Estas
son horas de meditación. Eso nos dicen las normas y las convenciones al uso.
Día de reflexión se llama. Lo que, sin embargo, no impide que meditemos sobre
algunos de los acontecimientos más recientes de este final de campaña
electoral.
Algunos
refitoleros han considerado demagógico que se hayan comparado determinas
actitudes del independentismo con las reiteradas prácticas de Trump. Otras voces han calificado
las patrañas que propalaban los independentistas como un error. Reflexiono
detenidamente: no se trata de un error, ni tampoco de un descuido. Porque
cuando un error se repite en demasía es, con toda seguridad, una opción que se
hace a sabiendas y queriendas.
El
independentismo se ha contagiado –unos con más antigüedad que otros— del trumpismo. Se diría que es la última
ratio que le queda a Laura
Borràs, ahora amenazada en sus aspiraciones a presidir la Generalitat
por el gasolinero Canadell.
Se trata del contagio del trumpismo más agresivo, porque ya no se trata de eso
que ahora llaman fakes news, sino de
calumnias. Según la volcánica Borràs, Salvador Illa se
había vacunado sin respetar los protocolos; incluso llegaron a fabricar un
documento que daba fe de ello. El «todos contra Illa» --excepto Jéssica Albiach--
funcionó perinde ac cadaver. Al coro se sumaron el mustio Carrizosa (Ciudadanos) y el
irrelevante Fernández
(Partido Popular) junto a algunos radiofonistas de carajillo y bustos parlantes televisivos de tagarnina.
¿Para qué contrastar una información si podemos armar la zahúrda? A
continuación se demuestra que ese papel y la noticia son más falsas que un duro
sevillano. Nadie rectifica, ni nadie pide disculpas.
Así
pues, el protocolo contra Illa ha empezado antes de las elecciones. Que Borràs
se haya metido en ese lodazal es comprensible, porque su política de tierra
quemada le lleva a eso. Cuestión distinta es que los de Aragonès García hayan seguido ese juego
de una manera tan obediente. ERC,
el partido europeo más confuso, sigue siendo subalterno a Waterloo en lo
fundamental. El infundio contra Illa, sin embargo, ha provocado las iras de la
Musa del independentismo que, como periodista que conoce las truculencias del
oficio y sus repercusiones, sabe que eso favorece al candidato socialista.
Seguramente porque el consumo de fakes, como el de sapos, tiene un límite tras
la derrota de Trump. La Rahola
ha tomado nota de que, cansados de tanta basura –sobre todo, calumnias— más de 140.000
norteamericanos se han dado de baja del Partido Republicano tras el asalto al Capitolio. Que –se recuerda—
Puigdemont, Comín y Ponsati se negaron a
censurar en el Europarlamento.
En
resumidas cuentas, la toxicidad del trumpismo y del independentismo es idéntica
en lo fundamental y ligeramente distinta en lo accesorio. Agotados ambas partidas
solo les queda la mendacidad militante.
Post
scriptum.--- «Lo primero es antes», según
decía don Venancio Sacristán. O sea, «antes» de
votar cerciórate de que tu papeleta es la más idónea para mañana y pasado
mañana.
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