martes, 31 de marzo de 2020

Tercera entrega de «200 años de compromiso del sindicalismo europeo»





José Luis López Bulla

Reeditamos “por entregas” el texto de la Conferencia  en la Facultad de Ciencias Sociales y del Trabajo. Universidad de Zaragoza. 18 Octubre 2011.


Tercer tranco


A finales del siglo XIX y muy principios del XX se puede constatar que el movimiento sindical es ya un fenómeno mundial, aunque desigualmente estructurado. Y ya empiezan a celebrarse los congresos sindicales internacionales. Lo más relevante sigue siendo el sindicalismo inglés que ahora está acompañado por el alemán, los norteamericanos y canadienses. Podemos hablar, con todas las cautelas de rigor, que ya han pasado los tiempos del protosindicalismo y del asociacionismo con tintes gremialistas. Se fundan las Camere del Lavoro italianas y la UGT española con las Casas del Pueblo, se fundan bibliotecas populares, masas corales, y toda una gigantesca panoplia que relató Bertolucci en su célebre película Novecento. Más todavía, empiezan a surgir especialmente en Inglaterra mecanismos institucionales de mediación del conflicto sociales, una experiencia que, tomada por los italianos, tendrá su más colorida expresión en la institución de los probiviri: los hombres buenos que mediaban para la solución de cada conflicto. Ahora bien, lo más significativo fueron las conquistas sociales que el sindicalismo alemán conquista en ese periodo finisecular: son las leyes del seguro público de salud, de accidentes de trabajo, de pensiones por discapacidad y las jubilaciones. Que promulgara Bismarck con la idea de separar a los trabajadores de la influencia del Partido socialdemócrata.

El sindicalismo se encuentra ahora ante nuevos desafíos: la aparición de la gran industria --que en el caso alemán, por ejemplo— se desarrolla en un tiempo veloz, surgen los grandes trusts monopolistas y una, cada vez mayor, relación de las industrias con los capitales financieros. Inglaterra, en esas condiciones, aunque sigue siendo (por así decirlo) la reina de los mares, observa cómo los Estados Unidos empiezan a disputarle muy seriamente esa primacía, y determinados sectores industriales (por ejemplo, la Química) interfieren el poderío británico. Está cantada una feroz lucha por los mercados de marcado carácter imperialista que va poniendo en un brete el carácter internacionalista de las organizaciones sindicales del Estado nacional.

Es un periodo convulso para el movimiento sindical y el pensamiento socialista europeo. De un lado, la primera década del siglo XX se caracteriza por una explosión de huelgas generales en Europa, también en España (concretamente en Barcelona); de otro lado, se abre una áspera disputa en el socialismo europeo sobre el desarrollo económico a cargo de dos grandes personalidades alemanas: Kaustky, todavía como jefe indiscutido de los marxistas ortodoxos, y Eduard Berstein, cabeza de filas de los, por decirlo esquemáticamente pero sin connotación ideológica, revisionistas. El sindicalismo alemán, como Jano bifronte, opta por una síntesis acomodaticia: oficialmente, en la literatura, son marxistas ortodoxos; en la práctica, se orientan con desparpajo hacia el revisionismo, insisto que no le doy a este término la tradicional connotación leninista.

Mientras tanto, un capitán de industria Frederic W. Taylor, ingeniero y economista norteamericano, va experimentando una nueva organización del trabajo que expuso ampliamente en su obra “Principles of Scientific Management” (1912), que será esencial a lo largo y ancho del pasado siglo. En menos que canta un gallo este libro se dio a conocer en todo el mundo, ya que el ingeniero estableció unas potentes redes de información con las universidades, facultades y centros de estudio de todo el planeta. Me permito un inciso: en realidad lo que el ingeniero americano plantea es una reactualización, eliminando el paternalismo y, en cierta medida, el humanismo, de las propuestas del científico francés Charles Dupont (1784 - 1873) que un estudioso como Taylor conocía sin lugar a dudas, pero al que nunca citó: son las cosas de algunos académicos. El taylorismo y posteriormente su maridaje con el fordismo abre un nuevo movimiento tectónico en la cultura del movimiento sindical e incluso de la política.

Los principios que caracterizan el taylorismo --en la industria, en los servicios y en las administraciones públicas-- son los siguientes: 1) Estudio de los movimientos del trabajador mediante su descomposición para seleccionar los "movimientos útiles", incluso los de tipo instintivo; todo ello con el fin de reconstruir la cantidad de trabajo veloz, exigible a cada trabajador, de manera que pueda mantener su ritmo durante muchos años sin estar fatigado. 2) Concentración de todos los elementos del conocimiento, del "saber hacer" --que en el pasado estuvieron en manos de los obreros-- en el management. Este deberá clasificar las informaciones y sintetizarlas; de todo ello sacará los elementos del conocimiento, las leyes, reglas y normas. 3) La substracción de todo el trabajo intelectual en el reparto de la producción, situándolo en los centros de planificación, con la separación "funcional" --entre concepción, proyecto y ejecución-- entre el centro del saber y la prestación ejecutiva e individual de cada trabajador que está aislado de todo grupo o colectivo. 4) Una minuciosa preparación, por parte del manager, del trabajo que hay que hacer y las reglas para facilitar su ejecución. Se elimina el "saber hacer" del trabajador que está substituido por las órdenes del manager; al trabajador se le especifica no sólo lo que hay que hacer sino cómo es necesario hacerlo y el tiempo fijado para ello. En definitiva, por lo que acabamos de ver, nos encontramos con un sistema organizacional que vincula estrechamente los fines y las formas. Parece claro que el ingeniero Taylor consolida determinadas tendencias ya observadas por Marx en sus aproximaciones a la relación hombre-máquina y organización del trabajo.

Así pues el taylorismo concreta el refinamiento más apabullante en la historia del trabajo humano de la interdependencia entre máquina, funcionamiento de la máquina y conducta humana, no concebido a la medida de la persona. Se trata, pues, de un sistema compacto que une en un todo la economía, la técnica y la ciencia aplicada y que guía en gran medida los comportamientos humanos.

Lo anteriormente dicho conforma el carácter orgánico del taylorismo, que fue elevado a la categoría de organización científica del trabajo no sólo por sus padres fundadores sino indistintamente por gentes tan contrapuestas como Lenin, Louis-Ferdinand Céline, Hitler, Henri Ford e, incluso, Antonio Gramsci; más todavía, como la única organización científica del trabajo por los siglos de los siglos y sin ningún tipo de alternativa contrapuesta al núcleo duro de su carácter orgánico. Dicho eterno "carácter científico" explicaba, según sus apologetas más extremistas, que la existencia de sujetos de control democrático de dicha organización de la producción era innecesaria y distorsionadora. Es suficientemente conocida la formulación de Taylor: "Los problemas relativos al estudio de los tiempos y la organización del trabajo se refieren a cuestiones científicas que no pueden estar sujetas a la actividad sindical". Un constructo que es elevado a categoría de teorema.


En los primeros andares del taylorismo los trabajadores y los sindicatos se opusieron a él. Incluso la poderosa CGT francesa le puso la proa … hasta que Lenin sacó el incienso. Nuestro abuelo Rabaté, un conspicuo dirigente de los metalúrgicos franceses, puso al taylorismo de vuelta y media. Cuando habló Vladimir Illich, ante la sorpresa general del público, lo bendijo con el mayor desparpajo de la subalternidad lassalleana. De aquellos polvos vinieron los lodos posteriores. El movimiento sindical mayoritario no criticaría nunca el “uso” del taylorismo sino su “abuso”. Lo que marcó profundamente toda una serie de sucesivas impotencias del sindicalismo y la izquierda política que –a lo largo del siglo XX— han coexistido con el carácter emancipatorio de tales sujetos sociales y políticos. Digamos, pues, que la historia de los movimientos sindicales en el pasado siglo se ha caracterizado, en mi opinión, por la coexistencia con el uso del taylorismo y su confrontación radical contra el abuso de dicho sistema de organización. Tan sólo encontraremos voces contrarias en los sindicalistas woobly y el movimiento consejista europeo; también Rosa Luxemburgo y Simone Weil, dos mujeres que representan la (diversa) “izquierda vencida” y en el mundo del cine la siempre obra maestra “Tiempos modernos” de Chaplin.


Pero el taylorismo no fue sólo un sistema de trabajo industrial. Mary Pattison escribió un libro, precisamente prologado por el mismo Taylor, “Los principios de la ingeniería doméstica” en el que las ideas de eficacia son aplicadas, incluso, a la forma de decorar, amueblar y organizar la propia vivienda. También el arquitecto Le Corbusier quería construir sus casas siguiendo los principios de la llamada racionalización científica


Decíamos que el movimiento sindical ha sido un formidable instrumento de tutela, pero no de transformación del trabajo asalariado. Cuestión ésta que retomaremos al final de nuestra conversación.


La gran pareja de hecho en la gran industria ha sido el taylorismo-fordismo, esto es, la alianza entre Taylor y el primer Ford. La cadena de producción pasa a ser (nos permitimos la licencia) el agente principal de la gran industria tomando el relevo a la máquina de vapor de Watt.
Me permito describir, grosso modo, los rasgos del fordismo:
Aumento de la división del trabajo y producción en serie e indiferenciada cuyo ejemplo más conspicuo es el coche Modelo T.
Profundización del control de los tiempos productivos del obrero (vinculación tiempo/ejecución).
Reducción de costos y aumento de la circulación de la mercancía (expansión interclasista de mercado) e interés en el aumento del poder adquisitivo de los asalariados.


Como no podía se de otra manera, así las cosas, se va consolidando la hegemonía norteamericana en lo atinente al gobierno de la fábrica así en los sistemas de organización del trabajo como en las técnicas manageriales con la importante ayuda de la sociología industrial y la psicología: los nombres de Elton Mayo y posteriormente Daniel Bell y Peter Drucker son representantivos de esas disciplinas.


Y en ese estado se va conformando una transformación tanto del trabajo asalariado como del productor que generarán nuevas chansons de geste: empieza a tomar forma una nueva vertebración orgánica del sindicalismo, esto es, su radicación física en el centro de trabajo como elemento central de su función tutelar en las condiciones de trabajo y de vida. Por ejemplo, la reducción de la jornada laboral se convierte en un banderín de enganche en el centro de trabajo; va tomando cuerpo la necesidad de la nueva vertebración orgánica en la fábrica; se van concretando, además, las obligadas auto reformas organizativas que, en España, se concretan con las propuestas de Joan Peiró en el famoso Congreso de Sans de la CNT: el traslado de los sindicatos de oficio a las federaciones industriales.


Digamos, pues, que el sindicalismo empieza a construir –de manera desigual y con no pocos titubeos— su presencia orgánicamente estructurada en la fábrica. Ya no quiere ser un movimiento de lo que Marx definiera como trabajo abstracto, sino de productores en el centro de trabajo, en la esfera de la producción.

En ese paradigma que provoca el taylorismo-fordismo surge una nueva disciplina jurídica, el Derecho del Trabajo que, desde sus inicios, provoca una discontinuidad en la relación entre el Derecho y las recientemente llamadas industrials relations, un término acuñado por el matrimonio Webb (que nosotros hemos dado en llamar relaciones laborales). A mi entender, los sindicalistas somos poco conscientes del gran papel que ha jugado el iuslaboralismo y del que, ahora con nuevas dificultades, sigue teniendo. Ahora bien, conviene precisas algunas cosas, siguiendo la palabra de los grandes maestros de dicha disciplina, Umberto Romagnoli. “El Derecho del Trabajo no nace para cambiar el mundo, sino para volverlo más aceptable”. Más todavía, se caracteriza por “dar y, simultáneamente, quitar la palabra a los trabajadores”, lo que le confiere una naturaleza anfibia. Lo que, todo hay que decirlo, no resta importancia a los padres (en sus orígenes tampoco tuvo madres, ni se preocupó de la mujer en tanto que tal) que, desde la República de Weimar organizaron los primeros andares del Derecho del Trabajo. También al final de nuestra conversación hablaremos de estos asuntos.

Estamos, ya en las primeras décadas del siglo pasado, en unos momentos de plomo para el sindicalismo. Luchas heroicas de los trabajadores que los sindicatos no saben o no pueden encauzar en Europa; los movimientos consejistas en Italia que desembocan en derrotas estridentes; el pistolerismo en Catalunya. Las luchas más emblemáticas de aquellos tiempos fueron: las huelgas generales en el Reino Unido, las ocupaciones de fábrica en Torino y, entre nosotros, la famosa huelga de La Canadiense, todo un símbolo por la jornada de los Tres Ochos: ocho horas de trabajo, ocho de ocio y ocho de descanso.


Como se ha dicho es un periodo convulso. La Gran guerra provoca una enorme conmoción en el movimiento socialista europeo que, mayoritariamente, vota los créditos de guerra y, ante el conflicto, se posiciona en función de los intereses belicistas de los gobiernos de turno; posterior escisión en los partidos socialistas que provocan la irrupción de los comunistas en la arena política que comporta ásperas divisiones en el seno de los sindicatos, mayoritariamente controlados por los socialistas. Periodo tremendo para el movimiento de los trabajadores y los sindicalismo de los Estados nacionales. Aparición del fascismo italiano y posteriormente el nazismo en Alemania que se concreta en una durísima represión contra todos los sujetos políticos y sociales que son ilegalizados. Sin olvidarnos del gran crack del 29 en Norteamérica cuyas consecuencias afectaron a medio mundo.


La única excepción en todo ese páramo es el sindicalismo de los países nórdicos y muy en especial el sueco. Que, desgraciadamente, no ha concitado apenas estudio entre los sindicalistas españoles de ayer y hoy. De hecho son ellos, junto al partido socialdemócrata, quienes ponen los cimientos de lo que más tarde conoceríamos como Estado de bienestar. Es más, antes de la Gran guerra consiguieron la jornada laboral de ocho horas. Ya en 1932 el sindicato y la patronal firman el famoso acuerdo de Saltsjöbaden, que establece un código práctico para regular la negociación colectiva y la regulación de las relaciones laborales y paulatinamente van consiguiendo una clara intervención en materias como el mercado laboral y las políticas sociales. Una de las personalidades de mayor relieve fue Ernst Wigfors con propuestas y realizaciones que más tarde popularizaría Keynes y otros en el Reino Unido. Más adelante también hablaremos de otras aportaciones del sindicalismo sueco.


Continuará mañana…


Nota.--  El otro día,  cuando intentaba introducir en los links de este blog unas nuevas conexiones mis octogenarios dedos tropezaron con algo. Total, que desaparecieron todas las conexiones. Les aseguro que se irán reponiendo. Ya saben ustedes que hay más días que longanizas. 



lunes, 30 de marzo de 2020

Segunda entrega de «200 años de compromiso del sindicalismo europeo»



José Luis López Bulla

Reeditamos “por entregas” el texto de la Conferencia  en la Facultad de Ciencias Sociales y del Trabajo. Universidad de Zaragoza. 18 Octubre 2011.

Segundo tranco

De lo referido se puede desprender que el movimiento cartista indicia la aparición de una nueva placa tectónica en el movimiento de los trabajadores en general y el movimiento sindical particularmente. 1848 es el año de la derrota formal del cartismo y lo es también de la aparición del Manifiesto Comunista de Marx-Engels. Nuestros dos amigos barbudos (alemanes ambos) toman carrerilla y ponen las condiciones de una nueva metodología. Es el declive del socialismo utópico (tal vez el adjetivo es una exageración) y la aparición del socialismo científico otra, me parece a mi, hipérbole que habrá que entender en clave mediática, de la que era un maestro el barbudo de Tréveris. Me permito una aclaración, tal vez innecesaria: cuando hablamos de la relación del cartismo con la política no nos referimos a vínculo alguno de tipo partidario (eso vendrá después en Inglaterra y el Continente) sino con la política en general. Posteriormente, cuando llegue el momento, hablaremos del partido lassalleano (de Ferdinand Lassalle) y su relación con el sindicalismo europeo. En todo caso, el cartismo sugiere y propicia una nueva fase en el movimiento de los trabajadores del que sólo se apartará el anarquismo.


Entre 1873 y 1890 tiene lugar una crisis económica que en la época se conoce como la gran depresión. En esta época se quiebra el monopolio industrial inglés al aparecer otros países industrializados que compiten en el mercado internacional. Estas grandes mutaciones son analizadas por Engels, especialmente de manera brillante, en el “Complemento y apéndice al tomo III de El Capital” (1895), en la traducción de don Wenceslao Roces: la bolsa que, en 1865, era un elemento secundario, ahora se ha convertido en algo catedralicio; gradual transformación de la industrial en empresas por acciones; añádase a lo anterior las inversiones extranjeras…


Podríamos decir que, en el último tercio del siglo XIX se inicia un nuevo movimiento tectónico en la acción colectiva del movimiento obrero: 1) el sindicalismo deja de ser un fenómeno exclusivamente del Reino Unido y, gradualmente, se va estructurando de manera desigual en Europa, Estados Unidos, la Rusia zarista y algunos países asiáticos. Vale la pena relatar que en los Estados Unidos surgieron dos potentes organizaciones sindicales: la American Federation of Labor y otra llamada pomposamente Noble Orden de los Caballeros del Trabajo (King of Labor), una asociación realmente de masas y siempre confusa, que perdió parte de su predicamento cuando se negaron a convocar a la huelga el Primero de Mayo. En todo caso intentaron recuperar la imagen negociando con el presidente de los Estados Unidos la celebración del Labor day para contrarrestar la influencia del Primero de Mayo. De paso me permito una recomendación. Considero de interés el estudio del movimiento sindical norteamericano, a él le debemos los orígenes de las ásperas batallas por la reducción de la jornada laboral (las ocho horas) y la reanudación de aquellas movilizaciones en 1888 por parte de la AFL, dirigida por Samuel Gompers, que ensayaron una táctica muy interesante: cada año deberían producirse huelgas en una sola rama industrial, sostenida financieramente por el resto de los centros de trabajo que no iban a la huelga. También debemos a los norteamericanos el día Internacional de la Mujer trabajadora; de importancia no menor es el sindicalismo de la Industrial Workers of the World, conocidos popular y afectuosamente como los woobly, (en las primeras décadas del siglo XX) por sus indiciaciones a algunos códigos de conducta de las primeras Comisiones Obreras. 2) El sindicalismo es un fenómeno muy ligado a la realidad de cada Estado nacional: recuérdese que estábamos hablando de los movimientos tectónicos. Y, finalmente, 3) La relación genérica del sindicalismo con el cuadro institucional se va convirtiendo en un vínculo muy estrecho con el partido socialista o laborista, donde –como el en caso español y otros— el nacimiento del sindicato es posterior y, casi siempre, creado por la organización política a la que se subordina. En pura lógica, un cambio de esta envergadura requiere una nueva mutación del sujeto social, que es el sindicalismo.



Hemos de decir las cosas por su nombre: las concepciones de Marx sobre el sindicalismo (es el primero que habla de independencia de los sindicatos) son derrotadas por los partidarios de Lassalle, el dirigente socialdemócrata alemán. No me resisto, por su importancia, a documentar esta afirmación. Habla Marx: “En ningún caso los sindicatos deben estar supeditados a los partidos políticos o puestos bajo su dependencia; hacerlo sería darle un golpe mortal al socialismo”. Tal cual. Se trata de la respuesta de nuestro barbudo al tesorero de los sindicatos metalúrgicos de Alemania en la revista Volkstaat, número 17 (1869) en clara respuesta a lo afirmado por Lassalle: “el sindicato, en tanto que hecho necesario, debe subordinarse estrecha y absolutamente al partido” (Der social-democrat”, 1869).


Y siguiendo sin pelos en la lengua, habrá que decir que también en la muy posterior cultura comunista se silencia (más bien, se meten las tijeras en) la formulación marxiana de la independencia del sujeto sindical. Convenía más la técnica del viejo socialdemócrata Lassalle. Que resumiendo se caracteriza por: 1) el partido es quien guía, ordena y manda; 2) de ahí se desprende la separación radical de funciones: el partido se dedica a todo, al sindicato sólo y solamente le incumbe la cuestión salarial y la reducción de la jornada de trabajo. Este es el esquema de la llamada correa de transmisión, el sindicalismo reducido a una prótesis del partido. El conflicto social es algo contingente que está al albur de las necesidades e intereses del partido llassalleano. Por decirlo con las sabias palabras de BRUNO TRENTIN (el dirigente sindical italiano más fascinante de la segunda mitad del siglo XX): Esta separación de la política con relación a las vicisitudes del trabajo asalariado madura en esos años muy lejanos y configura un partido guía e intérprete de la “clase” con todos los nuevos dogmas que consiguientemente se derivan: la división de tareas entre partido y sindicato, la naturaleza fatalmente corporativa y sin salida política posible del conflicto social, el deseo de la aportación prometéica y liberadora que vienen “del exterior”, de la élite política. Allí se inició un camino que ha conducido, de un lado, a una concepción del partido político como entidad autorreferencial y, de otro lado, en definitiva, a un progresivo desinterés de la cultura de la izquierda en los debates sobre la morfología del conflicto social y sus evoluciones.




Una descripción que describe cómo debe ser la relación entre el partido y el sindicato que comparten in toto Lassalle, Guesde, Lenin, Pablo Iglesias, Palmiro Togliatti y todo el arco socialista y comunista. Lo sorprendente, y ya tendremos ocasión de comentarlo, es que la ruptura de la correa de transmisión, muchísimo más tarde, no vendrá de la mano los sindicalistas de matriz socialdemócrata sino de los comunistas: ahí están los nombres de Giuseppe Di Vittorio, Bruno Trentin y nuestro Marcelino Camacho. Pero todavía queda mucho trecho por recorrer.


La extendida idea de que el anarco-sindicalismo y el sindicalismo cristiano se libraron de esa supeditación al partido es equívoca. Los primeros estarán casi siempre o supeditados o interferidos por grupos externos; los segundos –por ejemplo, los casos belga e italiano en la componente cristiana— tendrán algo más que el manto protector de la Iglesia o de las diversas grupos de la Iglesia católica. Tal vez el caso que puede aparecer como una anomalía sea el inglés; en realidad son los sindicatos quienes crean el partido laborista y, una vez creado, pactan una especie de estatuto vinculante: el sindicato aporta una cantidad financiera suficiente y a cambio tienen garantizado un concreto cupo de miembros en el grupo parlamentario. No obstante, se mantiene la rígida separación de funciones: el partido lo cubre todo y al sindicato sólo le incumben los salarios y el tiempo de trabajo.


... Mañana continuará, probablemente a esta hora. 

domingo, 29 de marzo de 2020

200 años de compromiso del sindicalismo europeo (1)




José Luis López Bulla




Reeditamos “por entregas” el texto de la Conferencia  en la Facultad de Ciencias Sociales y del Trabajo Universidad de Zaragoza. 18 Octubre 2011


Primeras aclaraciones.


Antes de entrar en materia quiero aclarar algo que me parece de interés. No voy a hacer un desarrollo histórico del sindicalismo porque no tengo las herramientas académicas y porque, en realidad, tampoco es mi papel. Lo que me propongo en esta conversación es plantearos una serie de reflexiones sobre los momentos más llamativos que, a mi entender, se han dado en todo ese largo proceso del movimiento de los trabajadores y del sindicalismo, como sujeto organizado. Los momentos más llamativos serían esas situaciones de corrimientos tectónicos que, eso sí, han tenido una importancia considerable. Por poner, de momento, un ejemplo: la gran autorreforma que 
Joan Peiró, el gran dirigente anarcosindicalista catalán, se propuso y llevó a cabo trasladando la organización por oficios a las Federaciones de Industria. Este es un momento que, por su trascendencia, podríamos denominar tectónico.


Me propongo dividir esta conversación en dos grandes apartados. El primero trataría del siglo XIX, concretamente del sindicalismo europeo que prácticamente era el único realmente existente. La segunda parte versaría sobre la continuación de aquellos andares decimonónicos hasta nuestros días. Lo que no quiere decir que, en nuestra posterior conversación y debate, dediquemos –si os parece bien— un tiempo especial a las preocupaciones de hoy, de nuestros días, vale decir, al papel del sindicalismo en esta fase de innovación-reestructuración de toda la economía en el contexto de la globalización.


Una última aclaración previa: creo que los historiadores deberían revisar sus categorías de investigación sobre el movimiento obrero. Hasta la presente, salvo muy honrosas (aunque escasas) excepciones esta historiografía se ha caracterizado por analizar la vida y milagros de ese movimiento como si fuera una vida paralela a la de sus contrapartes; incluso las biografías de los grandes padres del movimiento de los trabajadores se han presentado, por lo general, escindidas de la biografía de sus oponentes, los patronos. Es como si el relato de la vida de Kasparov, el gran campeón del ajedrez, obviara la de sus contrincantes o no aludiera pormenorizadamente al desarrollo de tal o cual partida. Pues bien, a lo largo de mi intervención procuraré no caer en esa limitación. Pero el resultado no será todo lo bueno que sería menester. Mis limitaciones aparecerán en toda su crudeza, y ya de entrada pido benevolencia.



Primer tranco.



Lord Mansfield, presidente del Tribunal Supremo del Reino Unido, declaró en el último tercio del siglo XVIII que los sindicatos “son conspiraciones criminales inherentemente y sin necesidad de que sus miembros lleven a cabo ninguna acción ilegal”. La acusación de este magistrado, que será recurrente en toda la literatura liberal de la época, es que tales asociaciones intentan alterar el precio de las cosas, es decir, mejorar los salarios. Es el constructo jurídico que recorre el siglo XVIII, quedando sancionado por la Ley General de 1799, que prohibía taxativamente cualquier tipo de asociación, y que bajo diversas situaciones (de durísima represión) estuvo vigente en aquellas tierras hasta la década de 1870. Más allá de esta brutalidad, podemos sacar dos conclusiones. 1) Durante el siglo XVIII existen ya movimientos societarios en Inglaterra, asociaciones protosindicales de autodefensa, considerados como enemigos por parte de los poderes económicos y la coalescencia de éstos con la Magistratura. 2) La brutalidad de Lord Mansfield es el resultado de la derrota del Derecho de las corporaciones artesanas por el Derecho de las corporaciones mercantiles que, tras adquirir sólidamente el dominio de las relaciones económicas, desemboca en el territorio de las relaciones de producción, apoyadas con la fuerza coercitiva de los poderes públicos. De ahí que un lúcido 
Karl Polanyi afirmara: “en lugar de que la economía se incorpore a las relaciones sociales, éstas se incorporan al sistema económico” [La gran transformación, en Fondo de Cultura Económica, 2003]


Estamos hablando de una gigantesca mutación de época, especialmente referida a los procesos de innovación tecnológica, que es el baricentro del desarrollo industrial a gran escala. Sus hitos más significativos son: en el año 1764 se crea la primera máquina de hilar; en 1769 la hiladora impulsada por fuerza hidráulica; 1776 Máquina de vapor como propulsor del fuelle de altos hornos que fue definida posteriormente por Marx como el agente principal de la gran industria pues en un abrir y cerrar de ojos se aplica a todo tipo de industrias; en 1785 el primer telar mecánico. La aparición del ferrocarril mejora las comunicaciones y, perdón por el esquematismo, es a aquellas épocas lo que Internet es a la nuestra. Las consecuencias de todo ello fueron, grosso modo: un aumento espectacular de la producción y la productividad, mediante la aplicación de las constantes innovaciones al proceso productivo; el crecimiento incesante y auto sostenido de la economía que provocará el modelo capitalista basado en la plusvalía. Lo que se ve favorecido por la ausencia de controles y de organizaciones que hagan de contrapeso. La consecuencia en las clases trabajadoras es dramática: condiciones infrahumanas de trabajo y vida, amplias masas en desempleo. Un epifenómeno que se dio en llamar el pauperismo. De todo ello Engels dejó escrito, a sus veintidós años, uno de los textos más emblemáticos del siglo XIX: La situación de la clase obrera en Inglaterra. De todo ello dará cuenta, en el terreno de la novela, Charles Dickens.


En la segunda década del siglo XIX, tras el final de las guerras napoleónicas –una época de hambrunas y desempleo crónico— se produce un acontecimiento dramático en Saint Peter´s Field, Manchester, concretamente el 16 de julio de 1819: unas ochenta mil personas se manifiestan pacíficamente en exigencia de mejores condiciones de vida y una reforma de la ley electoral y del Parlamento. La caballería cargó, sables desnudos en mano, contra la multitud: murieron 15 trabajadores y fueron heridos gravemente varios centenares. El historiador Robert Pool lo llamó la Masacre de Peterloo en negra alusión a la batalla de Waterloo. Retengamos el vínculo que establecieron aquellas organizaciones convocantes entre, de un lado, mejoras económicas y condiciones de vida y, de otro, la reforma política. Digamos, pues, que es un punto de referencia a las grandes movilizaciones, más tarde hablaremos de ello, de los Cartistas.


Existe información abundante, muy en particular la que recopilaron Sindey y 
Beatrice Webb, que nos habla minuciosamente de los primeros andares de aquellas coaliciones de oficio y categoría a lo largo y ancho del Reino Unido. Y de las argucias de nuestros abuelos de aquellos tiempos: se reunían en la taberna (hous of call, que fue toda una institución del protosindicalismo británico) “para tomarse juntos una pinta de cerveza negra en una fiesta” y terminar hablando de sus problemas de todo tipo, según nos relata el mismísimo Adam Smith. Estas hous of call eran no sólo centros de organización sino también el lugar donde acudían los patronos para establecer las negociaciones, contratar a los trabajadores e incluso fundaciones benéficas y asistenciales.


Una gran parte de la historiografía insiste en el carácter localista de este asociacionismo. Ahora bien, vale la pena estar al tanto de todos los datos: si bien es cierto que el carácter local era lo que primaba, también es verdad que habían construido un sofisticado mecanismo de fondos de asistencia que atravesaba una considerable parte del Reino Unido. Este fondo común era un instrumento de solidaridad y socorro tanto a los miembros locales como a quienes de desplazaban a otros lugares en busca de trabajo, los “trabajadores errantes” (tramps): era la tramping society, estructurada por oficios, o –como diríamos en nuestros tiempos-- federaciones.


Junto a esos primeras sedes, las hous of call, donde nuestros abuelos estaban, por así decirlo, de prestado habían otras sedes –éstas de carácter estable— como la chapel (capilla) donde se reunían los tipógrafos. Era una organización informal presidida por un “padre”; sus miembros eran los brothers (hermanos) –nombre que todavía se utiliza para llamarse entre sí, de la misma manera que nosotros nos decimos “compañeros”. Se habrá notado el sentido religioso –no equivalente a clerical— de toda esa nomenclatura británica. Pero, a mi entender, ese sentido religioso, incluida la simbología de los estandartes y pendones por oficios era más bien una herencia de los gremios. Me permito un paréntesis y un salto en el tiempo: la historiadora norteamericana Temma Kaplan en su libro “Ciudad roja, periodo azul” (Península, 2003), referido a la Barcelona desde finales del siglo XIX hasta la guerra civil, dice notar una influencia religiosa en el itinerario de las manifestaciones obreras porque seguían el mismo recorrido que las procesiones de la Iglesia. Me permito ver las cosas de otra manera: si es lógico que el culto religioso hiciera sus liturgias públicas en el corazón de la city, no veo la razón de que el movimiento obrero se desplazara a la periferia, es de cajón que lo hacía en el centro de la ciudad como una exhibición de poder. Cierro el paréntesis.


De lo que hemos dicho hasta ahora se desprende ya el primer movimiento tectónico: el asociacionismo como elemento fundante de ese compromiso sindical desde hace doscientos años. Es un movimiento radicalmente nuevo que afilia a quienes voluntariamente se inscriben en él. Ya no se trata de movimientos compulsivos de composición genéricamente popular: es un corpus con vocación de estabilidad, trascendencia y sentido. Más todavía, el conflicto social que se origina es una disputa –de momento, tal vez, no suficientemente consciente-- de poderes para determinar los salarios y las condiciones de trabajo. Digamos, pues, que ese hecho societario nada tiene que ver con los viejos gremios, estructurados vertical y obligatoriamente, cuyos miembros son los dueños de los talleres. Es, por lo tanto, el primer hecho moderno del movimiento de los desposeídos. En resumidas cuentas, el asociacionismo y el ejercicio del conflicto social (no sólo ilegal sino perseguido sanguinariamente) es la expresión de la alteridad de aquellos primeros movimientos del que el sindicalismo confederal de nuestros días es su heredero.


Interesa traer a colación el carácter extrovertido de aquellos movimientos societarios de los trabajadores. Esto es, su relación con la cultura en sus más variadas expresiones: el teatro y los deportes, por ejemplo. Fundaron centenares de grupos teatrales de gran calidad, organizaron los primeros equipos de fútbol (algunos como el Arsenal, por ejemplo) y un sin fin de actividades. Vale la pena recordar la potente influencia manchesteriana en la ciudad de Terrassa como fruto de la presencia de los oficiales tejedores ingleses en esa ciudad catalana, que venían –digámoslo así— como monitores a nuestras fábricas textiles. Explica Tristam Hunt en su notable biografía de Friedrich Engels, El gentleman comunista (Anagrama, 2011), que me permito recomendar muy de veras, los actos culturales semanales en diversos clubs obreros de Manchester, llamada Algodonópolis en las crónicas de la época, con la presencia de importantes científicos de todas las disciplinas del saber. La expresión más sofisticadamente grandiosa fueron las Halls of Science, fundadas por los seguidores de Robert Owen, el socialista utópico. En una de ellas se reunían tres mil personas, tal como lo estáis oyendo, para escuchar a los oradores y, cada cual con su pinta de cerveza (siempre dicen los comentaristas que era negra) y, de paso, comentar las obras de los grandes poetas. Relata Engels que “a Byron y Shelley los leen exclusivamente las clases bajas; ninguna persona “respetable” podría, sin caer en el más tremendo descrédito tener en su escritorio las obras de Shelley”.


Es, por supuesto, un anticipo de lo que tendremos en España con la amplia red de ateneos obreros y masas corales, que organizaron nuestros abuelos catalanes anarcosindicalistas. Y de aquí podríamos sacar esta consideración: el buen uso social del tiempo libre, precisamente en aquellas épocas de extremada duración de los tiempos de trabajo. Dejo para otra ocasión algo que me inquieta: la colonización del tiempo libre, ahora entre nosotros, por la banalidad y la escasa relación colectiva de los trabajadores con la cultura.


No me detendré en la experiencia del ludismo. Fue, aunque muy estridente y contagiosa, de vida efímera, también en España que contó con dos sucesos: los incendios en Alcoi 1821 y en la fábrica Bonaplata de Barcelona, agosto de 1835. Hubo, también, otras acciones ludistas en Francia, Bélgica y Alemania pero, ya ha quedado dicho, tuvieron una vida fugaz. Se trató de una experiencia que no dejó huella en la acción del movimiento obrero y sindical. Cuestión diferente fue el cartismo.


La Asociación de Trabajadores de Londres, creada en 1836, fue la clave de bóveda de la gestación del movimiento cartista que, desde sus inicios, se procuró una eficaz política de alianzas, concitando el apoyo de algunos parlamentarios radicales. Creó el reputado periódico The Northern Star, que con una gran tirada, se convierte en la primera publicación del movimiento obrero organizado europeo y mundial. Les chansons de geste cuentan que quienes sabían leer se los leían a quienes no sabían. Lo que nos recuerda las posteriores andanzas de nuestro Anselmo Lorenzo por los cortijos andaluces. El movimiento cartista recupera, como hemos dicho antes, la experiencia que convocó a los manifestantes de Peterloo: el vínculo entre las reformas políticas y la mejora de las condiciones de trabajo y de vida. Fue un potente movimiento de masas en el sentido más lato de la palabra. Las reivindicaciones de signo político fueron, grosso modo, éstas:


Sufragio universal (a los hombres mayores de 21 años, cuerdos y sin antecedentes penales).
Voto secreto.
Sueldo anual para los diputados que posibilitase a los trabajadores el ejercicio de la política.
Reunión anual del parlamento, que aunque pudiera generar inestabilidad, evitaría el soborno.
La participación de los obreros en el Parlamento mediante la abolición del requisito de propiedad para asistir al mismo.
Establecimiento de circunscripciones iguales, que aseguren la misma representación al mismo número de votantes.


Estamos, como puede verse, ante unas exigencias maduras que indican que aquel movimiento heterogéneo del cartismo no sólo no es indiferente al cuadro político-institucional sino activo y beligerante. La influencia de esas gigantescas movilizaciones durante los diez años de efervescencia cartista: huelgas generales, gigantescas manifestaciones portando enormes cofres con las firmas de los trabajadores. Estamos hablando de una influencia de largo recorrido, a pesar de su derrota formal, no sólo en el Reino Unido y el resto de los países de su imperio sino también en el Continente. Derrota formal, digo. Porque acaba con el movimiento y con una parte de sus dirigentes encarcelados y deportados a Australia. Pero ello no impide que las secuelas de esa acción colectiva propicien en breve tiempo la promulgación de algunas leyes sociales (la jornada de diez horas, sobre el trabajo infantil, salud e higiene y la Ley inglesa de 1875, bajo el gobierno conservador (thory) de Disraelí que se consideró en su día como la afirmación de los valores democráticos frente a la opinión de los jueces tipo Mansfield. Esa ley sanciona que ni el sindicato ni el conflicto social eran ya “conspiraciones criminales”. La importancia de las disposiciones legales, en la década de los setenta, ha quedado expuesta por el historiador inglés G.F.H. Cole cuando afirma que “con todo fue el periodo más activo de todo el siglo XIX en lo referente a la legislación social” en su obra magna “Historia del pensamiento socialista”.


Mañana continuará sin falta. 







Estirpe



Por Ignacio de Mágina*

La cuestión es sobrevivir, nos decía ayer el estimado Deglané desde su confinamiento. Y lo es, sin duda. Algunos millones de personas han venido haciéndolo desde que arrancara la Gran Recesión de 2008. Sin embargo, es cierto que la cuestión de sobrevivir ha adquirido un nuevo carácter. Es cierto que para algunos se ha tratado de la supervivencia del mal carácter, si no lo tenía ya antes, y para otros de la “corrosión” del suyo, como nos advertía Bizco Pardal en alguna epístola días atrás. Y es que hay gente que a falta de personalidad definida sacan el carácter por la bragueta, como quien alardea de aquello que carece según recuerda el adagio popular. Es ese modo de ser y actuar, marcado a fondo hasta su última piel, de una derecha española que no está dispuesta a bajar del monte donde se ha confinado desde antes de las últimas elecciones.

Ha irrumpido en la escena española una versión de la pareja Dupont et Dupond, dos bigotudos agentes secretos nada indisimulados, que hiciera famosa el dibujante de cómics Hergé en “Las aventuras de Tintín”, y que forman parte de la cultura sentimental de los babyboomers. En la versión española (y muy española…) en lugar de una pareja de bigotudos se presentan como dos personajes de negro riguroso, uno con barba y otro barbilampiño. Hoy, ayer mismo, nuestros particulares agentes Hernández y Fernández (H&F), que es como los conocimos en nuestras lecturas infantiles, volvieron a actuar en el centro de un escenario circense. De nuevo abrieron su catálogo de productos: sobreactuación, descalificación y tremendismo, tres en uno: limpia, abrillanta y da lustre. De naturaleza acusica, volvieron a lanzar al mercado su producto estrella, su único producto en cartera, los “rojos” no se lavan, son unos traidores y no saben dónde tienen la mano derecha.

A ratos gazmoños, gemelos de aquel niño llamado Cristobalito Gazmoño que hizo popular el inefable Tony Leblanc, H&F representan a la perfección la España cañí, la de ventosidad de col hervida y pobreza moral, de esfínteres prietos y beatería impenitente. No han entendido o han entendido erróneamente la responsabilidad de representar a los millones de votos que recibieron, aunque insuficientes para gobernar. La confusión de estos dos JAPS (término que ya aparece anacrónico pero que continúa identificándose con la idea de “jóvenes aunque sobradamente preparados”) es tal, que a día de hoy siguen repitiéndose uno al otro (la letra con sangre entra) que “Si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma”. No se han percatado que en realidad lo que el filósofo inglés Francis Bacon, hace ya más de 500 años, escribió en sus “Ensayos sobre moral y política” fue justo lo contrario: “Si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña”. Nuestros H&F españoles como representantes de la derecha política esperan que suceda por sí solo algo para lo que son incapaces de tomar la iniciativa, y dejan la iniciativa en manos de otros situados a su derecha, a los que miran de reojo y abriendo las orejas.

En la “La estirpe del camaleón”, como ha titulado Julio Gil Pecharromán su historia sobre la derecha española (1937-2004), queda abierto al estudio futuro las consecuencias de una agónica competencia por el espacio derechista con las nuevas opciones surgidas de los planteamientos ultraconservadores y ultraliberales que el viejo patriarca Manuel Fraga, que descanse, “había creído incorporar años atrás al liberalconservadurismo en un proyecto político común, a la búsqueda de construir y asentar en el tiempo largo la mayoría natural” (p. 496). Apostarlo todo para alcanzar esa “mayoría natural” a la aparición en la escena política de una especie de “Cayetana y sus muñecos” es tener mucho carácter y escasa o nula personalidad. Es cierto que esta ventrílocua sabe lo que dice, aunque a nosotros nos pueda parecer mentira, para eso es alumna aventajada del británico John H. Elliott, autor de una obra como “La España imperial”. Álvarez de Toledo, que es de la política de quien hablo, a diferencia de otros hizo los deberes y mostró sus capacidades en una tesis doctoral sobre Juan de Palafox, obispo de Puebla y virrey de México, presentada hace ya unos años en la Universidad de Oxford y publicada en 2011 con el título “Juan de Palafox, obispo y virrey”. Trabajo de exaltación del reformismo y el pactismo de este personaje histórico que contrasta y cómo con el ardor político que hoy muestra doña Cayetana. La duda que algunos tenemos es si teniendo personalidad, y reconocido carácter, esta representante de la derecha española es ventrílocua o muñeca… La sombra de los bigotes de Dupond o bien de Dupont, al despertar, siguen ahí… Si es así, que a los representantes de la derecha española les pille confesados…, si es posible que a la izquierda le pille re-unida y a la sociedad española unida.

*Ignacio de Mágina es miembro del colectivo Tártaro. 

Nota del Editor. Las referencias del autor a Robert Deglané y el Bizco Pardal están, por este orden, en:  https://desiertodelostartaros.com/2020/03/26/el-nino-de-teresa/ y https://desiertodelostartaros.com/2020/03/25/sir-john-keynes/


sábado, 28 de marzo de 2020

Después de “esto”, ¿qué?




Premisa.--  Cuando esto acabe el país podría estar hecho unos zorros. Téngase en cuenta que la estructura empresarial española, esencialmente minifundista con relación al producto interior bruto, no tiene los suficientes mecanismos de autodefensa para abordar la presente situación. No es una previsión catastrofista sino un pronóstico desgraciadamente realista. De ahí que debería evitarse esa carrera suicida de expedientes de regulación de empleo que, de manera compulsiva y muchos de ellos sin fundamento, se están dando a lo ancho y largo de la geografía española. Esta premisa me llevará a formular una propuesta al final de este ejercicio de redacción. No será la única vez que la haga, hoy quedará  insinuada. 

1--  En el último pleno telemático del Congreso de los Diputados hemos podido observar dos elementos: la vuelta al corral de la zahúrda por parte del Partido Popular y un talante más moderado en Ciudadanos. El PP, estimulado por los profesionales del desasosiego, podría entender que de la templanza no se sacan réditos. Por lo que vuelve al redoble de tambores y al Santiago y cierra España. No hay que dejar ni una miaja en la alacena, no sea que Vox se aproveche y monopolice  el posible malestar. Francamente: este grupo dirigente, Casado y sus hermanos de leche, son una cesura en la historia del Partido Popular (1). No cambiará la cosa. Es más, entiendo que los Casado boys no es el grupo dirigente que necesita la derecha española (y, por supuesto, España) para el postcoronavirus.  Es la personificación de la incompetencia. Dispensen el ex abrupto: no quiero ni pensar qué hubiera pasado si Casado hubiera estado presidiendo el Gobierno en esta coyuntura. Las consecuencias de un gobierno ineficaz las estamos sufriendo en Cataluña.

2.--- Sorprendentemente en ese pleno telemático Ciudadanos tuvo una actitud temperada. Han dado un salto del coro al caño que podría indiciar el ensayo de un nuevo itinerario. Arrimadas, que está confinada debido a su embarazo, está teniendo tiempo para reflexionar con detenimiento. Es posible que se haya planteado que no es el mejor camino eso competir con los de Casado en vocinglerío patológico y ataques sin ton ni son a «Sánchez». Tal vez le haya dado por reflexionar qué es lo que le ha llevado a su partido a convertirse en un minifundio. Arrimadas quizá intente dar un giro de ciento ochenta grados. Quizá.

Ciudadanos tiene la remota posibilidad de convertirse, gradualmente, en el partido de la derecha española. Remota he dicho, pero no imposible. Todo dependerá del comportamiento que tenga a partir de ahora y de lo que intente ser «cuando esto pase».

3.--- Cuando esto pase –ya lo hemos dicho— la economía estará «sola, fané y descangayada». Es necesario, pues, que se produzcan dos elementos: a) un clima político, cada cual con sus señas de identidad, de colaboración, de colaboración antagonista, si se quiere; y b) un Pacto social de Reconstrucción  del país. Doctores tiene la Iglesia, pero –dispensen la intromisión--  o se va por ese (o parecido) camino o nos vamos a tomar por saco.

4.--- Pieza clave de la arquitectura de ese Pacto son los sindicatos y las organizaciones empresariales. Por supuesto, también la Administración. Un pacto que debería empezar ahora, ahora mismo. Aclaro: ese ´ahora mismo´ sería el de la creación de un grupo de trabajo (sindicatos, patronal y Administración) para recopilar los datos que van apareciendo. O sea, el cuaderno de bitácora.


Nota.--  Ayer, cuando intentaba introducir en los links de este blog unas nuevas conexiones mis octogenarios dedos tropezaron con algo. Total, que desaparecieron todas las conexiones. Les aseguro que se irán reponiendo. Ya saben ustedes que hay más días que longanizas. 



viernes, 27 de marzo de 2020

El ejército ruso entra en el norte de Italia


Lo que no pudieron ver Peppone, el alcalde comunista, y don Camilo, el cura párroco y ni siquiera se le hubiera ocurrido a Giovanni Guareschi: la entrada de un convoy del ejército ruso en Italia. A excepción de La Vanguardia, Enric Juliana mediante, no lo he visto en los periódicos más influyentes de Sefarad. Hay que cuidar que la Unión Europea no se enfade.

No es la guerra fría, ni siquiera tibia. Es el resultado de un hábil regate de la diplomacia italiana que ha conseguido que Rusia, a través del ejército, le mande material sanitario. La Unión Europea queda retratada. Es el perro del hortelano: ni hace ni deja hacer. Rafael Rodríguez Alconcchel, de santaferina nación, exclama sobre el particular en las redes sociales: «Los euroescépticos se frotan las manos». La Unión Europea es un tropel de gobiernos donde rige la vieja máxima: donde manda patrón no manda marinero.

Ahora vendrán las críticas al gobierno italiano y no faltarán quienes digan que se ha puesto de rodillas ante Putin. Naturalmente, los más vociferantes serán  quienes menos han echado una mano a los italianos. La Unión Europea callará para que sus vergüenzas no salgan demasiado a relucir. Hay que ocultar los palominos de sus ilustres gallumbos.

El gobierno italiano no tenía más remedio que acudir a quien le pudiera proporcionar socorro. Putin, un bribón de mucho cuidado, ha aprovechado la oportunidad: las necesidades de Italia y la abulia de la Unión Europea.

Y nosotros, altaneros, presumiendo de primer mundo. Pero en esta ocasión, ha sido el personal sanitario cubano quien –llamado también por el gobierno italiano--  se ha presentado en Roma. No de verde oliva, sino todo vestido de blanco. La Unión Europea en la inopia. Voluntariamente en la inopia. Su cometido está siendo la locuacidad vacua. En la Vega de Granada diríamos que caca de la vaca.

Es pronto para sacar conclusiones. La entrada de un convoy militar ruso en Italia no es una anécdota. Tendrá sus consecuencias que ya se irán viendo.

P/S.---  El desierto de los tártaros es el blog que todavía no puede ser comentado y celebrado en tabernas y barberías por aquello del «confinamiento social».  No importa, se encuentra en este ciberkiosko  https://desiertodelostartaros.com/


jueves, 26 de marzo de 2020

Torra y de Gispert, esa alucinada pareja



Nuria de Gispert, conspicua exponente del independentismo (sector de sacristía)  ha vuelto a sacar sus incorregibles dedos a pasear por los teclados de twiter. Su argumento: si Cataluña fuera independiente, en esta crisis morirían menos catalanes.  

El post de Paco Rodríguez de Lecea en su blog Punto y Contrapunto me ahora mis comentarios. Esta señora hace tiempo que se ha impuesto la penitencia de arremeter contra todo lo humano que huela a España posiblemente para hacerse perdonar sus pecadillos de juventud y primera madurez. Es la fe, real o aparente, de los marranos para hacer estridentemente explícito que su conversión (en este caso al independentismo) fue sincera. La fe de todos los carboneros del mundo.

La Vanguardia es un periódico que para ciertas cuestiones me parece altamente fiable. Todo (o casi todo) se mira con atención. Por ejemplo: «La Generalitat tarda diez días en parar sus obras pese a pedir el confinamiento total», afirma el rotativo barcelonés en la edición de hoy.

A ver si lo entiendo: el diligente Torra exige al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que cierre a cal y canto toda la geografía. Un gigantesco compartimento estanco. Pero lo que depende de él mismo –del pastueño Torra— ni mentarlo: lo que exige a los demás no se lo aplica a sí mismo. O peor todavía: como no se le hace caso denuncia al Gobierno ante las autoridades de Bruselas. Que, con desacostumbrada presteza, responden apoyando a Sánchez. Eso es ir por lana y salir trasquilado.

En todo caso, me malicio, que las críticas del laborioso Torra son una especie de chantaje. Más referida a las cuestiones de intendencia que a las propiamente políticas. Algo parecido a la gramática parda incipiente que aprenden los niños chicos: quien no llora no mama. 

Torra o la personificación de la incompetencia disfrazada de militancia espasmódica al servicio del independentismo cátaro. De Gispert o la encarnación de la irascibilidad e una anciana que aprendió esas malas artes en un colegio de monjas y depuró su estilo en aquella sacristía democristiana. Los dos –tanto monta, monta tanto— son la expresión de la decadencia de un sector de la sociedad catalana, el de las diversas militancias independentistas.

P/S.---  Salgo al balcón cada dos horas a mirar en lontanaza diez minutos, es bueno para la vista. Y de paso tomo el Sol, es aconsejable recargar vitaminas.

Oído cocina. Ha aparecido un blog realmente insólito. Se llama El desierto de los tártaros. Según parece sus autores –mediante el uso del olvidado género epistolar--  intentan reflexionar sobre algunos asuntos de y en estos tiempos del cólera y de la cólera.
https://desiertodelostartaros.com/


miércoles, 25 de marzo de 2020

El Estado y el caos


Nota de Metiendo bulla. En Campo abierto y este blog publican estos comentarios.


Escribe Javier Aristu


Estoy conversando con amigos vía internet sobre el asunto del Estado a propósito de esta pandemia y de las consecuencias que tendrá en el futuro. Les mando esta reflexión.

El diario El País publica un reportaje a propósito del relato En el corazón del bosque de Jean Hegland que acaba de ser publicada en español. El relato, que no he leído y no sé si lo haré en el futuro, habla de una situación de crisis apocalíptica a partir del corte de suministro eléctrico en todo un país y cómo tienen que sobrevivir dos hermanas aisladas en medio de un bosque, sin  ninguna conexión con otros seres humanos. La situación se asemeja a una situación de caos. Nos transmite el periodista: «Su novela es claramente una novela de transición en la que el orden ha desaparecido pero en la que aún no se ha impuesto ningún nuevo orden».
Aquí tenemos el asunto del día: el orden. Un orden que desaparece y otro que todavía no acaba de aparecer. ¿Es este el momento en el que estamos? Sí y No. Me inclino más por el segundo, por el No. Van a cambiar muchas cosas, sin duda, muchas de nuestras actitudes y formas de vida y de relaciones sociales van a transformarse. Pero no estamos ante una modificación decisiva y nuclear del orden humano que venimos viviendo desde hace varias décadas. Y en ese orden humano la función del Estado es fundamental, aunque no es la única función fundamental para nuestra convivencia pacífica y colaborativa. Hay muchos otros factores que nos ayudan a vivir en comunidad. El Estado no se queda fuera de ese conjunto.
Miremos lo que está pasando. Es una cruda realidad que la gente muere de forma inesperada, acelerada y sin remedio. No muere como moscas, a millones, como sí ocurrió con la gripe española; pero la gente se está muriendo por miles. Están fallando ciertos dispositivos sanitarios (falta personal, faltan equipos, faltan servicios, faltan mascarillas, faltan sistemas de protección de ese dispositivo sanitario) pero el sistema está respondiendo más o menos de manera adecuada (poned vosotros la cantidad de más y de menos). Los sistemas de seguridad en las calles, en los sistemas generales del país, los sistemas de suministro de energía, de alimentación, de transportes de mercancías, están respondiendo más o menos bien. (Ídem). Es decir, no se ha producido una situación de caos como nos refleja toda esa literatura apocalíptica que comenzó a surgir a partir de los últimos cincuenta años y que es hoy literatura de masas. La diferencia entre las situaciones planteadas en La carretera, de Cormac McCarthy, o Apocalipsis, de Stephen King, y la nuestra actual, en España, en Francia, en Italia, en EE. UU., etc., es que no se producen situaciones de caos porque hay un Estado que está funcionando y ejecutando los fines para los que fue instituido. Otra cosa es que ese funcionamiento sea mejor o peor. Y, también, porque se ha construido un modelo de vida asociativa que con todos sus defectos y déficits es capaz de responder con dosis de responsabilidad, solidaridad y empatía a las demandas de la situación.
Dos incógnitas de esta situación no han quedado despejadas: una) qué va a pasar con los procesos económicos, su evolución y las respuestas que se den tanto desde los mercados (sociedad) como desde las instituciones (Estados y autoridades mundiales). Y dos) qué va a pasar en la India. En este inmenso país, su gobierno ha ordenado hoy a sus más de mil millones de habitantes que permanezcan confinados en sus casas, como medida para impedir la extensión del virus. Ya no estamos ante el confinamiento de una ciudad como Wuhan, con sesenta millones de habitantes. India es un país ya de primer nivel, una potencia no solo demográfica. Cómo vayan a evolucionar y actuar esos mil trescientos millones de ciudadanos será interesante de ver. Para comprobar cómo funciona una sociedad y cómo funciona un Estado en momentos de crisis global.