viernes, 29 de junio de 2012

«DESDE HOY SOMOS TODOS UN POCO MÁS LIBRES»




Conversación sobre CAPÍTULO 17. GRAMSCI Y MARX



Querido Paco, me ha parecido ver en tu última carta un amable reproche a mis críticas a Gramsci. Es algo que podemos seguir hablando, incluso personalmente. Pero no quiero que quienes nos lean piensen que le tengo ojeriza a nuestro amigo italiano. O que, peor aún, no le tengo la consideración debida. A lo largo de estas conversaciones me he limitado a ordenar, posiblemente con poco acierto, una serie de observaciones que siempre tuve in mente sobre la concepción “dura” de Gramsci sobre el taylorismo y el fordismo, muy especialmente lo referente a la autocoerción y a la exaltación (a veces, acrítica) que hace del modelo taylorista y el sistema fordista, una de las parejas de hecho más famosas del siglo XX. Cosa que, por otra parte, no se puede decir de Rosa Luxemburgo. Hablas de que Gramsci escribió una gran parte de ello en los Cuadernos en las duras condiciones de la prisión y de su enfermedad. Es cierto, pero también todo ello está formulado in nuce  en su época ordinovista.

Cambio de tercio. Me parece muy potente la metáfora de Trentin cuando habla del “cemento” de la participación. Y, en ese sentido, poco tengo que añadir a lo dicho en nuestra anterior conversación, incluida la cachonda anécdota de nuestro Fausto Bertinotti. Ahora me permito explicarte una forma de participación que ensayamos cuando estábamos en el Centro de Estudios del sindicato Ramón Alós y Miquel Falguera.

Aprovechamos un proyecto europeo, basado en los Círculos de Estudios que pusieron en marcha los sindicatos suecos. Se trataba de una serie de investigaciones en diversos centros de trabajo con la participación de los representantes de los trabajadores (comité y sección sindical, al frente) más un grupo externo de sociólogos y demás. Se relataba cómo estaban las cosas en la fábrica (Solvay fue la que mejor lo hizo) y cómo reformar la organización del trabajo. Fueron unos estudios muy puntillosos durante varias sesiones. Todo ello ayudó mucho –según escribieron dos magníficos sindicalistas de Solvay, Javier Morata y Paco Español— en las sucesivas negociaciones con la empresa. Como diría Marx, todo el general intellect de los trabajadores de Solvay se puso en movimiento. 

Me pregunto, retóricamente, ¿por qué no extendimos más aquellas experiencias? Y sobre todo, ¿cuál es la razón de que se haya archivado todo aquello?

Una última consideración: me faltan sólo tres capítulos para acabar la versión castellana de La città del lavoro: sesenta y tres páginas.  

Desde el calor a todo meter que tenemos en Parapanda, te saluda JL


Habla Paco Rodríguez de Lecea

Ningún reproche en torno a Gramsci, lo digo desde el principio, José Luis. Lo mío sólo fue una expansión lúdica, un Viva Gramsci manque pierda, un tanto enfático y discordante, posiblemente alterado en mis humores habituales por el calorazo que estamos padeciendo en Parapanda.

De hecho Trentin sigue en este capítulo 17 con la descripción de cómo precisamente a partir de los análisis gramscianos (y otros) empezaron a desgajarse las dos esferas del conflicto social y el conflicto político, que en Marx habían estado razonablemente unidas, y cada una empezó a reclamar su autonomía. El político reclamó para sí la centralidad de las decisiones, y exigió la subordinación del sindicalista al proyecto global; el sindicalista amplió su perspectiva y empezó a hablar de lo sociopolítico como su terreno natural de actuación. En el rifirrafe se olvidaron las aspiraciones a intervenir en el cogollo de la organización del trabajo, y la distribución volvió a ser el terreno predilecto de intervención del sindicato.

Nosotros vivimos un cierto forcejeo en torno a estas cuestiones, en particular en relación con el gobierno del conflicto social, y también aquí se dieron exageraciones, y confusiones diversas acerca de las prioridades. Fue una situación embarullada y molesta que tú definiste con una frase afortunada: de sindicato sociopolítico estábamos degenerando en político socio-sindicato.

Anécdotas como la del convenio de Fausto Bertinotti fueron una maravilla en aquel contexto. Por dos razones, por lo menos: una, que entraran los ‘saberes’ (el hongkong) en el articulado de un convenio. Otra, maravilla aún mayor, que Fausto encontrara un convenio digno de ser firmado. Era, por lo que recuerdo, intransigente hasta la tozudez, y peleaba como un león hasta la última letra de la última cláusula de la última disposición transitoria. Porque tenía una concepción alta de la negociación colectiva articulada, y consideraba que un mal convenio podía afectar negativamente y desmovilizar a toda una rama o todo un territorio. Mejor ninguno que uno malo.

La otra historia que cuentas está en la misma línea de intervención en positivo del sindicato en las fábricas, y de inyección de los saberes que los trabajadores necesitan para ganar en autonomía y en libertad. Ramon y Miquel hicieron un trabajo extraordinario en ese terreno, y no fueron los únicos, y no sólo Solvay se benefició. En los años de los gabinetes jurídico y técnico hubo una larguísima lista de personas sin mando concreto pero que encarnaron al sindicato dentro de las fábricas, como asesores y en muchos casos incluso como dirigentes, armados con los saberes que los trabajadores necesitaban. No cito a ninguno de ellos, por no olvidarme de nadie, pero espero que esa lista se conserve y conste para facilitar el trabajo de los historiadores.

Completo tus anécdotas con otra que evoca aquellos años. Está incluida en el libro sobre Trentin que me regalaste el otro día en Pineda de Marx, y la cuenta Guglielmo Epifani, secretario general de la Cgil. En el 69, el año de las grandes luchas, Trentin entra en la Fatme, la mayor fábrica metalmecánica de Roma. Está vigente la prohibición de que sindicalistas externos participen en las asambleas internas de fábrica. Los trabajadores se declaran en huelga, salen por las puertas de la Fatme, van en busca de Bruno que espera en la plaza, dos de ellos lo toman del brazo, y así arropado vuelven a entrar todos juntos a la sala donde tiene lugar la asamblea. Las primeras palabras de Bruno a los reunidos son características de su persona y de su pensamiento: «Desde hoy, vosotros y nosotros, todos, somos un poco más libres.»

Tuyo en la idea, Paco

JLLB


Querido Paco, si te fijas bien en la foto de arriba, observarás una anomalía un tanto estridente: nuestro Carlitos Vallejo aparece ¡peinado! De lo que se deja constancia para asombro de los tiempos presentes y los siglos venideros. Tuyo, en la Idea, JL   

LA ESCOBA DE LOS SOCIALISTAS CATALANES



La decisión, motu proprio,  del grupo dirigente del Partit dels Socialistas Catalans y de su grupo parlamentario en Catalunya de que comparezcan en el Parlament de Catalunya dos altas personalidades de ese partido –concretamente Narcis Serra y Marina Geli, ex consellera de Sanidad— puede abrir una fase nueva en lo referente a la gestión de los recursos públicos y sus posibles conexiones con trapacerías de mayor o menor rango. Recordemos que los llamados a explicarse no son personal de tropa sino, hasta hace poco tiempo, miembros del alto almirantazgo del partido.

Es una decisión valiente y, como tal, debe ser valorada y saludada. Porque introduce elementos no irrelevantes de transparencia, rendición de cuentas, asunción de responsabilidades políticas y, sin lugar a dudas, de ejemplaridad. Más todavía, introduce un precedente que pone en un brete a quienes no sigan ese camino u otro similar.

Hoy, podemos decir, que al menos las pocilgas (presuntas o reales), al menos en teoría, están más expuestas a la investigación pública. Siempre y cuando la decisión de los socialistas catalanes llegue al fondo de las cosas. Pero, en todo caso, la anomalía de los socialistas catalanes está ahí. Una anomalía que no ha sentado nada bien a algunos autollamados renovadores como el alcalde de Lleida, aspirante a dirigir el partido. Y, en otra dirección, peor les habrá sentado a los responsables de Convergència i Unió y del Partido popular.

Ya veremos en qué acaba de todo eso, tanto en lo investigación parlamentaria como en lo que hagan los otros partidos implicados o presuntamente implicados en zahúrdas reales o presuntas.

 Radio ParapandaCAPÍTULO 17. GRAMSCI Y MARX

jueves, 28 de junio de 2012

GRAMSCI CONTRA MARX. Y la participación de los trabajadores




Conversación sobre CAPÍTULO 16.2 FORDISMO Y TAYLORISMO EN LOS "CUADERNOS DE LA CÁRCEL"



Querido Paco, nuestro amigo Gramsci nos dice en uno de los ensayos de los Cuadernos –concretamente en Passato e presente—que “no cabe esperar la reconstrucción por parte de los grupos sociales condenados por el nuevo orden, sino de quienes están creando por imposición y con su propio sufrimiento, las bases materiales del nuevo orden: ellos deben encontrar el sistema de vida ´original´, que no puede tener un estilo americano, para alcanzar la libertad que hoy es una necesidad”.  Mi cadena de preguntas serían: ¿de qué participación habla, entonces, Gramsci, si la reconstrucción de la sociedad se hace “por imposición y sufrimiento” o son solamente las élites las que participan? ¿todo el estilo americano debe ser repudiado, incluso el charleston y el piano de Count Basie? ¿se refiere también a las novelas de Dashiell Hammett? 

Parece lógico pensar que la participación real no se compadece con la expropiación de los saberes, que obligatoriamente comporta el taylorismo. En esa tesitura creo que es obligado referirse a la famosa propuesta de Marx sobre la  “participación activa e inteligente”.  ¿Cómo va a operarse una participación inteligente a través del saqueo de los saberes que comportan los sedicentes teoremas de Taylor, solamente interesados en que el trabajador se parezca todo lo más posible al gorila amaestrado. No entiendo, la verdad, a los apologetas del Gramsci que se expresa de esta manera: o bien estaban distraídos o se les pasó el detalle. Alguien me ha dicho malévolamente que, a veces, son peores ciertos discípulos que los enemigos. Una cosa que debo meditar para no sacar conclusiones apresuradas. Porque como siga rajando sólo nos quedará Manolo Caracol.

Pero, querido Paco, estábamos hablando de la participación. En ese sentido, pienso que el sindicato tiene algo pendiente en ese sentido. Yo no  creo que haya perdido su voluntad de hacer participar a sus afiliados. (De momento hago una diferenciación entre ´afiliados´y  ´no afiliados´, y pronto se sabrá por qué.) El problema que tenemos es que las formas de los hechos participativos se corresponden a un tipo  de empresa –con horarios uniformes y una acumulación de personas por metro cuadrado--  que ya no se corresponde con lo que es, hoy, el centro de trabajo. Digamos, esquemáticamente, que se sigue practicando una participación de estilo fordista, cuando ese sistema está cambiando a marchas forzadas.  De ahí que la participación se resienta. Por ello, me parece obligado que –en puertas del Décimo congreso confederal— se abra una discusión acerca de la praxis que debería tener la participación en el sindicato. Y concluir con, algo así como con estatuto de la participación en el sindicato. Ese estatuto debería partir de lo siguiente: la soberanía del sindicato reside en sus afiliados y afiliadas. Y a continuación deberían fijarse unas normas obligatorias y obligantes para dar un efectivo derecho a participar.  Es decir, se trataría de pasar de la invocación abstracta que autoriza la tradición a unos hechos participativos normados

Hablemos de la participación de los no afiliados. Vamos a ver, si el sindicato detenta por ley el monopolio de la negociación que afecta erga omnes. ¿Quiere decir eso que puede hablar ´soberanamente´ en nombre de quienes no le han dado mandato alguno? Por ley, sí. Pero eso me parece un argumento ´liberal´. Los metalúrgicos de la CGIL, por ejemplo, lo han resuelto la mar de bien. Los convenios colectivos se firman tras la celebración de un referéndum erga omnes.

Entiendo que no salir de la voluntad de fomentar la participación, en clave fordista, es un error. De ahí que valga la pena recordar la irónica propuesta de Bertrand Rusell: “¿Para qué repetir los errores antiguos habiendo tantos errores nuevos que cometer?”

Postscriptum. Nuestro común amigo Fausto Bertinotti me explicó una divertida anécdota. Tras la negociación de un convenio de empresa, cuyos resultados fueron magníficos, Fausto dijo a los amigos del consiglio di fabbrica: “Bien, vamos a la asamblea para darlo a conocer a los trabajadores”. Fueron recibidos, me dijo, con una gran ovación. Todo el mundo estaba la mar de contento hasta que un compañero de cierta edad dijo: “Muy bien, magnífico. Pero hay una cosa que no entiendo: ¿por qué hay que tener en cuenta a Oncong [Hong Kong]”. Fausto y los demás se quedaron estupefactos, porque ni esa ciudad ni China tenía nada que ver con el asunto. Hasta que el interpelante mostró el texto: se refería al know how. Conclusión, le dije: “Eso os pasa porque vuestra literatura está llena de términos que no conoce el personal”.  O sea, los hechos participativos con la letra clara: lo espeso sólo para el chocolate.      

Como decía Anselmo Lorenzo: Tuyo, en la Idea, JL


Habla Paco Rodríguez de Lecea

En ese terreno no te sigo, José Luis, aviso. Tienes delante de ti al último pecador gramsciano de la pradera. No voy a intentar defender hasta el final la frase que citas, pero casi. Veamos:

En primer lugar, nos dice el ‘grande’ Antonio que no cabe esperar la reconstrucción de la sociedad por parte de aquellas clases, o élites, que van a perder sus privilegios en el cambio. Estamos hablando de la fábrica fordista, para él el microcosmos, la maqueta a escala de la nueva sociedad; y se está refiriendo a ese staff que propone nada menos que apartar del puente de mando para sustituirlo por los consejos u otro órgano de dirección emanado de los mismos trabajadores. A éstos, por consiguiente, les llama a tomar su destino en sus propias manos. Y a hacerlo ya, sin esperar el futuro descenso de los cielos del partido-estado que empiece a poner las cosas en su sitio. La ‘racionalidad’ y la ‘cientificidad’ de la fábrica fordista no lleva a Gramsci, a diferencia de otros epígonos, a la ilusión de pensar que patronos y adláteres se comportarán de forma neutral y jugarán limpio durante la presumiblemente larga etapa de transición, y por consiguiente que no hace falta desplazarlos aún de sus puestos de dirección.

En segundo lugar, en ese ‘nuevo orden’ que los trabajadores están empezando a construir ‘desde la imposición y el sufrimiento’, señala que han de encontrar un ‘sistema de vida original’ para alcanzar ‘la libertad que es hoy una necesidad’. Ese sistema de vida, precisa y rubrica, no puede ser el ‘americano’.

El razonamiento es plausible, agudo, incluso seductor, pero tiene dos defectos capitales que señala con justeza Trentin: en primer lugar, parte del presupuesto idealista de que existe implantada en el trabajador taylorizado una conciencia de clase que le permite una libertad mental inaudita: puede abarcar desde su atalaya no sólo todo el proceso de producción en el que él participa de forma fragmentada y parcelada, sino incluso todo el arco temporal del proceso en el que a través de su propio protagonismo va a producirse la construcción de una sociedad nueva sin explotadores ni explotados.

Dejo para luego el segundo defecto del razonamiento de Gramsci, y me detengo un momento en lo que tenemos hasta aquí. Estamos analizando un texto: lo volvemos del revés y del derecho, le buscamos las vueltas, le negamos finalmente el visto bueno. Esto no sirve. Bien, hasta aquí. Pero malo es que no tengamos en cuenta el contexto, que nos olvidemos –nosotros, los exegetas– de dónde fueron escritos los Quaderni del carcere, y en qué condiciones. Y cuando el Gramsci de los Cuadernos pide a los trabajadores visión, pasión y coraje para construir un mundo nuevo en libertad incluso ‘desde la imposición y el sufrimiento’, él mismo está dando el ejemplo, en su propia carne. Y lo cierto es que la lucidez y el valor moral que impregna precisamente la frase citada está iluminando buena parte del camino que recorremos hoy con Trentin.

Paso ya al segundo defecto, muy relacionado con el primero y mucho más extendido: el presupuesto, o prejuicio sería mejor decir, de que el sentido de la historia llevará de forma ineluctable al poder a la clase obrera y sus aliados. Es entonces cuando aparecen las etapas, las prioridades, lo que debe hacerse antes y lo que puede dejarse para después. Trentin objeta de una forma implacable. Copio su extensa frase porque no se puede decir mejor, ni con más claridad:

«Ningún imperativo categórico que afirme el destino de la clase obrera a convertirse en clase dirigente podrá nunca sustituir, en la conciencia de los trabajadores concretos, el esfuerzo de buscar, en cada momento de su prestación de trabajo vivido en condiciones de opresión y subalternidad, la necesidad y legitimidad de actuar para cambiar la situación existente.»

Eso me recuerda tu frase de hace unos días, de que Marx postula la liberación en el trabajo, y no del trabajo. Un lector apresurado que no hace al caso nombrar me preguntó qué diferencia había. Muy sencillo, le expliqué: te liberas ‘en el’ trabajo cuando consigues trabajar de una forma gratificante; y ‘del’ trabajo, cuando accedes a un desempleo pagado.

Todo este entresijo de cuestiones, y ya acabo, tiene mucha relación con la participación, como tú señalas. La participación no puede darse por descontada, ni siquiera la de los afiliados al sindicato. A mí me parece incluso que existe en este momento entre los trabajadores que trabajan (mal) y los que no trabajan (ni cobran) una tendencia a la desmovilización y el desánimo peligrosa por las urgencias que nos/les acosan. Deseo el mayor acierto a los compañeros que preparan los materiales congresuales. Para fomentar la participación, habrá que conectar con los afiliados en primer lugar, y también con los no afiliados también en alguna medida. Y para conectar con ellos, habrá que empezar por escucharles, y tomar nota.
Un saludo, Paco



lunes, 25 de junio de 2012

NOS DIJERON QUE LA COERCIÓN EN EL TRABAJO LLEVA A LA LIBERACIÓN. Pronto se descubrió el pastel




Querido Paco, ¡vaya empacho el de los jóvenes ordinovistas con Gramsci a la cabeza con lo de la fábrica racional!  Y con qué tozudez el Gramsci maduro, el de los Cuadernos de la Cárcel, insiste en esa melopea. Se trata, ni más ni menos, que del triunfo de Taylor y Ford no sólo en el capitalismo sino en el socialismo que tenían en la cabeza, con sus diferencias,  Lenin y Gramsci. El teorema de la fábrica racional que ya expresó don Federico: “si mi método es científico, aquí no pintan nada los sindicatos”. Es como si dijera un militar: las órdenes del mando son, por definición, científicas, por lo que no se admite respuesta o contestación. Es desde ese apotegma donde se construye la cadena jerárquica del mando. Que me entran ganas de ponerlo en mayúsculas, El Mando a ese bonapartismo social.

Un bonapartismo social que está en todos nuestros viejos conocidos, Lenin y Gramsci, aunque Trostky es a quien se le va más la mano, pero siempre desde el mismo eje de coordenadas. De ahí que hablara de “adecuar las costumbres a las necesidades del trabajo” de ese “ejército de trabajadores”. De manera que, joven amigo, te pregunto: ¿qué diferencia a don León de Henry Ford que puso en marcha una patulea de inspectores que visitaban los hogares de los trabajadores de la fábrica para saber (e imponer) un potente puritanismo en los hogares? “Señora, su marido bebe, fuma, a qué hora llega a casa …”. [Estos inspectores llegaron incluso a vigilar la vida sexual y la moral de los trabajadores de la empresa. Sin embargo, la izquierda, que estaba metida casi hasta las cejas en lo mismo, se carcajeó del famoso Curro Seisdedos cuando hacía algo parecido en Casasviejas. Y, ahora, presta atención porque se te van a poner los pelos de punta. Ya sabes que nunca me leí los Estatutos de nuestro sindicato; pues bien, en los que se redactaron tras la asamblea constituyente, antes del primer congreso, nuestro Jota Jota coló una addenda en el artículo de las funciones del secretario general: “como vigilante de la moral de los afiliados”. Cuando lo ví impreso me hice cruces. ¿Debía yo vigilar a Cipriano, Paco Frutos y Agustí Prats, por poner tres ejemplos sin intención alguna?] 

Tres cuartos de lo mismo lo ponen en marcha Illich y Trostky (y los que vinieron después, ni te cuento). Nuestro amigo Gramsci dice lo mismo, pero tiene la cautela de decir “por un tiempo”  que parece recordar el viejo anuncio de las tabernas de Santa Fe, capital de la Vega de Granada, que decía: “Hoy no se fía, mañana sí”. Pero el cartelillo nunca se retiraba.

Por otra parte, es evidente que estamos ante la subalternidad de la política con relación a la técnica, a la “ideología” de la técnica. ¡Qué paradoja, Paco! ¿No estamos diciendo ahora, en nuestros días, que la política es un sujeto cooptado por la economía? En todo caso, creo que estamos en condiciones de entender que la asunción del taylorismo por parte de, al menos, las autoridades soviéticas no era sólo para sacar al país del atraso industrial, sino especialmente para que esa forma de salir del atraso fuera a través del “ordeno y mando”, creando así las condiciones para una gigantesca “revolución pasiva”. 

La construcción del socialismo aparece así teniendo como base la opresión y alienación del trabajo: Marx descuartizado. La construcción del socialismo a partir del decreto de la sedicente ciencia taylorista. Que debió poner los pelos de punta a Rosa Luxemburgo que afirmó enfáticamente: “El socialismo no se hace; y no puede hacerse mediante decretos, ni siquiera por un gobierno socialista”. Ahora bien, lo que es extremadamente chocante es que el socialismo que, por definición, es la liberación en el trabajo (y no del trabajo) tuviera que construirse, según nuestros viejos conocidos, a través del palo de la coerción y de la zanahoria de una ilusoria libertad. Ni la socialdemocracia abrió la boca para decir lo contrario, ni la posterior reelaboración berlingueriana sobre “socialismo en libertad” se refirió a ello. Socialismo en libertad, pero ¿cómo se concibe, aunque sea aproximadamente la gran cuestión del trabajo? Socialismo en libertad con libertades políticas irrestrictas en el cuadro institucional, ¿pero qué ocurre en el interior de los centros de trabajo? Dispensa, pero todo lo que hemos leído hasta ahora acerca del socialismo en libertad, me da la impresión de un “liberal” socialismo en libertad.

Hay que ajustar las cuentas a todo eso, querido Paco. Porque todavía, como hemos comentado en tantas ocasiones, la acción real del sindicalismo está impregnada de taylorismo. 


Habla Paco Rodríguez de Lecea

Amén, querido José Luis. Y fíjate en cómo la fascinación inicial de nuestros padres fundadores por la ‘racionalidad’ del taylorismo va generando una cadena de secuelas que ya no se limitan al mundo de la fábrica.

El punto de partida es la presunción de que con la organización taylorista del trabajo se ha alcanzado la madurez del desarrollo de las fuerzas productivas. Es un modelo objetivo, neutro desde el punto de vista político y eficiente. Vladimiro no se plantea más problemas (que yo sepa); Antonio, sí. Advierte que el ‘avance ineluctable’ en la construcción de la sociedad socialista se está produciendo sobre las espaldas de los trabajadores, que hay sufrimiento, que se trata de un parto con dolor. Habla incluso de un plazo a partir del cual el trabajo se liberará de esa ‘coerción’ externa que explota y estruja a la fuerza de trabajo taylorista bajo el régimen impuesto por el capital. El plazo en cuestión se parece demasiado, como tú señalas, a las calendas griegas, pero pasaremos por alto la objeción.

Tenemos, pues, encaminada la transición al socialismo a través de la fábrica taylorista. Y entonces, en la mentalidad de la izquierda, se ‘tayloriza’ también el amplio abanico de fuerzas comprometidas en ese tránsito: partidos, sindicatos, movimientos. León es quien va más lejos por ese camino, pero hay que concederle que fue encargado de la creación del ejército rojo, y el pensamiento militar ha sido siempre un ejemplo clásico de oxímoron. Pero si miramos más cerca nuestro encontramos por todas partes esa dicotomía entre el nivel de dirección (los que piensan) y la clase de tropa (los que ejecutan sin pensar), y una preocupación no diré totalitaria pero sí de déspotas ilustrados, acerca de cuestiones mínimas muy relacionadas con un estilo cuartelero de la política: como esa adenda que mencionas a las tareas del secretario general del sindicato.

Recuerdo que en un acto abierto de partido en el que conferenciaba el llorado Manolo Vázquez Montalbán, le interpelé sobre la vieja máxima que estimula al militante a no pensar por su cuenta: «Más vale equivocarse con el partido que tener razón contra él.» Y Manolo contestó que esas palabras deberían ser grabadas en bronces sobre un gran bloque de granito, y luego arrojar el bloque al fondo del océano, donde nadie nunca más pueda utilizarlas. Fue una forma lúcida de reivindicar una humanización de la militancia paralela a la del trabajo: porque era necesario superar la parcelación, la demediación del militante de base que se preconizaba desde los púlpitos de la ‘iglesia’ comunista. (Por cierto, ahora que hablamos de iglesias: tienes toda la razón, José Luis, nunca conseguí en mis tiempos de catequesis dar pie con bola en el misterio de la santísima trinidad. A pesar de los pescozones del mosén. Incluso ahora, si los veo a cierta distancia y llevo puestas las gafas graduadas el año pasado, a veces sigo confundiendo al hijo con el espíritu santo.)

Tuve una sorpresa mayor cuando, varios años después, le recriminé al secretario general de cierto partido político de la izquierda plural de nuestra patria chica que algunos dirigentes del mismo se estaban comportando como ejecutivos de empresa, y él me contestó: «Es que yo también estoy convencido de que el partido debe dirigirse como una empresa.»

La invasión sutil del taylorismo, habría dictaminado Pere Calders. Dices que hemos de ajustar cuentas con todo eso, José Luis. Amén, contesto.



sábado, 23 de junio de 2012

DE LA POLÍTICA DE SACRIFICIOS DE LOS TRABAJADORES




Conversación en torno al ensayo de Bruno Trentin 15. LENIN Y GRAMSCI


Querido Paco, por fin hemos descubierto la diferencia no irrelevante que, en torno al taylorismo y el fordismo, había entre Lenin y Gramsci. El primero, dicho de manera sucinta, entiende que es algo a mantener por los siglos de los siglos; el segundo cree que es beneficioso para una contingencia determinada de la que lógicamente no puede prever su duración.  El primero insiste en la disciplina más férrea que será temperada “cuando sea posible” por una política salarial más próxima a las necesidades de supervivencia de los trabajadores; el segundo tiene la convicción de que los costes sociales no pueden mantener las características del trabajo futuro.

Ahora bien, como decíamos el otro día, la cultura leninista fue la que prevaleció e, incluso en Italia, todo el Gramsci ordinovista fue archivado. Así es que en lo atinente a la producción Illich se llevó el gato al agua, y nadie –al menos, en este sentido— desde las otras corrientes políticas mayoritarias del movimiento obrero le llevó la contraria. Así las cosas, estaba cantado que sólo y solamente los movimientos sindicales mayoritarios (Gabriel Jaraba nos podría ilustrar qué opinaban al respecto nuestros abuelos los wobblies,   Industrial Workers of the World) pondrían en la mesita de noche velis nolis a los dos grandes capitanes de industria norteamericanos, Taylor y Ford. Pero de esto ya hemos hablado.    

Por otra parte tiene interés retener lo que deja sentado Gramsci: “Sin embargo, consideramos que una generación pueda trabajar perdiendo para garantizar a las futuras una libertad que, de no ser así, no sería posible”. Lo que posteriormente ha sido instrumentalizado por los romanos y los cartagineses de nuestros días. Me vas a perdonar que haga una aparente digresión sobre ello.

Me parece fuera de toda duda que el gran compromiso ético del sindicalismo y de la izquierda política a lo largo de la historia ha sido darle sentido y propósito generacional a las conquistas que iban consiguiendo. La libertad de asociación y el derecho de huelga, el conjunto de poderes y bienes democráticos han sido el resultado de generaciones a costa de (no sólo, aunque también) sacrificios económicos. Esto nos parece obvio a no pocos de nosotros, pero no está suficientemente explicado a lo largo de nuestra historia. Y, es más, cuando se ha narrado ha sido en clave de chanson de geste y no como relato de personas de carne y hueso. Más en clave de mito que crónica histórica convincente.  Entre paréntesis, pongo en tu conocimiento la siguiente referencia sobre algunos artículos de Gramsci en L´Ordine nuevo: Antonio Gramsci . Artículos en “L'Ordine Nuovo

Ahora bien, esa diferencia entre Illich y Gramsci me da pie, viejo amigo –por cierto, Paco, ¿a partir de cuándo empezamos a decir viejo amigo?--, me da pie, digo, para abordar con ciertos balbuceos en qué condiciones es posible hablar y practica una política de sacrificios. En ese sentido, habrá que diferenciar la política de sacrificios impuesta por el empresario o por la Administración de aquella que es negociada en función de un determinado momento económico concreto. En relación a la primera es claro que el movimiento de los trabajadores y sus representantes deben optar por la confrontación con alternativa en la medida de las posibilidades que ofrece doña Correlación de Fuerzas. Por ejemplo, es importantísimo el actual proceso de movilizaciones sostenidas que viene desde hace muchos meses. En lo atinente a la segunda, la otra dama, doña Empiria parece decirnos que es preciso introducir algunos matices en las prácticas más al uso del movimiento sindical. Que muy sintéticamente irían por estos indicios: 1) en el marco de una austeridad, entendida berlinguerianamente; 2) en el cuadro de unos sacrificios transparentes, reglados con normas obligatorias y obligantes para todas las fortunas en una progresión de menor a mayor y la puesta en marcha de una fiscalidad progresiva; 3) con un elenco de controles que especifiquen de dónde viene los sacrificios, su cuantía y sus finalismos, y la verificación de todo ello; 4) la fijación, con carácter indicativo, de la temporalidad de esta política de sacrificios. Si no es, aproximadamente así, tengo para mí que o es una engañifa o, como se dice en la Vega de Granada, son pollas en vinagre. Seguiremos hablando, si te parece de estos graves asuntos.

Cambio de tercio, amigo Paco. En este ensayo de Trentin podemos observar el uso reiterado del término ´espontáneo´ con relación a la literatura de Gramsci y una referencia a ello sobre la Luxemburgo. Con otro interés, desde luego, podemos observar hasta qué punto las derechos, de ayer y hoy, abusan de esa expresión. Pienso que, en el fondo, es o una incomprensión o una desatención (por no decir desconsideración) hacia unas formas autónomas que no están encasilladas en el convencionalismo orgánico de lo convencional, llámese partido o sindicato. Es como si todo lo que está fuera del control de lo convencionalmente establecido, a izquierda y derecha, fuera espontáneo, acéfalo, un magma. Es como si dijéramos que los movimientos de la fábrica  donde trabajaba nuestro Pedro Hernández, padre fundador de Comisiones --¿te acuerdas de Pedro?—o de Luis Romero en la Construcción fueran espontáneos, porque no encacajaban en los moldes canónicos de la organización. Lo que en el fondo podría ser una especie de amable deslegitimación de la capacidad dirigente de Pedro y Luis. Como dijo aquel bocazas: iuvet testes!

Por último, observarás que he puesto, en el texto traducido, unos links para que conocimiento del personaje o de la situación en cuestión. Hasta ahora las personalidades que aparecían en el texto de Trentin eran conocidas. Pero la referencia a la mítica huelga de las “manecillas del reloj” en Turín, a los woobblies y la referencia al legendario Daniel de León tal vez no gozan, hoy, de la fama que les precedió; por eso me ha impulsado a hacerlo de esta manera. 

Dentro de unas horas entraremos en el verano. Mientras tanto, choca esos cinco. JL


Habla Paco Rodríguez de Lecea


Querido José Luis, pues yo diría que esto del ‘viejo amigo’ es cosa reciente y no acabo de acostumbrarme a ella. Yo suelo llamarte ‘maestro’ dándole a la palabra toda su extensión, y no sé si te gusta. Vittorio Gassman se quejaba: «Una vida entera siendo ‘la joven promesa de la escena italiana’, y de pronto, un día cualquiera, todo el mundo empieza a llamarme ‘maestro’. ¡Es el fin!» En cualquier caso, lo de viejo se desprende del documento de identidad, y lo de amigo lo considero un honor y un raro privilegio.

Haces una disección ajustada de las diferencias entre Lenin y Gramsci sobre el paradigma fordista-taylorista. Unas diferencias que se traslucen en el papel que los dos asignan respectivamente a los soviets y a los consejos en la construcción de la sociedad nueva. Subrayo la insistencia de Gramsci en el protagonismo de las reivindicaciones y las movilizaciones de la sociedad civil antes de la intervención de la instancia partidos-sindicatos para dar altura, alcance y trascendencia a esas formas de conflicto y de confrontación que, como bien dices, poco tienen de ‘espontáneas’. (Me acuerdo muy bien, dicho sea de pasada, de Pedro Hernández y de Luis Romero. Tenía mucha razón Luis el otro día al quejarse de que la dirección política de la época hubiera ninguneado el significado y las potencialidades de la huelga de la Construcción del 77. Se lo dije entonces en persona, y lo repito aquí.) El fondo de la cuestión es si corresponde a las instancias políticas y sindicales decidir dónde, cómo y cuándo debe movilizarse la sociedad civil, o si son los movimientos (no tan espontáneos) en el interior de ésta los que han de inspirar la línea de actuación de las organizaciones que se reclaman de la clase. Vladimir desconfía de la sociedad civil y lo fía todo al activismo de una amplia vanguardia revolucionaria: era seguramente una táctica congruente con las condiciones de la Rusia prerrevolucionaria. Como era congruente la atención que Antonio prestó a lo que se movía en las entrañas de la sociedad italiana. Dos tácticas plausibles para dos situaciones diferentes. Lo que no es de recibo, mi querido y siempre joven amigo, es la práctica seguida por determinadas instancias políticas de países no muy lejanos al nuestro: convertir la táctica en tacticismo, desoír las llamadas repetidas a la puerta de casa por parte de la sociedad civil, enredarse en negociar con la propia sombra porque no hay más interlocutores, y perder sucesivamente todas las bolas de juego, set y partido sin haber llegado a levantar la raqueta.

Acabo con ese exabrupto. Pero quiero dejar constancia, como coletilla, de mi acuerdo rotundo con las precondiciones que planteas para asumir una política de sacrificios distinta de las clásicas pollas en vinagre que nos sirven como si fueran faisán a la trufa blanca. Sobre todo, lo que habrá que exigir desde todas las instancias con voz y voto en el asunto será que una política de austeridad consensuada no se construya como una camisa de fuerza para la sociedad civil y sus reivindicaciones. Paco

JLLB

Querido Paco, la próxima vez que me llames maestro haré correr por los mentideros de la corte y el cortijo que, de niño chico, en la catequesis no entendías el misterio de la Santísima Trinidad. Buenas fiestas sanjuaneras, JL 



miércoles, 20 de junio de 2012

MANUEL SACRISTÁN Y LOS CUADERNOS DE LA CÁRCEL




Conversando sobre 14. L´ORDDINE NUOVO  de Bruno Trentin.


Querido Paco, antes de meterme en harina quiero darte una información. Hace años deposité en el Archivo Histórico de la CONC todos los ejemplares del Ordine Nuevo. Este fue un precioso regalo que me hicieron los compañeros de la CGIL lombarda con motivo de no sé qué. Te lo digo por si te interesa echarles un vistazo, leerlos o lo que sea. Desde luego, como bien puedes intuir, algo más que el placer está cantado.  Como sabes, tratan de una gran cantidad de cosas: desde los problemas de las fábricas turinesas hasta el urbanismo y no sé cuántas cosas más.


Me da la impresión, que no sé si compartes, de que Trentin nos está diciendo algo así como: la lucha teórica y práctica que el movimiento obrero de matriz marxista ha puesto en marcha se caracteriza por la denuncia contra la explotación y, en menor medida, contra la opresión. De ahí que el planteamiento reivindicativo haya puesto el énfasis casi en solitario en los (necesarios, habrá que decir) incrementos salariales, dejando para las calendas griegas la intervención en el núcleo duro de la fábrica --y hoy en el centro de trabajo innovado o no— los grandes temas de la organización del trabajo y la producción, como hemos señalado en otras ocasiones.

Por otra parte, me parece excesiva la concepción de Gramsci (especialmente en su etapa de ordinovista) de los niveles de racionalización de la gran empresa. Que tenía (y tiene todavía) fuertes elementos de racionalización, no me cabe duda. Pero, tal como lo describe nuestro amigo sardo en este capítulo, me parece excesivo y, si me permites, con una fuerte dosis “idealista”. Se puede decir, en su descargo, que estamos hablando del joven Gramsci. También al viejo Gramsci se le va la mano cuando, en Taylorismo y mecanización del trabajador [Cuadernos de la cárcel, traducidos de manera formidable por Manuel Sacristán en Siblo XXI] nos dice que “una vez consumado el proceso de adaptación del trabajador [en la gran fábrica] ocurre en realidad que el cerebro del obrero, en vez de modificarse, alcanza un estado de completa libertad”. De ahí que te pregunte, porque a mi se me escapa, ¿en qué queda el proceso de alienación y extrañamiento que dejó escrito el Barbudo de Tréveris?

Por otra parte, si los niveles de racionalización son de tal magnitud, como aquellos que idealiza Gramsci, las luchas sindicales sólo deberían tener como objeto intervenir en el abuso (cuando lo hay) de dicha racionalización y no en su uso. Que es lo que Trentin pone en entredicho.

Y queda algo más que resolver por parte de Gramsci: si la gran empresa tiene tan superlativa racionalidad, ¿a través de qué mecanismos, que Gramsci no explica, se llega a la irracionalidad del sistema capitalista? Me callo si me respondes que tal vez sea demasiado pedirle eso a Gramsci. Porque ciertamente todos hemos tenido la tendencia de echar bajo las espaldas débiles de nuestro amigo sardo tantas toneladas de responsabilidad.

Acabo con una buena noticia: nuestro común amigo Gabriel Jaraba, afiliado pata negra del sindicato, me ha prometido tirarse al albero de nuestras conversaciones reflexionando sobre una serie de temas que ya iremos viendo.  

Que la crisis hace estragos también lo puede notar un sociólogo chusquero: la caída espectacular del lanzamiento de petardos. Desde Parapanda, JL            


Habla Paco Rodríguez de Lecea


Querido José Luis, bienvenido sea Gabriel Jaraba a este cotarro. Y todos los demás amigos que se animen a intervenir, sepan que los firmantes habituales no tenemos ninguna pretensión de exclusividad. Más bien nos dedicamos a ir lanzando, con mayor o menor fortuna, cables al vacío para ver si alguien los aferra al vuelo y nos conduce a todos a un paisaje o una perspectiva nueva.

Voy ya al ‘turrón’, que diría Quijada. Tenemos pocas ventajas sobre Gramsci, la verdad, pero sí una muy clara: sabemos ya lo que pasó después. Estamos hablando desde la quiebra del paradigma fordista-taylorista. La cadena de montaje como núcleo del proceso de producción pasó a mejor vida, y del método taylorista lo que queda son resabios irracionales: el dogma estrambótico de la división entre ‘los que piensan’ y ‘los que hacen’ en la empresa, como dos castas inconfundibles e impermeables que sólo pueden convivir juntas pero no revueltas.

Precisamente esa situación da más fuerza de convicción a la propuesta de Trentin: el espectáculo del despilfarro, la irracionalidad, el absurdo de una organización del trabajo donde se ha enquistado una casta ‘parasitaria’ que, de forma parecida a la nobleza de los tiempos medievales, se aferra a sus privilegios caducos y pone un tapón a las posibilidades reales de aprovechamiento de las tecnologías en su estado actual. (Leo la frase que dejo escrita y se me ponen los pelos de punta: por favor, que nadie la tome al pie de la letra, es una simplificación hasta grotesca, una historia de buenos y malos que sólo sirve para entendernos mejor entre nosotros.)

A los trabajadores nos gustan de forma natural el orden, la simetría, la economía de esfuerzos, la eficiencia. En tanto que productores, amamos el trabajo en equipo, la coordinación de esfuerzos entre técnicas y saberes distintos, y ese producto final que emerge de la nada como un valor generado por un largo proceso colectivo de creación. Marx consideraba que el caos, la explotación, la irracionalidad y la injusticia presentes en la fábrica habían acabado por trasladarse a todas las relaciones sociales. Cambiar la fábrica, recuperar en su interior los valores del hombre completo y no demediado, era el camino obvio y justo para cambiar la sociedad, según la idea central en su pensamiento de que la infraestructura determina la superestructura. Difícilmente podemos reprochar al joven Gramsci que, encandilado por la nueva racionalidad de una fábrica fordista entonces pimpante y novedosa en el panorama italiano, propusiera llevar esa misma racionalidad a la política. La fábrica, con el simple cambio de las personas situadas en el puente de mando, pudo ser para él, en aquel momento ‘ordinovista’ de la evolución de su pensamiento, el modelo a escala del mundo nuevo que avizoraba.

Algo parecido estuvimos debatiendo nosotros a principios de los años ochenta. ¿Eran buenas o malas las NT, como abreviábamos entonces las nuevas tecnologías? Ni una cosa ni otra, concluimos: eran objetivamente neutrales y, como cualquier otro instrumento podían ser utilizadas en beneficio o en perjuicio de quienes las empleaban. En la medida en que acortaban el tiempo de trabajo necesario para generar una unidad de producto y exigían mayor capacidad de reflexión e iniciativa a quienes las manejaban, podían ser instrumentos útiles para ampliar la participación de los trabajadores en las decisiones de la empresa, reducir los horarios y crear empleo nuevo.

Eso decíamos. Treinta años después seguimos en las mismas, pero mientras tanto hemos podido constatar hasta qué punto era posible pervertir el uso de las NT y revertir los efectos beneficiosos para los trabajadores en suculentas plusvalías para una casta dirigente interesada en multiplicar su tasa de beneficios ya no a través de la producción sino de la especulación financiera.

Un saludo, Paco

martes, 19 de junio de 2012

"MENOS MARXISMO Y MÁS COJONES"



Homenaje a Pahíño


Conversación en torno al capítulo 13. LA RESPUESTA DE GRAMSCI




Querido Paco, Togliatti pone en marcha la operación cultural y política de reivindicar a Gramsci. En España no fue así. Es decir, el rescate de Gramsci viene, en Italia, promovido por la máximo autoridad del partido, encargado a intelectuales prestigiosos la publicación de sus obras. La referencia teórica es Gramsci para los comunistas italianos, una influencia que sobrepasa en mucho el territorio del partido. En España no ocurre lo mismo. Es más, son algunos intelectuales marxistas quienes traducen, comentan y difunden las obras de nuestro amigo sardo: Manuel Sacristán, Jordi Solé Tura y Paco Fernández Buey, además de la presencia constante de Gramsci en la obra de Manuel Vázquez Montalbán. Lo que era bastante sorprendente dado el secano teórico que tuvo históricamente el comunismo español: aquí los libros de texto eran el naïf politzer y el dogmáticamente espeso afanasiev para la teoría, reservándose al rudo nikitin las enseñanzas sobre la economía. Así es que citar a Gramsci, durante mucho tiempo, era considerado poco más que un esnobismo frente a la cita viril de Lenin.

Por ello no conviene extrañarse de lo que narraba Manolo Vázquez Montalbán. Nuestro amigo fue a una reunión de intelectuales en Francia (clandestina, por supuesto) con la dirección del partido. Pues bien, en un momento dado, un miembro del Ejecutivo (no recuerdo ahora si era Eduardo García o Agustín Gómez) les espetó a la crema de la intelectualidad comunista: “Camaradas, menos marxismo y más cojones”. Lo que, desgraciadamente, parece tener una  involuntaria  relación con lo que contó el famoso Pahíño (un delantero centro del Real Madrid y posteriormente del Granada).  Dice que, en los minutos previos a su debut con la selección en Suiza (1948), el jefe de la expedición, el militar Gómez Zamalloa, irrumpió en el vestuario para lanzar una arenga y dejar una sentencia que definió durante décadas al deporte español: “¡Y ahora, señores, cojones y españolía!”. Reirse del militarote –y leer a Dostoyewsky— le costó a Pahíño no ser convocado nunca más por  (la que todavía no se llamaba) “la roja”.  No importa, fue un mito.    

Cambiando de tercio: nuestro autor, analizando críticamente las grandes movilizaciones de los consejos obreros (1919 – 1920) habla de la dificultad que tuvieron en buscar, sin conseguirlo, una estrategia unificadora. Salvando las distancias y viendo las cosas de hoy, creo que en estas movilizaciones sostenidas de un par de años a esta parte se ha dado un salto de gran interés: hace dos años todo lo que estaba en movimiento era un conjunto de retales bastante dispersos; ahora bien, desde hace unos meses parece que existe, forzados por el ataque sin contemplaciones y general, un cierto embrión unificante que va desde el sindicalismo confederal hasta tal o cual movimiento social o ciudadano. Falta saber si la actual gelatinosidad se transforman (la transforman, quiero decir) en algo que tenga solidez. Ya veremos qué ocurre y si existe ese sastre colectivo capaz de enhebrar todos los retales. Ojalá.

Mis saludos, ya casi veraniegos, JL 


Habla Paco Rodríguez de Lecea 

Yo tuve un aterrizaje un tanto tardío en el movimiento obero, querido José Luis, después de pasar por la universidad franquista, de modo que en mi formación teórica no entraron ni Politzer, ni Afanasiev, ni Nikitin. De lo único que llegué a participar fue de aquellos cuadernos teóricos de marxismo de doña Marta Harnecker. Como por motivos de seguridad había ocultado ese tipo de tesoros en los recovecos más complicados e inaccesibles de mi biblioteca, hace algunos años encontré haciendo limpieza las dos viejas carpetas de folios ciclostilados comidas por los pececitos de plata, esos bichos tragones con antenas que se conocen como lepismas en el lenguaje científico convencional. No me quedó ni el minúsculo placer de confrontar el texto con mis recuerdos; sólo pude medir cuánto habíamos envejecido el uno y los otros, por los estragos de los lepismas.

Pero quiero decirte una cosa, sin perjuicio de lo que cuentas de Pahíño. Fuera quien fuese el camarada del Ejecutivo que lanzó aquella arenga en la reunión clandestina de París que citaba Manolo Vázquez Montalbán, estaba traduciendo al lenguaje cutre un pensamiento genuinamente gramsciano, a saber: debemos oponer al pesimismo de la inteligencia el optimismo de la voluntad. (Todo el mundo sabe en qué órgano masculino reside el motor primero de la voluntad.) Y la frase trae resonancias de otra muy célebre del mismísimo Carlos Marx: los filósofos han interpretado el mundo, ahora se trata de cambiarlo. Antonio Quijada habría dicho lo mismo de una manera más elegante y metafórica: “¡Menos ponencias, compañeros, y al turrón!” En todo caso la frase que colocas como frontispicio de nuestra conversación, para merecer ser grabada en bronces imperecederos, necesitaría un pequeño retoque para soslayar cualquier acusación de incorrección política: «¡Menos marxismo y más cojones y ovarios, camaradas!» Así, sí.

Mientras, el lector encontrará en este capítulo algunas consideraciones acerca de las formulaciones de Gramsci realizadas al calor del movimiento consejista de 1919-20. Resultan sorprendentemente actuales, como el mismo Trentin señala. La crisis económica profunda motivada por el agotamiento (provisional) de la acumulación monopolista como instrumento del capital para mantener unas tasas de beneficio elevadas; la polémica dentro de la izquierda con los mantenedores de tesis catastrofistas, para las cuales el socialismo surgiría y se afirmaría sobre la debacle del capitalismo en ruinas; el fracaso de la vieja hipótesis de una formación espontánea de la conciencia de clase a partir de la simple evidencia de la contradicción entre el trabajo y el capital; la nueva concepción del partido político como escuela de esa conciencia de clase en formación y como momento culminante de encuentro y de síntesis de las experiencias de los trabajadores manuales y de los intelectuales (en el sentido gramsciano de esta palabra); la forja paciente de instrumentos idóneos para permitir a la clase obrera y sus aliados disputar la hegemonía (también en su sentido gramsciano: hegemonía material e ideal, política y cultural, rotunda, total) al capital. Todo lo cual, como en los folletines más acreditados, continuará en el próximo capítulo. Paco

JLLB

Querido Paco, bastantes adulteraciones ha tenido el marxismo a lo largo de la historia para que un servidor añada otra; me refiero a darle un actual contenido de género (con la inclusión de los ovarios) al eructo teórico del camarada de la dirección, fuese quien fuese. Así es que, para no darle un contenido revisionista, dejemos la frase en el vínculo entre el marxismo y los cojones. Saludos, JL

  

lunes, 18 de junio de 2012

¿QUÉ HACEMOS POR NUESTROS MINEROS?




Nuevamente nuestros mineros están en la acción. Sus reivindicaciones y objetivos son sobradamente conocidos.

La primera consideración es: nunca se dirá lo suficiente sobre la importante aportación de los movimientos mineros a la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores, a la conquista de las libertades sindicales y políticas, a la construcción de un notable conjunto de bienes democráticos no sólo de los asalariados sino del conjunto de la población. La segunda consideración es: ¿qué solidaridad general –en toda España--  precisa, y bajo qué formas, la acción de los mineros?

Así las cosas, ¿qué pueden hacer los sindicatos en esta ocasión concreta? Algo que sea factible y signifique que no están solos. Algo que vaya más allá de la solidaridad epistolar.  

 

Radio Parapanda. 13. LA RESPUESTA DE GRAMSCI

EL SECUESTRO DE MARX


Una conversación sobre LA CRISIS DEL MARXISMO



Querido Paco,

Escribe Marx: “En ningún caso los sindicatos deben estar supeditados a los partidos políticos o puestos bajo su dependencia; hacerlo sería darle un golpe mortal al socialismo”. Tal cual. Se trata de la respuesta de nuestro barbudo al tesorero de los sindicatos metalúrgicos de Alemania en la revista Volkstaat, número 17 (1869) en clara respuesta a lo afirmado por Lassalle, el jefe del Partido socialista alemán: “el sindicato, en tanto que hecho necesario, debe subordinarse estrecha y absolutamente al partido” (Der sozial-democrat”, 1869).

Más de uno, viejo amigo, debió quitar de en medio estos números de los ejemplares de Volkstaat y del Der social-democrat.  Y debieron ser socialistas alemanes; más tarde hicieron lo mismo los comunistas que encontraron aquella correspondencia. De donde se infiere que Ferdinand Lassalle derrotó, durante un largo periodo de tiempo, al Barbudo de Tréveris en lo referente a lo que, todavía nosotros en nuestros tiempos, llamábamos las relaciones partido – sindicato. Hablando en plata: reformistas y revolucionarios en amigable compadrazgo organizaron una espectacular estafa teórica que tuvo enormes implicaciones en la práctica. Y, por lo visto, tuvieron que ser los heterodoxos quienes rescataran el planteamiento marxiano de la independencia del sindicato, haciendo añicos el lassallianismo que, muy gustosamente, habían admitido Kaustky y Lenin, Guesde y Pablo Iglesias, Togliatti y Thorez, Nenni y Berlinguer …, y no sigo para no molestar a los que viven todavía (¡y por muchos años!).

Te consta, viejo amigo, los dolores de cabeza que me produjo mi machacona insistencia en la independencia del sindicalismo. Más todavía, las acusaciones de anarco-sindicalismo que me endiñaron no pocos de nuestros cofrades. También la de aquellos nicomeditas como la rosa de Alejandría (colorada de noche, blanca de día) que decían defender la independencia (relativa) hasta la puesta de sol, y manifestaban lo contrario cuando la tarde languidecía y renacían las sombras. Ahora bien, pienso que la independencia –al menos la de Comisiones Obreras— no se debe sólo a la persistencia de quienes nos empeñamos en ello sino también, en gran medida, a la gradual irrelevancia del partido de referencia o, si se prefiere, al partido amigo. Algo así como: simultáneamente a la mayor minusvalía del partido se iba correspondiendo con una ampliación del diapasón de la independencia sindical. Con relación a UGT no me atrevo, todavía (por falta de un análisis más sosegado) a explicar las causas la conquista de mayores cotas de independencia.

No te puedes imaginar, amigo Paco, las caras de asombro, primero, que ponían los asistentes a algunas charlas que he dado sobre estos asuntos (citando la polémica de Marx – Lassalle); también de “liberación” de los oyentes, como quien dice “menos mal, no somos unos herejes: Marx nos ampara”. De ahí que, tras “sacar del armario” esos cadáveres de antaño, vale la pena empeñarse en el ajuste de cuentas definitivo al ingeniero Taylor, que es algo más peliagudo, pero tan necesario como lo otro.      

Por lo demás, retengo también lo que el Barbudo dice: “la ósmosis” del partido –o de los partidos de izquierda--  con los movimientos de masas. Y diría más: no en función de las contingencias o necesidades de coyuntura del partido –o de los partidos de izquierda— sino para abordar las reformas necesaria; y, ahora mismo, para arrinconar el neoliberalismo son su prótesis termidoriana en el terreno político. 

Con mis mejores saludos de esta noche en la que ya empiezan a incordiar los primeros petardos presanjuaneros dando por saco al personal. JL


Habla Paco Rodríguez de Lecea


Tengo una rectificación que hacerte, querido José Luis. Una rectificación importante, de fondo, aunque no se refiere a los asuntos que vamos debatiendo capítulo a capítulo. Es esta: lo que oíste en la tibia y estrellada noche del sábado no eran petardos presanjuaneros. Yo los oí también en Poldemarx, pero estaba al loro y tú no. Fue el estallido de júbilo de la sociedad civil altomaresmense (¿o se dirá altomarismeña?) al concluir con victoria (por tan sólo 4 puntos) del Regal Barça sobre el Real Madrid el quinto y decisivo partido del playoff por la Liga de baloncesto. Los petarderos no te estaban dando por culo, querido viejo amigo: te estaban participando su alegría. Hagámosles justicia.

Y paso a nuestro tema. A mí me parece que el complejo intríngulis de la relación entre partidos y sindicatos se resuelve de golpe si seguimos el método opuesto al de los ideólogos, llámenese éstos Lassalle, Lenin o Togliatti. Ellos tienden a poner las ideas por delante de las personas. Nosotros seguimos a Trentin en el método de poner a las personas por delante de las ideas.

Y todo se aclara entonces. Porque el sindicato atiende a las necesidades inmediatas de las personas (de los trabajadores, vale, pero de los trabajadores en cuanto que personas completas, pluridimensionales, y no números anónimos ni fondo abstracto de ‘fuerza de trabajo’) y tira de esas necesidades que hay que satisfacer en el corto plazo para ir proponiendo jalones colectivos, mejoras más ambiciosas en la condición subalterna de afiliados y de no afiliados también, y preparar de ese modo la aparición de escenarios más favorables para la resolución de las pequeñas y grandes contradicciones que van apareciendo en el camino.

La actividad sindical no tiene que ver –en principio– con la conquista del poder (o alternativamente, del gobierno): la del partido, sí. La actividad sindical, por consiguiente, no puede quedar enfeudada a la línea estratégica marcada por un partido-guía que intenta conquistar el poder (o el gobierno). El sindicato tiene su terreno de juego propio y también sus prioridades propias, así de claro. Y como dijo el Barbudo con santa razón, esta es una cuestión que tiene que ver con la esencia del socialismo. Podemos pasar un largo rato ahondando los dos juntos en todas las implicaciones de esa profunda declaración marxiana.

Hay otra pregunta inquietante, y tal vez impertinente, en este embrollo. Cuando hablamos de ‘sindicatos’ y de ‘partidos’, ¿de qué estamos hablando en realidad? ¿Pensamos en sindicatos y partidos como creemos que deberían ser, o en los realmente existentes? El otro día tropezábamos con las etiquetas del sindicalismo ‘de tutela’ o ‘de alternativa’. Hemos hablado también repetidamente de lo deseable de la unidad sindical, no sólo de acción sino incluso orgánica. ¿Y los partidos? ¿Partidos de élites, de vanguardias, de masas, maquinarias electorales, partidos institución? Señalas certeramente en tu comentario que no crees en la correa de transmisión pero sí en una ósmosis, no coyuntural sino permanente, ‘natural’, entre sindicatos y partidos. Pero, concluyo, tanto unos como otros habrán de dotarse de unas características y unas praxis determinadas para que entre ellos pueda producirse esa ósmosis, que hoy por hoy es imposible. ¿Qué órganos, qué filamentos, qué antenas deben adoptar los partidos políticos para conectar con el mundo sindical, y viceversa? Si es heterodoxia plantear iniciativas urgentes en ese sentido, me apunto a la heterodoxia.

viernes, 15 de junio de 2012

DARLE VISIBILIDAD A LA NEGOCIACIÓN COLECTIVA



Homenaje a Ramón Lamoneda



Los profesores Antonio Baylos y Jaime Cabeza han publicado un excelente trabajo en LA NECESIDAD DE IR PONIENDO LÍMITES A LA “EMPRESARIALIZACIÓN” DE LA NEGOCIACIÓN COLECTIVA IMPUESTA POR LA REFORMA LABORAL DEL 2012.  Y, diría algo más: un necesario trabajo. Lo es porque viene a recordar la importancia de la negociación colectiva en curso, también – añadiría un servidor por el retraso que llevan las negociaciones.

 

El problema que tenemos, a mi entender, es que mediáticamente se da la impresión, a todas luces reduccionista, de que el sindicalismo está embarcado sólo en las grandes movilizaciones contra la política económica del gobierno, con lo que la acción colectiva por los convenios apenas si tiene visibilidad. Algo (no todo) tendremos que ver nosotros en esa limitación, habría que decir. De ahí que –se sugiere— sea necesario evitar dar la impresión de una cierta pasividad (que no es el caso) en el terreno de la negociación colectiva. Es decir, hay que darle visibilidad a lo que se está haciendo.

 

 

Radio Parapanda. Por un "sindicalismo conscientemente global"  y 12. LA CRISIS DEL MARXISMO