Escribe Mano de Mortero
El doctor Doctrinas emerge desde el origen de los tiempos. Los epidemiólogos lo
conocen bien. Vuelve dicharachero, con su carromato far west, a
difundir sus recetas milagrosas, aciagas, de palo, garrote e incendio para
inflamar los síntomas de una justicia definitiva, casi divina y terrenal.
Dos mundos conectados por la ciencia infusa del doctor inhabilitado por la
historia. El galeno vuelve a ejercer bajo diversos nombres, todos con el
apellido “libertad”. En nombre de esa extraña libertad que necesita aniquilar
al contrario y que pervierte la idea luminosa de Rosa Luxemburgo: «La libertad siempre ha sido y es
la libertad para aquellos que piensen diferente».
Vuelve la
fe una y única. La larga tradición española del
doctrinarismo. ¿Y catalana? También. La iconoclastia
posmoderna, con mucho arcaísmo, toma las calles y circula en la boca de los
parlamentos. La expresión libertariana de una derecha afásica encuentra una
Marianica en la presidenta de Madrid región, quien oye la música y
riega con hidroalcohol las calles incendiadas. La dirigencia de Unidas Podemos lanza desde el gallinero flores secas a
los apedreamientos callejeros para no infundir sospechas, incapaces de mirarse
al espejo ante la aparición de los primeros pelos en lugares insospechados
hasta ahora, se niega a dejar atrás la pubertad política.
Los
altavoces mediáticos dedicados a la fontanería disponen de carne fresca que
lanzar al mercado público de banalidades. Una extraña mezcla de
malestar, y razones no faltan, se ha puesto en marcha. Estemos, pues,
a la expectativa. Aquellos que meses atrás hablaban de la desafección
democrática de treintañeros y cuarentones, sugiriendo que los jóvenes y las
muchachas en flor estaban por la fiesta despreocupada del carpe diem deberán
darle una vuelta a los datos que manejaban, o los datos que manejaban han dado
una vuelta en estos momentos. En todo caso, no cabría menospreciar el potencial
volcánico de la rebeldía, sin causa y con causas, que está ocupando esta meseta
del desierto pandémico que venimos atravesando.
Mientras
tanto, los cuadernos para dialogar siguen abiertos, todavía en blanco. Las
líneas caligráficas con sospechosa ortografía se mueven entre los gritos
proféticos, el largo suspiro de la trompeta milenarista del «ara sí» y
el abanderado, el Licenciado Lebrillo, se
magrea la bragueta en el “photo cool” para arreglar los cuernos de Osborne, que amenazan con decir «esta es la mía».
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