Nota. Nuestro amigo Riccardo Terzi nos envía este
texto en esclusiva para el blog. Se trata de su intervención en el debate sobre
los populismos en Europa en el Forum della rivista de politiche sociali.
Riccardo
Terzi
Tengo una cierta desconfianza con la palabra
“populismo” porque me parece que está cargada de ambigüedad e indeterminación,
y creo que es de escasa utilidad en el análisis de los procesos políticos. Y, sin embargo, no se puede dejar de hablar
de ella, dada la extraordinaria difusión que ha tenido en el debate político
corriente y en la producción periodística; de modo que se trata en todo caso de
valorar su contenido, su significado y sus implicaciones. En el gran contenidor del populismo se se
hacen entrar de nuevo fenómenos políticos muy diferentes, y también opuestos
entre sí, por lo que se tiene la impresión de que se trata no de una
explicación o interpretación de la realidad, sino de un fácil expediente al que
se recurre cuando no hay ninguna explicación.
Populismo se convierte en todo aquello que se escapa de nuestras
categorías interpretativas, todo lo que desafía nuestra racionalidad e irrumpe
en nuestra realidad contemporánea con aquellos rasgos inquietantes de lo
irracional o subversivo.
Hay siempre una
connotación despreciativa que se acompaña a la definición de un fenómeno como
el populista. En el análisis científico se substituye así el juicio
ético-moral. El populismo es lo negativo que debe ser combatido, es el subfondo
de violencia e intolerancia che vuelve a emerger en nuestras sociedades
civilizadas, es la fuerza destructiva de los impulsos primarios que debe estar
bajo el control de la razón. Por otra parte, cualquier definición del populismo
implica como introducción un reconocimiento del concepto “pueblo”, aunque aquí
nos encontramos en el universo de una pluralidad de significados e
interpretaciones.
En primer lugar está el modelo de la democracia
pleibiscitaria: en ella el pueblo se reconoce en su líder, sin mediaciones, sin
instituciones intermedias, con una relación directa, con una investidura de
confianza total que no soporta límites, reglas y garantías. En este modelo el
protagonista no es el pueblo sino exclusivamente el jefe carismático en el que
el pueblo se abandona. Más que populismo se trata de liderismo, de
personalización de la política, de autoritarismo, porque todo el sistema
político debe estar en función del ejercicio concentrado del poder sin los
obstáculos y los retrasos de los procedimientos democráticos. En esta lógica,
el obstáculo a abatir es todo el aparato de las instituciones de mediación y
garantía para que resplandezca la figura del líder con toda su potencia, el
único que está unido al pueblo en una simbiosis de tipo místico. Los ejemplos
que ilustran esta situación son múltiples y recurrentes.
Berlusconi, en Italia, intentó adoptar este modelo,
pero eso se ha dado más en las intenciones y declaraciones verbales que en los
hechos reales porque los contrapesos institucionales han continuando, bien o
mal, funcionando. Sin embargo, no se trata de una innovación porque la historia
ha estado repetidamente atravesada por experimentos de tipo autoritario y
porque, también en nuestro mundo civilizado está la tendencia a la
concentración y a la degeneración del poder, por lo que la obligación de las
constituciones es construir un eficaz sistema de defensa. El berlusconismo no
es más que un episorio de esta perenne dialéctica de la historia. Así pues,
bajo este perfil no ha ocurrido nada nuevo, y el concepto de populismo no tiene
otro valor más que el de registrar nuevamente hasta qué punto el mecanismo
autoritario aparece siempre tras la retórica del pueblo. Si hay un líder, un jefe, es porque el pueblo
lo corona. Y el proceso siempre es ambivalente con una mezcla de poder
arbitrario y consenso, de constricción y adhesión. Lo nuevo es la aparición de
esta ideología autoritaria del poder en el corazón de Europa que parecía estar
inmunizada de estas tentaciones. Pero Europa es ya un campo de batalla donde
todo puede suceder.
En la democracia autoritaria el pueblo sólo existe
como fuerza pasiva, como multitud indiferenciada, incapaz de una propia
iniciativa, ý la política se reduce al mecanismo de identificación con la
figura del líder. Naturalmente existen en la realidad diversos posibles grados
de este fenómeno, así como puede ser extremadamente diferenciado el concreto
contenido social de dicho modelo, que no es de por sí ni de derechas ni de
izquierdas, sino solamente la dilatación extrema de la discrecionalidad del
poder independientemente de su proyecto político. Pero el resultado es, en todo caso, la
pasividad de las masas, la negación de cualquier autonomía de la sociedad
civil, ya que todo el poder de decisión está concentrado en un sólo punto, y
toda la veleidad de autonomía asume un carácter subversivo.
El uso moderno de los medios de comunicación y de su
potencia manipuladora introduce una variante que tiene sólo el valor de
potenciar los instrumentos de control de la opinión pública sin determinar un
cambio de la estructura de fondo del poder. Lo que cambia es sólo la
disponibilidad de los instrumentos más penetrantes que siempre están puestos al
servicio del poder, pero ahora esta situación se está modificando en parte con
el paso de la televisión a las redes de Internet que es, por su naturaleza,
abierta a una pluralidad de sujetos y ofrece un cuadro de informacines
extremadamente vasto y diferenciado con escasas posibilidades de ser controlado
preventivamente. Por ello no comparto el énfasis en la llamada democracia
mediática o en la telecracia, porque en estas teorías se cambia la causa por el
efecto. No son los medios el lugar del
poder, ellos son sólo un instrumento,
cuyo uso y efectos son dependientes de la estructura del poder: autoritarios si
el poder es autoritario, abiertos y plurales si el poder está organizado sobre
bases democráticas.
Una segunda tipología del populismo se encuentra en
todas aquellas representaciones políticas e ideológicas que conciben el pueblo
como el único depositario de los valores positivos, como el custodio de la
tradición, la sabiduría original, la identidad profunda de la nación en
oposición a las élites, oligarquías, la casta de los políticos e intelectuales.
En este caso, el uso del término populismo aparece como más apropiado porque
sobre el pueblo recae el acento, siendo su ser el depositario de todo que
merece ser salvaguardado. Pero, ¿en esta
segunda acepción qué es el pueblo? Sólo es un concepto abstracto, ideológico
que prescinde de sus articulaciones internas, del pluralismo de sus intereses y
de sus culturas, es la idealización de una comunidad originaria a la que se
debe defender de todas las contaminaciones, de todo aquello que desde el
exterior se la puede envenenar.
En el caso de la
Lega Nord, en Ialia como en otros muchos
análogos movimientos xenófobos europeos, el cemento que contiene es el
fundamentalismo étnico, la idea de una comunidad cerrada, centrada en sí misma
que no admite ninguna interferencia del exterior, ninguna autoridad ni ninguna
regulación de orden superior. Se trata
de un intento desesperado de resistencia y autodefensa frente al proceso de
globalización que hace saltar todos los confines tradicionales y pone en
movimiento una gigantesca mezcla de poderes, culturas y formas de vida.
El problema del nuevo orden mundial, que se debe
construir, de la relación entre lo global y lo local, entre lo que es común y
debe permanecer distinto y autónomo es un problema real de grandisimo alcance. Pero
es poco realista y regresiva la respuesta de estos movimientos comunitarios que
tienden sólo a construir barreras, clausuras e intolerancias allí donde se
trata, por el contrario, de dar una forma democrática y abierta a nuestra
convivencia.
El resultado de esta operación tiene inevitablemente
un carácter autoritario ya que la comunidad es un todo indiferenciado que no
reconoce ninguna dialéctica interna, reproduciéndose así la delegación en un
jefe carismátivco para que sea el exclusivo garante de la comunidad. Por ello se hace posible una convergencia
entre las dos formas políticas que, hasta aquí, hemos analizado entre el modelo
plebiscitario y el comunitario, ya que ambos se injertan en una raíz común: en
la crisis de la democracia política y en su estructura social individualizada.
El mecanismo es el mismo: una masa atomizada y dispersa que encuentra su unidad
aparente en una forma externa, en una autoridad, en un mito. Y cuando estas dos tendencia consiguen dar
vida a un bloque conservadofr se producen profundos efectos devastantes ya sea
ora en el ordinamiento democrático ora en la
consciencia colectiva del país. Es lo que ha ocurrido en Italia en los
últimos años. El fundamento de todas estas formas es la fragilidad individual
en la época del individualismo difuso. Es una dialéctica que merece ser
estudiada atentamente y que se refiere toda la relación entre lo individual y
lo colectivo.
El yo sólo se realiza en la relación con el
otro, y tiene necesidad de un nosotros en el que pueda reconocerse.
Sucede, así en los casos que hemos considerado hasta ahora, que el
individualismo zozobra en su negación ya que confía en la figura carismática
del jefe o en el mito de la comunidad étnica. El nosotros,
en este caso, no viene dado de una efectiva relación interpersonal sino de una
proyección imaginaria, por un mito que subre en apariiencia la soledad
impotente de la vida individual. En la fijación al mito se encuentra un
sentido, una identidad aparente dentro de una representación de la realidad de
tipo conflictual donde se encuentra la amenaza de un enemigo que estructura la
existencia, un enemigo que puede tomar las formas más diversas (los poderes
fuertes, los inmigrados, la burocracia, la magistratura, el fantasma del
comunismo) y, en todo caso, es el deseo de un objetivo en el que descargar toda
la agresividad de las pulsiones insatisfechas. Es el antiguo mecanismo del
chivo expiatorio, me diante el cual se reconstruye el orden de la comunidad,
según el estudio profundo de René
Girard, que ha observado la última
conexión entra la violencia y lo sagrado.
Cuando
se abaten sobre nuestras sociedades el viento de la crisis, la incertidumbre y
la precaridad vuelven a tomar fuerza los antiguos rituales del sacrificio y se
fabrica, así, la imagen de un enemigo, tanto si es real como imaginario. Y,
como siempre ha sucedido, la violencia se desencadena sobre el objetivo más
fácil y más débil. Es lo que está
tomando forma en Europa: la caza del extranjero, del musulmán, el enemigo que
acecha nuestras tradiciones, nuestras raíces cristianas. Lo sagrado y la
violencia vuelven a unirse. Es
finalmente un caso muy diferente de los que hemos analizado hasta ahora y está
representado por aquellos movimientos de autonomía de la sociedad civil que se
contraponen a la política institucionalizados y al sistema de partidos. Es todo
un archipiélago de movimientos y asociaciones que encuentran en la red su
principal instrumento de comunicación y organización, dando lugar también a
algunas movilizaciones de masas así en Italia como en otros países. El perfil
puede ser más o menos radical, pero en el fondo siempre está la idea de que
sólo un movimiento de abajo, de auto organización social puede dar una
respuesta a los problemas actuales del mundo globalizado, mientras la política
tradicional, de derechos o de izquierdas, está empantanada y comprometida, es
una pelota en nuestro tejado de la que debemos liberarnos. Tiene algo en común
con los populismos que hemos descrito ya que también en este caso el objetivo
polémico es todo el sistema institucional de la democracia representativa. Sin
embargo, es de signo opueta el proceso cultural y psicológico de estos
movimientos porque aquí estamos en presencia de un individualismo seguro de sí
mismo, frecuentemente agresivo que no admite delegación. Que no reconoce
autoridad y que no se refugia en el mito sino en su ilimitada autonomía. Es un fenómeno que tiene, hoy por hoy, un
alcance limitado y, sobre todo, una tendencia
fluctuante sin continuidad y carente de sólidas bases organizativas. El
referente social es el de los estratos más desarraigados y aculturalizados, es
lo que se ha definido como “la capa media reflexiva”, que tiene una vocación
cosmopolita y una mirada abierta al mundo sin tener raíz alguna en ninguna
identidad territorial concreta. Las afinidades son más aparentes que reales:
son diversos los sujetos y diverso es sobre todo el universo cultural de
referencia. Pero es también un signo
importante del estado de sufrimiento en el que se encuentran nuestras
democracias, y quizá se encuentra aquí el lado más problemático de la situación
que no puede ser encarado con una sumaria liquidación moralista. En este caso
no se trata del retraso de un pueblo inmaduro, prisionero de sus impulsos
primitivos y de sus mitos: es, más bien, la reclamación totalmente insatisfecha
de una cualidad política diversa, y este fenómeno se manifiesta ante todo en
las jóvenes generaciones cada vez más intolerantes hacia los rituales de una política
paralizante, hecha a golpe de retórica y sin soluciones concretas. Puede ser alarmante el recelo antipolítico
que se manifiesta en algunos caos; puede ser inquietante el crédito totalmente
inmerecido de algunos personajes demasiado discutibles que se proponen como los
moralizadores del sisetma. Pero aquí estamos ante un mundo real que nom puede
ser disuelto con la letanía de las buenas intenciones.
Como
puede verse, el abanico del llamado populismo es extremadamente variado, y es
legítimo preguntarse se tiene sentido usar la palabra para fenómenos tan diferentes. Sería útil una definición más selectiva. De
manera que debemos volver al significado de la palabra “pueblo”. Populismo no
es cualquier idea que se refiere al pueblo sino la concepción que ve al pueblo
como una unidad, como un todo indiferenciado, que es el depositario de los
valores de la tradición, como raíz de nuestra identidad. En este sentido, esta
representación se contrapone a todo lo que divide la unidad mística del pueblo:
las clases sociales, los partidos, las diversas ideologías. Esta sería una
definición más selectiva. Así que
debemos volver al significado de populismo y a la negación del pluralismo, de
la dialéctica, del conflicto en nombre de una identidad originaria, de una
pertenencia a la comunidad en la que cada cual tiene su papel prefijado,
precisamente porque se trata sólo de conservar el orden constituido. Se trata de la estabilidad
y el orden contra la fuerza disgregante de las facciones de partido y el
principio de autoridad, contra la disolución de las libertades individuales y
el dominio de la moral oficial, contrfa toda forma de herejía y desviación. El concepto de pueblo queda así distorsionado,
y pierde toda la concreción de sus articulaciones internas. Deja de ser una
estructura sociológica abierta, suceptible de las combinaciones más diferentes
para convertirse en el objeto de una devoción, de una unión mística. Queda sólo la pertenencia, esto es, el estar
anclado a un dado objetivo, natural en el que se disuelve toda capacidad de elección autónoma.
Si
usamos este criterio interpretativo el campo del populismo queda rigurosamente
circunscrito, y en Italia sólo la
Lega –aunque parcialmente— se corresponde a esta definición
con la variante decisiva del cambio del culto comunitario de la dimensión
nacional a la local, con la invención del mito de la Padania.
Pero, en realidad, también la Lega es un universo más
movido y variado, con fuertes contradicciones internas como lo demuestran los
recientes acontecimientos políticos, pudiendo mantener su fuerza expansiva sólo
si consigue desprenderse de sus
orígenes, desarrollando una política más dinámica y representar una mayor demanda social, no
encerrándose en el localismo angosto y primitivo de los valles alpinos. Pero lo que importa, más allá del
academicismo, es es comprender el sentido general del proceso histórico en
curso, y así podremos ver cómo la nebulosa del populismo, en sus más variadas
significaciones, es sin embargo representativa de un cambio real que está
atravesando nuestras sociedades más desarrolladas. No se trata sólo de
ideología, de formas de consciencia, sino de algo que encuentra su fundamento y
razón de ser en la realidad.
Hay
que partir del hecho que representa la creciente fragmentación social, tendente
a disolver las tradicionales identidades colectivas, los bloques sociales, las
pertenencias de clase para dar lugar a una estructura cada vez más fluida e
indefinida en sus contornos. En ese proceso se arruina la relación enrte lo
individual y lo colectivo, entre el yo
y el nosotros, y la sociedad entera se configura como una
retícula estrechamente complicada de relaciones individuales sin un centro
coordinador, sin una estructura consolidada. Sobre ese proceso se inserta la
ideología neoliberal que reasume en la famosa afirmación de la señora Thatcher:
no existe la sociedad sólo existen los individuos. Hoy, todos los fenómenos
aludidos son el reflejo de este proceso social y diversos son los recorridos
posibles sobre los que puede encaminarse una sociedad individualizada.
En
conclusión, el análisis del populismo se conecta a la estructura social y a sus
transformaciones, confirmándose la tesis que considera la ideología como
expresión de una concreta configuración histórico-social, y es sólo en este
nivel que podemos determinar los cambios que invierten también las formas de la
consciencia colectiva. Por eso me deja totalmente insatisfecho el modo la forma
como se trata este problema ya que no se ve nunca el nexo entre la realidad y
la representación.
Las
diversas ideologías que hemos considerado (el mito del líder, el mito de la
comunidad, la idealización de la
sociedad civil) no son más que el velo, la apariencia; y dentro de ese velo se
trata de comprender la realidad efectiva
de una estructura social que ha perdido su equilibrio, su cohesión, y que
incluso por ello tiende a refugiarse en lo imaginario. Si es así, lo que tiende a llamarse populismo
no es una desviación sino el modo de ser y de auto representarse la sociedad
actual; es el efecto de un cambio histórico que está en curso, no valiendo para
nada las prédicas moralisrtas, las retóricas que se deslizan sobre la realidad
sin conseguir modificarla.
Tomemos
el caqso de la Lega Nord:
un movimiento regresivo, tosco, antinacional. Sin embargo es totalmente
ilusorio pensar que se puede contrarresta con el énfasis patriótico de la
unidad nacional; así como es un intento poco realista y ridículo limar las
asperezas, absorver el potencial subversivo en una visión más equilibrada,
proponiendo una especie de leghismo
temperado, que tiene sólo el efecto de una cesión en el terreno de los valores
y los principios. Es preciso combatirlo,
pero no en abstracto; no con el mundo metafísico de las ideas sino con la
materialidad concreta de los procesos sociales.
Por su
parte, este proceso no es más que el producto de las opciones políticas, las
orientaciones culturales, del salto de la hegemonía que se ha completado con la
primacía del pensamiento liberal. La
“sociedad líquida”, de la que habla Bauman, no es un destino, no es la forma
inevitable del mundo contemporáneo en esta época de la globalización. Es sólo
el resultado de las relaciones de fuerza y de poder que se han determinado. Las
variadas interpretaciones sociológicas captan sólo los efectos del proceso en
curso y no abordan las causas con lo que
el problema acaba siendo sólo cómo hay que convivir con las actuales
condiciones de incertidumbre y precariedad. En todo caso, es necesario ver –sin
ilusiones consolatorias-- el curso real
de las cosas, el proceso que está en movimiento y la existencia de potentes
fuerzas objetivas que trabajan por una progresiva disolución del tejido social.
Este
es el campo en el que nos encontramos para intervenir. Lo urgente que tenemos
que afrontar es la reconstrucción de todo el tejido de la representación social
que, en estos años, se ha deteriorado y deshilachado gravemente; que ha dejado
teritorios enteros sin representación, sin identidad y, por ello, permeables a
las ideologías individualistas y a las sugestiones autoritarias.
Sin un
trabajo en profundidad en el campo social –en sus contradicciones y
conflictos--, sin un programa sistemático que dé voz y organización a la
multitud dispersa que se encuentra hoy como enfermera de los acontecimientos,
sin poder reconocerse en ningún proyecto de cambio; sin una política que vuelva
a poner en el centro la condición social de las personas, nos encontraremos
frente a un destino ya escrito ya que una sociedad sin representación es
totalmente incompatible con la democracia organizada. Y, por otra parte, incluso por efecto de
estos procesos sociales, la crisis de la democracia es un dato real que debe
ser encarado abiertamente.
¿Qué
relación hay, ahora, entre el pueblo y la soberanía? ¿Ante quién responden los
efectivos centros de decisión? No es sorprendente el resurgir de las pulsiones
autoritarias; no deja de tener fundamento la difusión de la antipolítica, del
recelo contra el sistema de partidos porque, efectivamente, aquí se ha abierto
una gravísima fractura, y la democracia real peligra apareciendo como un asunto
de las oligarquías, como un juego trucado sobre el que nuestra posibilidad de
incidencia es casi nulo. Los dos procesos se alimentan el uno al otro: por un
lado, la ruptura de los lazos sociales,
de las identidades colectivas y, por el otro, la involución de las
instituciones democráticas.
Es una
crisis de sistema que debe ser afrontado en su globalidad. El populismo es sólo
uno de los efectos secundarios de esta situación, el signo de la desbandado en
que nos encontramos, el termómetro que registra nuestro estado febril. Pero es
sobre las causas sobre las que debemos intervenir. Este es el trabajo largo y fatigoso que la
izquierda debe comenzar a poner en marcha. Pero si quiere correr tras las
mariposas de lo post-moderno, de lo post-ideológico; si no sabe o no quiere
hacer su cometido, entonces se convierte totalmente en superflua, y será
justamente sometida a la lógica sin piedad de las relaciones de fuerza
reales.
La
actual situación política, con la formación del gobierno Monti, puede tener
paradójicamente un efecto providencial, porque finalmente han salido de la
escena, al menos por ahora, las retóricas y las demagogias, las contorsiones de
un bipolarismo destartalado, abriendo con toda su crudeza el vacío de la
política y la necesidad de volverlo a llenar con contenidos y proyectos. En
este sentido, puede tener voz sólo quien disponga de ideas y propuestas
concretas. Vale por todos: para los partidos y para las organizaciones
sociales.
Ya no
hay para nadie posiciones ventajosas, representaciones preconstituidas porque
todo está en discusión. Y al vez pueda ocurrir con una discusión más compacta y
argumentada, más atenta a los contenidos incluso las sugestiones del populismo
pierdan su fuerza, su peso en la consciencia colectiva. En todo caso, el pasaje de Berlusconi a Monti
es el tránsito del embrollo mediático a la sobriedad de los contenidos. Puede
ser la ocasión paa poner la política con los pies en el suelo. Pero el tiempo
para esta operación de verdad y
bonificación del discurso público es bastante estrecho y nada nos garantiza de
un posible retorno, incluso más amenazante, de la oleada autoritaria en el que
pueda romperse nuestro equilibrio democrático. Si fallara otra vez, el
contragolpe podría ser devastador. Sería mucho compartir el análisis y concordar
con las preguntas; si éstas son justas se puede esperar que lleguen también las
respuestas.
Forum della rivista delle politiche sociali, Roma 24
de Noviembre de 2011.
Versión castellana: Escuela de Traductores de
Parapanda.