Conversación con los federalistas mataroneses
en el Café de Mar. 22 de Mayo de 2018
José Luis López
Bulla
En palabras académicas podemos
decir que nuestro país atraviesa una serie de crisis superpuestas; si hablamos
castizamente hemos de convenir que, en determinados aspectos, España está hecha
unos zorros. Crisis superpuestas: la condición de vida y trabajo de los
sectores más débiles de la sociedad; crisis política e institucional y de los
sujetos que intervienen en ella; y crisis territorial. Y negros nubarrones que
vienen de Oriente Próximo que pueden interferir la tímida recuperación de la
macro economía con las subidas que estamos viendo del precio del petróleo. Por
no decir los malos aires que nos vienen de Italia tras la formación del nuevo
gobierno. Atención al reciente informe del Banco de España donde alerta contra
la exagerada afirmación de las autoridades gubernamentales sobre la
recuperación económica. Alerta.
No me es posible abordar todos
esos registros porque tampoco se trata de alargar innecesariamente mi
intervención, así es que hablaré de lo que se ha dado en llamar «crisis
territorial», porque entiendo es lo más apropiado a las características de este
encuentro. No me limitaré a señalar la patología, así que propondré un modesto
proyecto alternativo sobre el particular. Dicho brevemente: hablaremos de
federalismo. En todo caso, gran parte de lo que iba a decir ha quedado expuesto
en este documental, Federal, que ha realizado Albert Solé con mano ducha.
Primer tranco
El problema más áspero de la
crisis territorial se encuentra en el independentismo catalán. Que ha crecido
espectacularmente en los últimos diez años. Un incremento de estas
características bien merece una reflexión a tumba abierta. El interrogante
central es: ¿por qué el nacionalismo y su fase superior, el independentismo, han
alcanzado tan importantes cotas de representación y representatividad en
Cataluña? Este es un borrador para amigos que intentará aproximarse a una respuesta
con punto de vista fundamentado. La tesis que plantearé en esta conversación es
la siguiente: el nacionalismo se ha desarrollado y llegado a amplias masas
gracias al abandono de la lucha de ideas por parte de las izquierdas así en
nuestro país como en Europa. Esta es, a mi entender, la clave central.
Segundo tranco
Las izquierdas no han sabido
interpretar los grandes cambios y transformaciones que se han operado a lo
largo y ancho del planeta. Se han empeñado en hacer política con las mismas ideas
e instrumentos que han utilizado durante el siglo pasado. Han sido cambios
gigantescos que se han operado en la globalización de la economía y del
trabajo. Han diseñado políticas –industriales, fiscales, de Estado de
bienestar, etc-- propias de una situación
que gradualmente iba dejando de existir. Y, de otro lado, tales políticas han
tenido como método exclusivo el Estado nación cuando se iba acentuado la
dimensión global. Así las cosas, se ha ido produciendo un gran desfase entre
tales políticas y la realidad, que continuamente iba transformándose. Estamos
en Mataró donde las grandes catedrales fordistas (Gassol, Subirá, Inex …) son
ya pura arqueología. El resultado de ello ha sido la continuada pérdida de
apoyo de masas de las izquierdas en toda Europa. Este es el resultado de unas
crisis de las izquierdas: de proyecto, de liderazgo y de representación. Ahora
corren el peligro de caer en la irrelevancia.
Crisis de proyecto. Durante los
años más duros de la crisis económica ha estado silenciosa y sin saber qué
proponer. Más todavía, durante ese periodo ha sido incapaz de ofrecer una
crítica razonada al impetuoso proyecto independentista, que –aunque no
sólo-- es también una reacción
populista, corporativista y reaccionaria frente a la globalización y la
interdependencia. Hago notar el carácter corporativista del nacionalismo y su
fase superior, el separatismo. Corporativismo, porque solamente va a lo suyo y
se confronta con lo de los demás.
Hace tiempo que me planteo hasta
qué punto las izquierdas tienen su responsabilidad en la falta de análisis del
nacionalismo. Y vengo dándole vueltas a la cabeza sobre una cuestión lejana que
puede ser sorprendente. Hubo un momento, después de la Segunda Guerra Mundial,
que los partidos comunistas europeos elaboraron sus propios proyectos de marcha
al socialismo, especialmente los italianos, dirigidos por Palmiro Togliatti. Eran las «vías nacionales al
socialismo». Me crié políticamente en esos planteamientos y sigo creyendo en
ellos. Ahora bien, en la práctica tales vías significaron el olvido del
internacionalismo y de la solidaridad internacionalista, que quedaron reducidas
a mero protocolo declarativo. Y aunque las izquierdas nunca se declararon
formalmente nacionalistas en la práctica hacían política nacional obviando el
contexto internacional que cada vez más se hacía global. Mutatis mutandi fue desapareciendo la crítica de la razón
nacionalista. Pongamos un caso que avala lo que quiero decir: en todos los
periodos electorales de las europeas el debate y la lucha por el voto se han
caracterizado solamente por las cosas domésticas, dejando de lado la gran
cuestión europea. E lo que he llamado política de campanario.
En resumidas cuentas, el
abandono de lo internacional, que ya iba siendo global, de las vías nacionales
al socialismo consolidó el carácter nacional y nacionalista de la izquierda,
que ya practicaba la socialdemocracia europea tras la votación de los créditos
de guerra en 1914. Más todavía, la práctica desaparición del horizonte de la
transformación de la sociedad –digámoslo sin tapujos-- iba vaciando las ideas del gran cambio social
en un amplio sector de la vieja militancia que se vio deslumbrada por la
aparición del nacionalismo y su fase superior, el independentismo. La orfandad,
se dice, aborrece el vacío.
Hasta la presente es mayoritaria
en la izquierda la idea del origen del procés
independentista. Es la siguiente: los efectos tremendos de la tristemente
célebre Sentencia del Tribunal Constitucional, que pasaba la garlopa en
aspectos no irrelevantes del nuevo Estatut; de un lado; y, de otro lado, la
reacción del govern Mas para desviar la atención de su política de recortes, en
los que por cierto tuvo como arquitecta funcional a Elsa Artadi, pieza central del actual gobierno
subalterno de la Generalitat. No
contradigo esa versión del origen del procés.
Pero esa no es ni toda ni la principal explicación.
Yo lo veo de esta manera: el momentum del inicio del procés se da cuando, desde la
covachuelas del independentismo, se toma nota de la aparición de un movimiento
intimidante: la aparición de los indignados
en la Plaza de Cataluña, el famoso 15 M. En sus asambleas permanentes los
acampados –un movimiento interclasista--
no mencionan ni por asomo la cuestión catalana, el bilingüismo se
utiliza con naturalidad y les importa un rábano el esencialismo nacionalista.
Algunos perciben que ese movimiento no es cooptable como lo han sido
mayoritariamente las izquierdas. Estupor, pues. Hay que contrarrestarlo con una
potente ofensiva de nuevo tipo. Sólo añadiría como fecha emblemática el 15 de
junio de 2011, cuando Mas tiene que utilizar
un helicóptero para llegar al Parlament. Por cierto, para aprobar unas leyes de
recortes apoyadas por el PP.
En resumidas cuentas, el inicio del procés es,
así las cosas, un momento de confrontación interna de Cataluña. No es, por
tanto, una pugna entre Barcelona y Madrid. Cuestión diferente es lo que irá
sucediendo posteriormente.
Tercer tranco
No quiero ser aguafiestas, pero
debo decir lo siguiente: el doble conflicto que vivimos entre las dos Cataluñas
y el de una parte de ella con España será de larga duración. No es fatalismo,
es simplemente la constatación de la gravedad de una situación como la actual.
Más todavía, en Cataluña una parte de la sociedad podría encontrarse emparedada
entre los independentistas y los neo lerrouxistas. Este conflicto da vidilla a
ambos polos y, posiblemente, se agudizará con el legitimismo del presidente
vicario y las ínfulas de Ciudadanos. Es la mutua retroalimentación. Paciencia,
pues.
Tener paciencia no equivale a
dimitir de hacer propuestas. Por ejemplo, Joan
Coscubiela ha propuesto unas cuantas que llama microsoluciones. Una se ha realizado ya: la formación de un
gobierno que debemos juzgar por sus hechos concretos. Faltan dos: la retirada
del artículo 155 y la puesta en libertad de los presos. Lo segundo ya no se
sostiene tras la gigantesca chapuza del juez campeador. Por lo que a mí
respecta propondría una cuarta microsolución: un entendimiento entre sindicatos
y patronal en dos direcciones: a) evitar que se marchen más empresas de
Cataluña, y b) recuperar lo que se pueda de las que nos han dejado. En efecto,
son unas propuestas minimalistas, de choque. Porque lo que naturalmente se
trata de elaborar un proyecto estratégico.
Cuarto tranco
Un proyecto estratégico para
España hemos dicho. Porque no es posible una nueva arquitectura institucional
sin una reforma a fondo de la Constitución. Nada se mejoraría con sólo un
baldeo de cubierta. Se trata de reformar ordenadamente el todo para que encajen adecuadamente las partes. Pero ya estamos en
condiciones de imaginar que ello tampoco daría satisfacción al independentismo.
Lo único que haría –posiblemente, pero no tenemos certeza de ello-- es restarle aliados y consenso de masas.
Concretando, primero la reforma del todo, después la revisión y encaje,
concretos, de los problemas territoriales.
Aprovecho la ocasión para
polemizar con una idea que empieza a circular por ciertos ambientes
intelectuales barceloneses. Plantean que el diseño institucional más adecuado
es el referente a la ciudad. La ciudad como marco que substituye al Estado. Por
mi parte, tal como están las cosas ahora dan ganas de decir que el Estado tiene
los siglos contados. En todo caso, habrá que convenir que este planteamiento,
el de la ciudad como marco institucional, tiene la ventaja de que dichos
círculos intelectuales quedan eximidos de responsabilidad política. Yo no
comparto ese diseño. Porque conduciría al corporativismo territorial más
exasperado.
Es necesaria una nueva
arquitectura institucional. Ahora bien, me es obligado reconocer que, bajo el
sistema de las autonomías, España ha alcanzado los más altos niveles de
progreso y desarrollo. Alguien tendría que decirlo. Una nueva arquitectura
institucional porque ya no valen los meros ajustes funcionales. Y no veo otro
camino que el federalismo. Es más, yo diría que el sistema autonómico, a pesar
de todo, ha sido una escuela razonablemente buena para el nuevo camino
federalista.
Me interesa decir lo siguiente:
yo soy un federalista tardío, y lo soy por descarte de otras opciones. Es
decir, mi federalismo no es ideológico sino pragmático en el sentido que Richard
Rorthy le da a esa palabra. Entiendo, además, que el federalismo tendrá no
pocas enemistades e interferencias. Es algo más que una intuición que el PP le
pondrá la proa, que algunos sectores del PSOE harán tres cuartos de lo mismo, y
que Ciudadanos mostrará su más enfebrecido ardor guerrero en su contra. Más
todavía, el independentismo catalán tampoco estará por la labor. En todo caso,
de ahí se debe partir. Las dificultades no son, pues, la conclusión sino el
punto de partida.
He oído decir hoy que el
federalismo es la única solución posible. Sea. Pero un servidor, que ya tiene
mucho hartazgo de certezas, prefiere decir que el federalismo es la hipótesis
–una hipótesis no equivale a certeza--
para arreglar la osamenta del país.
Esto es lo que quería en Mataró,
en el Mataró de Joan Peiró, Antoni Martí Bernasach y Teresa
Cortina. Internacionalistas de noble estirpe.