Susana Díaz ha
vuelto al escenario. No parece haber entendido de la misa la media. Pero
aprovecha los micrófonos de la SER para, oblicuamente, reclamar la aplicación
del 155 en Cataluña. Susana es ansí.
El
PSOE tiene un problema: quiere la unidad de España, pero se encuentra incómodo
con la unidad del partido. Es una paradoja que, entiendo yo, seguirá viva
mientras los socialistas no encuentren una explicación seria de la biografía
electoral de sus últimos lustros. Una biografía que expresa la mudanza de una
potente representatividad a una representación precaria. Contemporánea a los
versátiles humores de algunos de sus barones. Aunque, más que barones, se
dirían que son Encomenderos.
Díaz, Lambán y Page (las encomiendas
andaluza, aragonesa y castellano-manchega), tras el terremoto andaluz, vuelven
a la carga, leyéndole la cartilla a Pedro Sánchez. Aplica –le dicen cacofónicamente-- el artículo 155 en Cataluña. Que podría
llevar, otra vez, a una considerable inestabilidad del partido. Falta de
lucidez y, peor todavía, ayunos de responsabilidad. Aclaremos, el trío no está
contagiado por la derecha española. Lo que dicen es cosecha propia. Es vinazo
puro en viejos odres.
El
PSOE recuerda a Penélope, la esposa de aquel Ulises errante por los mares
mediterráneos. Una Penélope que teje durante el día para destejer durante la
noche. Rosa de Alejandría: colorada de noche, blanca de día. Pedro Sánchez,
buscando salidas por caminos nuevos; el trío, haciendo lo contrario por caminos
de trillado fracaso. O lo que es lo mismo: el PSOE entre Escila y Caribdis.
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