Nota editorial. Nuestro amigo Giuliano el Apóstata ma non troppo es el
autor de estas Notas que publicaremos en dos partes.
1.- Las elecciones europeas
han trastocado en profundidad el marco de correlaciones del espacio político de
la izquierda y el centro izquierda que conocíamos desde 1977. A un despliegue
inesperado del populismo se une la caída espectacular del partido que
hegemonizaba los valores con los que la mayoría de la ciudadanía progresista se
venía implicando en los procesos políticos.
El precipitado que surge con el resultado
electoral es de difícil comprensión y asimilación no solo por los actores
principales del escenario político-institucional, sino también por los nuevos
protagonistas que aparecen como sus directos beneficiarios e incluso por los
que se atribuyen la cualidad taumatúrgica de “saber lo que iba a pasar”.
Todavía queda bastante camino por recorrer
para caracterizar plena y certeramente el fenómeno, pero nos atrevemos a
señalar en primera aproximación algunos de los caminos que, a nuestro modo de
ver, podrían contribuir a explicarlo e interpretarlo, para de este modo
plantear parte de las tareas necesarias a fin de resituar objetivos y planes de
acción desde la izquierda transformadora.
Se advierte, en todo caso, que siendo
claramente conscientes de las muchas cuestiones que se van a dejar de abordar,
nos inclinamos por manifestar las reflexiones que, por el momento, entendemos
más necesarias, dentro de un cierto hilo conductor.
Comencemos recordando que para un sector
de las opiniones vertidas en el último mes la evolución generacional del país,
junto con la fosilización de sus estructuras formales e institucionales, serían
las causas directas tanto de la caída electoral de los dos grandes partidos
como de la eclosión de otras fuerzas políticas, sobre todo en el espacio de la
izquierda, y del reforzamiento de las particularidades de los subsistemas
políticos vasco, catalán y, en menor medida, gallego. Las grietas abiertas en
los últimos años en nuestro sistema constitucional y en el modelo diseñado en
los años de transición de la dictadura a la democracia habrían pasado así al
primer plano de las preocupaciones de un amplio segmento del electorado.
Sin embargo, creemos que el recorrido a
transitar para encontrar una explicación plausible a lo sucedido, y
especialmente para desarrollar acciones consistentes con vistas a un futuro
posible de mayor consolidación y avance de la izquierda transformadora, tiene
más estaciones de paso.
En este sentido, si ciertamente el poder
económico no fue profundamente modificado en los años de la transición, también
lo es que se crearon condiciones político-institucionales para una reconducción
en el plano económico-social de la relación de fuerzas operante en la
dictadura. Así ocurrió en un primer momento, en el que los poderes económicos
cedieron terreno fundamentalmente como consecuencia de la intensa presión
ejercida por el mundo del trabajo, en el marco del movimiento sociopolítico que
en su configuración inicial pilotaron las Comisiones Obreras. Con logros de
primer orden para beneficio de las clases subalternas, como la creación de un
incipiente Estado de Bienestar y la elevación del peso específico de la
tributación progresiva en la financiación de ese Estado.
No es sólida, en nuestra opinión, la tesis
según la cual hay un pecado original de la transición, que hoy de nuevo pondrían
de manifiesto las jóvenes generaciones, por haber dejado intactos a los grupos
dominantes de la Dictadura,
y del cual hoy el agotamiento constitucional y la crisis política serían meras
derivaciones.
Será un poco más tarde, con y durante los
gobiernos del PSOE, cuando las fracciones financieras del capitalismo español
recuperen sustancialmente posiciones en una doble dirección: por un lado, en la
reconversión del capitalismo industrial español en un modelo económico basado
preferentemente en el sector servicios de baja productividad, con una
importante pérdida de posiciones de los salarios en la renta nacional, y, por
otro, en el despliegue de una política favorecedora de la captación de
inversiones basada en altos tipos de interés, con clara preponderancia de los
grandes bancos en la definición de las estrategias de política económica.
Se crean así, en los años ochenta, las
bases estructurales para la creación de la burbuja inmobiliario-financiera que,
apareciendo ya en una primera fase en aquellos años, se multiplica a partir de
la llegada al Gobierno del PP de Aznar. Las condiciones de entrada de España en
la entonces llamada Comunidad Europea, y el posterior ingreso en la moneda
única, creemos que se explican también bajo estas claves.
Paralela y paradójicamente, se desarrollan
en ese periodo de gobiernos del PSOE avances notables en las políticas del
bienestar, de las cuales, a los efectos que aquí interesa destacar, cobran un
especial significado la consolidación de la enseñanza primaria y secundaria
gratuita y el acceso masivo de los y las jóvenes a los estudios universitarios.
Si bien, igualmente conviene subrayarlo, este paso adelante se complementa, en
sentido contrario, con el gran respaldo concedido a la enseñanza concertada.
Las consecuencias sociales que se
derivaron del cruce de estas diferentes orientaciones fueron muchas y
profundas. Pero entendemos que una de ellas es en la que hunde sus
raíces, esencialmente, el proceso político que se pone de manifiesto con el
resultado de las europeas, pero que habría dado comienzo con bastante
anterioridad.
Las transformaciones de clase van
configurando, en ese ciclo de gobiernos socialistas, un cuadro bastante más
complejo en los valores y actitudes de los españoles que el que le era propio a
la estructuración social anterior a los ochenta.
Todo ello gracias a una economía gradual y
tendencialmente más basada en el sector servicios que en el industrial, como se
ha dicho, y una sociedad de capas medias con jóvenes universitarios muy cualificados
que, también gradual y tendencialmente, van poco a poco siendo absorbidos por
un marco laboral que no se compadece con el valor que las titulaciones obtenían
en las etapas anteriores. Siempre con importantes bolsas de paro, y también de
paro juvenil. La temporalidad y precarización del trabajo asalariado va
alcanzando ya entonces con singular intensidad a la juventud que encuentra
trabajo.
En este contexto de cambio en las
relaciones de producción y en el desarrollo de las fuerzas productivas, como diría
el clásico, se lleva a cabo una evolución de la base material sobre la que se
asientan estilos de vida y formas de socialización que progresivamente van
modificando las pautas de comportamiento político, aun cuando el sistema de
partidos permanezca formal y superestructuralmente inalterado.
Las generaciones activas políticamente en
el franquismo y en la transición apoyan el tipo de evolución descrito, si bien
ahora de forma pasiva, votando en general al PSOE, sin participar masivamente
en la militancia política. Por su parte, las nuevas generaciones, los hijos y
las hijas de aquéllos, muchos con estudios universitarios, se van incorporando
a ese voto de forma más discontinua y su interés empieza a radicar más en los
movimientos sociales y en la acción colectiva por la paz, el medio ambiente, la
solidaridad y la cooperación, o en el movimiento antiglobalización y los foros
sociales, que en la actividad de partido.
La izquierda transformadora,
extraordinariamente debilitada en el ciclo post-soviético, que reacciona a su
vez tarde y mal a la reestructuración post-fordista de la sociedad industrial,
y, por lo tanto, a la desaparición del voto de clase, sufre en toda Europa un
fuerte impacto. En España mantiene un sujeto político, Izquierda Unida, que, dejando
aparte otros elementos, avanza electoralmente en función del peso específico
que en esa etapa aportan una triple rama de factores, la política exterior en
materia de paz y seguridad, el conflicto social, y la corrupción en el aparato
del Estado.
2.- La era de Aznar supone
una intensificación del modelo productivo terciarizado y de la sociedad de
consumo de masas basada en el endeudamiento. La financiarización y la facilidad
del acceso al crédito con las que las familias compensan la caída del valor de
sus salarios, la burbuja inmobiliaria que genera una renta patrimonial ficticia
pero funcional para el objetivo de la activación de la demanda de bienes de
consumo, y la absorción de mano de obra en el sector de la construcción, con la
consiguiente caída de la tasa de paro, generan una sensación de estabilidad en
las capas medias y en las clases trabajadoras, y unos hábitos de consumo que,
junto con la tendencia cada vez más aguda de temporalidad y rotación en los
empleos, desdibuja al trabajo como vínculo de identidad social y fuente de
compromiso sociopolítico.
La juventud continuó perdiendo posiciones
respecto a las generaciones anteriores, pero tanto el crecimiento económico
como el retraso en la edad de emancipación actúan en esa época como elementos
compensatorios y sujetan el activismo juvenil en el campo ya citado de los
movimientos sociales. La socialización política de la juventud, cuando existe,
se inscribe en este ámbito, siendo la sindicalización juvenil muy baja por las
transformaciones en la sociedad del trabajo y en la producción que se apuntan
más arriba, las cuales inciden a su vez en la evolución del sindicalismo de
clase.
La llegada al gobierno de Rodríguez
Zapatero viene determinada por una movilización de valores que opera no tanto
en la reivindicación fuerte de la política social o la regulación del trabajo y
la defensa y promoción de los derechos de los trabajadores y trabajadoras, o en
el cambio de la política económica, cuanto en la apropiación de un vector
siempre altamente sensible en la sociedad española: la intervención militar.
A ello se une un imaginario centrado en
los derechos civiles y en la visibilización de minorías sociales desfavorecidas
que proporciona un eje muy atractivo sobre el que pivotan
intergeneracionalmente nuevos sectores de votantes jóvenes y otros grupos de
edad que aun disfrutando de unas relativas buenas condiciones en sus niveles de
vida, gracias a la fase del crecimiento económico, no se identifican sin
embargo con el Partido Popular de Aznar y especialmente rechazan su giro hacia
el belicismo y la orientación pro-estadounidense de la política exterior.
El sustrato social sobre el que se produce
el despegue que hace posible la primera victoria electoral del PSOE de Zapatero
es, por lo tanto, la reactivación del voto progresista y la participación
juvenil en las elecciones generales en torno a los valores de la paz, la
cooperación, y los derechos civiles. La huelga general, la cuestión del
Prestige, etc son coadyuvantes, pero no los elementos esenciales que explican
que Zapatero gane las elecciones en 2004. Siendo evidente que los atentados del
15M y la gestión de la tragedia por el Gobierno juegan un papel clave en la
derrota del PP, no lo es menos que son factores que concuerdan con ese
imaginario axiológico fijado en la ciudadanía progresista por el PSOE de
Zapatero y que, como se ha dicho, actuaba en el campo del progresismo en torno
a unos procesos de socialización política cuyo núcleo esencial había dejado de
ser en buena medida el conflicto socioeconómico.
Las elecciones del 2008 mantienen
básicamente el perfil del PSOE de Zapatero ahora centrado en la utilidad del
voto para frenar al PP. La negación de la crisis económica ya iniciada y las
medidas de corte populista como la devolución de 400 euros en la declaración de
la renta, siendo importantes para movilizar el electorado que le diera su apoyo
en los anteriores comicios, lo es menos que los sufragios obtenidos en Cataluña
y Comunidad Autónoma Vasca, donde la deriva recentralizadora y neoespañolista
del PP era especialmente rechazada por la ciudadanía de esos territorios.
En cualquier caso, la base social de apoyo
seguía siendo la misma y los valores e incentivos de los votantes progresistas
del PSOE que le dieron la victoria en 2008 no descansaban en la consideración
de los efectos sociales devastadores que la crisis capitalista más intensa
desde el año 1929 vendría a producir en el Estado español. Todavía en ese
momento no se perciben los efectos electorales de la crisis.
3.- Todo cambia a partir de
mayo de 2010. En esa fecha se materializa la subordinación del gobierno del
PSOE de Zapatero a las exigencias del Directorio europeo y de los poderes
globales. Es el reconocimiento de la realidad de una crisis de efectos
devastadores. La burbuja revienta y con ella el Gobierno. Las primeras medidas
de las posteriormente mal llamadas políticas de austeridad se llevan por
delante el tímido impulso de las políticas sociales que se pusieron en marcha
en ese periodo. El progresismo de los derechos civiles y el republicanismo
cívico se quedan por el camino. De nuevo en esta etapa los poderes económicos
habían sido amparados en un modelo productivo que no era sino continuidad del
largo proceso iniciado con los primeros gobiernos socialistas de los ochenta. Es
un hecho que el gobierno socialista ni siquiera intentó reconducir el modelo de
capitalismo inmobiliario español que había consolidado el PP en su periodo de
gobierno.
Así las cosas, las generaciones jóvenes y
universitarias se lanzan a la calle, desde la misma cultura política que
capitalizó sus valores, para pedir más y mejor democracia. La política
convencional se percibe definitivamente como un instrumento poco útil para
cambiar la realidad material en una sociedad en el que la participación limitada
a las reivindicaciones post-materialistas se contradice con la ausencia de
expectativas profesionales. La mitad de los jóvenes en el paro. Las clases
medias en proceso de empobrecimiento.
Todo ello en un contexto en el que los
medios de comunicación privados y el nuevo uso de las tecnologías de la
información, las llamadas redes sociales, reproducen y amplían la transformación en la
comunicación que ya se había producido en la televisión y componen e imponen una constelación de cauces de formación
de opinión mucho más diversificado, pero al mismo tiempo también mucho más
simplificador en cuanto a sus contenidos.
Las elecciones del 2011 dan la victoria al PP de Rajoy. La movilización
juvenil que impugnaba la crisis a partir de unos presupuestos de insuficiencia
democrática y de agotamiento del sistema establecido de los partidos como cauce
de formación de la auténtica voluntad popular, que perciben secuestrada por las
instituciones internacionales al servicio del capitalismo financiero global, no
se va a canalizar electoralmente.
Una parte de esa ciudadanía desencantada pasa a IU y a partidos
nacionalistas de izquierda. El crecimiento de UPyD cabalga sobre el descrédito
de la política. Sin embargo, el PP consigue generar una gran participación
electoral para desalojar del Gobierno a un PSOE tremendamente desgastado por la
gestión de la crisis. El miedo a la llamada intervención por parte de la Unión Europea, como
en Grecia e Italia, planea sobre el Estado Español.
La desafección al PSOE se sitúa en cierta medida en la interpretación de la
falta de arrojo de este partido ante la crisis, pero para un sector social en
la perspectiva de la falta de calidad de la democracia, desde la frustración de
quienes en mayor o menor medida habían creído en el republicanismo cívico del
PSOE de Zapatero como marco determinante de una etapa de progreso, o de la
reorientación de su voto por parte de quienes en las dos elecciones anteriores
preferían aglutinar en torno a ese concepto el deseo de freno al PP.
Así las cosas, la crisis avanza en España, el PP de
Rajoy impone las políticas de retroceso social que la Troika decide, y ello
coloca en el centro de la conflictividad social a miles de jóvenes precarios,
trabajadoras y trabajadores despedidos, maestros, pensionistas, personas
hipotecadas e inquilinos expuestos al desahucio, artistas, migrantes,
periodistas e internautas, vecinos afectados por la privatización o el
deterioro de la sanidad, la educación, el agua o el transporte.
Pero en todo ello se impone un tipo de discurso que arranca del
republicanismo cívico del PSOE de Zapatero, pero que ahora se torna fracasado,
y coloca en el centro del debate la polarización entre un enunciado
regeneracionista y el llamado inmovilismo de la política “clásica”. Se denuncia
la degradación de la vida política. Paralelamente, surgen argumentaciones
que se convierten en consignas del tipo “que se vayan todos”, los políticos
reciben críticas de muy diversa naturaleza: élites extractivas, enfermiza
ambición de poder y de medrar en el escalafón social, deshonestidad, etc...
La base
social que pasiva o activamente sostuvo al PSOE de Zapatero en función de su
antibelicismo, del republicanismo cívico, de la promoción de los derechos de
las minorías marginadas, de la utilidad del voto para frenar al PP, de la
apertura a un modelo más federal de Estado, pero que no había situado en el
centro de su apoyo ni la recuperación de los derechos sociales y laborales, ni
la reorientación de la política económica, ni mucho menos un horizonte de cambio
radical en un sentido igualitario, se va insertando en la lógica de este
discurso nuevo.
El
politicismo de Zapatero va pasando a ser sustituido por la antipolítica “sui
géneris”, de cuño propio, alentada por ciertos medios de comunicación y por un
grupo de jóvenes pero suficientemente preparados profesores universitarios.
Ya se ha señalado más arriba. La sociedad española ha devenido en un
mosaico muy diverso de intereses, valores, ideas, instrucción educativa e
identidades nacionalitarias. El mundo es global y las certidumbres de la etapa
del capitalismo occidental de los Estados-Nación se volatilizan. Los medios de
comunicación reparten su función de correas de transmisión entre los distintos
intereses. Se complica extraordinariamente el conocimiento preciso y la
interpretación de la realidad. De la realidad política, social e institucional.
En
ese marco, las generaciones que se iniciaron en la experiencia política en la
época del zapaterismo y las nuevas promociones que se asoman a la vida laboral
sin encontrar mínimos cauces de inserción, exigen el reconocimiento de su
condición de sujeto social llamado a ejercer el protagonismo histórico en la
dirección política del país. Sobre bases politicistas que llaman la atención
acerca del desprestigio de las instituciones sustituyen la reivindicación de
los derechos civiles por la laminación de la “casta política”, expresión que,
como en Italia, germina en el campo abonado del deseo de encontrar
explicaciones sencillas a los problemas complejos de la fase actual de la lucha
de clases.