Vamos
a suponer que todo el mundo, en lo referente a la cuestión catalana, está de acuerdo en dialogar. Dos consideraciones
previas: a) sabemos en todo caso que apostar por el diálogo es, en determinados
casos, disfrazarse de política para no infundir sospechas; b) recordamos a
amigos, conocidos y saludados que dialogar no equivale a pactar, aunque a veces
se use como eufemismo recurrente. Disculpen, parece conveniente recordar ciertas
obviedades en estos tiempos de mutación del significado de las palabras.
Decimos
que todo el mundo dice apostar por el diálogo. Sea. Dialóguese en buena hora.
Ahora bien, la cuestión está como sigue: unos quieren dialogar para que
Cataluña siga dentro de España; otros exigen diálogo para irse de España. Así
las cosas, los objetivos del «diálogo» no sólo no presuponen coincidencia en
los fines sino que son diametralmente opuestos, más bien contrarios. De donde
se desprende que es materialmente imposible que se pase a la fase del pacto.
Por lo demás, queda despejar qué contenidos concretos plantea Pedro Sánchez para el mencionado diálogo. Tal vez, si
el Gobierno emitiera una señal potente –dentro de la Constitución o a través de
una profunda reforma de la Carta Magna--
la cosa podría enderezarse.
Por
la otra parte, se insiste con pocas luces en que dialogar debe referirse a la
autodeterminación de Cataluña. Me gustaría saber cómo abordarían los
científicos sociales expertos en teoría de conflictos esta papeleta.
El
independentismo no bajará la tensión. Es más, en puertas de los juicios a los políticos
presos y las próximas elecciones del año que viene la caldera incrementará la
presión y los ruidos subirán en decibelios. Seguirá, pues, la lógica circular –o
sea, la noria-- del independentismo. El
diálogo, aunque necesario, será un mero perifollo.
Estamos
por decir que es más fácil demostrar la conjetura de Goldbach
--«Todo número par mayor que 2
puede escribirse como suma de dos números primos»-- que resolver el problema catalán. Hay quien dice que es el
problema más difícil de demostrar de las Matemáticas. A Goldbach quisiera yo
verlo en estos menesteres de esta confrontación política. Me malicio que este
caballero tendría muy serias dificultades, porque el problema catalán se ha
convertido en un problema metapolítico.
Sólo reconociendo esto, la situación que seguirá siendo estacionaria podrá ser
abordada en mejores condiciones. Lo que no quita que, evidentemente, ello sea
un fracaso caballuno de la política.
Mientras
tanto, conviene retener que lo que otrora fue una confrontación entre políticos
ahora se ha convertido ya –es decir, ahora mismo-- en un encrespamiento dentro de la sociedad
civil. Y no hay visos de que esto amaine, porque dicha confrontación es el
humus que necesita el independentismo para mantener la llama sagrada de su
objetivo. En conclusión provisional: Catalunya se encamina a un periodo de
decadencia. Un dato que está pasando desapercibido: sigue la fuga de empresas
de Cataluña hacia otras latitudes. A este paso –dispensen la broma
macabra-- sólo quedarán los chiringuitos
de la playa y los kioskos de la prensa. Torres más altas han caído.
Y
mientras tanto, la famosa conjetura de Goldbach sigue sin que nadie le hinque el
diente provechosamente.