Es
inagotable la capacidad del independentismo de organizar cosas altamente
inútiles; la sobriedad por lo estéril no es su seña de identidad, hay que exhibir
por todo lo alto lo improductivo e inane. Hablo del acto que, unitariamente,
hizo ayer el independentismo, congregando a dos mil cargos electos en diversos
ámbitos, especialmente el municipal. Presidía el Enviado de Waterloo en la
Tierra, Quim Torra.
Aclaremos que En Comú—Podem decidió estar en mejor lugar, esto es, trabajando
en sus ocupaciones.
Era
la Assemblea de Càrrecs Electes, una mezcla zarzuela de El asombro de Damasco y La corte de Faraón: dos
embrollos de bigote. La tarea del asombro de la corte es llegar a donde el
Parlament de Catalunya no puede. Así la definió desparpajadamente Torra, el principal
de los reunidos. Y así lo sentían sus aduladores agachados.
Pero,
¿era realmente «unitaria» esta corte de Faraón? No tal, al menos no lo era en
los momentos de más intensidad. Cuando una parte de los asistentes gritaron «¡Buch, dimisión!», como si
el conseller de Interior fuese el tiralevitas de La Moncloa. Realmente chocante. Centenares
de cargos electos ululando contra un miembro de su gobierno. ¿Asamblea unitaria,
dice usted? Imposible, aclaramos. Lo que toca Waterloo se deteriora a marchas
forzadas. Los gritos de «¡Torra, president!», representan un cogotazo a Esquerra Republicana de Catalunya,
de un lado, y, de otro, una manera elegante de decirle a Waterloo que su
inquilino está ya amortizado. Con lo que del género zarzuelero pasamos al mayor
embrollo jamás cantado: el de la ópera La Favorita,
donde hay momentos en que no se sabe distinguir si la señora es la mujer del
rey, su querindonga o su hermana. Indistinción, pues, entre el débito conyugal,
el adulterio o el incesto. Cosas de los románticos.
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