Hace días proponíamos “una pizca” de Europa social. De ninguna de las maneras nos conformamos con ese trocito, más bien era una indicación con dos propuestas concretas que son factibles y, desde luego, necesarias. Naturalmente el Congreso de la Confederación Europea de Sindicatos debe ser más ambicioso. De momento le ha llegado una propuesta reformadora desde Comisiones Obreras. Se trata de la conformación de un espacio europeo de relaciones laborales. O, lo que es lo mismo, la convencional arquitectura ‘institucional’ que permita gradualmente el juego contractual de los representantes sindicales y empresariales o, como se dice de manera almibarada, de los agentes sociales. Interpretando aproximadamente bien a Javier Doz podemos ofrecer la justificación de la propuesta y algunos de los contenidos más sobresalientes de la misma.
Concretamente: la CES debe permanecer atenta a la ofensiva contra el modelo social europeo, caracterizado por legislaciones laborales avanzadas, sistemas de negociación colectiva y diálogo social eficaces, sistemas de protección públicos y universales ante contingencias vitales y laborales básicas: desempleo, jubilación y salud. A estos derechos sociales, considerados en la mayor parte de los países europeos como derechos subjetivos, se añadieron otros atendidos por servicios sociales públicos o gestionados públicamente, algunos tan importantes como los de atención a las personas dependientes. La educación obligatoria y gratuita para todos, impartida por regla casi general en sistemas públicos de enseñanza, también ha sido considerada una de las componentes esenciales del modelo, que se ha recrudecido tras la ampliación de la UE, al constatarse las notables diferencias nacionales, diferencias que inciden en la existencia de grados de desigualdad e inclusión sociales bastantes diferentes (aunque no tan notables como en otras regiones del mundo) y que se extienden al terreno de la fiscalidad (modelo y presión fiscal). La falta de armonización de la UE en este campo es una de sus principales debilidades y factor de riesgo permanente para el modelo social europeo.
Una lectura atenta de las propuestas de otros sindicatos me lleva a una primera conclusión: el espacio europeo de relaciones laborales me parece la ‘enmienda’ más sobresaliente que hay encima de la mesa del congreso de la CES. Y, abusando de la jerga del cineasta José Luis Garci, la que contiene mayor fisicidad. Porque, de un lado, puede convertir al sindicato europeo en un sujeto colectivo con poderes para ejercer una adecuada representación del conjunto asalariado; y, de otro lado, se iría transformando la actual personalidad de la CES (como ‘coordinadora’, hemos dicho en otra ocasión) en una organización tout court.
Esto último es lo que no vemos con claridad en los documentos que ha preparado la comisión preparatoria del congreso. En los documentos hay una preocupación justa: el fortalecimiento organizativo de los sindicatos de los Estados nacionales. Nada que objetar, ¡faltaría más! Pero esta es una (ineludible) tarea que compete a estos sindicatos; a la CES le debe preocupar otra cosa, que no es ‘complementaria’ a lo anterior sino algo de primer orden: gobernar su transición desde ‘la coordinadora’ al sujeto colectivo con plenos poderes de representación y negociación. Por supuesto, con una estructura federal.
Ahora bien, la buena propuesta de Comisiones Obreras tiene una –no sé cómo decirlo: ¿animadversión?-- fuerte dificultad: la patronal europea no está por la labor. Debo aclarar que no estoy echando las culpas al empedrado, ni tampoco tirando de mano de un recurso más o menos tradicional. Y lo explico de la siguiente manera. Del mismo modo que la CES es ‘una coordinadora’, la patronal europea es algo parecido: un disperso colectivo gelatinoso sin poderes. La diferencia, sin embargo, es clara: la CES quiere ser un sindicato europeo (aunque no sabe cómo), mientras la patronal europea no quiere serlo, y por lo tanto no se plantea cómo serlo.
La patronal europea no quiere ser una organización tout court, porque en esta etapa de reestructuración-innovación le llevaría a compartir (cierto, de manera asimétrica) poderes con la contraparte sindical. De manera que piensan así: si nosotros, empresarios, podemos gestionar unilateralmente esos procesos y estos cambios que están en curso, ¿a santo de qué vamos a compartir nuestra discrecionalidad con los sindicatos? Es una argumentación potente que tiene sus más hondas raíces en la naturaleza del Poder (de los poderes), formulada de manera brillante por don Federico Taylor: si mi diseño de la organización del trabajo es científico, los sindicatos no pintan nada en ese escenario. A lo sumo que estarían dispuestos es formalizar eso que se llama diálogo social.
No tengo nada en contra del ‘diálogo social’. Pero, en los tiempos que corren, se está convirtiendo en una chuchería o, si se prefiere, en una baratija que tiene como intención soslayar el poder contractual. Porque, hasta donde mi sesera alcanza (a pesar de los años), una cosa es dialogar y otra negociar. Así pues, la necesidad de dialogar no se traslada, naturaliter, hacia la mayor necesidad de negociar. Bien están los ‘códigos de conducta de buenas prácticas’: nada que objetar al respecto. Pero, andando el tiempo, podrían esconder (y convertirse en placebos) la necesidad de incrementar el poder contractual del sindicalismo.
La patronal europea, pues, prefiere utilizar discrecionalmente su ius variandi, porque entiende que el Derecho laboral siempre es una interferencia. Porque, aunque el clásico dijera que “el Derecho laboral da voz a los trabajadores, pero también se la quita”, la ecuación de poco derecho laboral parece ser la más conveniente en la tradicional gestión empresarial que sigue anclada en el viejo taylorismo.
De ahí que la propuesta de Javier Doz (repito, sé que es una propuesta colectiva, pero este sindicalista se merece más lustre y personalización) sea importante. En todo caso el órdago reformador está encima del congreso sevillano de la CES. Si no se aprueba, el encuentro sindical europeo quedará por lo bajinis. Y si es asumido, el camino no será fácil: toda una áspera caminata se pondrá en marcha. Pero, poquito a poco, a través de ese espacio europeo de relaciones laborales podrá generar señas de identificación comunitaria entre una trabajadora de Parapanda (una ciudad a doscientos kilómetros de donde se realiza el congreso) con un trabajador de Milán, de un trabajador de Hamburgo con una de Glasgow, de un empleado de Calella con una de Bratislava, y así sucesivamente. Cosa que conviene a la construcción de Europa.
Postscriptum. Se encarga a Juanito Moreno que concrete con Emilio Gabaglio el día y la hora que vendrán a Parapanda; la comisión de festejos les ha organizado una buena en los terrenos sindical, cultural y gastronómico.