Nos
dicen que la fiesta fue por todo lo alto: el Ateneo Español de Ciudad de México
estaba atestado de veteranos españoles que celebraron por todo lo alto –champagne
a discreción-- la exhumación de la
tristemente célebre momia. Ahí los pueden ver en la foto. Previamente aprobaron
un sobrio comunicado Exhumación de
Francisco Franco del “Valle de los Caídos” donde
expone sobriamente la satisfacción de los socios sobre dicha cuestión. Lo
compartimos plenamente.
Pero
en la viña del señor no todo es mesura y ponderación. Las derechas han
reaccionado con renovado tenebrismo. Josep Ramoneda,
hoy en El País (Cataluña), nos dice: «Las acusaciones de electoralismo forman
parte del pobre arsenal dialéctico del discurso negacionista». Lástima que,
desde algunas islas de la izquierda, se haya coincidido con tan paupérrimo
planteamiento. Pablo
Iglesias, el Joven, ha insistido ad nauseam en las acusaciones de
«electoralismo», celebración de un «funeral de Estado» y otras exageraciones,
hechas adrede, con ese estilo que tiene de exportar sus angustias a quienes le
oyen. Nada que ver con la mesura de nuestros ancianos del Ateneo de Ciudad de
México. Nada que ver con la resolución más ponderada de Izquierda Unida: quien tuvo retuvo.
Hablar
de funeral de Estado me parece una hipérbole caballuna. Como la extremosidad verbal
de afirmar que «Se ha permitido la presencia de ultras con Tejero a la cabeza en el
acto». El primer dirigente podemita se preocupa por la presencia de cien ultras
dando voces. Y no refiere que la policía impidió que Tejero se saliera con la
suya.
Vamos
a preocuparnos de cosas serias. Nos dice Metroscopia que el 48 por ciento de
los encuestados están a favor de la exhumación de Franco y el 38 por ciento en
contra. Son números preocupantes en el caso de ser rigurosos. Sea como fuere,
los resultados de la encuesta sugieren no pocas reflexiones de gran calibre. A
saber, ¿qué eficaz pedagogía es necesario poner en marcha para que los valores
democráticos amplíen su diapasón?
Tengo
para mí que las nuevas generaciones ven el franquismo y la Dictadura con tanta
lejanía como las guerras carlistas. En el mejor de las casos como un capítulo más
de los libros de historia, y en el peor de ellos como las batallitas del abuelo
Cebolleta. De ahí que un servidor entienda que la manera más eficaz (o, al
menos, una de ellas) de revisitar la Historia es relacionando los valores
democráticos con las conquistas progresistas que se siguen necesitando en
España. Políticas progresistas que, para la izquierda, deben vincularse en la
centralidad del trabajo. Del trabajo que cambia. Para ello, tal vez, sirva el
consejo de Mefistófeles, esto es, «avanzad por la ruta del
pensar». De pensar con punto de vista
fundamentado.
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