Zapatero practica una ilusión bovina sirviendo a los mercados. Ahora se dispone a meterle mano a la negociación colectiva, aunque todavía no conste en pergamino alguno que los mercados se lo hayan pedido. Es igual: nuestro hombre se anticipa tan diligente como chotunamente.
No es una broma lo que se trae entre manos. Intenta meterle el diente a toda una serie de instrumentos que han caracterizado nuestra arquitectura negocial. Y lo hace no precisamente para darle fuerza a las vigas de ese gran edificio sino para desmochar aquello que ha servido de (asimétrica) compensación al poder unidireccional del empresario. Por ejemplo, la ultraactividad. Que se encuentra prevista por el artículo 86.3 del Estatuto de los Trabajadores y, hasta la fecha, ha permitido que los trabajadores no sufran alteraciones en sus condiciones de trabajo por falta de convención colectiva aplicable. Si tamaña operación sigue adelante parece claro que el convenio colectivo sufrirá una profunda metamorfosis y el ejercicio del conflicto se verá permanentemente enrarecido.
Esta es una vieja reivindicación empresarial. Para ser más concretos: del empresariado más retardatario. A quienes se les ríe las gracias no sabiendo nosotros, a estas alturas, en base a qué servicios prestados. O tal vez porque la ceja, habiendo perdido visiblemente no pocos apoyos, está a la recherche du temps perdu.
De la negociación colectiva sabemos dos cosas: primero, que nada de ella motivó la parte alícuota que tiene la crisis española en este diluvio universal; segundo, que sin lugar a dudas ese modelo –con todas sus imperfecciones-- es responsable en buena medida del relevante progreso económico en nuestro país. Así pues, la ilusión bovina de Zapatero, en este caso hacia el paradigma empresarial más antañón, apunta en realidad no a ser una medida anti crisis, sino a la desforestación de instrumentos (auténticos bienes democrácticos) para que, en la salida de la crisis y la actividad posterior, el empresariado disponga de mayores poderes. Descárteses, pues, la hipótesis de que Zapatero ha perdido la chaveta; no es precisamente la camisa de fuerza lo que necesita este caballero.
No es una broma lo que se trae entre manos. Intenta meterle el diente a toda una serie de instrumentos que han caracterizado nuestra arquitectura negocial. Y lo hace no precisamente para darle fuerza a las vigas de ese gran edificio sino para desmochar aquello que ha servido de (asimétrica) compensación al poder unidireccional del empresario. Por ejemplo, la ultraactividad. Que se encuentra prevista por el artículo 86.3 del Estatuto de los Trabajadores y, hasta la fecha, ha permitido que los trabajadores no sufran alteraciones en sus condiciones de trabajo por falta de convención colectiva aplicable. Si tamaña operación sigue adelante parece claro que el convenio colectivo sufrirá una profunda metamorfosis y el ejercicio del conflicto se verá permanentemente enrarecido.
Esta es una vieja reivindicación empresarial. Para ser más concretos: del empresariado más retardatario. A quienes se les ríe las gracias no sabiendo nosotros, a estas alturas, en base a qué servicios prestados. O tal vez porque la ceja, habiendo perdido visiblemente no pocos apoyos, está a la recherche du temps perdu.
De la negociación colectiva sabemos dos cosas: primero, que nada de ella motivó la parte alícuota que tiene la crisis española en este diluvio universal; segundo, que sin lugar a dudas ese modelo –con todas sus imperfecciones-- es responsable en buena medida del relevante progreso económico en nuestro país. Así pues, la ilusión bovina de Zapatero, en este caso hacia el paradigma empresarial más antañón, apunta en realidad no a ser una medida anti crisis, sino a la desforestación de instrumentos (auténticos bienes democrácticos) para que, en la salida de la crisis y la actividad posterior, el empresariado disponga de mayores poderes. Descárteses, pues, la hipótesis de que Zapatero ha perdido la chaveta; no es precisamente la camisa de fuerza lo que necesita este caballero.