«Estoy hasta los cojones de
todos nosotros», dijo en su día don Estanislao
Figueras, que fuera el primer presidente de la primera República
española. Una frase contundente, antológica, de lo que significa estar hasta el
colodrillo por la intransigencia de los compañeros de partido. Posiblemente es
lo que estará pensando Oriol
Junqueras en la soledad de la cárcel. Ahora bien, estar atiborrado de
sapos consumidos es cosa harto sabida por Esquerra Republicana de Catalunya. De ahí que el
hartazgo con el hombre de Bruselas ha
dejado de estar soterrado y ha emergido a la superficie.
Con prudencia sobrevenida el presidente
del Parlament, Roger Torrent
(ERC), desconvoca el Pleno, previsto para ayer a las 15 horas, porque no es
cosa de acumular agravios al Tribunal Constitucional. La reacción de los de Puigdemont es levantisca;
se soliviantan y, en algunos casos, cruzan palabras gruesas con algunos
diputados de Esquerra. El grupo parlamentario del hombre de Bruselas está
empeñado en investirle como sea y a no importa qué coste. Por si las moscas
habían convocado, a través de sus franquicias, «al pueblo» en el Parc de la
Ciutadella. Todo un elemento de presión de quien no se fía de la mitad de la
cuadrilla.
El ´desaire´ sufrido por
Puigdemont pone en evidencia, de manera pública, que el músculo independentista
ha sufrido un revés. Que tiene dos incidencias: la tirantez de las relaciones
entre ambos partidos que ya no se disimula y la agria relación entre Puigdemont
y el presidente del Parlament. La cosa ha llegado a límites impensables hasta
hace unos días: todo un Joan
Tardá linchado en las redes sociales con la misma furia que siempre
estuvo reservada a los enemigos del pueblo de Cataluña. Aquí no se salva ni
Dios.
Hoy el independentismo político,
tras esas vicisitudes, está más débil. No será un servidor quien lo lamente.
Pero esa debilidad, fruto de la desagregación, plantea un problema: la
capacidad de interlocución se ha debilitado. La capacidad de negociación de los
sujetos independentistas ha menguado. Pero, de la misma manera, eso complica
también la hipotética capacidad de interlocución de la parte contraria. Sea
como fuere con esos bueyes aramos.
Dispénsenme una curiosidad: si
el presidente del Parlament no puede comunicarse con Puigdemont, ¿cómo es
posible que se siga manteniendo la estrafalaria tesis de que se puede gobernar
desde Bruselas?
Cambio abrupto de tercio.
Mientras se producen estas novedades y chicoleos el sindicalismo confederal
debe ir a lo suyo. Lo más inmediato ahora es la preparación pormenorizada de
las huelgas del día 8 de Marzo, Día
internacional de la Mujer trabajadora. De la mujer trabajadora, no de la mujer
a secas.