José Luis
López Bulla
Introducción
Por supuesto, estamos en «tiempos neoliberales» como
dice el enunciado de este debate que ha organizado Orencio Osuna en www.espacio-publico.com,
y tiene como referencia el trabajo inicial de Joan Coscubiela. Ahora bien,
soy del parecer que la cuestión principal es la emergencia de la cuarta
revolución industrial –propiciada por una vasta, veloz y versátil novísima
tecnología— que está generando un espectacular proceso de innovación y
reestructuración de los aparatos productivos y de servicios, cuyos tiempos
ya no coinciden con los ritmos del ciclo económico; una economía global
pensada según los cánones neoliberales, ciertamente. Quedamos, pues, en lo siguiente: la madre del
cordero no es la globalización, sino la revolución industrial de esta fase con
sus consecuencias de innovación y reestructuración, y de ahí debe partir el
sindicalismo confederal desde el centro de trabajo, que llamaremos ecocentro de
trabajo, en continua mutación.
Primer
aviso: esta observación inicial no está en la mirada de todo el sindicalismo
europeo, lo que explicaría –aunque parcialmente-- el repliegue y desorientación desde el inicio
de la crisis de 2008, a
pesar de las gigantescas movilizaciones que se han dado en todo este periodo.
No sólo repliegue sino enclaustramiento de la práctica sindical (y de sus
movilizaciones) en cada Estado nacional, y dentro de éste (en algunos casos) la
emergencia de brotes nacionalistas. Es
más, lo chocante del caso es que, en todo este largo periodo, el sindicato
europeo –agobiado por la crisis y el aprovechamiento que están haciendo las
derechas económicas y sus franquicias políticas-- ha puesto en el congelador todo un cuaderno
de grandes planteamientos: pongamos que hablo de la negociación colectiva a
escala europea, por ejemplo. Más todavía, no es posible retomar la gran
cuestión de la Europa
social sin la existencia de una negociación colectiva europea, que fue un
proyecto del sindicalismo europeo de los años noventa, que sigue celosamente
guardado en los archivos esperando quién sabe qué ocasión.
Primer
tranco.
De entrada,
el elogio obligado (y justo) al sindicalismo
1.1.-- Desde la legalización de los sindicatos en España (1977) hasta el estallido de esta
gran crisis se ha producido el ciclo de conquistas sociales más importante en
la historia de nuestro país, tanto por su amplitud como por su importancia en
la condición de vida del conjunto asalariado. Lo digo, sobre todo, porque
nobleza obliga. Este «ciclo largo» ha trenzado un notable elenco de bienes
democráticos; de un lado, en el terreno más directo e histórico del
sindicalismo como es la negociación colectiva; de otro lado, en el novísimo de los terrenos del Estado del bienestar:
sanidad y educación, protección social y derechos sociales dentro y fuera del ecocentro de trabajo. Además, la novedad
ha estado en que estas materias eran patrimonio exclusivo de la acción política
de los partidos: los sindicatos deben preocuparse sólo (decían enfáticamente
los partidos, incluidos los de izquierdas) sólo de los salarios y la reducción
de la jornada laboral. Ese no fue el camino que siguió el moderno movimiento
sindical español, que nunca aceptó esta artificiosa división de funciones. De
modo que en el abandono de esa ropa vieja (la supeditación del sindicato a unos
u otros partidos) está una de las claves más brillantes y eficaces de ese
almacén de bienes que se han conseguido durante el «ciclo largo». En
el epistolario de Bruno Trentin se encontró una carta que Trentin dirigió a
Palmiro Togliatti el 2 de febrero de 1957. En ella el sindicalista responde a
Togliatti sobre una intervención en el
Comité Central del PCI. El secretario general comunista afirmó que «no
correspondía a los trabajadores tomar iniciativas para promover y dirigir el
progreso técnico» y que «la función de propulsión en torno al progreso técnico
se ejerce únicamente a través de la lucha por el aumento de los salarios».
Trentin no está de acuerdo y le escribe a Togliatti: «Francamente, nosotros pensamos que la lucha
por el control y una justa orientación de las inversiones en la empresa
presupone en muchos casos una capacidad de iniciativa por parte de la clase
obrera sobre los problemas relacionados con el progreso técnico y la
organización del trabajo, intentando quitar al patrón la posibilidad de decidir
unilateralmente sobre la entidad, las orientaciones, los tiempos de realización
de las transformaciones tecnológicas y organizativas». [Citado por Iginio
Ariemma en http://theparapanda.blogspot.com.es/2014/08/guia-de-lectura-de-la-izquierda-de.html]
Aclaremos:
ese «ciclo largo» ha tenido una tensión que ha hecho posible la acumulación de
tantos bienes democráticos: la búsqueda de la personalidad independiente y
autónoma del sindicalismo de todas las tutelas externas, de todos los intereses
que desde fuera le encorsetaban y, no sería exagerado, decir que le
constreñían. Estas conquistas
se han dado en casi la mitad de tiempo de lo conseguido en Europa tras la Segunda guerra mundial.
Sin embargo, tengo para mí que, desde el propio sindicalismo confederal, no se
ha valorado, durante el recorrido de dichas realizaciones, la acumulación de
tantos bienes democráticos. Creo que hay dos explicaciones de la ausencia de
dicha valoración. Una, se ha dado más importancia –rayana en la mitomanía de
los conflictos— a las luchas que a las consecuencias positivas de esas luchas;
es decir, no se ha visto la relación entre movilización y conquistas sociales;
de ahí que el sindicalismo, en tanto que «sujeto reformador», como hemos dicho
en otras ocasiones, haya quedado diluido. La segunda explicación está en la
existencia de un alma en el sindicato que parece entender lo conseguido para
los trabajadores en clave de «caridad» y no de conquistas sociales.
Las
consecuencias, o al menos algunas de ellas son: los trabajadores no han sido
educados, desde las filas del sindicalismo, como los sujetos principales de
tales conquistas, y el propio sindicato todavía no ha sido lo suficientemente
consciente de su capacidad de dirección y coordinación, de su personalidad como
«sujeto reformador». Un botón de muestra: ¿en qué convenio colectivo se ha
hecho la crónica de esa negociación, de su conflicto y la valoración de los
resultados? Desde luego, lo que ha prevalecido oralmente es la épica de las
luchas, pero no la conclusión de ese trayecto. En definitiva, no pocos
trabajadores, en el mejor de los casos, han visto con claridad la relación
entre el protagonismo reformador del sindicato y la consecución de ese
importante elenco de conquistas. Lo que tendría una conclusión evidente: los
niveles de afiliación no guardan relación con la importancia de lo
conseguido.
1.2.-- En este «ciclo largo» (1977 – 2008) se ha
producido un giro copernicano en las relaciones intersindicales: pasada una
primera etapa de gresca y mutuos sectarismos se ha ido concretando una rica
experiencia de unidad de acción. Soy del parecer que aquí está la madre del
cordero de lo alcanzado en el «ciclo largo». Vale la pena señalar que tan
prologada fase de unidad de acción ha sido construida no en base a criterios
ideológicos sino en la práctica diaria, poniendo siempre en primer plano
coincidencias y objetivos. Ni qué decir tiene que la fuente de esta unidad ha
sido el itinerario de los sindicatos en busca de su personalidad independiente.
En todo caso, entiendo que se han llegado a unos niveles que se acercan a la
construcción de un sindicato unitario.
Alguien dijo que «la unidad sindical no
es solamente un instrumento sino un valor tan relevante como los objetivos que
queremos alcanzar», y desde luego dio en el clavo.
1.3.-- Existe ya una densa literatura sindical
sobre hasta qué punto las derechas
políticas y económicas –con sus franquicias de toda laya-- arremeten contra los sindicatos haciendo del
conflicto social una cuestión de orden público y de la huelga un problema de
código penal. Primera consideración: en todo nuestro largo recorrido nunca nos
fueron fáciles las cosas; segunda, si fuéramos un sujeto cooptado, compadre
acrítico de los cambios y transformaciones, nos jalearían, pero perderíamos el
consenso del conjunto asalariado desde el ecocentro de trabajo.
1.4.-- Por otra parte, es destacable la intuición
difusa en el mundillo sindical de la necesidad de proceder a una refundación o
repensamiento del sujeto social. Precisamente en esa dirección se orienta este
trabajo –un largo ejercicio de redacción
sin otras pretensiones— cuya voluntad es echar
una mano. Así pues, intentaré desarrollar someramente la gran mutación que
se ha producido, que no ha hecho más que
empezar y el nuevo enfoque sindical que, en mi opinión, se requiere. Un
enfoque radicalmente nuevo en torno al nuevo paradigma, la personalidad del
sindicalismo confederal con relación a sus paredes maestras: la contractualidad
y los instrumentos de la representación sindical. Son unos problemas que acucian al sindicalismo
español y, por supuesto, con grados diversos al movimiento sindical
europeo.
Segundo
tranco
Los rasgos
más relevantes del nuevo paradigma
2.1.-- Siguiendo las investigaciones de Bruno
Trentin, especialmente las de su «libro canónico» La ciudad del trabajo podemos convenir que el fordismo (no así el
taylorismo) se está convirtiendo en pura herrumbre en los países
desarrollados. El fordismo fue
esencialmente un sistema de organización de la producción que, junto al taylorismo,
logró imponer un tipo determinado de sociedad, que ha recorrido todo el siglo
XX. La caída de este sistema determina la desaparición –repetimos, en los
países desarrollados-- de una forma de
trabajar, unas relaciones sociales y una nueva geografía del trabajo completamente
distintas. La permanente revolución de las fuerzas productivas, basadas en las
novísimas tecnologías de la información, en un mundo globalizado, han provocado
un nuevo paradigma: un ecocentro de trabajo en constante mutación, donde lo
nuevo queda obsoleto en menos que canta un gallo. Se trata, pues, de un proceso
de innovación y reestructuración gigantesca de los aparatos productivos, de
servicios y del conjunto de la economía. Este proceso podemos decir –incluso
con cierta indulgencia-- ha pillado con
el pie cambiado a la izquierda social y al conjunto de la política. No sólo en
España, también en Europa. Hablando con recato, se diría que los sujetos
sociales y políticos han estado distraídos.
En paralelo a este proceso irrumpe enérgicamente la
globalización y la interdependencia de la economía. Sin embargo, en esta
metamorfosis (la innovación-reestructuración en la globalización) el
sindicalismo y la política de izquierdas mantienen su quehacer y «la forma de
ser» como si nada hubiera cambiado. Cambio de paradigma, pues, excepto en los
sujetos sociales y políticos, que siguen instalados en las nieves de antaño. Este desfase es, en parte, responsable de que
(por lo menos en el sujeto social) se tarde en percibir que se estaba rompiendo
unilateralmente –primero de manera lenta; después abruptamente-- el compromiso fordista-keynesiano que
caracterizó el «ciclo largo» de conquistas sociales, especialmente los derechos
en el centro de trabajo y la construcción del Estado de bienestar. He repetido
hasta la saciedad que el objetivo neoliberal era el siguiente: proceder a una
«nueva acumulación capitalista» para sostener una fase de
innovación-reestructuración en la globalización de largo recorrido al tiempo
que se rocede a una potente «relegitimación de la empresa», como ya dijera,
hace años, un joven Antonio Baylos en Derecho del Trabajo: Modelo Para Armar. De ahí las privatizaciones y la eliminación
de controles; sobran, pues, en esa dirección tanto la Carta de Niza (diciembre de 2000) como, en España, el acervo
de conseguido durante el «ciclo largo». Este y no otro es el objetivo central
de las diversas entregas de la llamada reforma laboral. Dramáticamente podemos
decir: los intelectuales orgánicos de las diversas franquicias de la derecha
aprovecharon el cambio de paradigma, mientras la izquierda estaba en duermevela
o bien –como critica Alain Supiot--
entendió que frente a la ruptura del pacto fordista-keynesiano sólo
cabían planteamientos paliativos.
Vale la
pena decir que el sindicalismo confederal español se opuso, y no retóricamente,
con amplias movilizaciones de masas, tanto a los estragos de las llamadas
reformas laborales como a la desforestación de lo público en terrenos tan
sensibles como la sanidad y la enseñanza. Sin embargo, hemos de constatar un
hecho bien visible: lamentablemente no ha salido victorioso, y ni siquiera esa
partida ha acabado en tablas, aunque en determinas zonas haya conseguido frenar
una parte de los estragos. Tras el parón del «ciclo largo» y la imposición de
la reforma laboral, dentro y fuera del ecocentro de trabajo, la parábola del
sindicalismo ya no es ascendente. Tres cuartos de lo mismo ha sucedido en
Europa.
Surge,
entonces, la siguiente pregunta: ¿por qué las movilizaciones sostenidas y
ampliamente seguidas no consiguieron su objetivo? Como es natural, echarle la
culpa a las derechas y sus franquicias no resuelve gran cosa. El problema de
fondo está, a mi juicio, en qué responsabilidades propias tenemos nosotros, el
sindicalismo confederal, en toda esta historia. O, lo que es lo mismo: ¿qué
verificación hacemos de nosotros mismos, eliminando las auto complacencias y la
auto referencialidad? Intentaré decir la mía, aunque me cueste la animadversión
de amigos, conocidos y saludados.
Si es
evidente que existe una relación directa entre el interés del poder privado,
empresarial y político, en aplicar autoritariamente los procesos de
innovación-reestructuración en la globalización, es claro que dicho poder
privado ha inscrito su estrategia –primero, «guerra de movimientos», después
«guerra de posiciones»-- en el paradigma
realmente existente, esto es, la emergencia que ha sucedido al fordismo. Sin
embargo, el sindicalismo ha dado esa batalla con el mismo proyecto y la misma
organización de la época de hegemonía fordista. Así las cosas, el sindicalismo
plantea una necesaria batalla, aunque ésta –en su proyecto, contenidos y formas
organizativas-- se encuentra desubicada
del paradigma realmente existente. Lo
que, además, explicaría la pérdida de control sobre los horarios de trabajo y
el conjunto del polinomio de las condiciones de trabajo. Concretando: las
relaciones de fuerza para ganar se crean en la realidad efectiva; de ahí que,
si se está en Babia, el resultado está cantado de antemano.
2.2.-- Podemos afirmar, en todo caso, que en el
sindicalismo confederal hay intuiciones en torno al gran cambio que se ha
operado tanto en el ecocentro de trabajo como en el conjunto de la economía.
Unas intuiciones que, aunque deshilvanadas, figuran en la literatura oficial,
esto es, en los informes y documentos congresuales. No obstante, esa literatura
oficial (aprobada por amplias mayorías en las grandes solemnidades
congresuales) no encuentra eco en la literatura real, a saber, en las prácticas
cotidianas de los procesos de negociación colectiva que, como bien afirma Juán Manuel
Tapia, es la «centralidad del proyecto sindical». Sin embargo,
esa literatura sigue siendo un ajuar ineficazmente chapado a la antigua, esto
es, instalado en la chatarrería del sistema fordista. Que esto es así lo
demuestra un problema que viene de lejos. Pongamos que hablo de la batalla por
la reducción del horario de trabajo. Habrá que convenir que de esa lucha no
hemos salido bien parados. Muy cierto, los empresarios se han opuesto a sangre
y fuego. Pero, ¿cuáles son nuestras propias responsabilidades en ello? Pocas o
muchas deben analizarse. Y, en esa dirección, me pregunto: ¿no será que, debido
a nuestra desubicación del nuevo paradigma, hemos hecho un planteamiento como
si todavía estuviéramos en un campante fordismo? ¿No será que una
reivindicación necesaria y justa como ésta se ha llevado a cabo al margen de la
realidad de las gigantescas transformaciones en curso? Más todavía, ¿no es
cierto que, por lo general, concebimos la reducción de los horarios de trabajo
también al margen del resto de las variables de la organización del trabajo y
como si fuera una «variable independiente» de todas y cada una de ellas?
Instalarnos, pues, en que la responsabilidad es de nuestras contrapartes
empresariales, sin ver las nuestras, dificulta --¡y de qué manera!-- salir de ese laberinto.
En
resumidas cuentas, no habrá refundación del sindicato –así en España como en
Europa-- si nuestra praxis no se
orienta, al menos, en estas dos direcciones: la comprensión de que el fordismo
es ya pura herrumbre y, en consecuencia, urge que los contenidos reales de los
procesos negociales sean la expresión de la transformación de este, y no otro
que ya murió, paradigma de la innovación-reestructuración global e
interdependiente. La hipótesis es, pues, la siguiente: sólo en este paradigma
actual puede el sindicato remontar su parábola que hoy es descendente; sólo en
el paradigma actual se puede intervenir en la crisis de representación y de eficiencia en la que nos encontramos; y
sólo en ese paradigma se puede crear, gradualmente, una nueva relación de
fuerzas que nos sea favorable. Y, más todavía, sólo en ese paradigma, que es global
e interdependiente, puede el sindicalismo iniciar la remontada. Lo que implica
tirar por la ventana toda práctica de enclaustramiento sindical en cada Estado
nación y, a la par, evitar las derivas parroquianas de la emergencia de algunos
nacionalismos.
Tercer tranco
Avanzando propuestas: «el Pacto social por la
innovación tecnológica»
3.1.-- Comoquiera que hemos estado sosteniendo que
el sindicalismo confederal está desubicado del nuevo paradigma, que por pura
comodidad llamaremos postfordista, es de cajón exigirle que diseñe una primera
aproximación a un proyecto capaz de incluirlo en esta gran transformación. Ya
hemos referido que, aunque deshilvanado e incompleto, en ciertos materiales
congresuales hay determinadas pistas, ciertos indicios por donde se debe
empezar es construcción. Advirtamos, de entrada, que un proyecto no es un
zurcido de retales dispersos: es, digámoslo así un «texto», que debe
verificarse diariamente y dónde todas sus variables deben ser compatibles entre
sí. Un texto, además y sobre todo, donde quede clara la función principal. Sin
más dilación planteo que esa función principal debe ser la cuestión
tecnológica. Y, más concretamente, algo que ya abordé hace años: en http://alametiendo.blogspot.com.es/2011/07/pacto-social-por-la-innovacion.html
y en http://elpais.com/diario/2003/04/25/catalunya/1051232840_850215.html.
Entiendo que, para lo que deseo proponer, los considero plenamente vigentes. Se
trata de entrar en una fase de largo recorrido que llamo el «Pacto social por
la innovación tecnológica». Me interesa decir que este planteamiento no sólo es
válido también para el sindicalismo europeo sino que debe ser su elemento
central. Desde luego, entiendo que para el sindicalismo español es el camino
para: reconstruir las consecuencias de la crisis económica, trascender la
reforma laboral y sus efectos y, finalmente, resituar al sindicalismo en esta
fase de innovación-reestructuración.
Antonio
Gramsci dejó dicho que «El movimiento histórico nunca vuelve atrás y no existen
restauraciones in toto» [El cesarismo en Política y sociedad.
Ediciones Península, 1977]. De esta idea gramsciana deducimos que, tras la
salida de la crisis, sea cual fuere la forma que adopte dicha salida, no se
volverá a la situación anterior a la reforma laboral, porque esta no se
concibió ni se puso en marcha en función de la crisis económica. El
sindicalismo, pues, tendrá que reconstruir no restaurar. Una reconstrucción que
será gradual y, posiblemente, de una gran complejidad.
Aclaro:
este Pacto social por la innovación tecnológica no se refiere a un momento
puntual, esto es, de una negociación convencional análoga a lo que hemos
conocido como políticas de concertación. Es, más bien, un itinerario que pone
en el centro de sus preocupaciones y reivindicaciones el hecho tecnológico. Ese
largo recorrido no se circunscribe, sólo ni principalmente, a los acuerdos “por
arriba” sino que pone en marcha un entramado extendido a todos los sectores y
territorios, a todos los ecocentros de trabajo. En este nuevo eje de
coordenadas, el sindicato tiene la oportunidad de ajustarse las cuentas a sí
mismo. Me explico, hemos hablado en otras ocasiones de hasta qué punto el
fordismo y el taylorismo colonizaron a las organizaciones sociales (también al
conjunto de la política). Pues bien, interviniendo en el hecho tecnológico, en
los procesos concretos de innovación-reestructuración global, cabe la hipótesis
de que en ese recorrido lago del pacto social por la innovación tecnológica, el
sindicalismo no sólo conteste el abuso
sino el uso de la organización del
trabajo. Ya nos hemos referido en otras ocasiones que, bajo el fordismo y el
taylorismo, sólo contestamos el abuso. Más todavía, lo que estamos planteando
no se refiere a una actitud pasiva frente al hecho tecnológico, esto es, en no
obstaculizar el avance técnico, sino especialmente en una actitud activa con un
esfuerzo inédito por anticipar las repercusiones del progreso técnico.
Más
todavía, a partir de este (itinerante) pacto por la innovación tecnológica cabe
la hipótesis de construir una honda reforma del Estado de bienestar de nuevas
características. A saber, eliminando gradualmente su carácter de resarcidor en
aras a abrir oportunidades inclusivas.
3.2.-- Ahora bien, este planteamiento que intenta,
ordenada y gradualmente, poner el sindicato patas arriba requiere, a mi
entender, estos grandes desafíos: uno, ya dicho, interpretar adecuadamente los
procesos reales que se desarrollan en los ecocentros de trabajo, viendo lo que
va surgiendo y lo que desaparece; dos, intervenir decididamente en la
organización del trabajo; tres, proponer los derechos propios de esta fase
tecnológica; y cuarto, señalar con qué amistades preferentes vamos a caminar en
tan largo recorrido. Vayamos por partes.
No basta,
sin embargo, interpretar adecuadamente los procesos reales, es fundamental que
esa interpretación con punto de vista fundamentado se encarne en praxis, tenga
su fisicidad propia a la hora de la negociación difusa que estamos planteando.
O, lo que es lo mismo, hay que pasar de la literatura oficial a la real: la
real es la que se concreta en la
plataforma reivindicativa y, tras los lógicos meandros de la negociación, llega
a su punto de conclusión.
Entiendo
que es preciso superar que el dador de trabajo tenga todo el poder a la hora de
fijar la organización del trabajo. En ese sentido es fundamental que se
proponga el instrumento de la «codeterminación»; si se lee e interpreta
adecuadamente se verá que no estamos hablando de la cogestión que, a mi
entender, ni está ni afortunadamente se la espera. Entendemos la cotederminación como la
fijación negociada, como punto de encuentro, entre el sujeto social y el
empresario, anterior a decisiones "definitivas" en relación, por
ejemplo, a la innovación tecnológica, al diseño de los sistemas de organización
del trabajo y de las condiciones que se desprenden de ella. A mi juicio, la
codeterminación es el derecho más importante a conseguir en el centro de
trabajo. Para ello, lógicamente, se precisa una reforma de algunos artículos
del Estatuto de los Trabajadores. Mientras tanto, debería ser el centro de
todas las plataformas reivindicativas. Más todavía, mediante la intervención
sindical en todo el polinomio de la organización del trabajo cabe la
posibilidad de ir eliminando todo lo que queda del taylorismo –recuérdese que
hemos hablado de la defunción del fordismo, pero no del taylorismo que sigue
vivo y coleando— en el centro de trabajo innovado.
Así pues, la codeterminación presidiría
el elenco de derechos propios de esta fase, junto a todos los relativos a los
saberes (incluidos los profesionales) y
el conocimiento. Entendemos los «saberes profesionales» de esta manera: la
unión de dos dimensiones complementarias: la del “saber” en su acepción más
amplia, constituida por elementos de teoría, práctica, modalidades de
relaciones, modelos éticos de referencia y sistemas de valor y la dimensión
“profesional”, constituida por competencias necesarias para el ejercicio de
determinadas actividades en uno o más ámbitos. De esta definición de los
saberes profesionales llegamos a una propuesta: la necesidad de elaborar un Estatuto de los Saberes. Este Estatuto sería la conclusión de una estrategia global de redistribución del acceso a los
saberes y a la información, democratizando la revolución digital y tecnológica.
Lo que tiene su máxima importancia en estos tiempos que necesitan que el
sindicalismo (y la política) valoren el capital cognitivo en todas sus
intervenciones; una batalla a la que, lógicamente, hay que implicar a los
poderes públicos. Y comoquiera que no hay batalla sin su correspondiente grito
mediático, propongo el siguiente: «Más saberes para todos». A grandes rasgos
podrían ser: a) la formación a lo largo de todo el arco de la vida
laboral, que ya hemos citado; b)
enseñanza digital obligatoria y gratuita; c) acceso a un elenco de saberes por
determinar; d) años sabáticos en unas condiciones que deberán ser claramente
estipuladas. Se trataría de un proyecto cuya aplicación se orientaría a todo el
universo del trabajo.
Estamos hablando de un proyecto que sirve para incluir la
formación, el conocimiento y los saberes –en palabras de Marx, el general intellect— en el actual
paradigma, orientado a la autorealización de cada trabajador y a la humanización del trabajo,
a la racionalidad y eficiencia del ecocentro de trabajo. Vale la pena traer a
colación las palabras de un alto manager de Volkswagen a mediados de los años
noventa: «Ahora entramos en una fase de transición y de turbulencias que durará
diez años y que lo cambiará todo. ¿Cómo
es posible gobernar este cambio sin una clase trabajadora y su saber hacer y
con el patrimonio profesional que se ha acumulado
en todos estos años? Yo no puedo arrojar a la cesta de los papeles un
patrimonio de este género. Con él debo intentar cambiar y transformar la
empresa». Lástima que el empresario-masa
y las élites del management no hayan entendido ese mensaje. Han preferido
la discrecionalidad autoritaria, incluso a costa de la eficiencia de la empresa, porque concebían que el actual
proceso de acumulación capitalista (al igual que en los orígenes de la primera
revolución industrial) había que hacerla sin sujetos alternativos, ni controles
democráticos.
Esta batalla debe darla un sujeto extrovertido como lo es
el sindicato. Que puede movilizar a un importante batallón del talento
(investigadores, científicos sociales, operadores jurídicos…) para --junto a
los trabajadores y a modo de los «círculos de estudios suecos»-- proponer un proyecto de humanización del
trabajo, liquidando los vestigios del «gorila amaestrado» del que habló con
tanto desparpajo el ingeniero Taylor. En este sentido adquiere una importancia
considerable la idea que repetidamente plantea nuestro amigo Riccardo Terzi, a
saber, que los sindicalistas sean unos «experimentadores sociales», no sólo en
las cuestiones organizativas sino en todo el quehacer del sujeto social en la
relación entre ciencia, técnica y organización del trabajo.
4.-- La forma
sindicato y la representación
De hecho, la casa sindical tiene los mismos planos que
proyectamos tras la legalización en 1977, a pesar de los grandes cambios
–conquistas incluídas en este «ciclo largo»-- que se operan en el ecocentro de
trabajo. Nos referimos a la morfología del sindicato y a su representación. La
primera observación que se deduce de todo lo anteriormente dicho es que lo que
nos pareció válido hace treinta y siete años ahora he envejecido
considerablemente. La nueva geografía del trabajo, que ha ido cambiando
espectacularmente a lo largo de estos 37 años, tiene que ver muy poco con la de
aquellos entonces cuando construimos la casa sindical. Vale la pena, pues,
pararnos a pensar hasta qué punto nos es de utilidad mantener tan obsoleta
morfología sindical.
Ahora bien,
el problema central no estriba –sólo ni principalmente-- en el envejecimiento de las formas de
representación del sindicato, especialmente en el ecocentro de trabajo. La
cuestión está en la afasia, de un lado, entre cambios en el centro de trabajo y
el mantenimiento de las mismas formas de representación anteriores a tales
mutaciones; y, de otro lado, la inserción plena del centro de trabajo en la
globalización mientras las formas organizativas del sindicato –especialmente la
representación-- mantienen el carácter
típico de los tiempos del fordismo en el Estado-nacional. En concreto: han
envejecido y, a la par, se han desubicado de los procesos en marcha de la
reestructuración e innovación globales. Este es, por ejemplo, el gran problema
de los comités de empresa, a los que debe tanto el sindicalismo español, pero
que ahora se han convertido en un freno para representar y tutelar la nueva
geografía del trabajo. De ello se ha hablado largo y tendido en http://theparapanda.blogspot.com.es/2007/02/una-conversacion-particular.html,
y a ella nos remitimos.
Esta crisis
de representación que se ha acentuado frente a los cambios, cuantitativos y
cualitativos que intervienen a diario en el cuerpo vivo del conjunto asalariado
y no sólo en términos de renta y salarios, de profesiones y situación ante el
empleo, también en términos subjetivos: presencias culturales diversas,
exigencias diferentes y prioridades
individuales distintas que hace tiempo no conseguimos aprehender y, por tanto,
representar. Por ello, me esfuerzo en
reclamar que tenemos necesidad de un nuevo modelo organizativo ya que la actual
estructura centralista no está en condiciones de captar la complejidad
frenética del tejido social.
5.— La participación como necesidad y derecho
Las
estructuras dirigentes del sindicato están legitimadas por el conjunto de los
afiliados. La explicación es bien sencilla: las estructuras no se autolegitiman
sino que son legitimadas. Esta obviedad, sin embargo, nos interpela a sacar
conclusiones. A saber, la «soberanía» del sindicato radica en su base
afiliativa y— para determinadas decisiones--
en el conjunto de los trabajadores, estén afiliados o no: http://lopezbulla.blogspot.com.es/2007/12/texto-definitivo-sobre-la-soberania.html Así pues, los grupos dirigentes gestionan esa soberanía. De ahí que
parece conveniente repensar los hechos participativos dándoles un nuevo enfoque
en dirección de una práctica, que esté reglada en los textos estatutarios.
Nuevo enfoque: reconocer dónde radica la soberanía sindical y estipular de
manera solemne que la participación, en consecuencia, es un derecho, además de
una necesidad.
Que sea un
derecho me parece una consecuencia directa de quién legitima a quién y de
nuestro planteamiento acerca de la soberanía. Que es una necesidad merece
razonarse adecuadamente. No sólo, con
ser importante, se puede justificar en aras a la democracia deliberativa,
también merece que nos refiramos al conjunto de utilidades y propuestas que
surgen de toda discusión bien ordenada. Especialmente cuando este orden está
precedido de unos textos escritos con claridad. Por ejemplo, propuestas de
plataformas de convenio, planteamientos de nuestras contrapartes en relación a
mil cosas, que no pueden dejarse a la buena de Dios de la cultura tradicional y
fundamentalmente oral del sindicalismo.
Para evitar
suspicacias tengo interés en reafirmar que el sindicalismo es una organización
democrática. Es más, ahora que estamos ante una cierta mitomanía con las
primarias para elegir los primeros dirigentes de los partidos políticos, es
bueno recordar que, desde los primeros andares de algún sindicato, las listas
para las elecciones sindicales eran confeccionadas sobre la base de unas
primarias –no sólo referidas al primero de la candidatura sino al conjunto de
los candidatos— que no nosotros llamábamos pre selección. Así pues, habrá que
decirles a los mitómanos aquello de «menos lobos, señor cura».
La participación de los trabajadores, hemos dicho de manera
reincidente, es un derecho y una necesidad. Al menos hoy no hace falta que nos
extendamos en esta cuestión. En todo caso, es obligado que captemos las
novedades que el hecho tecnológico ha provocado sobre ese particular en el
ecocentro de trabajo innovado. Una de las novedades es la aparición de una
curiosa equivocidad: las nuevas tecnologías, que están conformando un ecocentro
de trabajo constantemente innovado, interfieren en el interior de éste el
estilo de participación de los trabajadores que, por lo general, sigue siendo
de matriz fordista; pero, tan vasta panoplia de nuevas y novísimas tecnologías
favorece, fuera del centro de trabajo, la participación de los trabajadores,
esto es, propicia la emergencia de que los hechos participativos expresen lo
que, en los famosos Grundisse, Marx
llamó el «general intellect» en beneficio y utilidad de la acción colectiva.
Ahora bien, se trata de una
contradicción entre nuevas tecnologías y hechos participativos en el ecocentro
de trabajo, sino de una inadecuada forma de hacer participar a los trabajadores
en el contexto de la nueva geografía del trabajo.
Hace ya muchos años, a mediados de los noventa, Juan López
Lafuente –uno de los dirigentes más perspicaces de Comisiones Obreras-- captó las posibilidades de vincular el hecho
tecnológico con una participación informada, activa e inteligente en el
ecocentro de trabajo. El relato de la experiencia de López Lafuente es, en
apretada síntesis, el siguiente: el comité de empresa de Catalunya Ràdio
convoca una asamblea de todos los centros de trabajo, cuyos miembros están
desparramados en diversas localidades. ¿Cómo hacer que la participación sea
plena, a pesar de la dispersión en tantas localidades? Alguien da en la tecla:
aprovechemos todo el instrumental técnico de la empresa. Y ni cortos ni perezosos convocan la asamblea
que se realiza a través de los canales internos de las ondas. «Aquí, Reus, pido
la palabra»; «Tienes la palabra, Reus»; «Aquí, Girona, pido la palabra»;
«Espérate a que te toque, Girona»… Finalmente, y al igual que en las asambleas
tradicionalmente presenciales, nuestro Juan López hizo el resumen del debate y
las conclusiones. Hoy, con los nuevos
lenguajes, hablaríamos de «empoderamiento» de la nueva tecnología por parte de
los representantes de los trabajadores.
También es destacable la experiencia del personal de la Universidad de
Castilla La Mancha:
1.500 trabajadores en cinco campus diferentes,
utilizan una plataforma virtual que les
permite debatir problemas, elaborar documentos, adoptar medidas de
acción colectiva, quedando de todo ello reflejado en actas de acceso público
para todos los miembros de la representación unitaria y en su caso para los
propios trabajadores.
Es obvio que no se puede extrapolar esta experiencia. No importa. Lo
que vale es la imaginación y el resultado alcanzado. Lo que tiene interés es
que los representantes de los trabajadores de Catalunya Ràdio transformaron la
dispersión de los centros de trabajo en una asamblea ecuménica de nuevo estilo.
El hecho tecnológico dejaba de ser una interferencia para convertirse en un
acicate de la participación. Así pues,
que el hecho tecnológico signifique un impedimento o un acicate para la
participación depende de cómo se inserte plenamente el sujeto social en el nuevo
paradigma.
No ha sido
infrecuente en los sectores de la enseñanza el ejercicio del conflicto de una
manera nueva: la simultaneidad de estar en huelga
con dar clase en la calle y centros emblemáticos de la ciudad, significando, en
opinión del profesor Francisco José Trillo, «una mirada acusadora a cierto
desden que niega la posibilidad de experimentar otros vías que hagan
clamorosamente visible el conflicto». Ha sido un acto de protesta que, además, ha conseguido una gran simpatía
ciudadana.
Hay que felicitarse del considerable avance que ha dado el sindicato
con su presencia en las redes sociales. Por lo general se concreta en una vasta
trama de webs y blogs de secciones sindicales y de dirigentes cualificados.
Ahora bien, con ser importante la información que ofrecen –lo que no es poca cosa—
de lo que estamos hablando es de la participación. Esto es, de la traducción de
la información en participación. Pues bien, dadas las características de las
webs y de los blogs podemos afirmar que, sin embargo y a pesar de su
importancia, estas redes todavía no están pensadas para provocar la
participación. Este, a mi entender, es el reto.
Alguien dirá que esta participación no puede substituir a las asambleas
y reuniones tradicionalmente presenciales. Vale, eso ya lo sabemos. Pero aquí
de lo que se trata es de aprovechar la democracia expansiva que puede generarse
a partir de estos medios de nuevo estilo.
Por ello,
todo lo que se está planteando en este capítulo se refiere a la necesidad de
una mayor acumulación de democracia, de sindicalismo más próximo. En apretada
síntesis, a una democracia de nuevo estilo. Por ejemplo, ¿qué impide que exista
una mayor acumulación de hechos participativos en momentos tan decisivos como
la negociación colectiva? Me estoy refiriendo a los momentos decisivos del convenio
colectivo. ¿Acaso es un disparate que, antes de la firma o no del convenio, se
proceda a un referéndum que sancione la bondad o no de lo que se ha
preacordado? ¿Acaso no es exigible que aquellas organizaciones sindicales que
se llenan la boca con lo del «dret a
decidir» [el derecho a decidir] para
asuntos políticos empiecen practicando en su propia casa exactamente eso, el
derecho a decidir?
En
conclusión, la participación –derecho y necesidad— para no ser mera retórica
debe tener sus propias reglas con rango estatutario de obligado
cumplimiento. De esta manera se va
avanzando en la configuración de un «sindicato de los trabajadores», que no es exactamente igual que un sindicato para los trabajadores como tantas veces
he señalado.
6.-- Sobre el conflicto
Empecemos por una cuestión que el sindicalismo no parece haber
comprendido de manera suficiente: la victoria del conflicto social depende de
un conjunto de variables, tales como la justeza de las reivindicaciones, la
relación entre formas de movilización y la plataforma reivindicativa, los
niveles cuantitativos y cualitativos de la afiliación y el consenso que
despierta el sindicato, en tanto que tal, entre el conjunto asalariado.
Condición indispensable: que todo ello esté inserto en esta fase que ya, como
se ha dicho repetidamente, no es la fordista.
Históricamente el ejercicio del conflicto se ha caracterizado por un
acontecimiento rotundo: si la persona dejaba de trabajar, la máquina se
paralizaba por lo general; este detalle era el que provocaba la realización de
la huelga. Hoy, en no pocos sectores, la ausencia de vínculo puntual entre el
hombre y la máquina (esto es, que la persona deje de trabajar) no indica que la
máquina se paralice. Más aún, gran parte de los conflictos se distinguen porque
las personas hacen huelga (dejan de trabajar), pero las máquinas siguen su
plena actividad. Podemos decir, pues, que la disidencia que representa el
ejercicio del conflicto no tiene ya, en determinados escenarios, las mismas
consecuencias que un antaño de no hace tanto tiempo. Esto es algo nuevo sobre
el que, a nuestro juicio, vale la pena darle muchas vueltas a la cabeza. Parece
lógico, pues, que el sujeto social se oriente en una dirección práctica de cómo
exhibir la disidencia, promoviendo el mayor nivel de visibilidad del conflicto.
En otras palabras, la visibilidad del conflicto tendría como objetivo sacar la
disidencia del espacio de la privacidad para hacerla visiblemente pública. En
suma, para una nueva praxis del conflicto, apuntamos los siguientes temas de
reflexión: 1) el carácter y la prioridad de las reivindicaciones, tanto
generales como aquéllas de las diversidades; 2) la utilización de la
codeterminación; 3) los mecanismos de autocomposición del conflicto; 4) la
utilización de las posibilidades reales que ofrecen las nuevas tecnologías para
el ejercicio del conflicto; 5) nuevas formas de exhibición de la disidencia,
dándole la mayor carga de visibilidad en cada momento.
Importa hablar de los servicios
mínimos. Yo siempre he planteado que quien convoca el conflicto debe
gestionarlo con plena independencia y autonomía. De ahí mi rotunda oposición a
los servicios mínimos. Como alternativa a ello me he manifestado
reiteradamente a favor de un Código de autorregulación del ejercicio de la
huelga. Lo dije en "L´
acció sindical en els
serveis públics", Nous horitzons, Abril 1979 y, entre otros escritos,
en http://www.comfia.info/noticias/37445.html. A este
último me remito.
El Código
de autorregulación de la huelga sería un especial instrumento para el ejercicio
del conflicto en aquellos sectores donde dicho ejercicio afecta directamente a
la ciudadanía: enseñanza, sanidad,
transportes, limpieza de las ciudades. Entiendo que las orientaciones generales
irían por: 1)
proponer una acción colectiva en los sectores públicos que sea la fiel
expresión del vínculo entre los asalariados del sector y el conjunto de los
usuarios que utilizan los servicios públicos;
2) buscando las
alianzas, estables y coyunturales, entre los que van a ejercer el conflicto y
los usuarios;
2) lo que es
posible mediante unas formas de presión que no provoquen bolsas de hostilidad
entre los huelguistas y los usuarios.
7.-- Nuestras responsabilidades como sindicato
He
procurado sacar a la superficie toda una serie de cuestiones que, en mi
opinión, debe corregir el sindicalismo. Lo he hecho sin pelos en la lengua.
Ello, tal vez, provocará algunos zarpullidos en determinadas pieles sensibles.
Y quizá algunos dirán que mi ejercicio de redacción no tiene en cuenta los
niveles de agresión que recibimos desde muchos sitios. Me limitaré, con una
famosa anécdota, a explicar mi atrevimiento.
Como hemos
explicado en diversas ocasiones en 1956 la FIOM-CGIL sufrió una severa derrota en las
elecciones sindicales de FIAT. Las primeras explicaciones que dieron no pocos
dirigentes fueron tan perezosas como vulgares: «La culpa la tiene la dirección
de la empresa y el resto de los sindicatos que se han vendido a ella». Pues
bien, Giuseppe Di Vittorio –el primer dirigente de la CGIL-- interviniendo en Turín en un salón atestado
de gente, habló de esta manera: «Pues sí, la responsabilidad de la dirección de
la empresa es grande, pongamos que tiene en ella un 95 %. Nosotros tenemos,
pues, un 5% de responsabilidad en esta derrota. Lo que sucede es que nuestro 5
por ciento se convierte ante nosotros en nuestro cien por cien».
Dicho lo
cual, la CGIL
pasó a una investigación propia de su quehacer en la fábrica. De esa manera,
Sísifo remontó la cuesta y la parábola del sindicato empezó a remontar.
Parapanda, 1 de septiembre de 2014