El
maestro Enric Juliana, hablando de la inquietante situación política madrileña dice que
se ha pasado «de la terraza a la trinchera». Juliana es una persona temperada y
tiene el sosiego intelectual que da la sabiduría recibida de sus maestros. «De
la terraza a la trinchera» es el íncipit de su artículo de ayer, domingo, en La
Vanguardia. Es una formulación brillante y aproximada
de los acontecimientos madrileños. Con todo, un servidor no sabría discernir la
distancia de dicha frase con lo realmente existente. Aproximada, ciertamente,
pero no sabría decir hasta dónde.
Lo
cabalmente cierto es que la campaña electoral del 4 de Mayo ha agudizado el
diapasón del clima, extraordinariamente áspero, que se vive en Madrid. Tengo
para mí que esa situación es la más preocupantemente grave de cuantas lizas
electorales se han dado desde 1977. Una situación con momentos de violencia
física, palabrerío amenazante y gestos inauditos como el envío de ese sobre con
balas al Ministro Marlaska, Pablo Iglesias y María Gámez,
directora general de la Guardia Civil. Es una coyuntura que alcanza el momento
de mayor paroxismo con la tristemente célebre intervención de la Monasterio (Vox) en la SER.
Monasterio que, fundamentalmente, expresa en ese debate radiofónico la
exasperación porque las encuestas le dan unos resultados paupérrimos. Téngase
en cuenta que ese momento de altísimo voltaje se produce tras conocerse los
resultados de la encuesta del CIS que explica que todavía pueden haber sorpresas
favorables a la izquierda. Necesita, por lo tanto, echar gasolina a un edificio
que ya está suficientemente recalentado. Los sucesos ya los conocen ustedes al
detalle.
La
verdad sea dicha: el clima político de Madrid –sea exagerada, metafórica o como
quiera que sea la expresión «de la terraza a la trinchera»-- es realmente
calamitoso. Pero, más preocupante todavía es que haya quienes piensen que por
fas o por nefas ese clima le es rentable electoralmente: Ayuso, empujando a Monasterio
a la bronca desesperada y ésta pensando que las bravuconadas histriónicas pueden
ir rebañando adhesiones –votos-- del
alma de los apostólicos. La una y la otra procurando traducir al
carpetovetonismo el gran embrollo que creó Trump y sus secuaces.
Así
las cosas, tengo una preocupación que no se me quita de la cabeza: las
izquierdas madrileñas no están suficientemente armadas antes y durante (por lo
menos hasta ahora mismo) esta campaña. Un sector de la izquierda entendió, sí,
que frente al climax, peristálticamente violento, de Ayuso—Monasterio había que
responder con «a las cosas, a las cosas, a las cosas». Otro sector prefirió poner
el acento en los peligros del fascismo y en reforzar el antifascismo. Ángel Gabilondo, hombre
prudente confundió en los primeros momentos la campaña y la confrontación con
un seminario en La Sorbona sobre la Ética a Nicómaco.
La
calculada y programada provocación de Monasterio en el debate de la SER
establece una cesura en la campaña: la audiencia puede oír que Monasterio puede
provocar que Iglesias abandone la discusión y, más tarde, lo haga igualmente el
resto de la izquierda. Y más todavía, esa intervención de Monasterio, previamente
calculada, consigue que se anulen todos los debates electorales en la comunidad
de Madrid. Lo que, a los pocos entendidos en estas lides, nos parece que a
quien perjudica realmente es la izquierda.
Otra
derivada es: que, a partir de ese momento
la izquierda no hable de «a las cosas», sino del problema de «o democracia o
fascismo». Las vanguardias políticas de las izquierdas han picado en el anzuelo
que los estrategas de Vox lanzaron a ver qué pasaba. Estos seguirán con las
letanías apostólicas, mientras que las izquierdas, abandonando «las cosas»,
responderán a su vez metafísicamente.
Todavía
es posible rectificar y volver «a las cosas, las cosas, las cosas». Todavía.
Mis
amigos, conocidos y saludados de Madrid harán bien en meditar con premura el
fenómeno Biden. Este anciano presidente supo,
desde el primer momento (y así lo dijo en su primera comparecencia la noche de
su triunfo electoral), que la recomposición del pueblo norteamericano –o sea,
reducir el trumpismo y sus circunstancias— pasaba por la fisicidad de las cosas
de la vida.
Oigan,
¿se han informado ya ustedes de las grandes realizaciones de Biden en sus
primeros 100 días? Digo realizaciones, no promesas. En los terrenos de la lucha
contra la pandemia, económicos, sociales y en lo atinente a la cuestión
ecológica?
En
concreto, todavía hay tiempo para cambiar lo «de la terraza a la trinchera» por
lo de «de la política a las cosas de comer». Pero tal vez lo que digo sea la consecuencia
de un setentón que empieza a tener más alifafes que ideas juiciosas.