Desde el diálogo, por un proyecto compartido
Jornadas Cataluña –
Andalucía
Propuesta de Guion
para debatir
Escriben Javier Aristu
y Javier Tébar
El propósito de este documento es ordenar 8 ejes temáticos que permitan
delimitar el debate durante los diálogos programados. Su intención es evitar,
en la medida de lo posible, la dispersión de las intervenciones que tengan
lugar los días 5 y 6 de
abril en el Palau Macaya (Barcelona). En
definitiva, podría ser un instrumento de orientación para los participantes en
los diálogos de las cuatro mesas programadas (tanto de las personas que
protagonizan los diálogos como las de aquellas que tienen el papel de
conducirlos) y también para el resto de participantes que intervegan en el
plenario.
Por consiguiente no debe interpretarse como un documento final, sino como
un texto que indicie los problemas centrales, a modo de punto de partida de
estas jornadas.
De esta forma, los participantes podrán trabajar con él e indicarnos, no
más tarde del 1 de abril, en qué sesión o sesiones quieren intervenir y en
torno a qué cuestiones ordenadas en el documento de trabajo quieren hacerlo.
Esta es la forma que hemos pensado que puede facilitar la ordenación del
debate, dado que con esta información disponible podremos elaborar el turno de
palabras de las sesiones. Por supuesto, está por decidir si esta es la fórmula
más adecuada o bien otras propuestas pueden ayudar a mejorar el planteamiento
propuesto.
Como sabéis, la iniciativa de los Diálogos Andalucía y Catalunya está
planteada con la convicción de que puede ofrecer, como mínimo, dos razones que
les confieran sentido:
1.
un
encuentro que sea un punto de partida de un proceso
continuo de observación y análisis compartido, más que un punto
de llegada.
2.
un espacio desde el que superar la lectura superficial o espectacular
de un denominado ‘conflicto’ entre dos realidades distintas,
que a veces no es sino un discurso instrumental para la supervivencia de unas élites dirigentes.
Las cuestiones propuestas para el
debate son:
1.
El
conflicto actualmente en curso entre una parte de la sociedad y la política
catalanas con el resto de la sociedad y política españolas tiene antecedentes
históricos, pero también causas recientes. Por un lado, se vuelve a replantear
la vieja querella entre Cataluña y España pero, por otro, el conflicto adquiere
una dimensión completamente nueva a partir de causas insertas en el ámbito
global de las crisis financiero-económicas y sociales de la última década.
Estas causas han contribuido a la propia crisis de las democracias. Al mismo
tiempo, hoy las sociedades cada vez más desiguales constituyen un caldo de
cultivo para la manifestación aguda de fenómenos como la xenofobia y el
racismo, la violencia machista, la aporofobia, el exclusivismo identitario, el
autoritarismo y la desresponsabilización por lo común entre otras cuestiones.
El único resultado al que puede conducir esta situación es a dejarnos
absolutamente parados, inmovilizados ante la imposibilidad de imaginar un
futuro con una democracia que nos ofrezca el mayor grado de libertad junto con
el mayor grado de equidad e igualdad.
2.
La
antigua y conflictiva cuestión del convenio entre sociedades y elites diversas
ha adquirido en la historia de España tintes de gran violencia: tres guerras
civiles llamadas carlistas, donde se mezclaron demandas y cuestiones diversas
pero entre las cuales las particularidades forales o nacionales adquirieron
gran relevancia, y una Guerra civil de alcance histórico en 1936, cuando se
enfrentaron dos bloques sociales y que ha marcado, está marcando y parece,
presumiblemente, que seguirá marcando la vida civil de los españoles de varias
generaciones. Tras casi dos siglos de esta historia de pugnas y enfrentamientos
tenemos que superar la actual situación de duelo entre esa parte de catalanes
que propugnan la independencia con la otra que se opone y con el resto de los
pueblos de España. Y la única forma de superarlo es mediante el diálogo y no
mediante el desafío, mediante el intercambio y reconocimiento mutuo, de
apertura al mundo, y no mediante la ignorancia y desprecio del otro, mediante
proyectos transformadores que completen de manera definitiva y amplíen la
condición de ciudadanía. El diálogo entre las partes es la única vía para
resolver o al menos aminorar cualquier conflicto, desde negociación cooperativa
y no desde los principios irrenunciables de cada uno, dando pasos con el
necesario coraje para ir transitando caminos cubiertos hoy de hielo y niebla,
para dibujar los intereses comunes que nos hagan definir los desacuerdos y
avanzar hacia los acuerdos durante un trayecto que se vislumbra difícil de
recorrer, más allá de la coyuntura actual y siempre a medio plazo.
3.
Ese
diálogo debe tener una necesaria traducción política, sin duda, pero también
debe construirse, al mismo tiempo, como cultura cívica en todos los sectores y
grupos de la sociedad catalana y española a partir de experiencias de
intercambio educativo y cultural. Es necesario exigir que los representantes
políticos deben sentarse a dialogar, a discutir, a debatir los problemas y las
posibles soluciones para superarlos. Pero, a su vez, también como ciudadanos
debemos abrir todos los espacios posibles para que las posturas enfrentadas se
reconozcan, dialoguen y colaboren desde sus propias instancias a fin de
facilitar el encuentro y no la división, el acuerdo y no el enfrentamiento. Una
concepción que no tiene que ver con la ingenuidad sino con el optimismo de la voluntad, una actitud no más importante
pero tan necesaria en cualquier conflicto como el escepticismo de la razón. La democracia, su desarrollo,
nos interpela a todos y a todas, nos exige, nos responsabiliza tanto de
nuestras elecciones como de nuestros actos. Requiere de la definitiva
consolidación de una sólida cultura democrática.
4.
Reivindicamos
los años de la Transición como años referentes para esta idea de dialogar. 1978
es un año importante porque sintetiza una serie de valores democráticos y
cívicos esenciales: la Constitución como ley para todos los españoles que
reconoce los principios y derechos fundamentales de todas las personas. Tras
cuarenta años sin que los españoles pudieran disfrutar de un marco democrático,
la Constitución de 1978 abrió una etapa fundamental en la historia de la
convivencia, y no el enfrentamiento, entre españoles, catalanes, andaluces o
cualquier otra identidad cultural o territorial. El Título VIII de la
Constitución, además de una serie de iniciativas políticas adoptadas en medio
de aquella Transición, abrió un terreno de convivencia de todas las realidades
nacionales o territoriales existentes en nuestro país, creando un nuevo modelo
de Estado, el Autonómico, que resolvió en su momento conflictos, diversidades y
particularidades. Somos conscientes de que en estos días tan necesario es
valorar los aspectos positivos de aquella Transición como hacer una crítica que
discuta el carácter modélico transmitido acríticamente y que viene siendo
cuestionado por las generaciones más jóvenes. Un necesaria crítica de aquellas
generaciones que no participaron entonces en aquel proceso y que necesariamente
hoy deben tomar decisiones y protagonizarlas. Un cuestionamiento legítimo, sin
duda, pero no en todos los sentidos ajustado a lo que representó aquel tránsito
de la dictadura a la democracia. El debate hoy es sobre la defensa y
profundización en la democracia actual en un contexto de transformaciones de
todo orden que nos sitúan frente a retos actuales no comparables con la etapa
anterior. Pensemos, por ejemplo que durante los últimos cuarenta años se han
producido grandes cambios en los aparatos y sistemas productivos y de servicios
que han provocado un gigantesco proceso de renovación y reestructuración de la
economía y una radical desfiguración del trabajo heterodirigido tal como se ha
dado durante el largo ciclo del sistema fordista.
5.
Estamos
convencidos de que a la altura de estos años el modelo territorial que se
diseñó en la Constitución de 1978 debe ser reformado y adaptado a las nuevas realidades
y expectativas. No solo porque una parte de Cataluña exija la independencia,
que también, sino porque hace tiempo que aquel modelo de Autonomías venía
siendo debatido por no responder a las demandas sociales y de un Estado
compuesto. Parece más que razonable que haya que abrir un proceso de reforma
constitucional que sea capaz de incorporar, entre otras menores, las tres
grandes innovaciones de los últimos tiempos: la pertenencia de España a la
Unión Europea, la defensa y ampliación de los nuevos derechos sociales e
individuales y la recomposición federal del nuevo Estado, asumiendo las
realidades nacionales existentes. Apostamos por reclamar a las fuerzas
políticas y al conjunto de la sociedad ese espíritu reformador y abierto a los
nuevos tiempos. Nuestra actual Constitución, precisamente porque contiene una
masa conceptual y de derechos muy positiva, puede y merece ser reformada para
mejorarla. La actual sociedad española sufre convulsiones y procesos de
transformación lo suficientemente importantes como para demandar que su Carta
Magna se adapte a estos nuevos tiempos. No hay que temer ni desconfiar de estos
procesos de reforma constitucional. No tengamos miedo de lo nuevo. Si las
fuerzas políticas asumen un espíritu dialogante, constructivo y positivo se
podría alcanzar un acuerdo básico sobre las tres grandes cuestiones que hemos
citado.
6.
En esa
línea de mentalidad abierta y dialogante a la reforma y a los cambios que se
están sucediendo en torno de nosotros, no es posible entender cualquier futuro
jurídico, legal o constitucional –que llega incluso a cuestionar las
tradicionales y ya en declive concepciones sobre la soberanía de los estados–
al margen del factor Europa. Sin entender Europa como comunidad política,
social, económica y cultural será imposible –subrayamos el imposible– entender
cualquier solución futura relacionada con España, Cataluña o Andalucía. Las
viejas fronteras, los viejos marcos conceptuales provenientes en buena medida
del siglo XIX y de la Primera Guerra Mundial, hace tiempo que han saltado por
los aires y estamos seguros de que desde esos parámetros no hay solución. En
cierto modo, es tarea de las actuales generaciones, a quienes ha tocado la
responsabilidad de proponer soluciones a los conflictos entre sociedades y
territorios, innovar e inventar propuestas para estos problemas. Leyendo el
pasado, para pensar históricamente el presente, pero sabiendo que nunca moldes
antiguos sirvieron a nuevos problemas.
7.
Rechazamos
cualquier posición política que parta de la exclusión, la imposición o la
unilateralidad. No creemos en declaraciones unilaterales ni en aplicaciones de
un artículo 155 convertido en sistema político. La unilateralidad como
principio político es incoherente en un sistema progresista de poderes y
soberanías compartidos. El modelo del 155, ideado y articulado como
intervención provisional o no deseada por el constituyente, ha pasado a
convertirse en la cabeza de algunos en un sistema permanente de gobierno de la
discrepancia. La actual situación de confrontación entre una parte firme de
catalanes, entre ellos su propio y legítimo Govern, con España solo podrá
atisbar una vía de solución –difícil, reconocemos que muy difícil– mediante dos
metodologías que en el fondo son la misma: primero, reconocer al otro y, segundo,
dialogar con él para tratar de llegar a un acuerdo, mínimo o máximo. No hay
camino a través de la unilateralidad ni tampoco mediante la intervención de la
Autonomía.
8.
El
diálogo entre andaluces y catalanes, entre Andalucía y Cataluña como dos
entidades históricas y dos realidades diversas, nos parece importante para
facilitar caminos de salida al actual conflicto. Hay razones históricas,
culturales, económicas que sustentan esta doctrina del encuentro y del diálogo.
La historia de los últimos siglos es rica en ejemplos que demuestran esa mutua
relación y conexión entre ambos territorios, ambas sociedades. Pero solo nos
basta mirar a los últimos decenios para confirmarlo, cuando cientos de miles de
andaluces emigraron desde su tierra en los años sesenta hacia Cataluña y
convirtieron a esta comunidad en su nuevo lugar de asiento y de convivencia. A
partir de ese hecho fundamental, que algunos han denominado justamente como la
auténtica epopeya del siglo XX español, Cataluña cambió, se hizo otra Cataluña
y también, al mismo tiempo, emergió otra Andalucía. Aquellas gentes
provenientes de la profunda pobreza del sur también cambiaron, se hicieron
catalanes y se convirtieron en savia nueva que alimentó el viejo árbol catalán.
Hoy no es posible entender la actual Cataluña sin la aportación de aquellos
andaluces. Como no es posible entender la Andalucía autonómica sin el factor
catalán, sin entender la Cataluña actual. Por ello nunca vamos a compartir que
se contrapongan ambas realidades, que se trate de enfrentar a unos contra los
otros. Con sus diversidades y pluralidades Cataluña y Andalucía son dos actores
que pueden aportar cultura del diálogo, sin menoscabo de las aportaciones de
otras comunidades autónomas. Por ser periféricos en el territorio del Estado,
Andalucía y Catalunya pueden entender mejor la imposibilidad de un centralismo
que avasalla o anula la diversidad; por esta misma condición pueden aportar
experiencia e ingenio para encontrar propuestas de solución, que no llegaran
fácil ni prontamente, al actual laberinto español.
Marzo de 2019