Ciertamente,
la gran novedad sociopolítica de los últimos decenios es la emergencia del
protagonismo de la mujer. Ha sido en todos los terrenos: en el mundo de la
cultura, de los medios, de la ciencia, del deporte y de la política. Que
todavía no sea suficiente, no empece la cantidad y cualidad de ese nuevo poder
–el de las mujeres— que ha ido conformando el salto de cualidad de un feminismo
minoritario, a veces grupuscular, a un movimiento de masas de proporciones
nunca vistas. En esa dirección hay que captar lo novísimo: las luchas de masas
en algunos países de Oriente Medio, sin tradición de feminismo. Y que, además,
ha concitado una solidaridad de masas que ha impresionado al mundo entero, es
el caso de Irán.
Ese
nuevo poder de la mujer
colectivamente ha tomado la esencia,
presencia y potencia del feminismo. Y, en parte, es el miedo que tiene el macho
tóxico hacia la mujer, que le lleva a la violencia más descarnada. Miedo al
nuevo poder y, sobre todo, pavor ante la pérdida de poder del macho. La noticia
de que aproximadamente un 10 por ciento de la juventud no crea en la violencia
de género es algo muy preocupante.
Permítanme
un salto aparente: cuando el movimiento obrero se aproximaba a ser un sujeto
adulto Karl Marx y Mihail
Bakunin se tiran los platos a la cabeza y son incapaces de llegar a una
síntesis constructiva. Justamente al revés: el esfuerzo que hacen es para
destruir al contrario, vita mea mors tua.
La clase obrera mundial dividida en dos grandes bloques que, en más de una
ocasión, practican la violencia mutua. Todo ello acompañado de condenas y
anatemas, que eran el rescoldo de las luchas entre los padres fundadores de
socialismo y del anarquismo. Por ejemplo, en el congreso de Zaragoza, la CNT
declara que «UGT es un sindicato amarillo». Esta división apoyada por la
violencia física y oral ha sido la gran tragedia del movimiento obrero y
sindical desde mediados del siglo XIX hasta el siglo XX. Pregunta: ¿ha ganado
el conjunto asalariado con esta tragedia sofoclea?
De te fabula narratur,
feminismos. Hemos oído vuestras disputas, primero, susurrando como quien tiene
miedo de que se sepa de qué se habla, después a grito pelado en los medios,
tertulias y demás camaranchones. Pero eso era poco: había que trasladar
organizadamente la división a la calle, y aquella tarde fatídica se convocaron
dos manifestaciones feministas, cuyo objetivo –seamos un poco toscos-- era contarse, esto es, quién había llevado
más gente a pisar el asfalto.
Mala
cosa. ¿Por qué no estudiáis las vicisitudes de las broncas entre Marx y Bakunin
y los incendios que provocaron?