Dos
damas en campaña electoral, la una en las antípodas de la otra; dos mensajes,
que son auténticas perlas, y no precisamente de piedras preciosas. Y sólo
llevamos cuarenta y ocho horas de calcorreo. La primera, Laura Borràs, del señorío jurisdiccional de
Waterloo; la segunda, Eva Granados, socialista
que hizo sus primeros andares como sindicalista.
Borrás
ha afirmado, tras consultar los apuntes de su chuleta, que se compromete a
«eliminar el Estado en Cataluña». Es algo tan arriesgado como afirmar que los
ángulos internos de un triángulo no suman
180 grados. Disparate político que viene a recordar hasta qué punto los
independentistas infravaloraron el poder del Estado cuando tuvieron la
ocurrencia de echarle un pulso en 2017. Error caballuno de quienes como ellos –Laura
Borràs y sus islas adyacentes— no han entendido que el Estado, este Estado, ha sido quien ha derrotado al
procés. No el Estado como ente
abstracto, sino el Estado con sus aparatos de toda índole. ¿Error, ignorancia, ingenuidad?
Tal vez una pizca de todo ello. Pero fundamentalmente se trata de forraje
electoral. Su feligresía necesita, como los seguidores de los Testigos de Jehová y sus hidalgos de bragueta, un estruendo
fortísimo, un enjambre sísmico como el de Santa Fe. Y eso, «la eliminación del
Estado en Cataluña», es el no va más. Va en línea con la promesa electoral de
aquel ricachón francés que, en las presidenciales de 1968, propuso la
eliminación del dinero, la policía y demás quisicosas por el estilo.
Borràs,
a las cuarenta y ocho horas del inicio de la campaña, lanza ese petardo. Irá en
crescendo, aunque no sabemos lo que dirá mañana.
Cambio
radical de escenario.
Eva
Granados es una socialista templada a la que no se le conoce ninguna
descortesía, ni palabras gruesas. Y sin embargo, ha lanzado a los cuatro
vientos que «Los Comunes son el
agente comercial de Esquerra
Republicana de Catalunya». Lo que no se compadece con la realidad.
Posiblemente
Granados no ha sabido reprimir la indignación por las palabras del famoso
porculero que afirmó mendazmente que «Illa representa a los poderes fácticos».
Pero la dirigente socialista debiera haber tenido en cuenta que tan estúpidas
palabras no han salido por boca de los Comunes. E, incluso en el caso de que
hubieran salido de ahí, que no es el caso, Granados tendría que haber exhibido
temple y paciencia. Porque las rabietas de los niños chicos deben tomarse con
cachaza.
Lo
que no sabemos es si Granados y los Comunes creen que, a golpe de dicharachos,
se captan más consensos electorales. Desde luego, las experiencias que tenemos
es que, cuando los hunos les tiran los platos a la cabeza de los hotros, muchos
les vuelven las espaldas. Lo que no se entiende es por qué sabiendo estas cosas
tan elementales las izquierdas reinciden en darse coscorrones en las esquinas. Por
lo demás, ustedes son ya lo bastante grandecicos para saber qué les conviene.
Sería pretencioso por mi parte hacerles algunas sugerencias. Los viejos no estamos
para dar consejos sino para constatar que las izquierdas disfrutan tropezando
en la misma piedra tantas veces como corresponda para que Sísifo amanezca
empujando el pedrusco para arriba.
Post
scriptum.--- Don Venancio Sacristán: «Lo primero
es antes».
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