas. Con un ejemplo emblemático nos basta y, de esa manera, aligeramos este ejercicio de redacción.
El sindicalismo en la fábrica y el sostén confederal expresaban la alteridad de su situación, la alteridad de sus propuestas frente al problema del amianto. La empresa ejerció su más berroqueña política de resistencia, amparada por la ley: la organización del trabajo está en manos de la unilateralidad del poder empresarial y de su ius variandi. En concreto, en Uralita (y otros mil lugares) éramos un sindicato, “actor principal de acciones e iniciativas para contribuir a la representación de los intereses de los trabajadores y las trabajadoras. Que propone objetivos realizables e contribuye al gobierno del país durante la crisis y fuera de la crisis. Un sindicato que no se limita a decir no, sino que expresa claramente qué quiere y avanza programas y proyectos”. Que es lo que atinadamente dice mi amigo italiano. Pero nosotros, con mayores o menos aciertos, nos encontrábamos ante el resistencialismo empresarial que siempre dijo que no a cualquier planteamiento, no digo ya del uso sino del abuso de la organización del trabajo. Al ejercicio de nuestra alteridad, el dador de trabajo oponía su propia personalidad. Uralita nunca quiso cambiar substancialmente las cosas porque eso le convenía y porque estaba apoyada por la ley. Una alteridad que indiciaba la independencia sindical, ejercida democráticamente mediante la cualidad de los hechos participativos; es desde esa alteridad donde se produce la orientación de sentido del sindicato.
En consecuencia, ¿hay que insistir más en que la principal característica del movimiento de los trabajadores –y, por consiguiente, de su representación, esto es, el sindicalismo— es la alteridad, es decir, ser el otro? Más todavía, así las cosas, ¿cuesta mucho trabajo admitir que frente a la contraparte, contumazmente resistencialista, nosotros éramos y somos un sujeto fundadamente antagonista?
2.-- ¿Qué decir de la economía-mundo en esta nueva fase de reestructuración-innovación de los aparatos productivos y de servicios? ¿Qué decir del origen y desarrollo de la crisis actual? Mucho han hablado sobre ella gentes temperadas y con punto de vista fundamentado. Me remito a Antonio Lettieri, Pierre Carniti y otros que, en el ejercicio de altas sus responsabilidades sindicales, siempre auspiciaron y provocaron momentos de discontinuidad y renovación del sindicalismo.
Pues bien, ¿no es cierto que sigue en curso una fuerte confrontación –de ideas y proyectos— que muestran a las claras, naturaliter, una consolidada alteridad? Una alteridad que, por supuesto, intenta colocar al sindicalismo en un lugar de protagonismo activo en el escenario europeo y de la globalización? ¿Y no es cierto que las contrapartes (a través de una actitud resistencialista, como gato panza arriba, en la necesidad de la negociación colectiva europea y de políticas contractuales en los grandes espacios? Más todavía, también en este escenario de la economía-mundo, el sindicalismo parte de su antagonismo. Cosa que no impide que, desde esa personalidad –nacida de la alteridad— llegue a acuerdos, convenios, pactos.
Pues, efectivamente, sí: continúa la confrontación de proyectos entre el sindicato y los responsables de la crisis. Nosotros fuimos claramente antagonistas frente al neoliberalismo, contra la exaltación que hicieron del poder que representaban las “zonas grisis” de la democracia, contra los movimientos especulativos que azotaron los cuatro puntos cardinales del planeta. Una confrontación que sigue ahora, en un momento en que vuelven a las andadas con un descaro que ni siquiera se disfrazan de noviembre, lorquianamente hablando, para no infundir sospechas.
3.-- Por unas y otras razones, tanto en el ecocentro de trabajo como fuera de la empresa, la alteridad del sindicato le hace ser un sujeto-conflicto. Un conflicto que se ejerce institucionalmente, esto es, con reglas, obligatorias y obligantes: otra conquista de bienes democráticos, expresados rotundamente en los textos constitucionales. Ahora bien, el sujeto-conflicto –como expresión de la alteridad sindical— está referido a un conflicto propositivo. No es, por tanto, una expresión “de barricada”. Es un elemento central para que el sindicalismo sea –según el maestro Bruno Trentin— un sujeto reformador.
Conclusiones provisionales. 1) Entiendo que es un anacoluto relacionar la frase de mi amigo italiano con “sindicato protagonista, pero no antagonista”. 2) Tengo para mí que lo mejor sería eliminar, por confusa, la expresión “no antagonista”.
Pero, con perdón, ¡doctores tiene la iglesia: cada cual es muy libre de bajar las escaleras a su antojo. Y, ¿no es cierto?, cada cual es muy dueño de cantar o no las viejas canciones que los reformistas de antaño escribieron y musicaron. Por ejemplo, el Inno dei Lavoratori que apenas si se entona en las grandes ocasiones. Es durillo eso del “riscatto del lavoro”. Más dura es, sin embargo, la letra de La Marsellesa. Y no digamos de la venerable ancianidad de Fratelli d’ Italia donde se sigue entonando algo tan chocante como la relación entre el yelmo de Escipión y la creación de Roma, obra de Dios Nuestro Señor. Que, como se sabe, son cosas más antañonas que lo escrito por el viejo padre del reformismo Filippo Turati con música del maestro Amintore Galli.
Radio Parapanda. Se remite encarecidamente a los blogs siguientes: Alumnos de Giuseppe Di Vittorio, Bruno Trentin, Con Umberto Romagnoli. Y, por supuesto, la crónica del día: LA DOCTRINA DEL TRIBUNAL SUPREMO SOBRE LA ACCION PROTECTORA DE LA SEGURIDAD SOCIAL
Uno de los lemas del próximo congreso de la Confederazione Generale Italiana del Lavoro es: “Sindicato protagonista, pero no antagonista”. Se me ponen los ojos como acentos circunflejos y, rápido como veloz centella, me dirijo a un querido amigo italiano, destacado dirigente sindical de la CGIL. Me responde de manera sobria: “un sindicato que es actor principal de acciones e iniciativas para contribuir a la representación de los intereses de los trabajadores y las trabajadoras. Que propone objetivos realizables e contribuye al gobierno del país durante la crisis y fuera de la crisis. Un sindicato que no se limita a decir no, sino que expresa claramente qué quiere y avanza programas y proyectos”. Estoy plenamente de acuerdo con lo dicho por el amigo italiano. Pero no comparto el mencionado lema congresual. Por otra parte, de las palabras definitorias que hace mi amigo, no se desprende que la conclusión deba ser la formulación de “no antagonista”. Más todavía, hasta donde yo recuerdo, la CGIL ha sido, por lo general –con unos u otros altibajos—una organización que respondía adecuadamente a la caracterización que ha hecho el amigo italiano.
A las personas de edad –como es mi caso— se nos permite no tener pelos en la lengua, especialmente si no tenemos “mando en plaza”. Incluso, con mayor o menor desenfado, también se nos consiente lanzar algunas puyas que, en mi caso, casi siempre parecen amablemente bienintencionadas. Y, con ese carné de identidad intento aproximarme al tema en cuestión. Para ello, me propongo declinar el concepto y la palabra agonista. De donde viene la palabra prot(agonista) y anta(gonista). Agonista, ἀγωνιστής, es una palabra que nos viene del griego clásico, significa: con unos y otros matices significa contendiente, luchador. En ese sentido, es obvio que el sindicato quiera ser protagonista; y, en la misma dirección, veremos si es antagonista o no. Pero, antes de meterme en harina, doy por sentado que no estamos ante un debate nominalista. Pues bien, como la expresión y el concepto “protagonista” me encanta, voy a centrarme en la “otra”, “antagonista”.
Si la base del sindicalismo confederal es el ecocentro de trabajo es de cajón que debemos partir de ahí para enhebrar un discurso que no debería estar apriorísticamente definido. Ahora bien, ya que el sindicalismo confederal pretende intervenir –con el mayor grado de protagonismo posible— en todos los intersticios de la economía-mundo debemos abordar una narrativa sindical que vincule ambos escenarios: 1) el ecocentro de trabajo y 2) la economía-mundo.
1.-- La pugna del movimiento de los trabajadores ha sido siempre –y también en las nuevas condiciones del centro de trabajo innovado— por la mejora de los salarios, por la humanización de las condiciones de trabajo y por los derechos sociales, entendidos éstos como bienes democráticos. Ni qué decir tiene que, en dichos aspectos, las conquistas de civilización parecen evidentes, incluso si lo comparamos con tiempos más históricamente recientes. Ahora bien, comoquiera que el sindicalismo es un sujeto cotidiano, su obligación no es la comparación con los viejos tiempos sino con lo que está sucediendo aquí y ahora.
Lo cierto es que, hoy como ayer, toda aspiración del movimiento de los trabajadores –conducido por el sujeto organizado, el sindicalismo— ha chocado con el poder autoritario del dador de trabajo o con las nuevas formas de management empresarial. Ayer con luchas y formas de expresión no tuteladas por las Constituciones; hoy mediante formas institucionales, más o menos regladas. Ayer a través de las relaciones de fuerza; hoy, también con ellas pero bajo la tutela del iuslaboralismo. Ahora bien, en ese sentido, vale la pena repensar, sin legañas en los ojos, que el dado de la empresa y el management se han comportado históricamente como sujetos de resistencia frente a las demandas del movimiento de los trabajadores, del sindicalismo confederal. Paradójicamente, sin embargo, la etiqueta de resistencialismo ha sido endosada al sindicalismo. O, lo que es lo mismo, todo planteamiento de alternatividad, de narrativa sindical diferente, era adjetivada como re-accionaria. Por ejemplo, cuando en mis buenos tiempos intentábamos confrontarnos al agudo problema de la asbestosis en la empresa Uralita (Cerdanyola, una ciudad vecina de Barcelona) la empresa afirmaba jupiterinamente que éramos una rémora para el progreso. Conclusión, centenares de trabajadores y sus familias estuvieron –y siguen estando— afectados por el mal del amianto. Y no sólo ellos sino una gran parte de la ciudad de Cerdanyola, aunque no trabajaran en dicha empresa. Este es uno de tantos ejemplos que conviene traer a colación. ¿Hay que poner más? No, todos estamos perfectamente al tanto de las cosas. Con un ejemplo emblemático nos basta y, de esa manera, aligeramos este ejercicio de redacción.
El sindicalismo en la fábrica y el sostén confederal expresaban la alteridad de su situación, la alteridad de sus propuestas frente al problema del amianto. La empresa ejerció su más berroqueña política de resistencia, amparada por la ley: la organización del trabajo está en manos de la unilateralidad del poder empresarial y de su ius variandi. En concreto, en Uralita (y otros mil lugares) éramos un sindicato, “actor principal de acciones e iniciativas para contribuir a la representación de los intereses de los trabajadores y las trabajadoras. Que propone objetivos realizables e contribuye al gobierno del país durante la crisis y fuera de la crisis. Un sindicato que no se limita a decir no, sino que expresa claramente qué quiere y avanza programas y proyectos”. Que es lo que atinadamente dice mi amigo italiano. Pero nosotros, con mayores o menos aciertos, nos encontrábamos ante el resistencialismo empresarial que siempre dijo que no a cualquier planteamiento, no digo ya del uso sino del abuso de la organización del trabajo. Al ejercicio de nuestra alteridad, el dador de trabajo oponía su propia personalidad. Uralita nunca quiso cambiar substancialmente las cosas porque eso le convenía y porque estaba apoyada por la ley. Una alteridad que indiciaba la independencia sindical, ejercida democráticamente mediante la cualidad de los hechos participativos; es desde esa alteridad donde se produce la orientación de sentido del sindicato.
En consecuencia, ¿hay que insistir más en que la principal característica del movimiento de los trabajadores –y, por consiguiente, de su representación, esto es, el sindicalismo— es la alteridad, es decir, ser el otro? Más todavía, así las cosas, ¿cuesta mucho trabajo admitir que frente a la contraparte, contumazmente resistencialista, nosotros éramos y somos un sujeto fundadamente antagonista?
2.-- ¿Qué decir de la economía-mundo en esta nueva fase de reestructuración-innovación de los aparatos productivos y de servicios? ¿Qué decir del origen y desarrollo de la crisis actual? Mucho han hablado sobre ella gentes temperadas y con punto de vista fundamentado. Me remito a Antonio Lettieri, Pierre Carniti y otros que, en el ejercicio de altas sus responsabilidades sindicales, siempre auspiciaron y provocaron momentos de discontinuidad y renovación del sindicalismo.
Pues bien, ¿no es cierto que sigue en curso una fuerte confrontación –de ideas y proyectos— que muestran a las claras, naturaliter, una consolidada alteridad? Una alteridad que, por supuesto, intenta colocar al sindicalismo en un lugar de protagonismo activo en el escenario europeo y de la globalización? ¿Y no es cierto que las contrapartes (a través de una actitud resistencialista, como gato panza arriba, en la necesidad de la negociación colectiva europea y de políticas contractuales en los grandes espacios? Más todavía, también en este escenario de la economía-mundo, el sindicalismo parte de su antagonismo. Cosa que no impide que, desde esa personalidad –nacida de la alteridad— llegue a acuerdos, convenios, pactos.
Pues, efectivamente, sí: continúa la confrontación de proyectos entre el sindicato y los responsables de la crisis. Nosotros fuimos claramente antagonistas frente al neoliberalismo, contra la exaltación que hicieron del poder que representaban las “zonas grisis” de la democracia, contra los movimientos especulativos que azotaron los cuatro puntos cardinales del planeta. Una confrontación que sigue ahora, en un momento en que vuelven a las andadas con un descaro que ni siquiera se disfrazan de noviembre, lorquianamente hablando, para no infundir sospechas.
3.-- Por unas y otras razones, tanto en el ecocentro de trabajo como fuera de la empresa, la alteridad del sindicato le hace ser un sujeto-conflicto. Un conflicto que se ejerce institucionalmente, esto es, con reglas, obligatorias y obligantes: otra conquista de bienes democráticos, expresados rotundamente en los textos constitucionales. Ahora bien, el sujeto-conflicto –como expresión de la alteridad sindical— está referido a un conflicto propositivo. No es, por tanto, una expresión “de barricada”. Es un elemento central para que el sindicalismo sea –según el maestro Bruno Trentin— un sujeto reformador.
Conclusiones provisionales. 1) Entiendo que es un anacoluto relacionar la frase de mi amigo italiano con “sindicato protagonista, pero no antagonista”. 2) Tengo para mí que lo mejor sería eliminar, por confusa, la expresión “no antagonista”.
Pero, con perdón, ¡doctores tiene la iglesia: cada cual es muy libre de bajar las escaleras a su antojo. Y, ¿no es cierto?, cada cual es muy dueño de cantar o no las viejas canciones que los reformistas de antaño escribieron y musicaron. Por ejemplo, el Inno dei Lavoratori que apenas si se entona en las grandes ocasiones. Es durillo eso del “riscatto del lavoro”. Más dura es, sin embargo, la letra de La Marsellesa. Y no digamos de la venerable ancianidad de Fratelli d’ Italia donde se sigue entonando algo tan chocante como la relación entre el yelmo de Escipión y la creación de Roma, obra de Dios Nuestro Señor. Que, como se sabe, son cosas más antañonas que lo escrito por el viejo padre del reformismo Filippo Turati con música del maestro Amintore Galli.
Radio Parapanda. Se remite encarecidamente a los blogs siguientes: Alumnos de Giuseppe Di Vittorio, Bruno Trentin, Con Umberto Romagnoli. Y, por supuesto, la crónica del día: LA DOCTRINA DEL TRIBUNAL SUPREMO SOBRE LA ACCION PROTECTORA DE LA SEGURIDAD SOCIAL