Intervención de Pedro López
Provencio en el acto del Colegio de Abogados de Barcelona, 20 de septiembre de 2017
Al proponerme hablar de Montserrat, he
comprobado que, en mi recuerdo, me resulta imposible separar su figura de la de
Albert. Con ellos siempre hablé en castellano. Los intentos, por mi parte, para
que la conversación discurriese en catalán, resultaron infructuosos. Sin
embargo, en esta ocasión, creo que a Montserrat le complacería que lo haga en
catalán, y así lo haré.
Al iniciarse la década de los 60, cuando
empecé a trabajar por cuenta ajena, en pequeños talleres de construcciones
mecánicas, se solía elegir al más tonto como enlace sindical del vertical. Eso,
obligaba a constituir una comisión obrera cada vez que se
necesitaba hablar con el amo, para solucionar los problemas y reivindicaciones
que iban apareciendo. Mejoras de la calidad del jabón para lavarse al final de
la jornada, aumento de las dimensiones de los vestuarios, transporte para
reparaciones fuera del taller, pulgas de la carbonera, protecciones para tareas
en la fragua o en la soldadura, etc.
Por eso, al poco de empezar a trabajar
en la Oficina Técnica de la SEAT en 1967, sentí curiosidad por conocer a la
Comisión Obrera de la fábrica. De ella se hablaba, en aquellos tiempos, con
tanto respeto como misterio. Cuando obtuve mi primera cita y aparecí en el
local de la Iglesia de Santa Eulalia de Hospitalet, en la que celebraba la
reunión, y pregunté si eran la gente de comisiones obreras, la cara
de susto que pusieron no se me olvidará.
Al poco, en el taller 2, recuerdo que
estaba revisando el funcionamiento del mascarón del 600, para averiguar la
causa de alguna disfunción, cuando se me acercó un obrero de los que estaban en
aquella reunión y, después de un rato de conversación, me preguntó ¿Cuáles son
tus abogados? ¡Qué pregunta tan extraña! ¿Abogados? ¿Para qué querría yo unos
abogados? Éste ha visto muchas películas, pensé. ¡Si no tienes, ya te
presentaré a los míos! me dijo muy ufano.
Algunos domingos íbamos a comer en el
entorno de las barbacoas de Las Planas y Vallvidrera. Para reunirnos sin
levantar sospechas y “sin abandonar a la familia”. Uno de esos días, el
compañero que “tenía abogados”, me dijo “ven que te los voy a presentar”. Yo
los había imaginado envarados y vestidos elegantemente. Y me presentó a Albert,
a Monserrat y a Mª Carmen, que se sentaban entre nosotros y compartían nuestra
comida. ¿Esos son los abogados? ¡Esos son de los nuestros! Pensé. Y más me
parecieron obreros un tanto desnutridos, que los señorones que imaginé.
Les visitaba en su despacho, de la calle
Bailén esquina Mallorca, cada vez que necesitábamos algún asesoramiento y nunca
se me ocurrió preguntar cuánto valía la consulta. Y llegamos incluso a
usurparles la sala de espera para repartir paquetes de octavillas a distribuir
al día siguiente en la fábrica y para concertar citas. Imprudentemente, porque
era uno de los lugares más vigilado por la policía político-social.
Durante el estado de excepción de 1970
detuvieron a tres compañeros y ahí pude comprobar la necesidad de tener
abogados. Les torturaron y les encarcelaron. Y comprendimos la necesidad de
pagar la “iguala”.
La elecciones sindicales de 1971 en la
SEAT las ganó CCOO por goleada. Pero a buena parte de los representantes
elegidos nos despidieron antes de cumplir un mes en el cargo, a causa de los
paros en el Taller 1. Cuando preparábamos el juicio, ante la Magistratura de
Trabajo, propusimos levantarnos a mitad de la vista, no reconocer al Tribunal,
cantar la internacional y marcharnos. Aún recuerdo la cara de Albert, un poema,
y sus esfuerzos por que les dejásemos hacer una defensa profesional. Lo
consiguieron y ganaron el juicio. Montserrat fue mi abogada.
En el TOP, mi abogado fue Agustí de
Semir, porque Albert y Montserrat fueron enjuiciados con nosotros y por nuestra
causa en el mismo procedimiento. Y cuando se abrieron diligencias contra
mí en la jurisdicción militar, fue Ascensión Solé la que me acompañó en las comparecencias.
En 1974, por un chivatazo de directivos
de la SEAT, me despidieron de Procolor, en donde trabajaba como Jefe de
Mantenimiento. Y, claro, me fui a ver a “mis abogados”. Ya se habían trasladado
al despacho de la Ronda de San Pedro esquina Bruch. Al llegar, me encontré en
la puerta con varios cientos de trabajadores de la SEAT, que habían sido
sancionados por la dirección de la empresa. Me reconocieron y los reconocí. Y
olvidé por completo el asunto que me había llevado hasta allí. Me puse a
colaborar y en poco más de una semana se presentaron unas 13.000 demandas ante
la Magistratura de Trabajo.
Acabado ese asunto, porque la empresa
retiró las sanciones, les ofrecí mis servicios de organización. En esa semana
me había dado cuenta de que la acumulación de trabajo y el incremento de
personal que conllevaría, harían preciso el estudio y la implantación de
métodos de trabajo más racionales. Me pareció inhumano y como una forma de
autoexploración, empezar la jornada antes de las nueve y acabarla, los días de
visita, después de la 12 de la noche, cuando los clientes se cansaban de
esperar. Más el trabajo de despacho y en la Magistratura. En poco tiempo
pasamos de 5 abogados y 6 administrativos, a 15 abogados, 3 sindicalistas, 2
ingenieros, 2 economistas, 2 médicos y 4 administrativos. Funcionando como un
reloj con solo la autoridad casi moral de Albert y de Montserrat. Y cambiamos
de despacho a la calle Caspe.
Se trabajaba de lunes a viernes de 9 a
20h. Los sábados por la mañana reunión de despacho. Se comentaban los casos más
importantes y se hablaba de derecho, de jurisprudencia, de doctrina y de cómo
hacer que evolucionase todo ello, en favor de los trabajadores, haciendo valer
los principios generales, los derechos humanos y la normativa de la OIT.
También asesoramos, con criterios
sindicales, numerosos convenios colectivos y conflictos laborales. De gran
importancia fue la asistencia a las candidaturas “obreras, unitarias y
democráticas” que ganaron las elecciones sindicales de los años 1975 y 76.
La clientela aumentaba. Casos
individuales y colectivos. De trabajadores de la SEAT, la Maquinista, Hispano
Olivetti, Térmica del Besòs, Tranvías, Baix Llobregat, Marina Mercante,
enseñantes, funcionarios, músicos y artistas, empresas de limpieza, y un largo
etc.
Para mantener una comunicación constante
con clientes y con otros despachos laboralistas se editaba un “boletín de
información laboral”, en el que se reproducían y comentaban sentencias y
diversos asuntos de interés para los trabajadores. Aunando información práctica
con rigor jurídico. Lo que fue la base para que en España apareciese la Gaceta
de Derecho Social, representativa del devenir de los colectivos de abogados
laboralistas.
Ciertamente no todo fue felicidad,
sufrimos por los continuos despidos, encarcelamientos tortura y muerte de
algunos trabajadores. Pero lo que nos causó una conmoción especial fueron los
asesinatos de nuestros compañeros del despacho de Atocha de Madrid, la noche
del 24 de enero de 1977. El nuestro podía ser su equivalente en Barcelona. Al
día siguiente nos llamaban por teléfono preguntando si “todavía”
estábamos bien y si “aún” no habían venido a por nosotros.
A partir de 1978 el nuevo panorama de
una sociedad democrática cambió los despachos laboralistas. Hubieron compañeros
se vincularon o se integraron en las asesorías jurídicas de los sindicatos,
otros se encaminaron hacia la judicatura y otros hacia la universidad. Y
algunos, con la amnistía laboral, volvimos a la fábrica. El despacho de Albert
y de Montserrat siguió siendo independiente. Pero, dejó de ser “más que un
despacho” para ser, nada más y nada menos, que una Asesoría Jurídica
especializada en la defensa de los derechos e intereses de los trabajadores.
Pero Montserrat no fue solo una gran
jurista y una luchadora incansable. También enseñaba a vivir. Con su ejemplo y
con su palabra. Te abría los ojos en el momento oportuno diciendo cosas como “a
nadie le ha hecho daño un poco de amor”, “a los niños hay que proporcionarles
seguridad, no se les puede decir ahora blanco y después negro”, “todos pueden
aprender si insistimos sin presionar”. Tanto ella como Albert eran personas
indudablemente de izquierdas.
El entusiasmo que producía trabajar en
ese despacho hizo que varias personas, que teníamos otra profesión, nos
decidiésemos a estudiar Derecho y a entrar en este gremio. Y es de destacar que
un obrero que entró a trabajar en el despacho haya alcanzado un asiento en el
Tribunal Supremo.
La acción de los abogados
laboralistas, y de otros profesionales que se les aparejaron, renovó la forma
de ejercer la profesión. La convirtieron en un instrumento para reivindicar una
sociedad más justa, más libre y más solidaria. Hoy conseguir mayores cotas de
justicia e igualdad parece mucho más complejo. Pero aún podemos comprobar que
muchos de los que participamos en el impulso de aquel gran movimiento renovador
tenemos aún ganas de seguir luchando por una sociedad mejor.
Donde quiera que estés gracias,
muchas gracias Montserrat. Permanecerás en nuestra memoria y en nuestro
corazón.