Hace tiempo que venimos oyendo hablar
de la necesidad de un «proceso constituyente» en España. Es una palabra
escénica que repiten, de una otra forma, Izquierda Unida, Podemos y algunos movimientos sociales. El colofón de dicho proceso sería –se supone-- o bien
una reforma substancial de la Constitución o una nueva Carta Magna. No obstante, para mi paladar todavía está por
concretarse qué carácter, qué contenidos, con qué sujetos políticos y sociales
y qué itinerario tendría el mentado proceso para llegar a buen puerto. Mi
impresión es que se trata de la propuesta de un estuche estético del que sus promotores
no mencionan el contenido de su interior. O sea, epígrafes sin desarrollo, eslóganes
mediáticos, y poca cosa más.
Me parece, aunque corro el
riesgo de meter el remo en el corvejón, que en dicha propuesta hay una
idolatría a la ley. Una especie de culto de que la ley lo puede todo. Los más
precavidos dirían que casi todo. Lo
que me parece algo muy atrevido. Por lo que, aunque sea tartamudeando, me
atrevo a formular las siguientes interrogaciones. ¿Qué sentido tiene ir a una
reforma parcial o total del texto constitucional manteniendo intactas las
actuales patologías políticas y sociales? ¿No sería más útil caminar en una
gran operación reconstituyente, cuyo itinerario –largo o corto— no soy capaz de
precisar con aproximada concreción? Utilizo la expresión «reconstituyente» como
aquello que devuelve al
organismo condiciones de salud, fortaleza y vigor.
O hay reformas profundas en el
carácter y la forma partido (y sindicato) o el proceso constituyente, tal como
me da la impresión que está concebido, sería agua de borrajas. Así pues, soy
del parecer que la coexistencia entre un texto reformado o un nuevo texto
constitucional sin un proceso reconstituyente sería un cero a la izquierda. Con
lo que, en apretada conclusión, lo fundamental, aquí y ahora, es la
regeneración de la vida política española. Mi amigo y maestro Bruno Trentin llegó a escribir –y repetir hasta el
agotamiento-- sobre la necesidad de la
«reforma de la sociedad». Entiendo al maestro: no pocas patologías sociales están
también en la base de los problemas de la política. No es cierto que la
sociedad sea santa, santa, santa y los políticos sean tan desvergonzados y sin
referencias a la misma sociedad. Digamos que, en buena medida, los políticos y
la política son aproximados trujimanes de la base social.
Debo esta idea de lo reconstituyente, políticamente
vitamínico, al maestro Iñaki Gabilondo que, de esa manera ha hablado, en la
entrevista que otro grande, Juan Cruz, le ha
hecho en El País de hoy domingo.