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y nos quedan también sus libros, su testimonio y toda su biografía. Grande por
su tronco familiar, grande por u obra. Este es el mensaje que debemos cultivar,
una vez que la hemos llorado. Ahora nos queda Luis,
su compañero; ahora quedamos nosotros para seguir ese camino complicado, lleno
de espinas y también de claveles, de la transformación del trabajo y de las
cosas.
Almudena
siempre me fue muy próxima: mi mujer, Roser, era
lectora fiel de esta mujer, madrileña por los cuatro costados. Roser murió en
el hospital de can Ruti hace unos meses, en su mesita de noche había un almudena,
allí se quedó para quien le hiciera falta. Por eso me emocioné tanto leyendo los escritos
de Lluis Rabell
y Paco Rodríguez de Lecea en sus
respectivos blogs. Ahora, mi sentimiento
está con Luis García Montero. Conozco de primera
mano el dolor de la pérdida de mi compañera, por eso le digo al poeta que sabrá
sobreponerse, y que, dentro de un tiempo, la recordará tranquilamente, como es
mi caso con Roser. Que algunas mañanas tendrá cuidaíco al levantarse de la cama
para no despertarla. Son tres segundos, a mí me pasa con frecuencia, y al final
sonrío.
Almudena
se nos ha ido. Con el cariño de sus lectores, de sus amigos, conocidos y saludados.
Un consuelo muy grande para Luis. También con el odio de la caverna: la
mesetaria y la de algunos sectores no irrelevantes del independentismo. Igual
que don Benito Pérez Galdós. Las derechas siempre
le pusieron como una aljofifa. Que Ayuso y el alcalde de Madrid no hayan dicho
ni oxte ni moxte hace más grande todavía a Almudena.
Mientras
tanto, desde Parapanda hasta Santa Fe y de Fuente Vaqueros al Realejo le chocamos
granadinamente esos cinco a nuestro Luis
García Montero.