Nota bene.--- Este blog fija posición sobre la
llamada Ley trans. Hacemos nuestro el
artículo que ha publicado sobre ella Lluís Rabell*.
Los hombres que susurran a las mujeres
Escribe: Lluís Rabell
Como no podía ser de otro modo, el borrador de la llamada “Ley trans” elaborado por el
Ministerio de Igualdad ha reavivado el debate en el seno del feminismo. El
texto se sitúa en la lógica de los proyectos anteriormente registrados. Y
certifica cuanto han venido denunciando los numerosos colectivos agrupados en
la Confluencia del Movimiento Feminista: el enfoque mismo de la ley supone un
ataque frontal a los derechos y frágiles conquistas de las mujeres, que se
basan en el sexo, y cuyo sentido es el de revertir la opresión y la
discriminación que padecen, en razón del mismo, las mujeres a manos de los
hombres. Pero representa también una amenaza para la salud y el desarrollo
integral de niñas, niños y adolescentes. En ese sentido, hay que decir que el
feminismo está asumiendo la responsabilidad de defender al conjunto de la sociedad
ante un peligroso desvarío. Se echan de menos las voces de científicos,
educadores, pediatras, psicólogos… Algunos silencios son comprensibles: quien
se atreva a cuestionar la ideología transgenerista se
arriesga a ser vilipendiado, acusado de un delito de odio y a verse envuelto en
muchos problemas. Hay poderosos intereses detrás de esa voluntad
legisladora – que, irresponsablemente, se ha empecinado en abanderar la
izquierda alternativa. Razón de más para saludar la valentía del feminismo
radical, que da un paso al frente cuando tantos pierden el norte o les tiemblan
las piernas. ¡Y encima estas mujeres son tildadas de “excluyentes”!
No es bueno recurrir a hipérboles y exageraciones, si se pretende hacer un
debate sereno. No hay, sin embargo, muchas formas de decirlo: el texto del
Ministerio es oscurantista.
Los presupuestos en que se basa constituyen una negación de la ciencia y del conocimiento
humano, empezando por la pretensión de que “se
asigna” un determinado sexo al nacer – es decir, que éste no
viene dado por la realidad biológica de nuestra especie. Se impugna la realidad
material… y, en cambio, se otorga un valor objetivo incontestable al “sentimiento”: hay, pues,
cuerpos “equivocados”, cuerpos que aprisionan a
seres de otro sexo. Abundan
al respecto las reflexiones críticas de activistas y pensadoras feministas. Mi
admirada Pilar Aguilar,
sin ir más lejos, acaba de escribir en “Público” un
magnífico artículo (“Esto decimos las
feministas”) desmontando con agudeza tales despropósitos. Pero
produce escalofríos la frivolidad con la que se habla de “infancia y adolescencia trans”. Es
decir, cómo se encasilla en un marco conceptual arbitrario a menores cuyo
desarrollo a todos los niveles es incipiente, cuya sexualidad no está definida
o es percibida de modo confuso… A chicos y chicas que pueden manifestar
un profundo malestar con sus cuerpos como resultado del entorno en que se desenvuelven,
de la discrepancia de sus gustos con los estereotipos de género que les dictan,
o bien de una inclinación homosexual mal aceptada. Ese sufrimiento puede
ocultar incluso traumas anteriores, trastornos de tipo autista… En nombre de “despatologizar”, la ley
sacraliza un estado de ánimo, susceptible de haber sido inducido por muy
diversas causas, llevándolo a la categoría de una incuestionable “autodeterminación de género”.
Tan incontrovertible que ni médicos, psicólogos o familiares pueden objetar nada
al respecto, ni aún menos oponerse a la voluntad del menor. De tal modo que
éste sólo puede ver reafirmado su
sentir y, por ende, ser encarrilado hacia tratamientos hormonales o quirúrgicos
cuyas consecuencias no está en condiciones de medir. Sólo en determinados
casos, rigurosamente informados y acompañados, los especialistas estiman que
una “reasignación” – es decir, una
aproximación a la apariencia del sexo deseado – puede ser aconsejable. La
transexualidad es algo muy serio que, desde luego, este proyecto no respeta, ni
protege. Amelia Valcárcel duda
incluso de su constitucionalidad. Es muy probable que tenga razón. Que hablen
también los juristas. Doctores tiene la Iglesia. Personalmente, me atrevería a
decir que el planteamiento del proyecto llega a incurrir, por cuanto a los
menores se refiere, en un delito
del deber de socorro – art. 195 del Código Penal – que
castiga “al que no socorriese a una persona que se halle
desamparada y en peligro manifiesto y grave”.
Pero cabe preguntarse ¿por qué tal empeño en sacar adelante un proyecto que
está incendiando al feminismo y que puede convertirse en un factor de crisis
del gobierno de izquierdas? En un país repleto de burdeles – con miles de
mujeres pobres explotadas -, donde los niños pueden acceden a la pornografía
más dura desde sus móviles y donde hay institutos que se forran intermediando
en la práctica ilegal de los vientres de alquiler, el Ministerio de Igualdad
escoge las prioridades que escoge. No faltan algunos periodistas, generalmente
bien informados de cuanto se cuece en la capital, que nos brindan una
explicación palaciega: se trata de una mera lucha de poder entre las mujeres
del PSOE y las de Podemos. Carmen Calvo sería una
trasnochada feminista, un vestigio del pasado que se aferra a sus privilegios y
está celosa de la innovadora Irene
Montero. Si bien es cierto que Podemos se
ha embebido de las teorías transgeneristas en
boga en los campus norteamericanos y choca con unas tradiciones feministas que
perviven en la socialdemocracia, lo primero que hay que constatar es que nos
encontramos ante un fenómeno mundial. La misma controversia se está
desarrollando en muchas latitudes: en Canadá, en Estados Unidos, en Inglaterra,
en los países nórdicos… Se está librando una batalla cultural contra las mujeres,
promovida por lo que Rosa Cobo designa
como “las élites del patriarcado”; es decir,
aquellas corporaciones, centros de poder y lobby dirigidos por varones que
pretenden perennizar su dominación, moldeando el semblante de la mujer de modo
funcional al capitalismo del siglo XXI. En el marco de ese “zeitgeist” reaccionario, Pedro Vallín – por citar a un
afamado periodista cuya virtud más destacable no es la humildad – se permite
insultar a millares de mujeres, activistas e intelectuales, seguidoras según
este señor de un “feminismo Pieter
Botha” (ex-primer ministro de la Sudáfrica del apartheid).
Dicho de otro modo, de un pensamiento equiparable a las teorías paranoicas
de la extrema derecha. Bueno, con las conspiraciones pasa como con las meigas: de haberlas, haylas. Pero a nadie se le
ocurriría reducir a tal la “revolución
conservadora” iniciada en tiempos de Reagan y Thatcher, que acabó
estableciendo un nuevo paradigma del capitalismo a nivel mundial. Como tampoco
es una conspiración esta oleada, en un momento en que el patriarcado pretende
derrotar al feminismo y definir nuevos marcos de servidumbre para las
mujeres.
El fondo del transgenerismo – que no de la transexualidad
– es el intento de anular a las mujeres, cuestionando su existencia como tales.
Y ese intento cuenta con grandes recursos, con notables apoyos académicos y
mediáticos. Por eso cualquier plumífero con cierta notoriedad se permite
pontificar sobre el feminismo y explicarles a las mujeres lo que les ocurre –
algo que, por sí mismas, serían incapaces de comprender, enfrascadas como están
en tirarse del moño. Son los vanidosos narcisos de la posmodernidad, los
hombres que susurran a las mujeres. Es urgente parar esta locura.
4 –2 – 2021
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