«El
procés no avanzará hasta que no lo
lidere Esquerra Republicana de Catalunya», ha afirmado bombásticamente Joan Tardá. Son unas
declaraciones que vienen a echar más leña a la disputa a cielo abierto entre
los partidos independentistas, ERC y los post post post convergentes. En todo
caso parece evidente que la rotundidad de la afirmación está conectada al
momento electoral en curso. Por lo demás no hace falta decir que la frase
guarda una cierta relación con la mediocre eficacia de los parches sor
Virginia.
ERC
ha sido un río que, durante el procés,
ha hecho numerosos meandros. Inicialmente tuvo una actitud furibunda (las «155
monedas de plata» que comentó aquel Rufián contra la rectificación de la declaración de la
república catalana por parte de Puigdemont)
para gradualmente ir convirtiendo la ratafía carlistona en calisay y finalmente
dar la impresión que pone la independencia de Cataluña al baño María. Ocurre,
sin embargo, que hay tantas esquerres
como dirigentes a cualquier nivel. ERC es un conjunto de retales que no
conforman un traje medianamente vistoso. Oriol Junqueras es la Reina Madre. Respetado, ciertamente, pero
poca cosa más. En ese conjunto de retales sólo cuentan quienes tienen mando en
plaza: Joan Tardá («hay fascistas con estelada») o Gabriel Rufián («la
independencia de Cataluña no justifica el uso de la violencia») no tienen
bastón de mando. Ahora son genéricamente
personalidades, vistos con susceptibilidad por parte del archipiélago.
ERC,
así las cosas, tiene un problema de dirección: cada cual tiene su propio matiz
con relación al resto del grupo dirigente. Lo que le lleva a la incoherencia.
De un lado, no se le puede negar su fuerte contraste con el presidente vicario,
pero –de otro lado-- es asaz
chocante que, ahora, cuando más débil es
la posición de Torra, siga la política que éste (y el núcleo de Waterloo) imponen con la
declaración del Parlament que han acordado con los post post post convergentes
y los fraticelli de la CUP,
nuevamente sobre la autodeterminación. Vuelta la burra al trigo: ERC abraza el
simbolismo que su reina madre había criticado hace días y nuevo enfrentamiento
con el Tribunal Constitucional.
Tengo
para mí que ERC es incapaz de entender la gravedad del momento y la tendencia
que ya se ha abierto. Al principio fueron las manifestaciones de masas («la
revolución de las sonrisas»); a continuación vino la proliferación de grupos y
grupúsculos con la idea de implementar el carácter pacífico con unas gotas de
ira militante; más tarde llegaron los ladrillos, las hogueras y las barricadas;
y recientemente dieron a luz el pillaje con el asalto a comercios. Faltaba el
sabotaje: un cuarentón de pelo en pecho se encargó de ello lanzando un cohete
contra un helicóptero, que sobrevolaba a los manifestantes.
Las
cosas como son: ERC denunció esta violencia. No así los emoticones de Waterloo.
Pero ERC no se empeña en corregir esta situación. Atención a lo que dice Antoni Puigverd en su artículo de hoy en La
Vanguardia: «Sin condena, corrección y represión de los fuegos de estos
días, el independentismo corre el riesgo de perder el norte democrático». He
subrayado la palabra «corrección», porque es algo que le es exigible
fundamentalmente a ERC, si quiere liderar el procés, tal como plantea Tardá. Desde luego, la capacidad de
liderazgo de los de Junqueras, no solo está en entredicho sino que parece
inviable. Estar cantando misa y, a la vez, repicando no es posible como muy
bien saben los curas de olla y los sacristanes.
«Hay
fascistas con estelada», ha dicho Tardá. Ojo, «el independentismo corre el
riesgo de perder el norte democrático». Y. como es sabido, Puigverd no dice una
palabra más alta que otra.
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