Escribe Pedro López
Provencio
Hará unos doscientos años que dio
comienzo el sistema capitalista de producción y de comercialización que, con
ciertas variaciones y adecuaciones, sigue vigente en la actualidad. Eso ha
conformado, en gran medida, la sociedad que hoy tenemos.
Una de las características más
importantes de este sistema es la dicotomía existente en el reparto de la
riqueza que se crea. Entre los trabajadores que la producen y los capitalistas
que se la apropian. Entre el salario de los que trabajan y el beneficio de los
dueños del capital. Por eso el trabajador ha de trabajar más de lo que
corresponde a la parte que se lleva, en forma de salario, para que el
capitalista pueda llevarse la suya, en forma de beneficio. Sin perjuicio de que
pueda haber capitalistas que también trabajen y se lleven una parte por eso y
otra por el capital, no siempre desembolsado ni realmente existente.
No puede extrañar, por tanto, que ese
reparto y la cantidad y la forma de producir los bienes y los servicios haya
estado siempre en discusión. Al trabajador le puede bastar con un salario que
le permita, a él y a su familia, una vida digna, acomodada a cada época,
trabajando con fines económicos solo lo necesario, en condiciones
satisfactorias, para conseguir sus propósitos económicos. Además del trabajo
personal o familiar o con fines culturales y lúdicos. Sin embargo, el
capitalista nunca le ve el fin al incremento de su beneficio. Por lo que
procura que, una vez producida la riqueza equivalente al salario, se siga
trabajando lo máximo, indefinidamente, al mínimo coste. Con la calidad mínima y
la obsolescencia máxima aceptable por la clientela. Paliando la peligrosidad,
la penosidad y la toxicidad que pueda existir en el trabajo solo cuando se ve
obligado a ello, por la presión del Sindicato o el ordenamiento jurídico del
Estado.
Como la ambición capitalista no tiene
límite, se tiende a producir al máximo. Más de lo que se puede vender.
Principalmente porque al no aumentar suficientemente los salarios éstos van
perdiendo poder adquisitivo conforme aumentan los precios. La codicia es la
guía. Que es contagiosa. Eso da lugar al incremento de los stocks de pisos,
coches, etc., que, al acumularse sin reversión inmediata del capital invertido
y sus intereses, dan lugar a la suspensión de la producción. Porque no se
vende, dicen. Lo que es origen de las crisis periódicas que especialmente
sufrimos y pagamos las clases trabajadoras. El desempleo masivo ayuda a que
empeoren las condiciones de trabajo y mejoren los beneficios.
Para protegerse, oponerse y combatir
este sistema, los trabajadores han utilizado diversos medios. Tratando de
evitar la sobreexplotación. Medios que están cambiando al compás de la
evolución y la presión capitalista. Me referiré solo a algunos, ahora que
parece que se reanuda la negociación colectiva general en España y particular
en Cataluña.
La
cualificación de los trabajadores
Con la concentración de los
trabajadores en fábricas y recintos propiedad del dueño del capital, se les
pudo someter a la disciplina del patrón. Sin embargo conservaron una fuerza
fundamental independiente: el saber hacer, la cualificación profesional. La
promoción por el sistema de mérito y capacidad incentiva la adquisición de
conocimientos y de experiencia en la profesión u oficio. Esto los hacía
imprescindibles y aseguraba su continuidad y permanencia en la Empresa. También
garantizaba su libertad, puesto que los conocimientos y la experiencia
adquirida se podrían hacer valer en cualquier lugar que se precisase.
Actualizaba la vertiente intelectual y cultural. Y mejoraba el estatus social y
el salario. Pronto en la patronal fueron conscientes de esa fuerza y empezaron
a idear los métodos para desposeerles de sus conocimientos o para hacerlos
inocuos al funcionamiento de la producción. La fórmula magistral la encontró
Frederick W. Taylor (1856-1915) con su principio de “el cerebro en la oficina y
el brazo en el taller”. Llegando a hacerse típico aquello de “a usted no se le paga
por pensar”. Todo lo que está sucediendo ya se inventó a primeros del siglo
pasado. Lo demás es simple evolución y perfeccionamiento.
Empieza a ser una realidad palpable la
culminación del sistema productivo para conseguir que cualquier persona, con una
mínima formación unívoca, pueda ocupar cualquier puesto de trabajo.
Conocimientos o formación superiores resultan superfluos e incluso
contraproducentes. Con este sistema todos los trabajadores pasan a ser
prescindibles en cualquier momento. La adaptación de cualquier persona a
cualquier puesto de trabajo empieza a ser una tarea sencilla. La ergonomía la
han pasado al baúl de los recuerdos. De lo que pudo haber sido y ya será
difícil: el diseño de los métodos de trabajo de acuerdo con las aptitudes y características
de los trabajadores. O mucho pugnan y perseveran las fuerzas sociales,
empezando por los sindicatos, o pronto “el cerebro en la oficina” será el que
diseñe los algoritmos en algún lugar privilegiado del planeta. Y todos los
demás seremos “carne de cañón”. Auxiliares de los robots y otros artilugios
automáticos teledirigidos a distancia. A lo que gusten mandar esos algoritmos,
en un trabajo de mierda, precario y mal pagado. Algoritmos diseñados solo para
alcanzar el máximo beneficio financiero.
Para fijar la desposesión de los
atributos profesionales del trabajador se aplica la Valoración de los Puestos
de Trabajo, que sustituye a la cualificación de los trabajadores en la
asignación de los salarios. Por ahora con cierto disimulo para no crear alarma
e introducirlo con calzador y vaselina. Pero en el XIX convenio Colectivo de la
SEAT han desaparecido ya las categorías profesionales y a eso apunta el
Convenio del Metal de Barcelona. Y desde hace años el de la Química. Así, por
ejemplo, en los puestos de trabajo de Tenor y de Acomodador, en el teatro de la
ópera, las personas que los ocupan podrán intercambiarse, siempre y cuando los
medios electrónicos de la acústica lo disimulen y el público no sea capaz de
apreciar la diferencia. A eso vamos. Si aplicamos la técnica VPT sin burdas
manipulaciones, el puesto de trabajo de Acomodador puede que resulte de más
valor que el de Tenor.
Ahora se va avanzando a pasos
agigantados en otro invento. Explotar al trabajador sin necesidad de agruparlo.
Se trata de que se autoexplote, sin los elementos solidarios que propicia la
permanencia en edificios comunes y/o con vínculos colectivos. Desaparece el
trabajador asalariado por cuenta ajena. Gracias a los sistemas “just in time”
ya no se precisa la subordinación disciplinaria. Son los mismos equipos de
trabajo los que pueden controlar la cantidad y la calidad. Así es factible la
subcontratación y la externalización del trabajo en unidades, que han
sustituido el vínculo laboral por la contratación mercantil. Los trabajadores
ya pueden estar sometidos a sí mismos, para beneficio de quienes deciden los
precios y controlan hasta la ganancia que pueden atribuirse. Estos otros se
adornan con señuelos como la responsabilidad corporativa, la economía
colaborativa, inclusiva, etc. Y establecen oxímorones ya comúnmente aceptados:
empresarios subordinados y autónomos dependientes. Para facilitarles la
adaptación se les proporcionan herramientas novedosas como el coaching, la
inteligencia emocional, el liderazgo. No es necesaria la cualificación
profesional, puesto que el diseño y la técnica se deciden en otro lugar, y el
trabajo que se precisa es elementalmente repetitivo, automático y de simple
vigilancia. Así la igualdad se alcanza a través de la entronización de la
ignorancia profesional requerida, aunque se tuviere una superior. La
culpa del fracaso en la acción emprendedora recae en uno mismo. Si no tienes
éxito es porque eres vago o torpe. No importa la valía personal, ni que un pez
no pueda trepar a un árbol. Es el triunfo de los flautistas vendedores de humo.
Lo que consigue que el autoexplotado en vez de revolucionario se convierta en
depresivo. Y así se puede diluir la responsabilidad empresarial, que ya no se
sabe dónde radica. Y se incremente el miedo y la incertidumbre entre la
ciudadanía.
Todo ello, unido a la disminución de
las horas de trabajo económico que posibilita la disrupción tecnológica,
tendría que hacernos recapacitar. Por lo menos sobre el sentido del trabajo
desde una vertiente filosófica. Sobre las modificaciones conductuales y
psicológicas que podemos sufrir las personas. Así como los cambios sociales que
propiciarán la ausencia de status profesional y la cantidad de tiempo dedicado
al ocio. Para procurar que la sociedad que viene conserve sus características
humanas y no sea diseñada por artilugios electrónicos contagiados de la
estupidez egoísta de sus amos.
La asociación
de trabajadores y ciudadanos
La asociación y la organización de los
trabajadores han sido fundamentales para mejorar el reparto de la riqueza
producida y las condiciones de trabajo. Sustituir al trabajador individual por
el Sindicato en las relaciones laborales ha sido esencial para la prosperidad
de la civilización europea y la creación del estado de bienestar. Insuficiente
y en constante peligro de retroceso, pero aún cierto y real si se compara con
otros lugares del mundo. La necesidad de que la organización de los
trabajadores traspase las fronteras no es nueva. Pero es más necesaria por las
renovadas condiciones en que se desenvuelve el capital ahora, ya casi
exclusivamente financiero y sin limitaciones geográficas. En Londres, en 1864,
se funda la Asociación Internacional de Trabajadores, AIT o primera
internacional, que agrupó inicialmente a sindicalistas ingleses, anarquistas y
socialistas franceses e italianos republicanos. Sus fines eran la organización
política de los trabajadores en Europa y el resto del mundo, para examinar problemas
en común y proponer líneas de acción. El asociacionismo obrero siempre ha sido
atacado y entorpecido cuando no ilegalizado.
Hoy no es fácil encontrar la fórmula
para conseguir una movilización potente de los trabajadores. Para que vuelvan a
tener éxito en la acción reivindicativa y transformadora. Tampoco el sustrato
ideológico suficiente ni la perspectiva política adecuada. Por eso hay quien
tiende a enclaustrarse en sus respectivas naciones imaginadas por otros. Los
convenios colectivos se negocian con enormes restricciones. Se cede en que la
organización del trabajo siga siendo atribución exclusiva de la dirección de la
empresa, sin convenir límite alguno. Y a veces parece que los incrementos
salariales que se reclaman se justifiquen por la necesidad de incrementar el
consumo. Que el Sindicato dedique importantes esfuerzos a proveer de algunos
servicios accesorios a sus afiliados, a veces asustados y retraídos, es una
labor meritoria aunque no suficiente. Y algunos asistimos impotentes y desconcertados
a los cambios laborales, industriales y sociales que se están produciendo.
Porque no se percibe ningún debate
trascendente sobre los efectos que pueda producir la revolución industrial 4.0,
en la que ya empiezan a estar inmersos buena parte de la ciudadanía. Ni sobre
la necesidad de regular y prevenir los posibles efectos adversos que puedan
incidir sobre los derechos de los trabajadores, las relaciones laborales y la
conformación de la sociedad. El empleo, la jornada laboral, la formación, la promoción,
las condiciones laborales dignas, la seguridad en el trabajo, la protección
social y el fortalecimiento del dialogo social. Ni tampoco parece que se
reflexione sobre las posibilidades de éxito del concepto jurídico-político de
“TRABAJO DECENTE” lanzado universalmente por la OIT a finales del siglo pasado
y que hoy también parece olvidado. Es decir, la oportunidad de acceder a un
empleo productivo que genere un ingreso justo, la seguridad en el lugar de
trabajo y la protección social para las familias, mejores perspectivas de
desarrollo personal e integración social, libertad para que los individuos
expresen sus opiniones, se organicen y participen en las decisiones que afectan
sus vidas, y la igualdad de oportunidades y trato para todos, mujeres y hombres.
Pero, si esta visión pueda resultar pesimista, lo cierto es que la
sociedad no se está quieta. Con una evidente falta de coordinación y de
contraproducentes desencuentros. Efectivamente se observa que, además de los
Sindicatos, están en marcha lo que se ha dado en llamar movimientos sociales,
mareas, plataformas, ONG. Que luchan por reivindicaciones sectoriales, como el
abuso de los bancos, el urbanismo, los ancianos, la sanidad, la enseñanza, los
desahucios, los alquileres, el feminismo, las pensiones, los refugiados e
inmigrantes. Consiguiendo importantes movilizaciones parciales y, por lo tanto,
interesantes logros en sus pretensiones. Y si no parece posible, ni tal vez
deseable, que toda esta variedad asociativa se una en una sola con los Sindicatos,
sí que es necesario que dejen de ir cada una por su cuenta y se minimicen los
enfrentamientos. Es preciso que se reúnan y puedan establecer unas tácticas y
una estrategia común frente a un sistema que empieza a caminar automáticamente
con el principal objetivo de beneficiar a unos pocos. Hay que prescindir del
sexo de los ángeles, los tres pies del gato y, en la medida de lo posible, de
los personalismos individuales y colectivos. Y el Sindicato debe evitar el
peligro de convertirse en un gremio corporativo de trabajadores fijos en
grandes empresas. Que está caducando. Por lo que habría que ver como se
contempla todo esto en el marco de la negociación de los grandes convenios
colectivos estatales y de comunidad autónoma.
El ahorro
necesario y su uso
Sobrevivir adecuadamente en los tiempos de penuria o de
infortunio, prevenir los riegos y cubrir los siniestros, precisa ahorrar una
parte del salario. Con lo que paliar las consecuencias adversas. También las
del desempleo, la enfermedad, la invalidez, la jubilación, la maternidad, la
viudez, la orfandad. Una parte de ese ahorro se guarda individualmente y con la
otra se contribuye al ahorro colectivo. Con las cotizaciones sociales es con lo
que se abonan las pensiones. Y el pago de los servicios comunes se hace a
través de los impuestos. Por eso el sostenimiento de la Seguridad Social y
demás instituciones de previsión que tiene el Estado resulta imprescindible.
Especialmente desde que se reconoce que la soberanía reside en el Pueblo del
que emanan los poderes del Estado y éste pretende ser social y democrático de
Derecho. También se ha conseguido que los ricos y los capitalistas aporten
algunas migajas de sus beneficios. Cuando no evaden o defraudan a la Hacienda
Pública.
Con insuficiencias y recursos económicos escasos, el sistema viene
cubriendo en la actualidad buena parte de estas necesidades. Dependiendo de
quien ocupe el Gobierno y tenga mayoría en el Parlamento. Sin embargo, estudiar
las nuevas necesidades de financiación para estos menesteres empieza a ser
urgente, así como el reparto de la riqueza producida entre los diversos actores
y necesidades.
Porque, tal como van las cosas es de esperar que, conforme avance
el proceso disruptivo que anuncian la automatización y la robotización, pueda
producirse un aumento temporal del desempleo y de las complicaciones
psicológicas. Especialmente si no se mantiene el poder adquisitivo de los
salarios con la imprescindible disminución progresiva de la jornada laboral. La
jornada convenida claro, pero especialmente la real. Evitando que pueda
producirse una importante pérdida de los ingresos para la financiación de las
pensiones y los servicios públicos. Es evidente que, en la medida en que el
Estado es el responsable de asegurar el bienestar general, se verá obligado a
incrementar la parte que se aporta correspondiente a los beneficios
financieros. Ya que el sistema productivo en proceso de transformación o
intensamente transformado favorecerá el aumento de la productividad y de los
beneficios del capital.
Y porque buena parte de ese capital ha cambiado de propietario.
Junto a los capitalistas tradicionales, que aumentan su riqueza y se
concentran, han aparecido otros actores financieros. Los fondos de pensiones
privados y los fondos de inversión. Que empiezan a tomar una posición dominante
de ámbito mundial. Se forman con los ahorros individuales de cientos de
millones de personas anónimas. Con nulo poder individual y totalmente ajenas a
las decisiones que se toman en su nombre y con su dinero. Que, por ahora, suelen
interesarse exclusivamente por la rentabilidad que puedan obtener y la
seguridad de su inversión. Rentabilidad que para cada uno de ellos no llega ni
al “chocolate del loro”. Estos enormes capitales comunes, los manejan unos
gestores de fondos cuya preocupación principal es mantener la ilusión
financiera de los pequeños ahorradores y las disparatadas remuneraciones que
perciben por sus servicios.
Hoy día los grandes inversores mundiales representan el 1% de la
población y utilizan en su beneficio su propio dinero. Más las ingentes
cantidades de capital que representan nuestras pequeñas aportaciones a fondos y
planes. Más un dinero inexistente: el fiduciario. Se presta, se invierte o se
utiliza más dinero del que se tiene con respaldo efectivo. En la confianza de
que se podrá cubrir, en su caso, porque no se espera que haya que desembolsar
de golpe más de lo que realmente se tiene. Este atributo del Estado, es
utilizado sin ningún pudor por bancos y otros actores financieros poderosos.
Cuando el truco falla lo pagamos con el dinero de todos. A costa de la sanidad,
la enseñanza, los servicios sociales. Con el chantaje, además, de que se
podrían perder las inversiones de los pequeños ahorradores en fondos y planes.
Cuando sabemos que eso no se evita, recordemos las “preferentes”. O como
algunos ancianos de Estados Unidos que, al quebrar su fondo de pensiones
privado, se quedan sin pensión y se les puede encontrar trabajando de
reponedores en los supermercados.
Por eso, mientras no se pueda cambiar el sistema capitalista,
plantear en la negociación colectiva que son las clases populares, que en gran
parte representa el Sindicato, las que aportan la mayor parte de los recursos
financieros, podría mejorar la posición de nuestros representantes en la mesa
de negociación. Me parece. ¿Y si alguien acometiese la labor de hacer
conscientes a los pequeños ahorradores de cuál es su poder si se organizan y
actúan en consecuencia?
17 de junio de 2018