Primer tranquillo
Quienes habían profetizado que
la reunión del Comité federal del PSOE acabaría como el rosario de la Aurora
con el apuñalamiento visigótico de Pedro Sánchez
deberían ser más cautos en sus próximas predicciones. Lo que ha sucedido es
justamente lo contrario: Sánchez, estando como están las cosas, no sólo ha
ganado, de momento, la batalla sino que ha salido fortalecido. Incluso el
estilo antipático de la editorial de El País de hoy lo
reconoce indirectamente. Y contrariamente podemos afirmar que los adversarios
de cabecera del secretario general salieron de la reunión visiblemente
mohínos. Es cierto que las conclusiones
de este encuentro no despejan necesariamente las incógnitas para la formación
de gobierno, pero en todo caso abren algunas hipótesis, al menos para explorar
sus posibilidades. Y, especialmente, ofrecen una constatación: que el joven
Sánchez no se arredra ante los movimientos del Gotha del partido. Al tiempo que recuerdan a Felipe González la vigencia
del antañón adagio: oiga, «cada maestrillo tiene su librillo».
Ya veremos en qué queda todo
este asunto. Ahora bien, nos interesa valorar la novedad que ha aparecido en
las conclusiones que Sánchez ha planteado: la militancia socialista dirá la
suya sobre el contenido de los pactos (si los hay) y sus protagonistas. Que
todavía el resultado de esa voz colectiva no sea vinculante –la decisión
definitiva está en el comité federal--
no impugna la novedad de la propuesta de Sánchez. Pero el máximo
organismo entre congresos se las verá y deseará para contaminar esa expresión
de la militancia. Es, pues, insólito que el viejo partido haya abierto esa vía
y creado ese precedente que anima a la militancia a desperezarse, a salir de «la
servidumbre voluntaria» de la que nos habló el joven La
Boétie.
Naturalmente, esta decisión es
la que recorre lo ancho y largo de la crítica de El País. Que es tachada de aventurerismo y comparada con los
hábitos de la CUP, sabiendo el editorialista hasta qué punto produce urticaria
en los estómagos de la política instalada el estilo cupero.
En resumidas cuentas, poco
importa si la propuesta de Sánchez es una jugarreta para descolocar a sus
íntimos adversarios: si logra conseguir pactos (y con quienes) es un mandato
inequívoco del pueblo socialista y, en la parte que le corresponde, Sánchez si
consigue sus objetivos aparece fortalecido. En caso contrario –vale decir, si
no logra lo que se propone-- él mismo se
siente autorizado a interpretar por qué.
Segundo tranquillo
Los grupos dirigentes han
practicado el centralismo vertical,
que algunos llamaron otrora «centralismo democrático», en clave de monopolio de
qué debía hacer la militancia en cualquier contingencia. El nuevo signo de los
tiempos ha puesto en entredicho esta dogmática, que ya ha empezado a hacer
aguas. Ahora empieza a emerger un notable fastidio ante el centralismo vertical
que reduce a los gobernados a mera prótesis de las diversas Torres del
Homenaje. De ahí la siempre escasa literatura que sostenga y fomente los
derechos individuales de cada afiliado. Lo que comporta que se ponga el acento
en los aspectos ´represivos´ cuando el inscrito se aparta de la ortodoxia que
crea el grupo dirigente y esté en precario el derecho de cada cual.
Entiendo que debe alargarse el
diapasón de los derechos del militante, en tanto que tal. De ahí que, en base a
este planteamiento, me hago venir interesadamente lo que sigue: ¿no ha llegado
el momento que, ante todo convenio colectivo, se defina estatutariamente que es
la afiliación la que debe pronunciarse sobre el particular? Máxime cuando
algunas organizaciones sindicales europeas –por ejemplo, los metalúrgicos
italianos de la FIOM--CGIL-- tienen reglado
que los afectados por su convenio deben tomar la palabra. Vale.