La crisis del nacionalismo catalán está llegando a unos extremos un tanto grotescos. Cierto periódico barcelonés que milita en las filas de las organizaciones subvencionadas no gubernamentales (OSNG, oesenegés) la tiene tomada con Pau Gassol al que acusa de españolismo; un ex diputado, afirma en su blog, que los olímpicos catalanes están secuestrados por “España”; y anteriormente, por parecidas razones, ciertos iracundos de medio pelo pusieron verde al futbolista Xavi Hernández porque tuvo el “desliz” de gritar viva España cuando festejaba el éxito deportivo europeo de la selección. La primera conclusión podría ser, de momento, la siguiente: este cartucho indica hasta qué punto el nacionalismo catalán está en horas tan bajas como grotescas.
Esta crisis es de proyecto y de liderazgo político-cultural. Es de proyecto porque los nacionalistas no saben de qué manera puede reorientarse Catalunya en este mundo de la globalización y la interdependencia; y es de liderazgo porque no se ven dirigentes políticos ni intelectuales que sepan estar en el mundo real. Lo único visible, en lo uno y en lo otro, es la estridencia mediática que, de modo no infrecuente, raya en una calcomanía del esperpento. Ahora, los malos de la película no son los charnegos sino aquellos catalanes que se venden al ardor guerrero español. Este chocante nacionalismo, así las cosas, no necesitaría las maniobras dilatorias de Zapatero sino los comportamientos de una serie de personas –Gassol, Xavi Hernández y otros-- a los que, como la vieja Radio Tirana del dictador Hoxa, se les acusa de vendepatrias.
Sin embargo, estos iracundos están consiguiendo algo que no es irrelevante, a saber, que un amplio sector de ciudadanos de otras comunidades autónomas consolide el viejo prejuicio de que (todos) los catalanes son así. Es como si tales gentes se reafirmaran en su españolidad a través del espejo deformado del nacionalismo catalán. Es la mejor manera de que las líneas paralelas no se encuentren jamás. En ese sentido sobraría también la conllevancia. Lo único que valdría sería la sistemática confrontación, siempre bajo el lema etílico “que la fiesta no decaiga”.
Que un mercachifle escriba en su blog que Catalunya debería adoptar, en prueba de solidaridad, a niños extremeños, en vez de ser visto como una irrefutable prueba de acné cultural, se interpreta como un ataque de Catalunya a Extremadura. Hasta el mismísimo presidente de
En cierta ocasión, Joaquim González –el primer espada de la organización federal de los textiles y químicos de Comisiones Obreras— me explicaba que, hablando con el presidente de una compañía multinacional, éste caballero se quejaba de hasta qué punto la situación catalana estaba generando no pocas desconfianzas en importantes empresas. No es que el alto manager desconociera la actitud encrespada “de Madrid”, de ahí partía. Pero no entendía las formas en que se expresaba el comportamiento de los nacionalistas catalanes. La fácil y banal conclusión del acné político de algunos bloguistas está cantada: otro que tal, otro secuestrado por España.
El velero bergantín del nacionalismo no tiene un proyecto para Catalunya que es una sociedad abierta: así lo han demostrado sus recientes congresos. Un ejemplo espectacular de ello ha sido que, en ninguna de tales citas, ha parecido propuesta alguna de cómo encarar esta crisis bifronte global: la económico-financiera y la ecológica. Tan sólo se ha hablado los problemas de intendencia de cada organización, algo necesario pero muy insuficiente a todas luces. Por otra parte, como causa o efecto (o, tal vez, ambas cosas a la vez) no aparecen personas en los grupos dirigentes de esas formaciones políticas con la necesaria talla para reconducir, al menos de momento, el estado gelatinoso en el que está el nacionalismo.
Jordi Pujol fue la culminación de un proceso, favorecido por su carácter poliédrico que, en buena medida, tenía una fuerte conexión sentimental con la gente. Este no es el caso de los actuales dirigentes políticos del nacionalismo. Ahora lo que toca es seguir siendo. Pero ese seguir siendo es una anomalía así en
El lunes pasado unos amigos estuvimos cenando en Calella con Juanjo López Burniol. Éste nos explicaba que un viejo salmantino, allá por los años cuarenta del siglo pasado, afirmaba: “Dentro de sesenta años España habrá cambiado radicalmente: el centro, menos Madrid y su área, será un gran coto de caza; sin embargo, la periferia y la ribera del Ebro serán potentes zonas de desarrollo”. No creo que aquel caballero se equivocara, lo cierto es que acertó de pleno. Pues bien, ¿han tomado buena nota los nacionalistas catalanes de que les han salido unos espectaculares competidores?
No me atrevo a decir que Catalunya ha entrado en un nuevo ciclo. Sea como fuere, pienso que se necesita un proyecto postnacionalista (no antinacionalista) de largo recorrido que coloque a Catalunya en la fase actual de innovación-reestructuración de la economía global e interdependiente; un proyecto que revalorice socialmente el trabajo (decente); un proyecto que vaya fortaleciendo una ciudadanía más activa e inteligente… Tengo para mí que este es el reto de la izquierda postnacionalista.
Nota final al margen de lo dicho. Telefónica, por fin, después de un mes en lista de espera me ha dado línea para entrar en Internet. Esta demora yo la había interpretado rematadamente mal y hasta mi esposa había empezado a explicarlo a sus amigos, conocidos y saludados. No teníamos razón: Telefónica, después de un mes, me abre la línea porque este 26 de Agosto es el día de San Ceferino, y como mi padre adoptivo –el afamado confitero Ferino Isla— celebraba “su santo”, la compañía ha tenido ese detalle con un servidor. El gesto de Telefónica ha sido muy comentado en Parapanda, aunque algunos piensan que es mera coincidencia: hombres de poca fe.