Le
digo a Pablo Iglesias el
Joven: «Ni contigo ni sin ti tienen mis penas remedio». Ahora que teníamos una
alegría que llevarnos a la boca viene el primer podemita y nos echa una gota de
acíbar caballuno en el paladar. El afamado politólogo Pablo se felicita porque
los restos de Franco
dejan Cuelgamuros y se van con la música a otra parte. Pero el aguerrido político
que es Iglesias arremete contra la decisión de que la exhumación sea ahora
mismo y la califica de «electoralista». Me juego lo que sea que las dos
palabras más sobadas en el paupérrimo dialecto de la política son electoralista
y traidor. De manera que, siguiendo esa tónica de magrear el minifundio lingüístico,
se podría decir que Iglesias hace electoralismo criticando la medida como
electoralista.
Caballero,
¿no le parece a usted que hay que aprovechar las oportunidades, no sea que
venga un revés y se estropee la ocasión? Con frecuencia, el hecho de
procastinar en política --un estilo contumazmente rajoyano-- acaba propiciando infortunios. Por lo demás,
desearía hacerle ver lo siguiente: ya lleva usted ciertos años con mando en
plaza, de manera que sabe la diferencia entre predicar y dar trigo. De ahí que,
por ejemplo, predicar declinando la palabra electoralista sin ton ni son es una
chuchería del espíritu. Y, peor todavía, es engrosar el zurrón de lo que Alberto Moravia llamaba palabras enfermas (parole
malate).
Así
pues, mi señor don Pablo: sea usted electoralista, esto es, siga diciendo cosas
que sean útiles y, de momento, ponga cara alegre. Y cambie esa cara de ajo, al
menos hoy, porque la ocasión se lo merece.
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