Riccardo Terzi
Hemos elegido la imagen del viaje para representar nuestra
historia y nuestro trabajo. El Congreso es una etapa de este viaje, un momento
del tránsito que recoge las fuerzas y las ideas para el próximo futuro (1).
Pero sucede, con frecuencia, que podemos desviarnos de las más diversas
consideraciones contingentes, personales o de grupo, y entonces quedamos
atrapaddos en el juego infinito de los equilibrios y las conveniencias
burocráticas. Este es un error que no podemos permitirnos. Cuando estamos
convocados a un desafío muy alto, es indispensable cultivar el sentido de la
responsabilidad colectiva, reconociendo las diferencias y haciéndolas
intervenir en el interior de un marco unitario.
Todo alejamiento de esa regla no nos será perdonado. La unidad que
necesitamos no tiene nada de retórico: es el fatigoso trabajo de síntesis para
superar todas las unilateralidades y todas las parcialidades.
Este es el desafío del congreso: conducir nuestra unidad a un
nivel más elevado y abrir el diálogo y la colaboración con Csil y Uil.
“La fuerza de nuestro viaje”: en esta fórmula se sintetiza todo
el sentido de nuestro quehacer sindical, de nuestro ser una comunidad dotada de
sentido, de indentidad y de proyecto.
¿Hacia dónde viajamos? La respuesta no es obvia porque la
sociedad en la que vivimos está llena de incertidumbre y de inquietud. Ya no
funciona la idea de un movimiento histórico ascendente y progresivo, de un
camino que ya está trazado, incierto en sus pasajes pero seguro del objetivo
final. Esta es la idea de progreso que se ha convertido en problemática, y en
el horizonte parece destacarse no el reino de la libertad sino el dominio de la
técnica. Nuestro viajar es un movimiento hacia lo desconocido, un proceso
abierto a las salidas más diversas y el resultado está confiado a la libre
combinación de las fuerzas que intervienen y pugnan en este espacio abierto.
En este espacio de incertidumbre, si no queremos ser arrastrados
pasivamente por el curso de las cosas, debemos afinar y hacer transparente
nuestra subjetividad, la intencionalidad de nuestro quehacer. Tenemos necesidad de encontrar un hilo
conductor, de redescubir nuestras raíces, de actualizar nuestra historia y
nuestra memoria. Es en este ligamen de pasado y futuro donde damos forma a
nuestra identidad.
Podemos, entonces, afrontar las ondas de la actual crisis sin
sin quedar aplastados por un sentido
desesperado de derrota decidiendo ser supervivientes, testimonios de un tiempo
pasado o de experimentadores, constructores de un nuevo orden social. Si
tenemos un reto debemos aceptarlo, mirando a la realidad sin excusas ni resignación.
Hoy está de moda el culto a la velocidad, el misticismo de la
inventiva y la decisión. Matteo Renzi, que ocupa con éxito el centro de la
escena política, es el emblema de este religiosidad del hacer, de hacerlo todo
y rápido. Pero siguen sin resolverse dos cuestiones: hacia donde estamos
corriendo, hacia qué modelo social y quién decide la dirección de la marcha,
dónde está el lugar donde se decide, en un proceso democrático alargado o en un
restringido centro de mando. Creo que estamos en una violenta torsión de la
vida política, con el tránsito de la lógica de la representación a la de la
gobernabilidad. La política, si podemos
llamarla de esa manera, se reduce al hueso, al núcleo duro de la competición
por el poder. Marchitadas y devastadas las tradicionales identidades, sólo
cuenta el imperativo de vencer, y en esta lotería por el poder participan con
igual entusiasmo la derecha y la izquierda política.
Entre la esfera política y la social se abre una fosa y se pone en marcha una
dialéctica áspera entre el modelo
decisionista y el participativo, entre el poder y la representación. Todo el
tema de la autonomía asume, así, una nueva radicalidad, debiendo saber
intervenir en un contexto radicalmente nuevo como una potencia social que ya no
tiene espacios políticos donde apoyarse, que sólo puede contar con sus propias
fuerzas. Muchas veces nos hemos dejado atrapar en las tortuosidades de la
política, apareciendo como un eslabón del sistema de poder. Lo nuestro es un
viaje en lo social, en sus contradicciones y en sus sufrimientos, excavando
también en ese subsuelo emotivo y rabioso que toma las formas de la
antipolítica. Nuestra palabra no puede ser la de una oficialidad institucional
sino la del encuentro con las personas reales y sus vivencias concretas. Por eso necesitamos un nuevo modelo organizativo,
porque nuestra actual esctructura centralizada, vertical y jerárquica no puede
aprehener toda la compleja inquietud del
tejido social. Debemos orientar el baricentro hacia abajo y tomarnos en serio
la opción del territorio como el lugar
de un nuevo experimento social; debemos abrir el camino hacia una nueva
generación de cuadros, premiando la autonomía y no la obediencia, la innovación
y no la continuidad, el trabajo de frontera y no la carrera para ocupar las
posiciones de cúpula.
En el análisis crítico que debemos hacernos, a nosotros mismos,
la vara de medir es la eficacia. Así pues, debemos interrogarnos sobre las
razones de la distancia que se ha abierto entre los objetivos y los resultados,
sobre la escasa capacidad de incidir en los procesos reales. Esta es la señar
inquietante de una incipiente burocratización
cuando se oscurece la relación entre el medio y el fin, donde lo que
prevalece es la estabilidad de la estructura organizativa. Para desbloquear
esta situación es preciso intervenir tanto abajo que en lo alto, con la energía
de un fuerte impulso democrático y la construcción de un grupo dirigente que
esté a la altura de guiar el proceso de cambio, estableciendo en una relación
fecunda el momento de la espontaneidad y el de la dirección.
En la imagen del «viaje» hemos insertado el concepto de la
fuerza. Esta es exactamente la estrategia: acumulación de fuerzas, orientación
de los equilibrios y conquista de una posición hegemónica. La fuerza no la
mediremos en nuestro interior sino en nuestra relación con todo lo que está
fuera de nuestros confines. Esta es la confederalidad: no una prerrogativa
burocrática, reservada al grupo dirigente central, sino la capacidad de todo el
cuerpo de la organización, en cauquiera de sus
articulaciones, de mirar abiertamente el mundo que está fuera de
nosotros, partiendo de nuestra parcialidad, pero declinándola desde un punto de
vista general, universal, para ser una fuerza de propulsión de todo el proceso
democrático. Hoy, en medio de una
tumultuosa transformación, tenemos necesidad de esta visión alargada para
aprehener y representar el proceso social en toda su complejidad para entrar en
relación con las nuevas demandas, con las nuevas subjetividades, con todo lo
que se mueve en la sociedad real.
No estamos destinados al
aislamiento y la irrelevancia porque es todo un amplio territorio social
el que puede ser labrado y revitalizado. La fuerza del Sindicato de
Pensionistas Italianos es, en sí mismo, el instrumento de una defensa del
territorio. En el proceso de envejecimiento, social o individual, se refleja el nivel de civilidad del país, su
cualidad social. Es un gran tema político porque se trata de volver a proyectar
los tiempos y los espacios que regulan nuestra vida colectiva, aunque sobre
esta vertiente no se ve en la práctica ninguna velocidad en la iniciativa, sino
una total remoción.
En el modelo de la sociedad hipercompetitiva, los ancianos están
destinados a ser sólo un residuo marginal. Por ello, objeto de nuestra
negociación asume un relieve general, porque se trata de la calidad de vida
para todos, y de la plenitud de la ciudadanía, con iguales derechos y deberes
para todas las generaciones en una relación de intercambio y diálogo entre
jóvenes y ancianos.
No hay nada de corporativo en nuestra orientación. Quizás podamos
decir que nosotros somos los herederos de la gran política, el lugar donde
todavía es posible la pasión de las ideas, donde no hay separación entre el
hacer y el pensar, un lugar de sabiduría, un punto de equilibrio y
responsabilidad en la vida de la
CGIL.
En fin, el viaje es una experiencia colectiva, es “nuestro”
viaje. Es útil recordarlo en este época de narcisismo rampante, tan arrogante y
tan patético, en el que el individuo caba por ser totalmente vaciado. Nuestro
trabajo es la reconstrucción de la sociabilidad, de las ligaduras sociales,
para dar alma al espacio común de nuestra convivencia. La identidad está viva
si se sabe acoger e integrar las diferencias, mientras que por el contrario en
la clausura y la intolerancia se poducen indentidades muertas. Debemos ser los
portadores de una identidad viviente donde cada cual se realiza dentro de una
red alargada de relaciones y, entonces, nuestro viaje se convierte en el camino
de una sociedad entera que busca salir
de la crisis y volver a encontrar el sentido de una pertenencia común.
(Intervención de Riccardo
Terzi en el 29 Congreso del Sindicato de Pensionistas Italianos)
Traducción JLLB