viernes, 29 de abril de 2011

CONTROVERSIA SOBRE "LO SOCIOPOLÍTICO"







Nuestro amigo Andrés del Viso ha hecho un comentario de gran importancia a mi entrada REVISITANDO CON BAYLOS "LO SOCIOPOLÍTICO" aunque para ser exactos se refiere a la apostilla que se hacía: a una cita de Prudencio Farfán, conocido por el mote de El Apotegmas. El compañero Andrés dijo:


No estoy de acuerdo con El Apotegmas, y me parece bien enfocado el texto del bloggero sobre la difícil integración de los socio-político (¿por qué prescindir de esa categoría?) en la acción sindical sin caer en un "sustituismo" que denota ya claramente una cierta "división del trabajo": lo laboral para el sindicato, lo político para el partido. La sustitución del actuar del partido político sería la intervención del sindicato en lo "socio-político". O sea, zapatero a tus zapatos. Será por deformación profesional, pero el trabajo con los inmigrantes y los parados, requiere una intervención en el territorio, en el barrio, y una fuerte mediación cultural que el sindicato está obligado a hacer si no quiere quedarse fuera de muchos problemas decisivos para la vida de las personas que lo están pasando mal a costa de su trabajo o porque no encuentran trabajo. Recordemos a los venerandos miembros de la IWW, un sindicalismo de acción en el territorio y basado en la movilización de la precariedad laboral. Perdón por el excesivo espacio utilizado”.


He aquí la pronta respuesta de El Apotegmas.


Querido Andrés, te agradezco la controversia (como puedes ver utilizo esta palabra que tiene reminiscencias de las viejas polémicas que teníamos en Parapanda en tiempos de don Fernando de los Ríos) con relación al asunto de “lo sociopolítico”. Le agradezco a Pepe Luís que me abra espacio en su blog para decir la mía. Y siguiendo con las flores debidas, me quito el sombrero ante su abnegada militancia en el sensible campo de la inmigración. Dicho lo cual, es hora de meterse en harina.


No es que el sindicato deba involucrarse en dichas cuestiones, sino que –usted es una prueba-- está metido hasta las cejas. Y así debe seguir siendo. Ahora bien, ¿por qué la actividad del sindicato “en el territorio” debe ser definida como “sociopolítica”? ¿Acaso las negociaciones tripartitas en el territorio tienen una característica sociopolítica o, más bien, son sindicalismo tal cual? De la misma forma entiendo que la tutela y promoción de los derechos de los inmigrantes que, por supuesto, se dan en el territorio son acción sindical tal cual. Una de las pruebas más brillantes fue el convenio colectivo del Matadero de Girona de hace un par de años. Por extensión, entiendo que el conjunto de las protecciones debe ser cosa del sindicato. Claro, sin excluir que otros sujetos también trabajen en esa dirección. Por eso me pregunto ¿tiene sentido hacer una separación entre acción colectiva clásica (en el sentido culto de la expresión) e intervención sociopolítica? A mi juicio eso sería un galimatías y, salvando las distancias, una reedición de –tú lo apuntas en el comentario con relación a otro tema— el partido se ocupa de una cosa y el sindicato de otra. O sea, la división de poderes en el interior del sindicato: las Federaciones a la negociación colectiva; el territorio a “lo sociopolítico”. Jano bifronte, mi querido amigo.


Entiendo que los padres fundadores de Comisiones Obreras intuitivamente quisieron superar esa nefasta separación de poderes (papá-partido, el Parnaso de la política; los garbanzos, el sindicato), tantas veces denostada por mi viejo compadre Bruno Trentin, que venía cada año a Parapanda a tomar las aguas. La solución trabajada que encontraron los padres fundadores del sindicato fue “lo sociopolítico”. Que también fue –según mis recuerdos— un intento de salir al paso, educadamente, de una de las sorprendentes afirmaciones que se hicieron en aquel famoso libro “Después de Franco, ¿qué?" donde el autor afirmó desparpajadamente que Comisiones “era un embrión de soviets”. Lo que dejó en el aire un cierto rescoldo que tal vez siga en barbecho.


Mi querido amigo, has citado a la IWW, los famosos wobblyes norteamericanos. Para los días de hoy no me vale ese ejemplo. Porque en aquellos tiempos no podían hacer otra cosa que su acción sociopolítica en el territorio. Más todavía, no quiero incurrir en apologética reaccionaria, pero nuestros admirados amigos wobblys pagaron muy caro aquella deriva sociopolítica. Cierto, fundamentalmente por la represión tan durísima que costó tantas vidas, entre ellas la de nuestro Joe Hill.


Acabo, amigo Andrés: es un hecho que, a pesar de tanta referencia antigua a lo sociopolítico, no hay elaboración teórica al respecto por parte de nuestros fundadores sobre tan recurrente tema. Aquella adjetivación tan recurrente no tenía debajo ninguna chicha. Por eso, déjeme terminar muy granadinamente –ya sabe usted que Granada está cerca de Parapanda y por eso algunos sarcasmos (malafoyá) se nos pegan aunque no queramos. Lo sociopolítico me recuerda un tanto al Ave Fénix, que como dijo el libretista Da Ponte, en un arranque machista: “la fede delle femmine è come l´araba fenice /: che ci sia ciascun lo dice /, cosa sia nessun lo sa”.

miércoles, 27 de abril de 2011

REVISITANDO CON BAYLOS "LO SOCIOPOLÍTICO"





A propósito de SINDICATO SOCIO-POLÍTICO Y TERRITORIO: CONSTRUIR ESPACIOS DE IGUALDAD Y COHESIÓN SOCIAL según Antonio Baylos. Cierto, desde el acuerdo.


Mucho se habló en tiempos pasados de la personalidad socio-política de Comisiones Obreras. Pienso que no estuvimos aproximadamente acertados en expresar cabalmente qué intentábamos decir. A veces traslucíamos una especie de pansindicalismo (vale decir, meter las narices en todo) y, por ende, suplir mediante el substitucionismo lo que, a nuestro entender, no hacían los partidos políticos. Con más frecuencia de lo debido nos comportábamos como un político-socio sindicato que acabó siendo una excusa de mal pagador ante la impotencia de no hacer sindicalismo. Y lo hicimos tan desordenadamente que todavía parecen existir secuelas de aquella contaminación que los sindicalistas de mi quinta dejamos en el ambiente. Se trataba, dicho esquemáticamente, de que correspondía al sindicato territorial la práctica sociopolítica y a las estructuras federativas la acción contractual. Era, y allá donde todavía perdure, una artificiosa división de poderes, un sindicato bifronte, donde no había cruce entre lo federativo y lo territorial.


Entiendo, pues, que las prácticas pansindicalistas y substitucionistas --esto es, la manera infeliz de lo sociopolítico-- han connotado la crisis de identidad que se asentó en algunas de nuestras estructuras territoriales. Una crisis que, además, provocó la desconfianza hacia el sindicato territorial por parte de los organismos de alto copete, justificando la tendencia tan natural como perjudicial hacia la centralización como insensata reacción al baño pansindicalista de aquellas organizaciones territoriales que se sumieron en tal charca. De ello –todo hay que decirlo-- se libraron aquellas que han encontraron su lugar: su función de “ser sindicato”, no como prótesis de los ámbitos federativos sino como sinergia con éstos.


Hace bien un entusiasmado Antonio Baylos en reproponer la categoría de sindicalismo sociopolítico, aprovechando la importante coyuntura electoral –así en el escenario autonómico como el municipal— y recordar la cantidad de problemas que sobre los trabajadores y sus familias se van a ventilar en función de qué orientación institucional exista tras los comicios. Esta es la tesis baylosiana que compartimos plenamente:


La política se declina en plural, y se expresa en urbanismo, vivienda, servicios sociales, educación y sanidad. En la determinación de esas políticas es muy importante el proyecto de ciudad y de territorio que puedan realizar los ciudadanos – y ante todo los trabajadores – a través de su participación en el circuito político-electoral que constituye uno de los ejes del sistema democrático. En las elecciones municipales – como también en menor medida en las autonómicas – se presentan programas de acción que se sitúan entre la realidad y el proyecto de cambio. No todos imaginan el futuro del territorio en términos de igualdad, de participación y de solidaridad. No todos conciben el espacio en términos de nivelación y de integración social. Se vota el día 22 de mayo, y escoger las opciones de progreso que enlazan con las reivindicaciones socio-políticas del sindicato es importante”.


Ahora bien, para que “lo sociopolítico” no sea la vieja reedición de las derivas de antaño, que los sindicalistas de mi quinta no supimos corregir –y que, en buena medida, impulsamos-- sería de lo más pertinente que el sindicalismo confederal español revisara a fondo qué hacer –y con qué prioridades de “estilo”-- en el territorio. Lo prioritario es el control: el control de cómo se gestiona el trabajo, el modo de cómo se retribuye, los reflejos que la gestión del trabajo determina sobre el tiempo y los tiempos de vida. O, en palabras más sucintas, el control colectivo sobre la condición social del trabajo. Una tarea que ciertamente no pueden hacer federaciones y uniones territoriales como si fueran miembros separados [membra disjecta] del sindicato confederal. En parcas palabras, se trata del control de los procesos contractuales que tienen vigencia en un territorio determinado. También, por supuesto, el control de cómo se expresa pormenorizadamente la materialización del Estado de bienestar.


¿Por qué se insiste tanto en el control? Porque, por lo general, el sindicalismo no ha estado suficientemente al tanto de ello. Quiero decir que, si bien se ha tenido una actitud insistente en las prácticas contractuales, ello no ha ido acompañado de su correspondiente verificación, vale decir, de su control. Por ejemplo, hace unos cuantos años se fue consolidando en el territorio una amplia gama de negociaciones sobre temas de notorio interés: infraestructuras, medioambiente y otras que fueron robusteciendo el carácter de sindicato urbano. Sin embargo, aquel loable celo contractual no estuvo acompañado de su correspondiente control y verificación. Es más, entró en ese proceso desde su alteridad, independencia y auto-nomía. Que es lo mismo que decir desde su condición social, sabiendo que no es un sujeto de la izquierda sino que está objetivamente en la izquierda. En suma, que él mismo --como el ejercicio del conflicto social-- no está en función de las contingencias de la política partidaria.


Apostilla. He pedido consejo al amigo Prudencio Farfán, conocido en Parapanda por su apodo, El Apotegmas, para que me hiciera llegar sus observaciones a esta revisitación de “lo sociopolítico”. Este sabio talabartero me ha dicho, en correo electrónico, lo siguiente: “Te ha faltado dejar claro que la principal tarea en el territorio es la empresa –o, como decís ahora, el centro de trabajo—, la empresa que está en el territorio. Mientras esté ahí, la empresa no es un no-lugar, sino el lugar por excelencia de la acción sindical. Otrosí, ¿por qué decir que urbanismo, vivienda, servicios sociales, educación y sanidad se corresponden con “lo sociopolítico”, cuando son espacios centrales de las políticas de Estado de bienestar –o, como dicen los relamidos, entre ellos tú mismo, de welfare— inseparables de la acción sindical que ya es clásica? Finalmente, según mis informaciones los vicios antiguos del pansindicalismo, el substitucionismo y las lecturas equívocas de lo sociopolítico no conforman ya la práctica de las uniones territoriales. Pero haces bien en traerlo a colación porque nada está descartado definitivamente. Saludos, Prudencio”.


lunes, 25 de abril de 2011

LO QUE HAY QUE CAMBIAR EN LOS CONVENIOS








Miquel Falguera i Baró. Magistrado del TS de Catalunya




Uno escucha en estos días toda una serie de sesudas disquisiciones relativas al actual sistema de convenios. Incluso los inefables cien economistas de San Luis, cómo no, acuden a la cita con su viejo catecismo de dogmas neo-liberales en ristre. Sin embargo, no deja de ser curioso que casi todas las reflexiones que he visto sobre este tema se centran en la vertiente economicista de los convenios colectivos, como si éstos fuesen, únicamente, una especie de instrumento del mercado. Y es por ello que, en definitiva, todas esas reflexiones inciden en el mismo diagnóstico: los salarios en España son demasiados elevados –en relación a la productividad- y la causa de ello es la negociación colectiva. Por tanto, el tratamiento terapéutico pasa por el recorte de ésta. Y, en consecuencia, aunque no se diga explícitamente, del poder del sindicato y de las tutelas del Derecho del Trabajo. No es nuevo: una diagnosis similar se hizo ya con la reforma de la Seguridad Social.



Como es notorio la actual crisis económica ha sido causada por los salarios y los derechos de los asalariados (pese a que en el anterior período de crecimiento existió una evidente contención en esta materia), no por las actividades especulativas del último decenio. Como es notorio esas políticas especulativas son ajenas a la progresiva desindustrialización de este país y la dejación de cualquier actividad de investigación en la mejora productiva y científica (a diferencia de lo que ha ocurrido en Alemania y el norte de Europa): la culpa es de los trabajadores, que ganan mucho y trabajan poco. Como es notorio la productividad se basa únicamente en los salarios, sin que intervengan otros factores como la formación, las infraestructuras, el resto de condiciones contractuales

y el modelo productivo. Por tanto, es obvio que la solución pasa por incrementar la desigualdad: cuando los ricos sean más ricos y los pobres más pobres –más todavía- estaremos en condiciones de competir (probablemente en nuestros tradicionales sectores punteros del turismo y la construcción, que tanto valor añadido aportan) Lo increíble es que tamañas sandeces se repitan hasta la saciedad, cual mantra sagrado, por supuestos “expertos”, políticos y medios de comunicación sin que apenas se oiga voces críticas que pongan en evidencia lo evidente: que el emperador está desnudo, con sus colgajos al aire. Que la enfermedad actual tiene como origen las propias políticas neo-liberales.




Cabrá recordar que los convenios colectivos son algo más que instrumentos del mercado. Bien es cierto que en la etapa del Welfare constituían –lo siguen siendo- las renovación de votos periódica entre los agentes sociales de la paz social, en tanto que su función principal era, a la postre, la fijación del valor de la fuerza de trabajo en forma civilizada y contractual. Mas esta determinación del valor de la fuerza de trabajo opera, a la fin, como elemento de vertebración entre los asalariados –al establecer un mecanismo de igualdad, que evitan prácticas de subindicación- y entre las propias empresas –al articular mecanismos de regulación de la competencia-. Y, además, los convenios eran –son- también otra cosa: la juridificación de la composición del conflicto social. Por tanto, un instrumento de civilidad democrática, en el que asimismo se plasman derechos y obligaciones no estrictamente económicos, como mecanismo compensatorio entre el poder empresarial y la alternatividad sindical. Por último, los convenios constituyen algo inédito en la teoría general del derecho: son una especie de normas autónomas surgidas desde abajo que, aún incardinándose en el poder del Estado, resulta en sus contenidos ajenas al mismo.
¿Quiere ello decir que se tenga que defender a ultranza nuestro modelo actual de negociación colectiva? Por supuesto que no. Al margen de esos análisis economicistas aparece una realidad cada vez más evidente: el contenido de los convenios se va progresivamente alejando de lo que está ocurriendo en los centros de trabajo y de la realidad de los variados intereses colectivos que conforman el panorama de personas asalariadas. Y ello está provocando en la práctica una potenciación de los pactos y acuerdos de empresa (mal regulados en nuestro ordenamiento, por su falta de relación y adecuación al convenio) y, lo que es más grave, de la autonomía decisoria del empleador.




Afortunadamente los agentes sociales son conscientes de esa situación. Así lo reconocen en forma expresa en el reciente acuerdo denominado Pacto de las Pensiones, en anexo al mismo. Se contienen en dicho documento una serie de diagnósticos que, en general, deben ser compartidos por cualquier observador.



Los motivos de ese desfase real obedecen, a mi juicio, a dos grandes motivaciones. Por un lado, lo que podríamos denominar como la problemática histórica de nuestro derecho del trabajo, que hunde sus raíces en los inicios del actual modelo constitucional, que afectan esencialmente a los instrumentos formales y su vertebración; de otro, el cambio en el modelo productivo, en las formas de organización del trabajo y en la composición del colectivo asalariado, que se inserta esencialmente en los contenidos.




Iniciando estas reflexiones por esos motivos tradicionales, cabrá observar que el advenimiento del actual modelo negocial no comportó en la práctica una ruptura esencial del paradigma franquista. Cierto es que la legitimación constitucional del sindicato conllevó un evidente cambio de protagonismo. Ahora bien, si se analizan en profundidad los actuales contenidos y estructuras de nuestros convenios, podrá comprobarse como no existen grandes diferencias con los de las Ordenanzas laborales.



Es más: los propios ámbitos de negociación sectoriales se adaptan también –en líneas generales- a los tradicionales de las Ordenanzas. A lo que cabrá sumar la aparición de nuevos sectores –en la inmensa mayoría de casos, con muy pocos trabajadores afectados- y la práctica de “barra libre” de los convenios de empresa –ante la inexistencia de reglas claras legales y convencionales de estructuración y vertebración de las unidades de negociación-. De ello se deriva que en España se negocien cada año seis mil convenios. Si se tiene en cuenta que nuestro modelo se basa en la representatividad y no en la representación –lo que determina una evidente carencia de medios materiales y humanos- es obvio que los efectos sobre la calidad de lo pactado son notorios.



Y ello explica también otro fenómeno concurrente: la pobreza de contenidos de los convenios. En la mayor parte de casos las cláusulas que en ellos se observan no son más que reiteraciones –muchas veces, reduccionismos- de la Ley, por no hablar de cláusulas obsoletas.



Todo eso lo venimos arrastrando desde finales de los setenta, en una inercia que no ha hecho más que crecer. Ocurre, sin embargo, que desde entonces han pasado muchas cosas, es decir, aquéllas que me llevan a la segunda motivación antes apuntada.



Por un lado, el colectivo asalariado ha mutado, de tal manera que el tradicional “blue-collar” varón, entonces ampliamente hegemónico, aún siendo hoy mayoritario, no pasa ahora de ser el primus inter pares. Entre otros muchos colectivos (extranjeros, trabajadores jóvenes con mayor formación y distintas aspiraciones que sus padres, etc) es obvio que la feminización del mundo laboral está ahí. Y, con ella, la sensibilidad y valores de las mujeres. Sin embargo, los convenios colectivos han sido poco reactivos a esa realidad. Es cierto que en los últimos tres años se ha producido un incremento muy significativo de las cláusulas de igualdad. Pero no es menos cierto que ese fenómeno tiene su origen en la Ley Orgánica de Igualdad. Por tanto, cabrá preguntarse porqué los agentes sociales han necesitado de un estimulo externo para dar una orientación a los contenidos convencionales.



Con todo, el elemento más significativo desde mi punto de vista es la escasa implementación en los convenios de la regulación del nuevo modelo, la flexibilidad. En general, la mayor parte de normas colectivas optan por una regulación que podríamos caracterizar como “defensiva” ante “lo nuevo”. Es decir, limitando las posibilidades de disponibilidad unilateral del empleador. Sin embargo, esa tendencia no deja de ocultar otro fenómeno que creo más significativo: la falta de metabolización –especialmente, por el sindicato- de la nueva realidad. Por tanto, que la flexibilidad, como nuevo modelo productivo, tiene que generar una nueva cultura social. Y ello aboca a un concepto, muy poco desarrollado en la práctica, que podríamos definir como la flexibilidad bidireccional. Es decir, que el fin del paradigma del “contrato estático” ha de operar tanto para empleadores como para asalariados. Así: ¿por qué el empresario puede disponer del horario de trabajo por motivos productivos y el trabajador no tiene la misma posibilidad por causas personales o familiares?



Y, por otra parte, como fenómeno concomitante, cabe reseñar la evidente disincronía que se produce entre el modelo de poder en la empresa y las nuevas formas de organización del trabajo. La empresa jerarquizada y quasimilitarizada era lógica en el fordismo, pero no se adecua a la flexibilidad. En el actual “impasse”, la patronal se niega a “democratizar” las relaciones laborales, pero en cambio, exige mayor flexibilidad en el desarrollo de la prestación laboral. Y, por su parte, el sindicato, ve la flexibilidad como algo negativo –con razón, por la falta de contrapartida-, de ahí que sea incapaz de metabolizarla.



Por tanto, desde mi reflexión personal, aún siendo evidente que nuestro modelo de negociación colectiva debe ser modificado radicalmente, la problemática de fondo reside en para qué queremos el cambio. Si nos centramos únicamente en los instrumentos y la regulación legal, probablemente ahondaremos aún más en la desigualdad. Por el contrario, un planteamiento de modificación esencial de contenidos, basados en la igualdad formal de la flexibilidad bidireccional, servirá para avanzar en la regulación del nuevo paradigma productivo, de organización del trabajo y de composición del colectivo asalariado. Una lógica que, a buen seguro, incidiría mucho más favorablemente en la productividad que la consabida –y ya demostrada como errónea- receta de recortar salarios.


martes, 12 de abril de 2011

PANFLETO EN DEFENSA DEL ESTADO DE BIENESTAR


Homenaje a don Alejandro Otero.


Afirman los cronicones que Franco recomendó a Perón (Dios los cría y ellos se juntan) que no se metiera con la Iglesia. Por lo que se ve al president de la Generalitat nadie le ha dicho “no te metas con los médicos”. Y para rematar la guinda el conseller de Sanidad suelta bombásticamente que “a los médicos sólo les preocupa el dinero”. Lo que puede ser una verdad parcial, por ejemplo, este consejero es sobradamente conocido por su genoma peseteril. Sobre el resto, hay de todo como en botica. En mi caso –que no es el único-- he tenido la suerte de conocer a grandes profesionales, de probada ética y altísima profesionalidad: los doctores, Vicenç Navarro, Ramon Espasa, Nolasc Acarín, los Broggi (padre e hijo) y un largísimo etcétera.



Naturalmente, las medidas contra el Estado de Bienestar y las declaraciones citadas han reactivado la chispa contra la desforestación organizada que pretende poner en marcha el gobierno (de coalición nacionalista y teócrata-cristiano) catalán. Por ejemplo, el doctor Miquel Vilardell (presidente del Colegio de Médicos y principal asesor del gobierno catalán en materia sanitaria) ha puesto el grito en el cielo y hablado alto y claro: por ahí, no; de ninguna de las maneras. Pero lo más importante es la estructuración de un importante movimiento social que rechaza la poda de los servicios públicos.



Informa Joan Carlos Gallego en De la resignación a la indignación y a la acción: el jueves 14 de abril a las 6 de la tarde se concentran los trabajadores y trabajadoras públicos en la Plaza Sant Jaume contra el recorte de los servicios públicos. Apuesto lo que sea a que no sólo no cabrá un alfiler sino que el gentío abarrotará los aledaños. De hecho esta concentración –y las sectoriales de estos días— están propiciando el gran anticipo del 14 de mayo: la confluencia de organizaciones sociales diversas, vecinales, de consumidores, de cooperación, juveniles, de estudiantes, de padres y madres, de usuarios de la salud, de la cultura, etc. Y evidentemente también las organizaciones sindicales. Que, tomando prestada la metáfora de mi amigo Fausto Bertinotti, podría ser un movimiento de los movimientos, no sólo indignado sino estructurado capilarmente. Si las cosas se hacen aproximadamente bien, no es improbable que el gobierno catalán dé marcha atrás: torres más altas se han estremecido. Ese movimiento de los movimientos tendrá que hilar muy fino; deberá huir de sectarismos y del acné del infantilismo. Así pues, buena letra y amplias alianzas. Porque de lo que se trata, en mi impertinente parecer, es de compartir diversamente un paradigma de oposición fundamentada, primero, y de proyecto (un proyecto no es un zurcido) alternativo a los intentos de descuajeringar el Estado de bienestar.


lunes, 11 de abril de 2011

INDEPENDENTISMO DE NOCHE, NEOLIBERALISMO DE DÍA






Artur Mas, presidente de la Generalitat de Catalunya, fue a votar el otro día. Como saben nuestros amigos, conocidos y saludados este hombre lidera una coalición cuyo socio mayoritario es un partido nacionalista de derechas (con incrustaciones independistas) y un minúsculo partido teócrata-cristiano que, de forma inteligente, ha sido aprovechar las posibilidades legales dentro de la mentada coalición.



Pues bien, el otro día –cuando la tarde languidecía y renacen las sombras-- Artur Mas se embozó en su vieja capa, se encasquetó el sombrero calañés y por la puerta de atrás salió de palacio con dirección a la urna. Votó, como después nos fue comunicado, por la independencia de Catalunya en una de tantas consultas soberanistas. De vuelta a su despacho se despojó de tan castizas prendas y, ahíto de satisfacción, procedió a firmar las disposiciones que suponen recortes y dentelladas, mordiscos y desgarrones en los servicios públicos. Lo uno no quita lo otro.



Pero … días más tarde comunica urbe et orbi, aunque a través de persona interpuesta, que ni su persona ni su grupo parlamentario votarán favorablemente una resolución favorable a la independencia de Catalunya. Todo un ejemplo de nicodemismo político que recuerda la versatilidad de la rosa de Alejandría: colorá de noche y blanca de día. Este desparpajo, el de una política de fijapelo y brillantina, tiene un notable predicamento entre determinados sectores de las capas medias catalanas muy sensibles al revivamiento de viejas religiones, al hedonismo fácil del estupefaciente. En definitiva, a la acumulación de bienaventuranzas del nacionalismo identitario, hoy como ayer, proclive a la victoria en la derrota, repetida ad nauseam como quien fabrica el siguiente constructo: 1) Arturo fuma habitualmente, 2) ¿Arturo vota habitualmente?, 3) Arturo fuma habitualmente, 4) Ojalá Arturo fumase habitualmente. Un inciso, se sobreentiende que este Arturo fuma por la noche y se abstiene de día. O lo que es lo mismo, por la noche el humo del independentismo; por el día, la carnaza del camino de servidumbre hacia los intereses del gran parné. O, lo que parece como muy aproximado: de inclinar la cabeza ante los capitales que van y vienen desnacionalizadamente, mientras que se aprietan las tuercas al personal de la tierra. Que es el intríngulis de este putativo nacionalismo.



Por último, la prensa de hoy afirma que hay una importante manada de lobos casi en las puertas de Barcelona; lo que no se dice es que algunos están ya en plena plaza de Sant Jaume, viviendo desde hace un poco más de cien días. Ah, la censura ...