Escribe Ángel de las Rosas*
La
reciente sentencia del Tribunal Supremo ha sido valorada como injusta por parte
del independentismo y también por una parte de la sociedad catalana no
identificada con el proyecto independentista, pero situada críticamente frente
a la acción de los poderes estatales. Algún querido amigo me ha dicho: la
sentencia es injusta y punto; yo añadiría: y puntos suspensivos…
Las
movilizaciones de estos últimos días tienen como frontispicio movilizador la
calificada como injusticia de la sentencia, actuando como un marco mental que
ha puesto en marcha un mecanismo para sentir y vivir como injusta la decisión
del alto tribunal. Y puntos suspensivos… Se ha construido un sentimiento, que
recuerda, de alguna manera, aquella popular frase: “el Barça és més que un club”,
desgastada por la globalización de las marcas. Sin embargo, no debemos ignorar
que la respuesta a esta sentencia injusta es más que una respuesta a la
sentencia injusta. Y puntos suspensivos… Porque es obligatorio preguntarse:
¿cuál hubiera sido una sentencia justa?
Intuyo
que para la gente que se ha movilizado esta última semana de manera
multitudinaria y pacífica en términos generales la sentencia, fuera la decisión
judicial la que fuera, no hubiera sido calificada en ningún caso de justa.
Tampoco ni mucho menos para aquellos otros que han decidido que el pacifismo
que no ha cumplido las expectativas debía dar paso al enfrentamiento violento
en la calles. La sentencia ha sido adjetivada también de otras maneras:
monstruosa, irresponsable, etc. No soy jurista, pero ante el alud de
calificaciones me acojo a la interpretación del exfiscal José María Mena: ha sido desproporcionada y ha
adquirido una dimensión política. La respuesta a la sentencia injusta es más
que una respuesta a la sentencia injusta. Lo que habría supuestamente
representado no un punto y final sino unos puntos suspensivos, se ha presentado
como un principio. Se ha pasado del cabreo, de la utopía con sonrisa disponible
a los días de ira por una sentencia injusta.
En
Barcelona, metonimia de Catalunya estos días y casi siempre, han convivido
particularmente el cosmopolitismo del turismo masivo, las “merindades” de la
“Catalunya insurgent” con sus columnas organizadas, festivas y familiares, y la
escenificación de baja producción pero de alta intensidad de una revuelta en
las calles con eco del 68 versión 2.0., pardon,
pardon!
Un
analista de la situación concreta diría que en Barcelona han venido echando una
sesión continua de los últimos estrenos seriales: “Una disputa de banderas”,
“Rauxa i seny”, “Pragmatismo o postureo” y “Gorilas en la niebla”, con estreno,
eso sí, en todas las teles de España. Algunos afirmaron que el viernes 18-O
(para seguir empleando los códigos antiguos y modernos de bautizar una fecha
con números y letras) iba a ser un día histórico en Barcelona. Inciso: soy de
la opinión que la calificación de histórico/a desde hace tiempo desmerece los
acontecimientos dada la inflación de los llamados días históricos en el
calendario a lo largo de los últimos años: al final se conseguirá convertir la
crónica de hoja parroquial en Historia.
Bien,
iba diciendo que en ese 18-O coincidían dos acciones de protesta, por un lado,
una “huelga general” llamada “huelga general de país”, necesitada de dos
adjetivos para reforzar sus objetivos y ocultar los ribetes de lockout, y la
movilización de miles de personas que se concentrarían en una manifestación a
las 17 horas en el centro de la capital catalana. La primera, por las
informaciones de que disponemos ha tenido un seguimiento relativo,
relativamente escaso; la segunda, por las noticias que tenemos, ha sido masiva,
más de medio millón. Ha pasado algo en Barcelona. Pero también ha venido
echándose en sesión continua algo en Barcelona. La naturaleza de ese “algo” es
difusa.
En
primer lugar, convocar una huelga que ha sido un boicot a una sentencia, a
pesar de los apoyos gubernamentales con los que cuenta, y esto no es moco de
pavo. En segundo lugar, hemos tenido la confirmación de que “las masas” han
sido sustituidas por las “manifestaciones en masa”. Lo novedoso ha sido el
refinamiento alcanzado en la adopción de los principios del movimiento
intelectual francés del “Situacionismo”, la espectacularización de la política,
la política espectáculo. Ya se sabe de la tradicional influencia parisina en la
cultura catalana. Pero su traducción ha dado un resultado pobre, escaso,
escenas de patio de colegio: el ahora no se hablan ni se juntan, el
estira-i-arronsa (el tira y afloja), el y-ahora-qué… El confusionismo a destajo.
La construcción de una inflación de relatos con escaso correlación con la
realidad. Hoy el confusionismo emerge como una religión política propia del
procesismo, sin tener más que ribetes aparentes y de poco fondo en su
trasposición local del confucionismo oriental, al que se le hace un niño made
in Hong Kong. Confusionismo como religión de Estado o de (para)Estado. Ante
esta situación es la defensa del autogobierno lo que está en juego.
Esta
defensa es una posible vía para evitar que se abra la indignación de otra parte
de la sociedad catalana ante los indignados de esta semana. Por eso mismo
espero que PSOE demuestre que no sólo es el partido de la anti-derecha, sino
que también es un partido de izquierdas, porque a una situación que no es
similar no se puede ofrecer una respuesta análoga a la de octubre de 2017, por
mucha presión que se tenga. La defensa del autogobierno es lo que está en
juego. Por eso espero que ERC demuestre que no sólo es un partido muleta de la
derecha catalana, sino que es un partido de izquierdas, porque no se puede
ofrecer una respuesta análoga a una situación que no es similar. Lo que está en
juego es la defensa del autogovern. Sería necesario descartar el falso dilema
entre lo bueno y lo malo, lo blanco y lo negro..., es decir, entre un extremo y
otro. Cuanto más lejos está un acuerdo, más necesario se hace. Parole, parole,
parole…, vale, sí, son palabras, pero sin palabras no hay acuerdo, sin acuerdo
no se producirá un desempate. Palabras todavía. Para el acuerdo se necesitan
partes y contrapartes, propuestas y proyectos, fin de la visión cortoplacista,
esto es, de 1º de Marcelino Camacho. Lo que se exige es moderación y paciencia
como virtudes revolucionarias, algo que no excluye acción y decisión para que
cualquier cambio, no digo ya revolución, no alcance a los implicados reunidos echando
una mano de cartas, en sus ratos de asueto. Y como al parecer hoy estamos en la
onda de la moda parisina otoño-invierno: seamos irrealistas, pidamos lo
posible.
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Ángel de las Rosas, Doctor en Ciencias Marcelinocamachianas