Meteorología
política catalana: sigue el temporal, pero remite su intensidad. En la
manifestación de ayer acudió la muy respetable cantidad de 350.000 personas,
según el recuento de la Policía Municipal de Barcelona. Un acto muy voluminoso,
ciertamente. Pero con relación a la anterior representa un considerable bajón.
Hemos de tener en cuenta que la convocatoria fijaba la importante reclamación
de la libertad de los presos y la denuncia de la sentencia del Tribunal
Supremo. Por tanto, el descenso de la participación no es algo baladí. Tiene su
enjundia.
¿A
qué se debe? Primero, al rechazo de miles de personas a la vinculación del ardor
guerrero de una parte del independentismo a la violencia: barricadas y fogatas,
ladrillos y mobiliario urbano, pillaje y sabotaje; unas acciones que no sólo no
son condenadas por el presidente vicario sino que en parte son justificadas.
Segundo, al cansancio que representa estar en una movilización que no sólo no
consigue nada, sino que por sus objetivos deja las cosas cada vez peor. Tercero, al
despiporre de las fuerzas políticas del independentismo, cada una por su lado y
sin voluntad de coincidencia entre ellas. Cuarto, la no participación de los
sindicatos en la convocatoria, que podría significar, aunque tardío, un
definitivo descuelgue de ellos de todo lo que huele a procés.
Todos
aquellos que tengan algo que decir –algo realista, se entiende-- lo pongan encima de la mesa. Los socialistas,
comunes y republicanos hablan de una mesa de partidos. Matiz más, matiz menos,
podría ser una forma de empezar. Y no se olviden de los heterodoxos del procés. Santi
Vila, uno de los juzgados por el Alto Tribunal, propone a través de un
acto de atrición negociar en torno a «un ajuste constitucional, un nuevo marco estatutario,
un pacto de financiación». Tarde o
temprano las cosas irán por ahí.
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