1.---
El independentismo ya no intimida; su persistente acción disparatada le ha
restado credibilidad y, por tanto, ya no amedrenta. De manera que la recurrente
apelación a la «república catalana» es sólo un forraje espiritual para mantener
la tensión de sus amigos, conocidos y saludados. Es solo un placebo para que no
se apague la llama de la palmatoria.
Sin
embargo, el independentismo es una fuerza que genera un potente embrollo e
inseguridad de todo tipo así en el interior de Cataluña como en toda España.
Hay que saber diferenciar entre «intimidación» y «embrollo». Es naturalmente un
embrollo enormemente perjudicial; siempre lo fue. Y, por supuesto ahora, en
plena pandemia y con posibilidades de que España sea la que más crezca
económicamente en la Eurozona, según la Unión Europea.
Por
eso, lo que se juega en las elecciones del próximo domingo es si el
independentismo sigue embrollando desde las instituciones autonómicas y se
convierte en un sujeto de follón en la plaza pública o si, por el contrario, se
abre un camino que, lenta y gradualmente, vaya sacando a Cataluña de esta
ciénaga.
2.---
En las anteriores elecciones el grado de participación fue considerable: era
una manera de salir al paso de lo que se intuía como un peligro real de
secesión de Cataluña. Una falsa apreciación.
Mayoritariamente
se votó a Ciudadanos,
porque el personal entendió que era la fuerza más firme contra esos intentos. Arrimadas hizo una pésima
gestión de su condición de fuerza parlamentaria más votada. De manera que
podemos decir que su impotencia ha contribuido a consolidar el embrollo
catalán. Ya lo dice el refrán: Dios le da nueces a quien no puede roerlas.
3.---
Que no haya peligro de independencia no quiere decir que «el embrollo» sea un
peligro irrelevante. Por eso es necesario un último esfuerzo para ampliar la
participación electoral contra el independentismo.
Y
para consolidar el embrollo se
recurre al ´todos contra Illa´ y al más obsceno contorsionismo. Una orientación
que apunta desesperadamente a que el PSC no sea la primera fuerza
parlamentaria, se dirige también a avisar a los de Jéssica Albiach para que no
molesten demasiado y, por último, señala con el dedo índice a Aragonès García lo que debe
obedecer.
Más
todavía, lo último que nos quedaba por ver es la imagen de Waterloo: media cara
del carlista Puigdemont pegada a la otra media del libertario
Puig Antich. Un guiño
chocante a la CUP, al
tiempo que intenta robarle votos. Contorsionismo: los libertarianos yendo de
bracete con los libertarios.
Unos
y otros como no pueden, ni quieren declarar la independencia –sólo Jordi Cuixart es el único que
está dispuesto a mandar a sus hijos a la cangrí-- declaran el «estado de embrollo». Lo que nos
llevaría, si no se empieza a impedir el próximo domingo, a «una Cataluña
dividida de manera irremediable entre dos bandos», alerta Enric Juliana en La Vanguardia de hoy. El camino a la
Cataluña desguazada estaría cantado. Cosa que no parece importarle a los
fanáticos a los que se les requiere «una tensión emocional permanente», según Jordi Amat.
Los
fanáticos de ayer y hoy. Bartolomé Esteban Gallardo
allá por los comienzos del siglo XIX escribió un Diccionario burlesco donde
definía magistralmente el fanatismo: «Enfermedad físico—moral, cruel y
desesperada, porque los que la padecen aborrecen más la medicina que la
enfermedad». Lúcido este ilustrado.
Sirva
todo lo anterior como elemento de reflexión, también, a quienes no entienden
que casa con dos puertas mala es de guardar.
Post scriptum.--- «Lo
primero es antes». Es la gran enseñanza que difundía don Venancio Sacristán.
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