En
lo poco que llevamos de campaña electoral catalana está saliendo a flote la
degradación política y moral de la fuerza política que responde a la obediencia
de Waterloo. Estamos
hablando de la fracción mayoritaria de los post post post convergentes, liderados
por ese personaje tan chocante como es Carles Puigdemont. Me interesa señalar que, de momento,
no me refiero a lo que he dado en llamar forraje
electoral, es decir, esos rifirrafes –a veces improvisados sobre la marcha
o preparados por un escriba excesivamente gástrico. Me estoy refiriendo a fragmentos
de discurso de fuerte y estudiada toxicidad que, desgraciadamente, cada vez son
más frecuentes en la jerga de Waterloo.
Se
trata de una ruptura retórica, en primer lugar, de la matriz pujoliana y de
todos los políticos de aquella hornada. Eran de derechas y con ellos nos
confrontamos, pero guardaban y respetaban las formas políticas y, por lo
general, procuraban colisionar lo menos posible con las normas y convenciones
de la democracia. La novedad que introduce Waterloo desde, por lo menos, septiembre
de 2017 es de una ruptura total con el nacionalismo.
Un
botón de muestra: cuando la candidata de la CUP amenaza con no hacer presidenta de la
Genralitat a Laura Borràs hasta
que los tribunales no aclaren si es corrupta o está limpia como una patena, la
Borràs suelta indignada esta consideración: «Hay que optar entre la injusticia
española y la democracia catalana».
Forraje
electoral fue su perla que analizábamos el otro día, eso de «eliminar el Estado
en Cataluña». Su respuesta, ahora, a los fraticelli de la CUP es otra cosa:
tutía de chimenea. Está diciendo que la corrupción –su corrupción personal, por
la que está empurada por la Justicia--
está amparada o justificada por la democracia catalana. Vale decir, el
constructo grotesco de democracia que tiene en la cabeza Waterloo.
La
cosa es grave. Es más, tengo para mí que no somos todavía conscientes de esa
gran mutación de un sector tan importante de la política catalana hacia comportamientos
no solo iliberales sino claramente antidemocráticos. Máxime cuando, de una u
otra forma, cabe la posibilidad de que esa gente pueda seguir gobernando en
Cataluña.
Gente
de extrema peligrosidad, porque bajo sus faldones está creciendo un
batiburrillo de maquetas de grupúsculos de ya probada violencia.
Que
no ganen las elecciones es una condición necesaria (aunque no suficiente) para
ir cambiando las cosas.
Post
scriptum.--- Don Venancio Sacristán: «Lo primero
es antes».
No hay comentarios:
Publicar un comentario