En
este país hay un exceso de gente
farruca, de echaos p´alante. Pueden
encontrarse en los sitios más diversos: mostradores de taberna, altos cargos
nombrados a dedo, gobernantes de comunidades autónomas e, incluso, gentes con
sotanas de no importa qué orden mendicante. De entre este elenco se distinguen
dos faroleros: Santiago
Cantera, Abad del Valle de los Caídos, y Quim Torra, sobradamente conocido así en el
cielo como en la tierra. Uno, de juveniles andares falangistas; otro, de
primeros calostros para-carlistones. Ambos son el exponente del macizo de la
raza. Grotescamente obcecados y aplaudidos –el huno y el hotro-- por una patulea de aduladores agachados.
Nuestros
dos personajes sacan pecho y frente a los requerimientos de la autoridad
competente el primero afirma que «no autorizará» y el segundo «que no tolerará».
Pero el fraile Cantera ha perdido mucho poder desde que no luce tonsura en su
cabeza. Y tres cuartos de lo mismo se puede decir de Mosén Torra, que no ejerce
los poderes autonómicos porque está en la República, pero no puede usar los
poderes republicanos porque la república solo existe en su atolondrado magín.
Dos
personajes que hinchan el pecho y ni siquiera tienen aire. Violetas imperiales ya chuchurrías; ratafía a
granel.
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