«Dos
años del 1 – 0. Y dos años después las cosas siguen como estaban», nos dice Fernando Ónega en su artículo de hoy en La Vanguardia.
Me permito discrepar del reputado periodista. En mi opinión, mucho han cambiado
las cosas desde aquellos entonces. Hace dos años el independentismo catalán quiso
ponerse el mundo por barretina. Hoy se encuentra ante la constatación de su más
evidente fracaso, dentro y fuera de Cataluña, en medio de una confusa decadencia:
su proyecto –pura caco utopía— es un conjunto de retales dispersos con poca
posibilidad de remiendo. El independentismo, hoy, es una colosal zahúrda.
No
estamos igual que hace dos años: los post post post convergentes son un
conjunto de astillas del viejo y fornido árbol pujolista. No pocos de sus
antiguos dirigentes buscan un nuevo cobijo político ya sea en los claustros del
Monasterio de Poblet, ya sea en los aledaños de entidades financieras.
No
estamos igual que hace dos años: Esquerra Republicana de Catalunya y las doce tribus de Waterloo han llevado su conflicto a unas cotas
que no se preveían en aquella época.
No
estamos igual que hace dos años: in aquel tiempo la «revolución de las sonrisas»
era una metáfora brillante que podía disfrazar sus burgos podridos. Hoy la
acción contestataria está mayormente en manos de las diversas columnas del
Ejército de Salvación: los Comités
de Defensa de la República con sus diversos negociados de agitación y
acción directa, la Assemblea
Nacional Catalana, Tsunami
democràtic y otros chiringuitos que se estructuran en torno a los
cabecillas de las diversas facciones del independentismo, sección café de
caracolillo.
Así
las cosas, no de extrañar que su intento de proyecto se fuera convirtiendo, a
la chita callando, en pura resistencia anárquica. Que se extiende desde la
clerigalla de campanario hasta los que, por pura curiosidad intelectual, buscan
la relación entre la química orgánica y la retórica de la Cataluña, «rica i
plena».
Definitivamente,
no estamos igual que hace dos años. Aunque la cruz sigue siendo pesada. Pero
hoy ya sabemos –parafraseando a Marx-- que «entre la filosofía (independentista,
añadimos) y el estudio del mundo real media la misma relación que entre la
masturbación y el amor sexual». Cachondo
el barbudo de Tréveris.
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