1.---
Los cabos furrieles de las manifestaciones de estos días en solidaridad con el
cacofónico rapero defienden la libertad de expresión de ellos mismos y están
radicalmente en contra de la de los demás. No hay nada nuevo bajo el Sol; esta
es la enésima versión del carácter de estos conflictos y de las creencias de
sus capataces a lo largo de la historia.
Son
manifestaciones que se disfrazan ahora de democráticas para que piquen los
desorientados, aquellos que apoyan todo lo que se mueve en no importa qué dirección
y sentido. Son los que han llamado «antifascistas» a la avanzadilla dirigente
que --segunda desubicación-- hace pensar en que, por los motivos y razones que
sean no se trata ya de un error sino de una opción, sospechosamente a cosica
hecha. Que sea una pirueta de aprendiz de brujo es, con todo, algo que
intuimos. A veces un olfato casi ochentón puede oler indicios nunca tratados en
los post modernos tratados de politología.
Pero,
como estamos en un almacén abigarrado de paradojas, hemos de anotar una verdaderamente
chocante: cuando se llama «antifascistas» a estas manifestaciones se está
legitimando no tanto a los que se sienten convocados como a los que las
dirigen: cabos furrieles y capataces, porque todavía está por saberse, aunque
se intuye, quiénes están detrás del mostrador. Detrás están quienes son los
enemigos de aquellos que el rapero amenaza y pone a caldo.
2.---
Lo entiendo. Pablo Iglesias el
Joven también está desorientado. Quien intentó incorporar a la juventud
indignada a la acción política «para asaltar los cielos», mediante una lucha de
los de abajo contra «la casta», ve
que una cierta juventud –nueva de ropajes, de ortografía y atalajes— se mueve
en una dirección que él, en su infinita sabiduría, no había previsto. Hay, por
tanto, que engatusarles; y, en vez de hablarles con autoridad, les acaramela
con el piropo de antifascistas. Del que se apropian, empero, los que orientan
dónde hay que tirar el petardo y en qué calle hay que zambullirse.
Sí,
claro que sí: hay que buscar a fondo las raíces de este malestar juvenil. Hay
que exigir que se remuevan todos los obstáculos que obliteran la igualdad de
oportunidades. Sin embargo –siempre sale ese fastidioso pero que matiza las cosas—justificar esos movimientos (y, mucho
peor, legitimarlos) va en dirección contraria. «Lo primero es antes»; de manera
que, para remover todos esos obstáculos, se debe denunciar el carácter violento
de esas algaradas, cuyos cabos furrieles y senescales son radicalmente
contrarios a la libertad, la democracia como palancas indispensables para
solventar los problemas de la juventud.
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