Cataluña
se ha convertido en la región europea más confusa. Los partidos que la
gobiernan han contribuido poderosamente a esa caracterización. Cuando aquel
estrambótico presidente, Quim
Torra, les decía a los jovenzuelos alborotadores que apretasen
(«apreteu, apreteu») estaba dando las más altas señales de la confusión de
papeles: el de un agitador que, a su vez, parecía dirigir las instituciones
autonómicas. Fue la versión grotesca de aquel Mao cuando exigía a los jóvenes guardias rojos
que bombardeasen el Comité Central.
Es
la confusión a granel: Waterloo
está negociando con la CUP
el reparto de la túnica sagrada tras las elecciones del pasado domingo. Las
relaciones son excelentes entre el partido balumba de Laura Borràs (adinerados libertarianos, funcionarios
de alto coturno, menestrales de mandil astroso, curas trabucaires y otras islas
adyacentes, contrarios o indiferentes a la cuestión social) y los fraticelli de la CUP. Los hunos y los hotros
están jugando a las apariencias: la balumba, extraña caja de Pandora, haciendo
contorsiones hacia la extrema izquierda para no infundir sospechas; los
milenaristas, disfrazados de anticapitalistas, como el Arlequín de Goldoni
que se ufanaba de estar al servicio de dos
señores. Es la reedición de aquel besuqueo entre David Fernández, uno de los padres de la CUP, y Artur Mas.
«Bombardead
el Comité central» exige Waterloo, con la aquiescencia de la CUP que traducido
a la lengua vulgar quiere decir: al ataque contra los Mossos de l´ Esquadra.
Entre el rapero Hasél
y el orden democrático, Waterloo –el partido balumba-- se orienta al apoyo de la violencia. Una
extraña paradoja: los violentos –sean pocos o muchos— defienden la libertad de
expresión del rapero mediante la violencia, atacando físicamente la libertad de
expresión de quienes no comulgan con ellos. Momentos de confusión: es libertad
de expresión –dicen algunos partidos que ejercen responsabilidades
gubernamentales así en Madrid como en Barcelona—elogiar y llamar al tiro en la
nuca. Una consideración que, en boca de esos mismos partidos, es un tejeringo
para que unos (Waterloo) se enfrente al Estado y otros (Echenique et alia) puedan elevar el listón del desacuerdo con el Gobierno del
que los suyos forman parte. Es la confusión condensada. En todo caso, ambos
ejercen –habrá que empezar a insinuarlo— la «retórica reaccionaria», de la que
hablaba Albert O. Hirschman. O la retórica de boy scout: ante un incendio lo primero y
más urgente es abrir una comisión de investigación para conocer sus causas y,
después una vez acabadas las investigaciones, llamar a los bomberos.
De
la confusión líquida se ha pasado a la confusión sólida: tv3 agitando a la
parroquia en solidaridad con el cacofónico rapero del tiro en la nuca, pues
todo vale para erosionar al Estado, esparciendo la tinta del calamar para
disimular la derrota electoral de Waterloo.
Cataluña
la región europea más confusa que –fiel a sus más nobles tradiciones-- recupera la egregia figura del cura
trabucaire. Mosén Galí,
cura de olla gerundense, clama desde su Hoja Parroquial y el púlpito que «no se
vote a los traidores, solo a los independentistas». Igualico que aquel Mosén Antón, el cura
guerrillero de la partida del Empecinado, que
después se pasó al ejército invasor, según relata don Benito
Pérez Galdós. Es la confusión de
los fanáticos con o sin sotana.
Oído
cocina: se está fraguando una sonada protesta de los Mossos por la actitud del
Govern de la Generalitat y, más en concreto, por el cabildeo que contra ellos
se llevan entre manos Waterloo y la CUP.
Confusión
de confusiones: Pablo
Iglesias está tensando la cuerda al máximo. Las influencias de Mao
(«bombardead el Comité central») pueden llegar a un punto de no retorno.
Post
scriptum.--- «Lo primero es antes», decía don Venancio
Sacristán. Echenique lo ignora.
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