José Luis
López Bulla
Reeditamos “por
entregas” el texto de la Conferencia en
la Facultad de Ciencias Sociales y del Trabajo. Universidad de Zaragoza. 18
Octubre 2011.
Tercer tranco
A finales del siglo XIX y muy principios del XX se puede constatar que el movimiento sindical es ya un fenómeno mundial, aunque desigualmente estructurado. Y ya empiezan a celebrarse los congresos sindicales internacionales. Lo más relevante sigue siendo el sindicalismo inglés que ahora está acompañado por el alemán, los norteamericanos y canadienses. Podemos hablar, con todas las cautelas de rigor, que ya han pasado los tiempos del protosindicalismo y del asociacionismo con tintes gremialistas. Se fundan las Camere del Lavoro italianas y la UGT española con las Casas del Pueblo, se fundan bibliotecas populares, masas corales, y toda una gigantesca panoplia que relató Bertolucci en su célebre película Novecento. Más todavía, empiezan a surgir especialmente en Inglaterra mecanismos institucionales de mediación del conflicto sociales, una experiencia que, tomada por los italianos, tendrá su más colorida expresión en la institución de los probiviri: los hombres buenos que mediaban para la solución de cada conflicto. Ahora bien, lo más significativo fueron las conquistas sociales que el sindicalismo alemán conquista en ese periodo finisecular: son las leyes del seguro público de salud, de accidentes de trabajo, de pensiones por discapacidad y las jubilaciones. Que promulgara Bismarck con la idea de separar a los trabajadores de la influencia del Partido socialdemócrata.
El sindicalismo se encuentra ahora ante nuevos desafíos: la aparición de la gran industria --que en el caso alemán, por ejemplo— se desarrolla en un tiempo veloz, surgen los grandes trusts monopolistas y una, cada vez mayor, relación de las industrias con los capitales financieros. Inglaterra, en esas condiciones, aunque sigue siendo (por así decirlo) la reina de los mares, observa cómo los Estados Unidos empiezan a disputarle muy seriamente esa primacía, y determinados sectores industriales (por ejemplo, la Química) interfieren el poderío británico. Está cantada una feroz lucha por los mercados de marcado carácter imperialista que va poniendo en un brete el carácter internacionalista de las organizaciones sindicales del Estado nacional.
Es un periodo convulso para el movimiento sindical y el pensamiento socialista europeo. De un lado, la primera década del siglo XX se caracteriza por una explosión de huelgas generales en Europa, también en España (concretamente en Barcelona); de otro lado, se abre una áspera disputa en el socialismo europeo sobre el desarrollo económico a cargo de dos grandes personalidades alemanas: Kaustky, todavía como jefe indiscutido de los marxistas ortodoxos, y Eduard Berstein, cabeza de filas de los, por decirlo esquemáticamente pero sin connotación ideológica, revisionistas. El sindicalismo alemán, como Jano bifronte, opta por una síntesis acomodaticia: oficialmente, en la literatura, son marxistas ortodoxos; en la práctica, se orientan con desparpajo hacia el revisionismo, insisto que no le doy a este término la tradicional connotación leninista.
Mientras tanto, un capitán de industria Frederic W. Taylor, ingeniero y economista norteamericano, va experimentando una nueva organización del trabajo que expuso ampliamente en su obra “Principles of Scientific Management” (1912), que será esencial a lo largo y ancho del pasado siglo. En menos que canta un gallo este libro se dio a conocer en todo el mundo, ya que el ingeniero estableció unas potentes redes de información con las universidades, facultades y centros de estudio de todo el planeta. Me permito un inciso: en realidad lo que el ingeniero americano plantea es una reactualización, eliminando el paternalismo y, en cierta medida, el humanismo, de las propuestas del científico francés Charles Dupont (1784 - 1873) que un estudioso como Taylor conocía sin lugar a dudas, pero al que nunca citó: son las cosas de algunos académicos. El taylorismo y posteriormente su maridaje con el fordismo abre un nuevo movimiento tectónico en la cultura del movimiento sindical e incluso de la política.
Los principios que caracterizan el taylorismo --en la industria, en los servicios y en las administraciones públicas-- son los siguientes: 1) Estudio de los movimientos del trabajador mediante su descomposición para seleccionar los "movimientos útiles", incluso los de tipo instintivo; todo ello con el fin de reconstruir la cantidad de trabajo veloz, exigible a cada trabajador, de manera que pueda mantener su ritmo durante muchos años sin estar fatigado. 2) Concentración de todos los elementos del conocimiento, del "saber hacer" --que en el pasado estuvieron en manos de los obreros-- en el management. Este deberá clasificar las informaciones y sintetizarlas; de todo ello sacará los elementos del conocimiento, las leyes, reglas y normas. 3) La substracción de todo el trabajo intelectual en el reparto de la producción, situándolo en los centros de planificación, con la separación "funcional" --entre concepción, proyecto y ejecución-- entre el centro del saber y la prestación ejecutiva e individual de cada trabajador que está aislado de todo grupo o colectivo. 4) Una minuciosa preparación, por parte del manager, del trabajo que hay que hacer y las reglas para facilitar su ejecución. Se elimina el "saber hacer" del trabajador que está substituido por las órdenes del manager; al trabajador se le especifica no sólo lo que hay que hacer sino cómo es necesario hacerlo y el tiempo fijado para ello. En definitiva, por lo que acabamos de ver, nos encontramos con un sistema organizacional que vincula estrechamente los fines y las formas. Parece claro que el ingeniero Taylor consolida determinadas tendencias ya observadas por Marx en sus aproximaciones a la relación hombre-máquina y organización del trabajo.
Así pues el taylorismo concreta el refinamiento más apabullante en la historia del trabajo humano de la interdependencia entre máquina, funcionamiento de la máquina y conducta humana, no concebido a la medida de la persona. Se trata, pues, de un sistema compacto que une en un todo la economía, la técnica y la ciencia aplicada y que guía en gran medida los comportamientos humanos.
Lo anteriormente dicho conforma el carácter orgánico del taylorismo, que fue elevado a la categoría de organización científica del trabajo no sólo por sus padres fundadores sino indistintamente por gentes tan contrapuestas como Lenin, Louis-Ferdinand Céline, Hitler, Henri Ford e, incluso, Antonio Gramsci; más todavía, como la única organización científica del trabajo por los siglos de los siglos y sin ningún tipo de alternativa contrapuesta al núcleo duro de su carácter orgánico. Dicho eterno "carácter científico" explicaba, según sus apologetas más extremistas, que la existencia de sujetos de control democrático de dicha organización de la producción era innecesaria y distorsionadora. Es suficientemente conocida la formulación de Taylor: "Los problemas relativos al estudio de los tiempos y la organización del trabajo se refieren a cuestiones científicas que no pueden estar sujetas a la actividad sindical". Un constructo que es elevado a categoría de teorema.
En los primeros andares del taylorismo los trabajadores y los sindicatos se opusieron a él. Incluso la poderosa CGT francesa le puso la proa … hasta que Lenin sacó el incienso. Nuestro abuelo Rabaté, un conspicuo dirigente de los metalúrgicos franceses, puso al taylorismo de vuelta y media. Cuando habló Vladimir Illich, ante la sorpresa general del público, lo bendijo con el mayor desparpajo de la subalternidad lassalleana. De aquellos polvos vinieron los lodos posteriores. El movimiento sindical mayoritario no criticaría nunca el “uso” del taylorismo sino su “abuso”. Lo que marcó profundamente toda una serie de sucesivas impotencias del sindicalismo y la izquierda política que –a lo largo del siglo XX— han coexistido con el carácter emancipatorio de tales sujetos sociales y políticos. Digamos, pues, que la historia de los movimientos sindicales en el pasado siglo se ha caracterizado, en mi opinión, por la coexistencia con el uso del taylorismo y su confrontación radical contra el abuso de dicho sistema de organización. Tan sólo encontraremos voces contrarias en los sindicalistas woobly y el movimiento consejista europeo; también Rosa Luxemburgo y Simone Weil, dos mujeres que representan la (diversa) “izquierda vencida” y en el mundo del cine la siempre obra maestra “Tiempos modernos” de Chaplin.
Pero el taylorismo no fue sólo un sistema de trabajo industrial. Mary Pattison escribió un libro, precisamente prologado por el mismo Taylor, “Los principios de la ingeniería doméstica” en el que las ideas de eficacia son aplicadas, incluso, a la forma de decorar, amueblar y organizar la propia vivienda. También el arquitecto Le Corbusier quería construir sus casas siguiendo los principios de la llamada racionalización científica
Decíamos que el movimiento sindical ha sido un formidable instrumento de tutela, pero no de transformación del trabajo asalariado. Cuestión ésta que retomaremos al final de nuestra conversación.
La gran pareja de hecho en la gran industria ha sido el taylorismo-fordismo, esto es, la alianza entre Taylor y el primer Ford. La cadena de producción pasa a ser (nos permitimos la licencia) el agente principal de la gran industria tomando el relevo a la máquina de vapor de Watt.
Me permito describir, grosso modo, los rasgos del fordismo:
Aumento de la división del trabajo y producción en serie e indiferenciada cuyo ejemplo más conspicuo es el coche Modelo T.
Profundización del control de los tiempos productivos del obrero (vinculación tiempo/ejecución).
Reducción de costos y aumento de la circulación de la mercancía (expansión interclasista de mercado) e interés en el aumento del poder adquisitivo de los asalariados.
Como no podía se de otra manera, así las cosas, se va consolidando la hegemonía norteamericana en lo atinente al gobierno de la fábrica así en los sistemas de organización del trabajo como en las técnicas manageriales con la importante ayuda de la sociología industrial y la psicología: los nombres de Elton Mayo y posteriormente Daniel Bell y Peter Drucker son representantivos de esas disciplinas.
Y en ese estado se va conformando una transformación tanto del trabajo asalariado como del productor que generarán nuevas chansons de geste: empieza a tomar forma una nueva vertebración orgánica del sindicalismo, esto es, su radicación física en el centro de trabajo como elemento central de su función tutelar en las condiciones de trabajo y de vida. Por ejemplo, la reducción de la jornada laboral se convierte en un banderín de enganche en el centro de trabajo; va tomando cuerpo la necesidad de la nueva vertebración orgánica en la fábrica; se van concretando, además, las obligadas auto reformas organizativas que, en España, se concretan con las propuestas de Joan Peiró en el famoso Congreso de Sans de la CNT: el traslado de los sindicatos de oficio a las federaciones industriales.
Digamos, pues, que el sindicalismo empieza a construir –de manera desigual y con no pocos titubeos— su presencia orgánicamente estructurada en la fábrica. Ya no quiere ser un movimiento de lo que Marx definiera como trabajo abstracto, sino de productores en el centro de trabajo, en la esfera de la producción.
En ese paradigma que provoca el taylorismo-fordismo surge una nueva disciplina jurídica, el Derecho del Trabajo que, desde sus inicios, provoca una discontinuidad en la relación entre el Derecho y las recientemente llamadas industrials relations, un término acuñado por el matrimonio Webb (que nosotros hemos dado en llamar relaciones laborales). A mi entender, los sindicalistas somos poco conscientes del gran papel que ha jugado el iuslaboralismo y del que, ahora con nuevas dificultades, sigue teniendo. Ahora bien, conviene precisas algunas cosas, siguiendo la palabra de los grandes maestros de dicha disciplina, Umberto Romagnoli. “El Derecho del Trabajo no nace para cambiar el mundo, sino para volverlo más aceptable”. Más todavía, se caracteriza por “dar y, simultáneamente, quitar la palabra a los trabajadores”, lo que le confiere una naturaleza anfibia. Lo que, todo hay que decirlo, no resta importancia a los padres (en sus orígenes tampoco tuvo madres, ni se preocupó de la mujer en tanto que tal) que, desde la República de Weimar organizaron los primeros andares del Derecho del Trabajo. También al final de nuestra conversación hablaremos de estos asuntos.
A finales del siglo XIX y muy principios del XX se puede constatar que el movimiento sindical es ya un fenómeno mundial, aunque desigualmente estructurado. Y ya empiezan a celebrarse los congresos sindicales internacionales. Lo más relevante sigue siendo el sindicalismo inglés que ahora está acompañado por el alemán, los norteamericanos y canadienses. Podemos hablar, con todas las cautelas de rigor, que ya han pasado los tiempos del protosindicalismo y del asociacionismo con tintes gremialistas. Se fundan las Camere del Lavoro italianas y la UGT española con las Casas del Pueblo, se fundan bibliotecas populares, masas corales, y toda una gigantesca panoplia que relató Bertolucci en su célebre película Novecento. Más todavía, empiezan a surgir especialmente en Inglaterra mecanismos institucionales de mediación del conflicto sociales, una experiencia que, tomada por los italianos, tendrá su más colorida expresión en la institución de los probiviri: los hombres buenos que mediaban para la solución de cada conflicto. Ahora bien, lo más significativo fueron las conquistas sociales que el sindicalismo alemán conquista en ese periodo finisecular: son las leyes del seguro público de salud, de accidentes de trabajo, de pensiones por discapacidad y las jubilaciones. Que promulgara Bismarck con la idea de separar a los trabajadores de la influencia del Partido socialdemócrata.
El sindicalismo se encuentra ahora ante nuevos desafíos: la aparición de la gran industria --que en el caso alemán, por ejemplo— se desarrolla en un tiempo veloz, surgen los grandes trusts monopolistas y una, cada vez mayor, relación de las industrias con los capitales financieros. Inglaterra, en esas condiciones, aunque sigue siendo (por así decirlo) la reina de los mares, observa cómo los Estados Unidos empiezan a disputarle muy seriamente esa primacía, y determinados sectores industriales (por ejemplo, la Química) interfieren el poderío británico. Está cantada una feroz lucha por los mercados de marcado carácter imperialista que va poniendo en un brete el carácter internacionalista de las organizaciones sindicales del Estado nacional.
Es un periodo convulso para el movimiento sindical y el pensamiento socialista europeo. De un lado, la primera década del siglo XX se caracteriza por una explosión de huelgas generales en Europa, también en España (concretamente en Barcelona); de otro lado, se abre una áspera disputa en el socialismo europeo sobre el desarrollo económico a cargo de dos grandes personalidades alemanas: Kaustky, todavía como jefe indiscutido de los marxistas ortodoxos, y Eduard Berstein, cabeza de filas de los, por decirlo esquemáticamente pero sin connotación ideológica, revisionistas. El sindicalismo alemán, como Jano bifronte, opta por una síntesis acomodaticia: oficialmente, en la literatura, son marxistas ortodoxos; en la práctica, se orientan con desparpajo hacia el revisionismo, insisto que no le doy a este término la tradicional connotación leninista.
Mientras tanto, un capitán de industria Frederic W. Taylor, ingeniero y economista norteamericano, va experimentando una nueva organización del trabajo que expuso ampliamente en su obra “Principles of Scientific Management” (1912), que será esencial a lo largo y ancho del pasado siglo. En menos que canta un gallo este libro se dio a conocer en todo el mundo, ya que el ingeniero estableció unas potentes redes de información con las universidades, facultades y centros de estudio de todo el planeta. Me permito un inciso: en realidad lo que el ingeniero americano plantea es una reactualización, eliminando el paternalismo y, en cierta medida, el humanismo, de las propuestas del científico francés Charles Dupont (1784 - 1873) que un estudioso como Taylor conocía sin lugar a dudas, pero al que nunca citó: son las cosas de algunos académicos. El taylorismo y posteriormente su maridaje con el fordismo abre un nuevo movimiento tectónico en la cultura del movimiento sindical e incluso de la política.
Los principios que caracterizan el taylorismo --en la industria, en los servicios y en las administraciones públicas-- son los siguientes: 1) Estudio de los movimientos del trabajador mediante su descomposición para seleccionar los "movimientos útiles", incluso los de tipo instintivo; todo ello con el fin de reconstruir la cantidad de trabajo veloz, exigible a cada trabajador, de manera que pueda mantener su ritmo durante muchos años sin estar fatigado. 2) Concentración de todos los elementos del conocimiento, del "saber hacer" --que en el pasado estuvieron en manos de los obreros-- en el management. Este deberá clasificar las informaciones y sintetizarlas; de todo ello sacará los elementos del conocimiento, las leyes, reglas y normas. 3) La substracción de todo el trabajo intelectual en el reparto de la producción, situándolo en los centros de planificación, con la separación "funcional" --entre concepción, proyecto y ejecución-- entre el centro del saber y la prestación ejecutiva e individual de cada trabajador que está aislado de todo grupo o colectivo. 4) Una minuciosa preparación, por parte del manager, del trabajo que hay que hacer y las reglas para facilitar su ejecución. Se elimina el "saber hacer" del trabajador que está substituido por las órdenes del manager; al trabajador se le especifica no sólo lo que hay que hacer sino cómo es necesario hacerlo y el tiempo fijado para ello. En definitiva, por lo que acabamos de ver, nos encontramos con un sistema organizacional que vincula estrechamente los fines y las formas. Parece claro que el ingeniero Taylor consolida determinadas tendencias ya observadas por Marx en sus aproximaciones a la relación hombre-máquina y organización del trabajo.
Así pues el taylorismo concreta el refinamiento más apabullante en la historia del trabajo humano de la interdependencia entre máquina, funcionamiento de la máquina y conducta humana, no concebido a la medida de la persona. Se trata, pues, de un sistema compacto que une en un todo la economía, la técnica y la ciencia aplicada y que guía en gran medida los comportamientos humanos.
Lo anteriormente dicho conforma el carácter orgánico del taylorismo, que fue elevado a la categoría de organización científica del trabajo no sólo por sus padres fundadores sino indistintamente por gentes tan contrapuestas como Lenin, Louis-Ferdinand Céline, Hitler, Henri Ford e, incluso, Antonio Gramsci; más todavía, como la única organización científica del trabajo por los siglos de los siglos y sin ningún tipo de alternativa contrapuesta al núcleo duro de su carácter orgánico. Dicho eterno "carácter científico" explicaba, según sus apologetas más extremistas, que la existencia de sujetos de control democrático de dicha organización de la producción era innecesaria y distorsionadora. Es suficientemente conocida la formulación de Taylor: "Los problemas relativos al estudio de los tiempos y la organización del trabajo se refieren a cuestiones científicas que no pueden estar sujetas a la actividad sindical". Un constructo que es elevado a categoría de teorema.
En los primeros andares del taylorismo los trabajadores y los sindicatos se opusieron a él. Incluso la poderosa CGT francesa le puso la proa … hasta que Lenin sacó el incienso. Nuestro abuelo Rabaté, un conspicuo dirigente de los metalúrgicos franceses, puso al taylorismo de vuelta y media. Cuando habló Vladimir Illich, ante la sorpresa general del público, lo bendijo con el mayor desparpajo de la subalternidad lassalleana. De aquellos polvos vinieron los lodos posteriores. El movimiento sindical mayoritario no criticaría nunca el “uso” del taylorismo sino su “abuso”. Lo que marcó profundamente toda una serie de sucesivas impotencias del sindicalismo y la izquierda política que –a lo largo del siglo XX— han coexistido con el carácter emancipatorio de tales sujetos sociales y políticos. Digamos, pues, que la historia de los movimientos sindicales en el pasado siglo se ha caracterizado, en mi opinión, por la coexistencia con el uso del taylorismo y su confrontación radical contra el abuso de dicho sistema de organización. Tan sólo encontraremos voces contrarias en los sindicalistas woobly y el movimiento consejista europeo; también Rosa Luxemburgo y Simone Weil, dos mujeres que representan la (diversa) “izquierda vencida” y en el mundo del cine la siempre obra maestra “Tiempos modernos” de Chaplin.
Pero el taylorismo no fue sólo un sistema de trabajo industrial. Mary Pattison escribió un libro, precisamente prologado por el mismo Taylor, “Los principios de la ingeniería doméstica” en el que las ideas de eficacia son aplicadas, incluso, a la forma de decorar, amueblar y organizar la propia vivienda. También el arquitecto Le Corbusier quería construir sus casas siguiendo los principios de la llamada racionalización científica
Decíamos que el movimiento sindical ha sido un formidable instrumento de tutela, pero no de transformación del trabajo asalariado. Cuestión ésta que retomaremos al final de nuestra conversación.
La gran pareja de hecho en la gran industria ha sido el taylorismo-fordismo, esto es, la alianza entre Taylor y el primer Ford. La cadena de producción pasa a ser (nos permitimos la licencia) el agente principal de la gran industria tomando el relevo a la máquina de vapor de Watt.
Me permito describir, grosso modo, los rasgos del fordismo:
Aumento de la división del trabajo y producción en serie e indiferenciada cuyo ejemplo más conspicuo es el coche Modelo T.
Profundización del control de los tiempos productivos del obrero (vinculación tiempo/ejecución).
Reducción de costos y aumento de la circulación de la mercancía (expansión interclasista de mercado) e interés en el aumento del poder adquisitivo de los asalariados.
Como no podía se de otra manera, así las cosas, se va consolidando la hegemonía norteamericana en lo atinente al gobierno de la fábrica así en los sistemas de organización del trabajo como en las técnicas manageriales con la importante ayuda de la sociología industrial y la psicología: los nombres de Elton Mayo y posteriormente Daniel Bell y Peter Drucker son representantivos de esas disciplinas.
Y en ese estado se va conformando una transformación tanto del trabajo asalariado como del productor que generarán nuevas chansons de geste: empieza a tomar forma una nueva vertebración orgánica del sindicalismo, esto es, su radicación física en el centro de trabajo como elemento central de su función tutelar en las condiciones de trabajo y de vida. Por ejemplo, la reducción de la jornada laboral se convierte en un banderín de enganche en el centro de trabajo; va tomando cuerpo la necesidad de la nueva vertebración orgánica en la fábrica; se van concretando, además, las obligadas auto reformas organizativas que, en España, se concretan con las propuestas de Joan Peiró en el famoso Congreso de Sans de la CNT: el traslado de los sindicatos de oficio a las federaciones industriales.
Digamos, pues, que el sindicalismo empieza a construir –de manera desigual y con no pocos titubeos— su presencia orgánicamente estructurada en la fábrica. Ya no quiere ser un movimiento de lo que Marx definiera como trabajo abstracto, sino de productores en el centro de trabajo, en la esfera de la producción.
En ese paradigma que provoca el taylorismo-fordismo surge una nueva disciplina jurídica, el Derecho del Trabajo que, desde sus inicios, provoca una discontinuidad en la relación entre el Derecho y las recientemente llamadas industrials relations, un término acuñado por el matrimonio Webb (que nosotros hemos dado en llamar relaciones laborales). A mi entender, los sindicalistas somos poco conscientes del gran papel que ha jugado el iuslaboralismo y del que, ahora con nuevas dificultades, sigue teniendo. Ahora bien, conviene precisas algunas cosas, siguiendo la palabra de los grandes maestros de dicha disciplina, Umberto Romagnoli. “El Derecho del Trabajo no nace para cambiar el mundo, sino para volverlo más aceptable”. Más todavía, se caracteriza por “dar y, simultáneamente, quitar la palabra a los trabajadores”, lo que le confiere una naturaleza anfibia. Lo que, todo hay que decirlo, no resta importancia a los padres (en sus orígenes tampoco tuvo madres, ni se preocupó de la mujer en tanto que tal) que, desde la República de Weimar organizaron los primeros andares del Derecho del Trabajo. También al final de nuestra conversación hablaremos de estos asuntos.
Estamos, ya en las primeras décadas del siglo pasado, en unos momentos de
plomo para el sindicalismo. Luchas heroicas de los trabajadores que los
sindicatos no saben o no pueden encauzar en Europa; los movimientos consejistas
en Italia que desembocan en derrotas estridentes; el pistolerismo en Catalunya.
Las luchas más emblemáticas de aquellos tiempos fueron: las huelgas generales
en el Reino Unido, las ocupaciones de fábrica en Torino y, entre nosotros, la
famosa huelga de La Canadiense, todo un símbolo por la jornada de los Tres
Ochos: ocho horas de trabajo, ocho de ocio y ocho de descanso.
Como se ha dicho es un periodo convulso. La Gran guerra provoca una enorme conmoción en el movimiento socialista europeo que, mayoritariamente, vota los créditos de guerra y, ante el conflicto, se posiciona en función de los intereses belicistas de los gobiernos de turno; posterior escisión en los partidos socialistas que provocan la irrupción de los comunistas en la arena política que comporta ásperas divisiones en el seno de los sindicatos, mayoritariamente controlados por los socialistas. Periodo tremendo para el movimiento de los trabajadores y los sindicalismo de los Estados nacionales. Aparición del fascismo italiano y posteriormente el nazismo en Alemania que se concreta en una durísima represión contra todos los sujetos políticos y sociales que son ilegalizados. Sin olvidarnos del gran crack del 29 en Norteamérica cuyas consecuencias afectaron a medio mundo.
La única excepción en todo ese páramo es el sindicalismo de los países nórdicos y muy en especial el sueco. Que, desgraciadamente, no ha concitado apenas estudio entre los sindicalistas españoles de ayer y hoy. De hecho son ellos, junto al partido socialdemócrata, quienes ponen los cimientos de lo que más tarde conoceríamos como Estado de bienestar. Es más, antes de la Gran guerra consiguieron la jornada laboral de ocho horas. Ya en 1932 el sindicato y la patronal firman el famoso acuerdo de Saltsjöbaden, que establece un código práctico para regular la negociación colectiva y la regulación de las relaciones laborales y paulatinamente van consiguiendo una clara intervención en materias como el mercado laboral y las políticas sociales. Una de las personalidades de mayor relieve fue Ernst Wigfors con propuestas y realizaciones que más tarde popularizaría Keynes y otros en el Reino Unido. Más adelante también hablaremos de otras aportaciones del sindicalismo sueco.
Continuará mañana…
Como se ha dicho es un periodo convulso. La Gran guerra provoca una enorme conmoción en el movimiento socialista europeo que, mayoritariamente, vota los créditos de guerra y, ante el conflicto, se posiciona en función de los intereses belicistas de los gobiernos de turno; posterior escisión en los partidos socialistas que provocan la irrupción de los comunistas en la arena política que comporta ásperas divisiones en el seno de los sindicatos, mayoritariamente controlados por los socialistas. Periodo tremendo para el movimiento de los trabajadores y los sindicalismo de los Estados nacionales. Aparición del fascismo italiano y posteriormente el nazismo en Alemania que se concreta en una durísima represión contra todos los sujetos políticos y sociales que son ilegalizados. Sin olvidarnos del gran crack del 29 en Norteamérica cuyas consecuencias afectaron a medio mundo.
La única excepción en todo ese páramo es el sindicalismo de los países nórdicos y muy en especial el sueco. Que, desgraciadamente, no ha concitado apenas estudio entre los sindicalistas españoles de ayer y hoy. De hecho son ellos, junto al partido socialdemócrata, quienes ponen los cimientos de lo que más tarde conoceríamos como Estado de bienestar. Es más, antes de la Gran guerra consiguieron la jornada laboral de ocho horas. Ya en 1932 el sindicato y la patronal firman el famoso acuerdo de Saltsjöbaden, que establece un código práctico para regular la negociación colectiva y la regulación de las relaciones laborales y paulatinamente van consiguiendo una clara intervención en materias como el mercado laboral y las políticas sociales. Una de las personalidades de mayor relieve fue Ernst Wigfors con propuestas y realizaciones que más tarde popularizaría Keynes y otros en el Reino Unido. Más adelante también hablaremos de otras aportaciones del sindicalismo sueco.
Continuará mañana…
Nota.-- El otro día, cuando intentaba introducir en los links de
este blog unas nuevas conexiones mis octogenarios dedos tropezaron con algo. Total, que desaparecieron todas
las conexiones. Les aseguro que se irán reponiendo. Ya saben ustedes que hay
más días que longanizas.